Nueva cara para Guadalajara

lunes, 5 mayo 2003 0 Por Herrera Casado

La efigie de Antonio Buero Vallejo en el Paseo Fernandez Iparraguirre de Guadalajara

 En esta semana se inauguran en nuestra ciudad, a lo largo del paseo de Las Cruces, las estatuas de nueve personajes que han tenido que ver y mucho con la historia y el desarrollo de nuestra ciudad. Va a ser como soltar sobre el nuevo pavimento del paseo (al final, y después de tantas protestas cuando se puso, gusta a todos…) nueve biografías cuajadas en bronce. Un alegrón para cuantos siempre hemos pensado que una “ciudad de estatuas” es siempre una ciudad culta, que expresa respeto por sus gentes señaladas, y que sabe recordar y aplaudir la memoria de los mejores. Lástima que en la nuestra, muchas estatuas reciben de vez en cuando no las iras, sino la memez de algunos noctámbulos que en el paroxismo de su aburrimiento las pintan de colores y las disturban.

Nuestro Ayuntamiento se ha sabido poner, una vez más, del lado de la cultura, del respeto a la tradición y a las auténticas esencias de la ciudad que gobierna. Y lo ha hecho con el rotundo lenguaje de las estatuas, de pequeños bustos sobre pedestales de piedra, con los que quiere amenizar la vista de los paseantes por las Cruces, y decir a cuantos nos visitan, y a cuantos de aquí que aún no saben la riqueza de gentes con que nuestra historia cuenta, que nos sobran personajes para memorar y poner en publica muestra. Ahora solo decir de ellos tres palabras, porque son nueve y declarar las biografía de cada uno sería aburrir a mis lectores, e incluso ahuyentarlos de la noticia grata que ahora supone esta inauguración. Ya en ocasiones anteriores he puesto en largas frases sus vidas, y quizás en próximas semanas puedan volver para que todos sepan, pasando la vista sobre los escritos, por qué subieron al pedestal estos nueves arriacenses.

Izraq Ibn-Muntil

Es el profesor de Historia, Antonio Ortiz, quien nos da primera noticia de este personaje, y nos dice que también es el primer guadalajareño del que la historia hace público su nombre. En su magnífica “Historia de Guadalajara”, Ortiz García nos dice que hacia el año 863 la ciudad y comarca de Guadalajara tenía por walí a un tal Izraq Ibn Muntil. “Quien al verse en apuros por el ataque de Musa, un rebelde andalusí, -dos dice Ortiz- se aprestó a la defensa de su territorio y Musa, para ganárselo, le ofreció matrimonio con una hija suya. Aceptó el trato Izraq pero, celebrado el matrimonio, viajó secretamente a Córdoba a asegurar su fidelidad al emir Muhammad. Cuando las tropas de su suegro atacan de nuevo la comarca, Izraq sale del alcázar de Guadalajara y se enfrenta con el caudillo muladí en singular combate (que debió realizarse en el barranco del Alamín) y le hiere gravemente. Musa debe retirarse con sus tropas hacia Tudela, muriendo en el camino”. Solo eso sabemos de Izraq, gobernador musulmán de la ciudad hace mil doscientos años… pero es un buen motivo para ponerle en nuestra memoria, vivo y mirando.

Alvar Fáñez de Minaya

El conquistador de la ciudad a los árabes, un 24 de junio de 1085, y para quien siempre pedimos la estatua que muchos otros legendarios guerreros tienen en sus respectivas ciudades. Alvar Fáñez, primo del Cid, fue gobernador de castillos y ciudades por la Alcarria, y a Guadalajara la puso en el camino de la cultura occidental en la que todavía vive.

