El Palacio Viejo de Pastrana

lunes, 29 diciembre 2003 0 Por Herrera Casado

 

Sigue siendo Pastrana un lugar de peregrinación y obligada visita. Su historia densa y su patrimonio acumulado entre su multiforme corpachón de urbanismo acumulado y secular, le dan una aureola de sugerencia y obliga a muchos a visitarla. Mucho más lo será cuando se abra el Palacio de los duques, esa maravilla de edificio renacentista que ha sido durante los últimos dos años restaurado y acondicionado como lugar de hostelería y encuentros culturales, en el que el Estado (o sea, todos nosotros) se ha gastado muchos millones, y ahora sigue en estado de cerrazón y paro.

Los jardines de Pastrana

Tiene Pastrana entre sus elementos patrimoniales algunos que son poco conocidos, porque se encuentran sumidos en la tibia penumbra de las casas: los jardines de Pastrana, de los que hace varios años Nieto y Alegre escribieron un maravilloso libro en el que los describían y pintaban. Surgía entre sus páginas la historia de esta villa, de tantos y tan viejos orígenes: los moros, los calatravos, Santa Teresa, los duques renacentistas, la princesa de Éboli, los tapices… y surgían sobre todo esos espacios íntimos y serenos que son los jardines, de los que hubo muchos y hoy aún existen y tiemblan algunos.

Los jardines de las casas de Pastrana están dispuestos en terrazas, obligadamente por la pendiente abrupta del cerro en que asienta la villa. El jardín, en muchos casos, es continuación de la casa, y suele serlo en forma empinada, escalonada. O bien hacia el valle, o bien hacia la montaña. Ese escalonamiento suele tener tres niveles bien diferenciados: a) el primer patio o corredor funcional, que está al mismo nivel de la sala o portal del que surge; el nivel de los árboles frutales, con sus granados, laureles, perales e higueras; y el tercer nivel del huerto, en el que parece que el agua se almacena y promiscua se entretiene en dar verdor a las hojas mínimas, a los posos de la ensalada.

En esos jardines, siempre hay una puerta mínima y trasera, una puerta de escape. Por ellos corre el agua continuamente. Se recoge en estanques, y de ellos se escapa, por aliviaderos, a través de acequias estrechas, cantarinas, abiertas, y se expande por rincones, plazuelas, empinados caminos, junto a las escaleritas. En torno a esos estanques, un emparrado, unas sillas, una mesa de piedra contundente: son los veladores, en los que las noches calurosas de verano apetece estar charlando. Entre los árboles, los hay de frutas tiernas y aguanosas, el granado, el peral, y otros de consistencia mayor, de veteranía, los nogales, y el ciprés hacia arriba, como una plegaria. Las enredaderas cantan por los muros, y las parras cubren los pasos, dan olor a miel y vino prematuro sobre los tramos del andar sin prisas. Todo recuerda, al andar por ellos, los cármenes de Granada, los cigarrales de Toledo, esas estancias abiertas, verdes, luminosas, donde los árabes hispanos dejaron su memoria de cultura y amabilidad. Los jardines de Pastrana…

El Palacio Viejo de Pastrana

Hay hermosos jardines en Pastrana: el del Colegio de San Buenaventura, el del palacio de los Burgos, los de las casas de Santa María, y de la Palma. Los jardines, incluso, del palacio ducal, que le rodeaban como un cinto. Uno de los más hermosos es, sigue siendo, el jardín del Palacio Viejo. Convertido hoy en Casa Rural y alojamiento de fin de semana para muchos turistas que aprecian a través de él la historia y los sabores de Pastrana, el Palacio Viejo está situado en la hoy llamada Calle de la Princesa de Éboli, clásicamente conocida como la Calle Ancha. Sabemos que los edificios de esa calle, la calle misma, no existieron en la Pastrana clásica y medieval. La villa calatrava, rodeada de muralla, vio con muy malos ojos, a comienzos del siglo XVI, que su señora de leyes e impuestos, doña Ana de la Cerda, se pusiera a levantar un palacio (que todos sospecharon sería castillo) junto a la muralla del pueblo. Al final, el palacio quedó hecho carne con la vieja villa, y la calle ancha que servía de camino de llegada vio levantarse sus edificios. Pero en ese lugar existió, desde la Edad Media, un gran caserón al que todos llamaron, y siguen llamando, el Palacio Viejo. Pudo ser hospedería de la Orden de Calatrava. Residencia de la señora doña Ana mientras construía el palacio grande y se peleaba con los vecinos y el Concejo. El caso es que ya en el siglo XV existía, y la mejor prueba es su portada, de acentuadas formas góticas, propias de esa centuria, muy similares a las de la portada primitiva de la Colegiata. Ese Palacio Viejo de Pastrana es un lugar de obligada visita. No solo por su planta severa y elegante (hoy está dividido en dos viviendas, la segunda de ellas dedicada a Casa Rural, alojamiento elegante que comulga en su interior de toda la historia del edificio, y valorado muy positivamente por cuantos le visitan en fines de semana) sino por su magnífico jardín escalonado.

Tiene terrazas descendentes hacia el valle del Arlés, estando la casa en el nivel más alto. Desde su ancho zaguán, que es repartidor de escaleras y salones, se pasa al nivel alto del jardín, en el que hay dos estanques, uno de ellos de piedra, con aliviadero del que surge el agua encaminada hacia más inferiores niveles. Desde la puerta del edificio, rodeado de parras y oyendo el cantarín rumor del agua, se ve la abierta serenidad del valle, perdiéndose entre cerros, pinadas y olivares la Alcarria hacia el Tajo.

Luego se baja y a través de escalinatas laterales se accede al segundo nivel, donde hay un estanque mayor, árboles y arbustos floridos, setos olorosos, emparrados, un nogal, un tilo, más lirios y rosales, ciruelos, higueras, laureles… un paraíso, sencillamente. Una pequeña puerta permite la salida (de escape) hacia el camino lateral. Abajo del todo, un huerto.

Este jardín del Palacio Viejo de Pastrana, que es todo un monumento al arte, a la historia y a la amenidad, fue creado posiblemente en el siglo XVII, siendo sus artífices los moriscos que embozados, camuflados de sederos, quedaron en Pastrana. Era aún más grande, pero la calle de las Siete Chimeneas, construida después, le cortó sus largas colas verdes. Hoy tiene el encanto de recuperar la memoria de siglos idos, ofreciendo la calidad y el disfrute de un espacio de habitación y descanso como muy pocos los consiguen. Un lugar para no perdérselo.