Guadalajara y las piedras voladoras

viernes, 24 octubre 2003 0 Por Herrera Casado

 

De asombrosas historias, de piedras voladoras, de monumentos en rebajas y de excursionistas saqueadores, habló el pasado miércoles 12 de febrero el profesor José Luís García de Paz, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid. Lo hizo en el recién inaugurado Salón de Actos de la Editorial AACHE, que ha iniciado así su prometida andadura de actividad cultural en torno al libro y las historias curiosas de nuestra tierra. Y lo hizo ante un selecto grupo de oyentes que se animaron a subir hasta la calle Malvarrosa, y que pasaron una hora y media que se hizo corta, escuchando al profesor alcarreño y viendo el monumental acopio de información multimedia que aportó. Porque aún yendo “a la carrera”, ni con una hora y media tuvo suficiente para explicar la serie de expolios, abandonos, pérdidas, robos y destrucciones que en el siglo XX ha padecido el patrimonio artístico de Guadalajara.

En cualquier caso, era esta una conferencia que “se veía venir”. Porque aunque nunca nadie con anterioridad la había expresado, todos teníamos en nuestro saber cotidiano los datos de esto o de aquello, de monasterios llevados a Norteamérica, o de puentes derribados; de robos ocurridos el pasado otoño, o de libros raptados en tiempos remotos… no es exagerado, pero de Guadalajara han salido piedras volando, y no por brujería, o por magia. Si no porque se llevaron a Norteamérica. Aunque para hablar con propiedad, no fueron en avión, sino en barco.

Ovila, el expolio perfecto

En 1931, entre abril y julio, los meses de más tensión y alegrías, de mayor despreocupación y avideces, William Randolph Hearst y Arthur Byne, su agente en España, compraron el monasterio de Ovila, numeraron sus piedras, las metieron primero en plataformas para atravesar el río, luego en camiones para llegar a Madrid, después en trenes para alcanzar los puertos, y hasta San Francisco las llevaron descargándolas en almacenes y parques, donde luego quedaron olvidadas. Una aventura de tamaña magnitud fue referida con puntualidad y en resumen por el profesor de Paz, pero dejando constancia de que aquellos tiempos de indolencia y despreocupación patrimonial, afortunadamente pasaron. Layna Serrano, entonces, junto con Cordavias y algunos otros pocos intelectuales alcarreños, protestaron enérgicamente. Layna escribió su libro, el primero, y de nada valieron sus escritos. Hoy se está reconstruyendo en un pueblo del norte de California la sala capitular, en el monasterio de New Clairvaux. Ojalá podamos verlo reconstruido, vivo otra vez, aunque sea en el último extremo del mundo.

Pero más monasterios han sufrido las rapiñas y las iras. Sin ir más lejos, el de Bonaval, junto a Retiendas, que lleva años sufriendo el pillaje de quien a él se acerca cualquier día y con total impunidad se va llevando los capiteles góticos. Parece increíble, pero esto es cierto: ya en el siglo XXI el patrimonio artístico de Guadalajara sigue estando a manos de los expoliadores con impunidad y sin castigos. El otoño pasado de 2002, unos ladrones se llevaron un capitel de la portada románica de Labros, y así se quedó, huérfana de su costado izquierdo. Lo enseñó en unas expresivas fotografías el profesor de Paz.

Manuscritos, puentes, retablos…

En la década de los 20 del pasado siglo, un señor compró el original del Fuero largo de Guadalajara, y lo vendió luego cómodamente a la Universidad de Princeton, que hoy lo conserva. En el siglo XIX aún, y en los coletazos de la Desamortización de Mendizábal, alguien se llevó enterito el retablo de los Arellano en el convento jerónimo de Tendilla. Estuvo dando vueltas más de un siglo por los comercios de antigüedades, y finalmente el Museo de Cincinnati se apiadó de él, y hoy luce en sus salas, espléndido y restaurado. Algo así le pasó a un fragmento del sepulcro de doña Brianda de Mendoza, que hace unos 10 años la conservadora del Museo de Detroit me escribió para preguntarme el posible origen de un gran escudo de armas que tenían allí desde 1936 e ignoraban su origen: eran las armas de la sobrina del caballero don Antonio de Mendoza, héroe de las guerras de Granada. Quizás lo peor, por ser lo más cercano, sea lo del Apostolado que pintó el Greco para la parroquia de Almadrones. Después de la Guerra Civil acabó, fragmentado, y vendido, en varios museos de España y de Norteamérica.

Los ejemplos de García de Paz, en una interminable secuencia de páginas que mostraban texto y fotos, alcanzaron a elementos muebles (cruces y custodias desaparecidas para siempre, como la de El Casar), edificios enteros, como el convento franciscano de Atienza o el carmelita de las Vírgenes en Guadalajara, y aún castillos que como el de Tendilla, se derribó para en su lugar construir un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, o el de Embid en Molina, al que cada año se le cae una almena, una torre o un murallón… más aún: salieron a relucir las pérdidas, esas casi inapreciadas para el general de la gente, de los edificios de arquitectura popular, que han sido masacrados en muchos de nuestros pueblos ante el aplauso de todos sus habitantes. O las techumbres “de carpintería de armar”, o las colecciones de azulejos, o los botámenes de las viejas boticas, o los paredones del convento de La Salceda, o los artesonados del palacio del Infantado, o el puente medieval de Jodra, o los escudos del monasterio de San Salvador de Pinilla…. de escalofrío, la relación de atentados, de delitos y de olvidos que ha sufrido nuestro patrimonio.

Muchos de los presentes en esta antológica y trascendental conferencia del profesor García de Paz le animaron a plasmar toda su información en un libro. Que será curioso, y, sobre todo aleccionador. Un libro que, como todos los libros que hoy existen sobre historia, patrimonio y esencias de Guadalajara, sea la evidencia de unas actitudes que esperamos, y exigimos, no vuelvan nunca. De un tiempo en el que no se apreciaba el patrimonio histórico. Hoy sí se hace, pero aún no lo suficiente. Tenemos que poner todos, de nuestra parte, cuanto podamos, para que ese bien común que aún pervive, no se vea menguado nunca más.