500 años sin Isabel la Católica

viernes, 31 diciembre 2004 0 Por Herrera Casado

Ha sido este año que hoy termina el año de Isabel la Católica. Se ha cumplido (fue exactamente el 26 de noviembre) el quinto centenario de su muerte. Y se ha hecho, como era de esperar, y de justicia, un amplio despegue en orden a rememorar su figura, humana y política, quedando en líneas generales muy favorecida. Todavía hoy, cuando tantos mitos se han derribado, Isabel de Trastamara ha sido aplaudida en todos los foros, y su imagen de mujer sabia y bondadosa, enérgica y viva en la certeza de su misión, ha quedado limpia, prístina aún.

Una breve biografía

Isabel de Castilla nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), en abril de 1451 y murió en Medina del Campo (Valladolid) el 26 de noviembre de 1504. Su padre fue el Rey Juan II de Castilla y su madre, Isabel de Portugal. Casó con Fernando de Aragón (1452-1516). Ambos recibieron una esmerada y prolija educación, propia de la realeza de sus familias. Su matrimonio —al que se opuso el Rey Enrique IV de Castilla, hermano de Isabel— tuvo lugar en octubre de 1469.

Isabel asumió el trono de Castilla en diciembre de 1474, tras la muerte de su hermano Enrique, y Fernando hizo lo propio con el de Aragón en enero de 1479. Cada uno conservó su calidad de soberano en su respectivo territorio, con la idea de que uno de sus hijos heredara los reinos, tanto por el lado paterno como por el materno.

La muerte de Enrique IV y el reconocimiento de Isabel como Reina de Castilla (1474), originaron una nueva disputa interna en el reino. Los partidarios de La Beltraneja consiguieron el apoyo de Portugal, pero los portugueses fueron derrotados en Toro (1476) y en Albueras (1479), viéndose obligados a pedir el término de la guerra. Juana quedó sin apoyo e ingresó a un convento.

Una de las metas del reinado de Isabel fue conseguir la expulsión de Al-Andalus de los jerarcas nazaríes, añadiendo así el reino de Granada a su corona. Así ocurrió mediante una guerra que se inició en 1482 y terminó en 1492 con la toma militar de esa ciudad, completándose así el proceso de unidad territorial de España. Por su parte, Fernando procuró ampliar los territorios aragoneses y logró expulsar a los franceses del Reino de Nápoles gracias a la acción de Gonzalo Fernández de Córdoba, quien fue calificado como Gran Capitán por sus triunfos.

La reina Isabel apoyó expresamente la aventura de Cristóbal de Colón de llegar a las Indias por el camino del Occidente. El hallazgo de un nuevo continente inesperado ocurrió en octubre de 1492. El 3 de mayo de 1493 el Papa Alejandro VI expidió la bula Inter Caetera en la cual trazaba una línea de Polo a Polo, a una distancia de 100 leguas al oeste de las islas Azores, dejando a Portugal los descubrimientos al Oriente de ese meridiano, y a Castilla las del Occidente. El Tratado de Tordesillas de 1494 supuso el reparto del Nuevo Mundo entre los dos estados ibéricos.

Los últimos años de Isabel de Castilla fueron tristes. Su hijo Juan (el heredero que hubiera juntado las tierras todas de España poniéndolas bajo una dinastía hispana) murió en 1479. Y diez años después murió su hija Isabel, la mayor. Solamente le sobrevivió su hija Juana, que había casado con el príncipe Felipe de la casa de Habsburgo. Muerto este muy joven, Juana perdió la razón y debió asumir el trono de Castilla su padre Fernando. Al morir este, y puesto que el hijo de Juana y Felipe, Carlos I de España, era aún niño, asumió la regencia el Cardenal Jiménez de Cisneros.

La tarea de gobernación que realizaron Isabel y Fernando en sus treinta años de gobierno en común, fue impresionante. Cambió por completo el concepto de Estado, haciéndose moderno y centralizado, acabando totalmente con el feudalismo, imponiendo una cultura renacentista, apoyando un arte portentoso (el gótico flamígero o isabelino) y poniendo las pautas de la hegemonía española en el Mediterráneo, norte de África y América. Aparte de unificar, a excepción de Portugal, la península ibérica bajo una corona única.

Los textos clásicos

Los autores coetáneos, que trataron con la reina, y aun la ayudaron con sus fuerzas de cronistas y escritores, nos dan una imagen certera de su aspecto físico y su forma de ser. Merece la pena recordar lo que nos dice Hernando del Pulgar en su “Crónica de los Reyes Católicos”:

Esta Reina era de comunal estatura, bien compuesta en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blanca e rubia; los ojos entre verdes e azules, el mirar gracioso e honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara muy fermosa e alegre. Era mesurada en la continencia e movimientos de su persona; no bebía vino; era muy buena mujer, e placíale tener cerca de sí mujeres ancianas que fuesen buenas e de linaje. Criaba en su palacio doncellas nobles, fijas de los Grandes de sus Reinos, lo que no leemos en Crónica que hiciese otro tanto otra Reina ninguna. Facía poner gran diligencia en la guarda dellas, e de las otras mujeres de su palacio; e dotábalas magníficamente, e hacíales grandes mercedes por las casar bien. Era muy cortés en sus hablas.

