Por las cercanías de Guadalajara
Puestos a hacer turismo, y teniendo en cuenta que Guadalajara está ya muy vista (si exceptuamos algunos de sus monumentos, que siguen siendo cosa difícil el verlos, porque están siempre cerrados) nos vamos hoy por las cercanías, por ese campo o alcarria que a occidente y a oriente nos rodea. Porque en sus campos aparecen, de vez en cuando, pequeños pueblos en los que luce algún edificio que emociona y entretiene; una iglesia románica, un palacio barroco; un reloj de sol, un Calvario abierto al cierzo… Estas son ideas, sucintas y puestas al voleo, para quienes quieren salir, en poco más una hora, al campo, a ver pueblos interesantes y monumentos sorprendentes. Seguro que más de uno va a aprovecharlas.
En los límites inmediatos de Guadalajara, a una y otra orilla del río Henares, sobre la Campiña que se extiende a su derecha, y sobre la Alcarria que se alborota a su izquierda, existen una serie de pueblecillos que antaño pertenecieron al alfoz medieval de nuestra ciudad, y hoy son lugares donde, a su vida sencilla, rural y residencial, se añade un nutrido ramillete de edificios e instituciones históricas de gran belleza e interés cultural.
De un lado, en la Campiña, están Galápagos y El Casar, con sus elementos mudéjares de gran valor artístico. De otro, en la Alcarria, la variedad de temas que en toda esa comarca se reúnen, aparecen como en muestrario en Horche, con su arquitectura popular, en Pioz, con su castillo medieval, en Aldeanueva y Valdeavellano, con sus templos románicos, en Tendilla, con su larga y serena Calle Mayor soportalada, y finalmente en Lupiana con su gran monasterio jerónimo de San Bartolomé, joya artística de primera magnitud, al tiempo que gran cofre de la historia castellana. Los primeros los veremos hoy, y el segundo, por ser monumento de grandes perfiles y abultada historia, lo dejaremos para la semana próxima.
Galápagos
En la orilla del río Torote, a 25 Km. de la capital. Merece ser visitada la iglesia parroquial que ofrece dos partes muy bien diferenciadas, de estilos diferentes, sorprendentes los dos: de un lado, el oriental, su ábside, que es de estilo románico‑mudéjar, de planta semicircular, y adornados sus muros con múltiples arquillos ciegos y superpuestos. En el costado meridional, se abre el gran atrio porticado, de estilo renacentista puro, de airosas líneas y esbeltas proporciones, obra en 1540 del arquitecto Pedro de la Riba. El conjunto de este edificio es primoroso y merece darse una vuelta en torno a él, para captar todos sus matices sugerentes.
El Casar
Esta antigua villa, a 31 Km. de la capital, es hoy el tercer núcleo en población de toda la provincia. Destaca la iglesia parroquial de la Asunción, presidiendo la Plaza Mayor, con alta torre para las campanas, atrio de diseño y ornato renacentista, y en su interior un bello retablo de esculturas manieristas, mas una tribuna de coro con maderas talladas al mudéjar modo, muy bellas y polícromas. En un extremo del pueblo, y dando vista a un paisaje increíble, con la sierra de Guadarrama casi al alcance de la mano, está el Calvario, que es un singular edificio religioso formado por cuatro altos muros horadados de semicirculares arcos, sin techumbre alguna, y con un Calvario de piedra berroqueña en su interior: lo fundó el clérigo Diego López en 1648 y está dentro de una tipología inhabitual pero no rara en el área del bajo Jarama. Merece, por supuesto, una visita detenida.
Horche
Sobre la meseta de la primera Alcarria, a 14 Km. de Guadalajara. Ofrece una plaza mayor entrañable, presidida de un Ayuntamiento clásico, con su fuente, sus soportales y sus casonas blasonadas. Con una arquitectura popular de rancio sabor alcarreño y tradicional, hecha a base de mamposterías vistas, arcadas de madera, grandes aleros y una disposición muy atrevida de todo el caserío sobre una fuerte pendiente del páramo. Tiene una gran iglesia parroquial, dedicada a la Asunción, en estilo renaciente, de grandes dimensiones y severas líneas clásicas, que ahora está en obras, pero puede admirarse desde el exterior. Y a la entrada una ermita de la Soledad, en la que se conjugan todos los elementos de la arquitectura religiosa popular del siglo XVII. Y con unas amplias bodegas bajo el terral, y un vino tinto de renombre, Horche tiene todos los requisitos para pasar una, o muchas jornadas de vitalidad cuajada.
