Una paseada por Almonacid de Zorita

viernes, 17 octubre 2003 0 Por Herrera Casado

Una de las puertas de la muralla de Almonacid de Zorita

La mañana de primavera invita a recorrer la provincia. Y los viajeros se lanzan a contemplarla verde y luminosa, íntegra de aromas, de luces y edificios. Se llegan hasta Almonacid de Zorita, en las orillas no vistas del Tajo, tras pasar junto al rojizo bombón de su reactor nuclear. Y pasean Almonacid, pasean el pueblo mirando aquí y allá sus edificios, llegando por la vieja puerta de Zorita, y saliendo por la de Santa María de la Cabeza, frente a la sierra que mira desde lo alto y por eso la llaman “Sierra de Altomira”.

En Almonacid los viajeros se entusiasman de sus limpias y bien trazadas calles, de sus reparados monumentos (la ermita de la luz, antiguo convento de jesuitas, o la parroquia), pero se lamentan del estado en que se encuentra el antiguo convento de monjas concepcionistas, que está recibiendo desmochamientos acelerados, y puede hasta hundirse si no se le pone pronto remedio. Esas luces y sombras de Almonacid suponen en cualquier caso un acicate para su visita, para la contemplación sosegada de sus múltiples atractivos.

Historia de Almonacid

Su nombre, que deriva del árabe (almunia = huerto) viene a significar «la huerta del rey», o «del señor», y le cuadra perfectamente, pues se enclava en un entorno de feracísimas huertas y campos dados a la agricultura. La villa de Almonacid asienta sobre una amplia llanada, al poniente de la alta y boscosa sierra de Altomira. El río Tajo, por su orilla izquierda, limita por poniente su término, que se dedica a la agricultura de secano y regadío, con mucho olivar, y viñedos; también se enclava en el término la central nuclear «José Cabrera», la primera de su estilo en España; y asimismo parte de la urbanización de «Nueva Sierra de Madrid» que asienta entre los escarpados repliegues de la sierra de Altomira, a levante del pueblo.

historia de almonacid de zorita

Tras la reconquista de la zona, ya a comienzos del siglo XII, quedó en poder de los monarcas castellanos, perteneciendo al alfoz o Común de Zorita, y en 1176 es cuando Alfonso VIII la entrega a la Orden de Calatrava. Como aldea de Zorita se rigió durante la Edad Media por su Fuero y fue especialmente cuidada y promocionada, en sentido económico y demográfico, por los maestres y comendadores calatravos. Puso la Orden una Casa‑ Palacio en Almonacid, con fuerte torre y un portalón decorado con pinturas por Alfonso Diaz, a mitad del siglo XIV. El privilegio concedido por el maestre don Pedro Girón al lugar de Almonacid, en el sentido de que no pudieran establecerse en él judíos, ni personas eximidas del pago de impuestos (nobles, hidalgos, etc.) promocionó el crecimiento y la prosperidad de sus habitantes. En el siglo XVI, en cuya segunda mitad alcanzó una población de casi mil familias, trasladaron a Almonacid su residencia los comendadores de Zorita, pues el castillo no prestaba ya las comodidades que los tiempos requerían.

Cuando la general enajenación que de los bienes de las órdenes militares e instituciones eclesiásticas hizo el Emperador Carlos I para obtener refuerzos económicos a su política universalista, la villa de Almonacid fue pretendida por doña Ana de la Cerda, señora de Pastrana, y luego nuevamente por don Ruy Gómez de Silva. Pero la villa se opuso enérgicamente, y aún pagó dos millones de maravedís al Rey para que no fuese apartada del señorío real. En este permaneció en adelante, aunque en el siglo XVIII adquirieron su señorío los condes de San Rafael, que solo llegó hasta el siglo XIX en que el régimen fenecía por la Constitución de 1812.

La prosperidad de Almonacid se basó siempre en la laboriosidad de sus gentes, dedicadas intensamente a la huerta, a los olivos (de los que salía mucho y buen aceite), a las canteras de jaspe, y a la industria (de alfarería y de telares de cáñamo). Últimamente ha visto otra vez aumentar la población y el movimiento económico, tras la explotación de la central nuclear «José Cabrera» en las orillas del Tajo, y del trasvase Tajo‑ Segura, en que mucha mano de obra inmigrada de otras zonas de España ha encontrado aquí trabajo. De unas y otras fuentes, su Ayuntamiento ha obtenido saneados ingresos, que le llevó a poder ofrecer unos servicios públicos muy aceptables, a promocionar la cultura (premios nacionales de pintura, periodismo, etc.) y a construir un nuevo edificio concejil.

El Patrimonio

Los viajeros han recordado ese denso bloque de noticias históricas, y se han dado enseguida a pasear la villa. Sorprendiéndose de cuantos elementos singulares aparecen a la vista del paseante. De una parte, las murallas. O su recuerdo, mejor dicho: Almonacid estuvo totalmente rodeado de murallas de las que aún se ven restos entre las casas, y puede estudiarse su trayecto. Poseía cuatro puertas de acceso (la de Bolarque, la de Santa María de la Cabeza, la de Albalate y la de Zorita), de las que solamente quedan en pie la segunda, frente al Cementerio, rodeada de jardines, y la última de ellas, obra de fuertes características constructivas, con arco apuntado y bóveda de cañón también apuntada, entre dos gruesos pilares de sillarejo, obra del siglo XIII.