Guardaba tanto la continencia del rostro, que aun en los tiempos de sus partos encubría su sentimiento, e forzábase a no mostrar ni decir la pena que en aquella hora sienten e muestran las mujeres. Amaba mucho al Rey su marido, e celábalo fuera de toda medida.

Era muger muy aguda e discreta, lo qual vemos pocas e raras veces concurrir en una persona; hablaba muy bien, y era de tan excelente ingenio, que en común de tantos e tan arduos negocios como tenía en la gobernación de sus Reinos, se dio al trabajo de aprender las letras latinas; e alcanzó en tiempo de un año saber en ellas tanto, que entendía cualquier habla o escriptura latina. Era católica e devota; hacía limosnas secretas en lugares debidos; honraba las casas de oración; visitaba con voluntad los monasterios e casas de religión, en especial aquellas do conocía que guardaban vida honesta; dotábalas magníficamente. Aborrecía sortilegios e adivinos, e todas personas de semejantes artes e invenciones. Placíale la conversación de personas religiosas e de vida honesta, con las cuales muchas veces había sus consejos particulares…. Era muy inclinada a hacer justicia, tanto que le era imputado seguir mas la vía de rigor que de la piedad; y esto hacía por remediar a la gran corrupción de crímines que falló en el Reino cuando subcedió en él. Quería que sus cartas e mandamientos fuesen complidas con diligencia.

Era mujer de gran corazón, encubría la ira, e disimulábala; e por esto que della se conocía, ansí los Grandes del Reino como todos ellos los otros temían de caer en su indignación. Era muy trabajadora por su persona. Era firme en sus propósitos, de los cuales se retraía con gran dificultad.

Y su muerte

Y Andrés Bernáldez, en fin, nos dice lo que sigue de su muerte, siendo él cómo fue también su cronista personal, autor de la “Historia de los Reyes Católicos”:

Murió la Reina doña Isabel, de gloriosa memoria, en el mes de noviembre, año de 1504, en Medina del Campo, de dolencia e muerte natural, que se creyó recrecerle de los enojos e cuchillos de dolor de las muertes del Príncipe don Juan e de la Reina de Portugal, Princesa de Castilla, sus fijos, que traspasaron su ánima e su corazón, y falleció de esta presente vida en edad de 56 años [realmente tenía 53 años cuando murió], habiendo reinado en Castilla veintinueve años. Su cuerpo fue llevado a Granada y sepultado en la iglesia de la Alhambra, que ella ganó, en muy honrado lugar, donde en su vida ella mandó y ordenó, con aquellas honras y exequias que a tan excelente y bien aventurada Reina convenía.

La reina Isabel en Guadalajara

El devenir de la Corte, en tiempo de los Reyes Católicos, fue incesante. Aún sin sede definitiva, el conjunto de reyes, ministros, cancilleres, asesores y escribanos, jueces y jerarcas, clérigos y arzobispos, deambulaban por los reinos de Castilla y Aragón, acogiéndose a palacios privados y amistades sinceras.

Por Guadalajara pasaron los Reyes Católicos en numerosas ocasiones. Recordar aquí dos solas, por lo famosas y cruciales: 1. la que hicieron en 1487, cuando camino de Aragón, y acompañados por su Canciller don Pedro González de Mendoza, fueron invitados a visitar y pernoctar en el fastuoso palacio que su hermano el segundo duque del Infantado estaba por entonces construyendo. Ya habitable y digno de recibir a los Reyes, doña Isabel especialmente quedó maravillada del arte de Juan Guas, a quien luego haría su arquitecto de obras reales. 2. Y la que hicieron en ese mismo año de 1487, en el mes de octubre, continuando el viaje que le hizo pasar por Guadalajara, a la catedral de Sigüenza. Admiraron allí la fastuosidad del templo, y la reina debió sugerir al Cardenal Mendoza, entonces obispo seguntino, que iniciara la realización de un coro bajo, para llenar el centro de la nave central. Ese coro es muy parecido al de Santo Tomás de Ávila. Una presencia, en Guadalajara y Sigüenza, de la reina Isabel, que quedó prendida en las crónicas remotas de aquel final del siglo XV.

Aparte…:

La exposición de la Real Academia de la Historia

Durante la segunda mitad del año que ahora acaba, ha mantenido abierta la Real Academia de la Historia en su sede de Madrid un extraodinaria exposición con materiales históricos procedentes todos de la referida institución. Cuadros, documentos, tejidos, monedas, retratos y un largo etcétera que ha cuajado en un Catálogo que se constituye en pieza fundamental para conocer la biografía, los logros y la memoria de Isabel de Castilla.

Otras exposiciones a Isabel referidas han sido las celebradas en Avila, y en Segovia. Todas ellas con materiales procedentes de Museos y Archivos, muy didácticas.