Pioz
Está a 22 Km. de Guadalajara en dirección Sur. Desde la lejanía destaca la figura altiva de su castillo medieval. Bastante bien conservado, a pesar de las incurias del tiempo y los hombres, su silueta es magnífica y sus estructuras se conservan, aunque arruinadas, muy vigorosas y expresivas de lo que fue, en tiempos medievales, un castillo señorial. Se empezó a construir a finales del siglo XV, a instancias del señor de la localidad, don Alvar Gómez de Ciudad Real, pero acabó de edificarlo, pocos años después, el gran Cardenal Mendoza, dueño del lugar, y que aquí puso un emblema más de su grandeza, de su poderío, de su amor al boato, de su gusto clasicista. En el castillo de Pioz se ve todavía su doble línea defensiva: tras la barbacana o recinto externo, con camino alto de ronda, se esconde un círculo deambulatorio, y en su interior el cuerpo del castillo propiamente dicho, cuadrangular, con altos muros, esquinas torreadas, con la gran torre del homenaje a poniente. Todo el monumento está rodeado, a su vez, de un foso defensivo, que en sus orígenes se salvaba a través de un puente levadizo, cuyas trazas quedan bien conservadas.
Aldeanueva de Guadalajara
A 18 Km. de la capital, el edificio que allí centrará la atención del viajero es la iglesia parroquial, que puede ser catalogada entre los mejores ejemplos de la arquitectura románica de Guadalajara. Su filiación exacta es la de un edificio románico‑mudéjar, pues a la estructura general y habitual de los templos medievales de la época repobladora, éste añade los detalles ornamentales y de materiales (combinación variada del ladrillo y la piedra caliza) propios de la arquitectura mudéjar del antiguo reino toledano. Adecuadamente restaurado, el templo parroquial de Aldeanueva se compone de una torre de campanas, un ábside semicircular con pequeños vanos, y una puerta de ingreso con arcos de piedra y ladrillo ornamentados de filigranas de origen árabe. En el interior, de una sola nave, se admiran las grandes bóvedas de ladrillo, especialmente en su presbiterio y ábside, elevado sobre la nave, donde ese material constructivo, bien contrastado con la piedra caliza, ejerce su poder sugestivo y proclama el genio de su constructor con un arrebato de formas, de colores, y, sobre todo, de espacios sacros inigualables.
Valdeavellano
Se encuentra a 27 Km. de Guadalajara, sobre la meseta de la Alcarria. Una picota renacentista dará la bienvenida al viajero que se llegue hasta su plaza mayor. Lo más interesante de la localidad, sin embargo, es la iglesia parroquial, un precioso modelo de arquitectura románica, construida en el siglo XIV, pero con unos cánones propios del estilo medieval más puro. Se rodea al sur por un atrio abierto de arcos apuntados. En su extremo oriental ofrece el ábside semicircular, con canecillos en el alero. Y en el interior del atrio, ofreciendo el paso al interior del templo, la gran puerta de entrada, maravilloso ejemplar del románico más grandioso y elocuente. Muchos arcos semicirculares en degradación, cubiertos con baquetones lisos o en zig‑zag, y una serie de capiteles decorados con motivos animales y vegetales, dan a este portón todo el aire ilustre y solemne del mejor románico. Del más cercano a Guadalajara, desde luego. En el interior, puede admirarse también, sobre la gran viga en que apoya el coro alto, una abigarrada escena costumbrista de pintura medieval, del siglo XIII ó XIV, con un dragón de siete cabezas, caballeros, damas y saltimbanquis en animada sucesión y vivo colorido.