La antigua ermita de la Virgen de la Luz se encuentra en el extremo norte del pueblo, junto a lo que fue puerta de Bolarque. Aunque hoy está convertida en almacén y algo maltratada, pueden admirarse en ella dos puertas de cuidada talla, especialmente la que mira al sur, sin duda la principal, en la que junto a una hornacina vacía, lucen dos escudos de la Orden de Calatrava, y en el dintel una leyenda que nos recuerda que se hizo en 1610, siendo gobernador del partido de Zorita don Luis de Vargas Andrada.

La Plaza Mayor es un bello entorno urbano, con edificaciones soportaladas, jardines y el nuevo Ayuntamiento construido en 1975 que guarda en cierto modo una relación tradicional con el resto de los edificios. Se levanta junto a la plaza un antiquísimo caserón de semicircular arco adovelado y escudo heráldico muy borroso, que demuestra ser obra del siglo XV. También allí junto está la torre del reloj, sencillo elemento que, en sillar y sillarejo, eleva su silueta para servir de centinela y avisador (hoy con reloj, antiguamente con campanas) del pueblo. Sobre su muro de poniente hay una placa de piedra tallada que muestra las armas de Castilla y una leyenda que explica fue alzada en 1590, siendo gobernador del partido de Zorita don Juan de Céspedes. Muchas otras casonas y edificios antiguos, de traza popular, o noble, existen por el pueblo. En la plaza de arriba, a la que se entraba por la ya derruida puerta de Albalate, se ven varios edificios de sillar, con arcos adovelados, del siglo XV; y otros más, con decoraciones de bolas, almenas, escudos, portalones, etc., se distribuyen por el pueblo, que bien merece un detenido paseo a pie para saborear estos hallazgos.

Llegan los viajeros ante la iglesia parroquial. Y en seguida se percatan de que es obra sin terminar. Comenzó su construcción en los últimos años del siglo XV, y de entonces data la portada principal, orientada al sur, tallada en piedra caliza de muy mala calidad, que ha resultado desgastada y dañada por los elementos. Modernamente se le puso un tejaroz para protegerla, continuando el atrio porticado que corre sobre el muro meridional del templo. Esta portada se conforma de alto alfiz que engloba el ingreso, formado de cuatro arcos superpuestos, semicirculares, decorados de bolas, cardinas, baquetón y numerosos elementos de iconografía gótica (animales, quimeras, niños, frutas, etc.) todo ello bajo un último arco que se abre florenzado, guarnecido de cardinas y grandes cardos en las puntas, muy poco utilizado y plenamente incluido en el estilo gótico‑isabelino. Los arcos descansan sobre breves capiteles y columnillas adosadas, recubiertas también de profusa ornamentación gótica. En las enjutas se ven sendos escudos tallados de la Monarquía castellana y la Orden de Calatrava. Guarda una indudable relación de parentesco con la portada de la parroquia de Albalate, hasta el punto de poderse afirmar que se deben al mismo, y desconocido, artista. De la primitiva construcción solo se llegó a levantar el ábside. De gran altura, planta poligonal, muros de sillar con contrafuertes, flameros, ventanales y moldurajes de gran efecto, todo ello en el mejor estilo del gótico último, que tanto se utilizó en Castilla durante la primera mitad del siglo XVI. Abandonado el primitivo proyecto, que se puede contemplar detalladamente pasando por una puertecilla tras el altar, el templo quedó reducido a un simple ámbito de tres naves con pilares revocados de yeso separándolas y una cubierta abovedada sin relieve alguno.

Es un elemento importante y muy bien cuidado el antiguo Colegio y Convento de los Jesuitas, gallardamente barroco. En su interior, de una sola nave, aparecen los policromados escudos de Goyeneche y marqueses de Belzunce, protectores de este convento jesuítico, y en el suelo del templo se ven algunas lápidas funerarias de nobles allí enterrados, incluso con escudos heráldicos. Una de ellas corresponde a don Juan de Escudero, fundador y primer protector del Colegio, hijo del escritor Matías Escudero de Cobeña, que en el siglo XVI escribió su «Relación de Casos notables», interesante documento sobre la villa de Almonacid en aquella época.

Fuera del pueblo, a poniente del mismo, se ve el gran palacio de los condes de San Rafael, obra del siglo XVIII, con buena portada de rebuscadas molduras, escudos heráldicos tallados, muchas ventanas con buenas rejas y muros de aparejo de piedra y ladrillo.

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Mas allá se ve el antiguo humilladero gótico formado por cuatro recios pilares que forman cúpula apuntadas, como los arcos que unen entre sí dichos pilares. Y junto a él se levanta el gran convento de monjas concepcionistas, hoy ya deshabitado. Está cerrada la puerta de su templo, la del convento e incluso se ha vallado el conjunto, incluyendo el atrio porticado, de grandes proporciones. Es por ello que no puede contemplarse el interior, de elegante abovedamiento. Todo allí da imagen de ruina y abandono. Es una pena, porque aquel fue lugar rico y pleno de artes. Los Goyeneche ayudaron, y aún antes Juan Bautista Vázquez y Juan Correa de Vivar tallaron en el siglo XVI un gran retablo que hoy está en Oropesa de Toledo. Merecería una restauración, y, sobre todo, evitar en lo posible su más que inminente ruina. En cualquier caso, una mañana bien aprovechada la de los viajeros que se acercaron, invitando a otros que hagan lo mismo, hasta Almonacid en plena Alcarria baja de olivares y tajos…