Nieve de Guadarrama para el duque del Infantado

viernes, 25 febrero 2005 2 Por Herrera Casado

 

Ahora que de vez en cuando cae la nieve, ya en menos cantidad que antaño, más esporádica y menos fría, es momento de recordar algunas de las costumbres y construcciones que nuestros antepasados tenían en torno a este elemento, el agua helada que sabían servía, en las épocas de fuerte calor, para refrescar el agua de beber, y conservar los alimentos.

De neveros, de neveras y de pozos de las nieves vamos a hablar hoy. Arrancando de la memoria que ha quedado en algunos pocos y viejos papeles. Tomando nota de lo que para muchos pueden ser un montón de piedras en medio del campo, y son monumentos al ingenio humano.

Los sacadores de nieve

Uno de los menos conocidos oficios que en el siglo XVI español ocupaban los caminos variopintos de la meseta, era el de recogedor y transportador de nieve y hielo. La existencia de estas gentes, en todo caso poco frecuentes, permitía que cierto número de personas, siempre las de la alta nobleza y los muy adinerados, se permitieran el lujo de beber en plena canícula el agua o el vino muy fresco, y mantener en buenas condiciones de conservación sus viandas por mucho tiempo. Había también almacenes de nieve y hielo en algunos centros, especialmente en los monasterios, donde la laboriosidad de los monjes daba lugar a la existencia de unos hondos fosos donde, durante el invierno, se ocupaban de meter y apisonar grandes cantidades de nieve, cubriéndola de paja por estratos, y de esta manera alcanzaba la masa de agua helada hasta el verano, en que se usaba para refrescar bebidas y alimentos, con gran contento de todos los usuarios. De este “pozo de las nieves” que tenía el convento franciscano de San Antonio, en nuestra ciudad, al otro lado del barranco del mismo nombre, ha llegado el recuerdo hasta nuestros días.

En nuestra rebusca por los viejos papeles de nuestra ciudad, hemos encontrado un par de curiosos contratos referidos al suministro de hielo y nieve a las casas del duque del Infantado, en la segunda mitad del siglo XVI.

El primer contrato, suscrito ante el escribano Blas Carrillo de Guadalajara, tiene fecha de 13 de abril de 1573. Un vecino de Guadalajara, llamado Pablo García, se obliga a traer y dar traídos a las casas del duque del Infantado, que a la sazón era don Iñigo López de Mendoza, quinto del título, toda la nieve que necesitara para su servicio, y conforme se la fueren pidiendo su Mayordomo o veedores. La nieve la recogería y traería de las sierras de Peñalara y Manzanares, lugares donde en abril todavía hay gran cantidad del blanco elemento. Y se obligaba a ponerla en las casas del duque en Madrid, en el palacio de Heras de Ayuso (junto al Henares, donde gustaban estos maganates de pasar largas temporadas, especialmente en verano) y en el palacio ducal de Guadalajara, concretamente en la dependencia que llamaban “la botillería” o despensa.

Es curioso que este contrato no se hace para una cantidad de nieve en concreto, fijando precio del total, forma de pago en fracciones, etc., tal como se acostumbraba, sino que se realiza por el método de la contrata por temporada, de modo que el tal Pablo García se obligaba a traer nieve a las casas del duque mientras este lo pidiera, y hubiera nieve en las montañas. Lo que se contrataba era, pues, la obligación de hacer este servicio, y se ponía precio para toda la temporada. En este caso, se estipuló para el año 1573 a dos reales y medio cada arroba de nieve, y se añadía la manunteción para en caso de tener que llegarse hasta el palacio de Heras a llevar la carga: en esas circunstancias, el duque daría un pan, una libra de carnero y medio azumbre de vino a la persona que lo llevara, y añadiría un celemín de cebada para cada bestia que arrastrara el carro.

Posteriormente, el 16 de mayo de 1573, y ante el mismo escribano, se extiende contrato entre el duque del Infantado, y el vecino de Guadalajara Juan García, quizás hermano o familiar del anterior, para traer nieve a sus casas de Guadalajara, Madrid y Heras en las mismas condiciones que con el anterior.

Nos imaginamos a las grandes carretas, tiradas por bueyes de brillante lustre, cargadas de nieve y pedazos de hielo hasta lo inimaginable, cubierto todo de paja para evitar su deshielo, avanzando pesadamente desde el Guadarrama hacia Guadalajara y el valle del Henares, mientras los hermanos García, pensando en los reales que el veedor del duque les pagaría, voceaban con ánimo a las bestias para que aligeraran su marcha. Un oficio, en fin, poco conocido y hoy recordado.

Los pozos de la nieve en Budia

Repartidos por muchos pueblos de la Alcarria, existieron en épocas pasadas los pozos de la nieve, los lugares ingeniosamente construidos y preparados para recoger la nieve que en estas épocas invernales, desde noviembre a marzo, caían en grandes cantidades sobre campos y vaguadas, y muy especialmente en los altos llanos de alcarrias, y luego conservarla para usarla en verano.