Mosé ben Sem Tob de Leon

Es el autor del “Libro del Esplendor” o Séller ha-Zohar, el auténtico cánon de la Qábbala, suma de los escritos sagrados del judaísmo, recopilados de la más remota antigüedad, y que este autor va poniendo en forma de disputa rabínica, para alentar a su conocimiento, observancia y final consecución de la beatitud y alianza con Dios. En ese libro, el autor guadalajareño (aquí nació y aquí vivió muchos años, escribiendo su gran obra) cuaja la identidad del pueblo judío en la diáspora, y en sus páginas inicia un poderoso sentimiento de unidad, de seguridad en ese pueblo judío, de tradición y destino. La obra suma de su vida la escribió en este lugar, entre 1275-1285, en idioma arameo y hebreo, aunque se sabe que Mosé ben Sem Tob se expresaba cotidianamente en romance castellano.

El Marqués de Santillana

Aunque nacido en Carrión de los Condes, don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana, vivió largos años en sus grandes casas de Guadalajara (situadas donde hoy se alza el palacio del Infantado) y aquí escribió sus poesías y tratados, leyó y tradujo a los clásicos, y conformó una familia y un linaje que, ya muy poderoso, desde nuestra ciudad irradió en política, cultura y arte una influencia indiscutible en toda Castilla. Murió aquí, y aquí (en San francisco) fue enterrado.

Nuño Beltrán de Guzmán

De familia arriacense, y aquí nacido, viajó a la recién ocupada América con Hernán Cortés, y allí se dedicó a tareas de descubrimiento de nuevas tierras, en el oeste del continente americano, especialmente en la parte occidental del actual Méjico, y al sometimiento de tribus y colectividades de nativos. A mediados del siglo XVI fundó en territorio de Jalisco, la ciudad de Guadalajara, en homenaje a esta europea en la que había nacido. Hoy nuestra hermana americana es ciudad que sobrepasa los seis millones de habitantes, una de las poblaciones más grandes del Nuevo Continente, y todos en ella recuerda a don Nuño.

Francisco Fernández Iparraguirre

Farmacéutico y lingüista, profesor del Instituto, animador de la cultura de la ciudad a comienzos del siglo XX, fue el propagador en España del primer idioma que se quería hacer universal, el Volapük. Murió muy joven, y dejó imborrable huella entre quienes le conocieron, de tal modo que en esos días, hace casi un siglo, al espacio que se alargaba más allá de la iglesia de San Ginés le pusieron por nombre el de este simpático profesor, al que hoy vemos también concreto en bronce.

María Diega Desmaissières y Sevillano

La Condesa de la Vega del Pozo, duquesa de Sevillano y marquesa de los Llanos de Alguazas, la mujer más rica de España en su época (a comienzos del siglo XX) construyó en Guadalajara un conjunto de edificios que le han dado carácter y han proporcionado asombro a generación tras generación. Aunque nació en Madrid y murió en Burdeos, “la señora” hizo tanto por Guadalajara que cuando murió le llevó coronas hasta la CNT.

Antonio Buero Vallejo

Escritor, dramaturgo, hombre de artes y letras que nació en Guadalajara a comienzos del siglo XX y en esta ciudad se le ha recordado de muchas maneras, todas elogiosas, pues es un honor para todos que aquí naciera. Además de llevar su nombre el gran Teatro Auditorio recién inaugurado, y tener en su vestíbulo un busto enorme del escritor, ahora en Las Cruces vuelve a asomar su sonrisa tímida.

Camilo José Cela

El gallego universal, Premio Nobel de Literatura, que ya cuenta con una calle dedicada en los barrios del sur, pero que por el elogio de la tierra, su amor probado a ella, y ese “Viaje a la Alcarria” que universalizó el conocimiento de nuestra ciudad y la comarca que la rodea, se ha hecho acreedor a este público y común homenaje.

Son todos los que están, por supuesto, aunque no están todos los que son. Porque si se trata de recordar a los buenos, a los que hicieron algo importante por esta ciudad, aún faltan varias estatuas. Una de ellas, y espero poder verlo, la que tendremos que ponerle un día al alcalde que ahora ha inaugurado esta galería, a José María Bris, que después de sus diez años de alcaldía, los mejores quizás de toda la historia de la ciudad, es ya “carne de estatua” aunque él no lo quiera.