Uno de los lugares de nuestra Alcarria en que aún queda el vestigio palpable de su viejo pozo de la nieve es en Budia. En los primeros años del siglo XX, quedaba entero el llamado “pozo de la Virgen del Peral”, ya desaparecido, y hoy vemos el llamado “pozo de la nevera”, que está frente a la fachada del antiguo convento de carmelitas. Los pozos de la nieve, o neveras, eran construcciones destinadas a almacenar la nieve caída durante algunos pocos días del invierno, con el objeto de que se pudiera utilizar luego, como hielo para refrescar bebidas y mantener alimentos, durante los meses calurosos del estío. Pasado el verano, el pozo se limpiaba, se arreglaba su tejado y el desagüe, y se componía la polea y el cubo para sacar la nieve de su interior, así como las puertas. Al llegar de nuevo el invierno, se aprovechaban los escasos días de nevada para recoger el blanco elemento con palas, echarlo en carros, y llevarlos al “pozo de las nieves”, que era  muy profundo, y allí se echaba la nieve, bien prensada, separada por capas con niveles  de paja, para aislarla mejor y facilitar su extracción en el verano. Estos elementos, los “pozos de las nieves” de Budia, son auténticas reliquias que debemos conservar como interesantes elementos del patrimonio tradicional.

Las neveras de Sacedón

Otro de los lugares en que se ve, espléndido y muy accesible, el pozo de las nieves, es en Sacedón.

Allí los llamaban, y aún llaman, las neveras, pues había varias por el término. Son unas curiosas edificaciones destinadas a producir hielo para usar durante el verano en la conservación de alimentos, a partir de la nieve caída y guardada en algunos escasos días del invierno. De estos edificios, populares cien por cien, han quedado muy pocos ejemplares en toda la Alcarria. Pero en Sacedón quedan varios magníficamente conservados. Es su visita y conservación algo recomendado como verdaderos monumentos que son, rastros de la vida en tiempos pasados.

El más llamativo y mejor conservado, muy accesible, es el que se encuentra a la izquierda de la antigua N-320, pasado el Camping. Construido con mampostería de piedra caliza, se trata de un edificio hueco que tiene una altura de 6 metros y se cubre de una bóveda puntiaguda que le confiere un aspecto cónico al exterior.  Las piedras del interior se unen con capa de yeso compacta. Este espacio tiene dos huecos de entrada, de 1,60 metros de altura y 90 cm. de ancho. El interior era una especie de hondo pozo, de 10 metros, (a veces llegaba a tener 15 metros) de profundidad.  La forma de utilización de estas neveras se hacía, lógicamente, desde el exterior, por los vanos, echando la nieve en paladas. Era la que había caído en las cercanías, o la que se traía desde los altos, en carros y caballerías. En documentos de La Isabela se nos dice que se hacían charcas de agua al lado del río para que se helaran. Otros dos hombres, en el fondo del pozo, iban extendiendo y apisonando la nieve, formando un gran bloque macizo. Por cada medio metro de espesor de la nieve helada, se ponía una capa de paja, que al hacer de aislante, conservaba ya indefinidamente la nieve a baja temperatura.

En el verano, cuando se necesitaba el hielo, volvían a bajar un par de vecinos, extrayendo el hielo a golpe de pico, metiéndolo en un serón y avisando para que los que estaban fuera lo sacasen. Este sistema de polea subiendo y bajando el serón con nieve y hielo, pendía de un palo central atravesado en la bóveda. Las operaciones se hacían durante la noche, o al amanecer, para evitar el deshielo.

Otra nevera existió en Sacedón, situada en el paraje de “La Olmedilla”, que se ve cuando bajan las aguas del pantano. Está también muy bien conservada.

Finalmente existe otra en el antiguo término de la Isabela. Según los documentos que se conservan, fue construida en 1830, para atender las necesidades de hielo en el balneario, durante el verano. La llamaron el “Pozo de la Nieve” y estaba en la parte más alta de la población, a 1,5 Kms. del caserío, en “Las Majadillas”. Consta de “un vaso cilíndrico de fábrica de mampostería cubierto por una bóveda hemiesférica”. También se conserva en perfectas condiciones, por lo que puede afirmarse que los tres ejemplares de neveras que quedan en Sacedón son de lo mejor de toda la provincia en punto a arquitectura popular de esta temática.

Seguro que en otros lugares de nuestra comarca alcarreña aún quedan neveras o pozos de la nieve. En la capital hubo uno, en la huerta del convento de San Antonio, en terrenos hoy ocupados por el barrio llamado “de las casas del Rey”. Todavía en los años después de la guerra civil, hubo quien la usó para conseguir hielo en verano. Luego llegó “La Industrial” y se hizo la modernidad. Todo cambió. Y el ingenio quedó en manos de los japoneses. Aquí, la mayoría, quedó para oír música y charlar.