Una joya en la Feria

viernes, 25 abril 2003 0 Por Herrera Casado

 

Panteón de la condesa de la Vega del Poz y duquesa de Sevillano

Se celebra estos días la quinta edición de la gran Feria del Comercio, la Industria y el Turismo de Guadalajara. Un certamen expositivo en el que cada año se suman más empresas y emprendedores, en demostración palpable de cómo la fisiología de la dinamización social prende más por el ámbito de la iniciativa particular que por el de los estamentos oficiales.

Y en ese vaivén de cosas nuevas, a la industria grande y a la pequeña empresa se va sumando el auge del Turismo, que aquí es rural, cultural, de fin de semana, de interior, etc. Un turismo que no lleva colgado las tres eses del clásico turismo de playa, que movió y sigue moviendo multitudes, sino un turismo reposado, fértil también, y muy dinámico en el conjunto de la economía provincial.

Como elemento que preside la EXPO Guadalajara, y seguramente ya por último año, pues se están dando los últimos toques al nuevo recinto ferial que irá al otro lado de la Nacional II, nos surge en el horizonte de las carpas y los stands  la solemne silueta del Panteón de la Vega del Pozo, la joya de la ciudad, a decir de muchos, el imborrable recuerdo que la mayoría se lleva de Guadalajara cuando alguien se lo ha enseñado, o han tomado el dato en alguna guía y se han subido las escalinatas blancas de la imponente edificación. Hay muchas, cada vez más, personas que cuando les preguntan cual es el mejor, el más hermoso edificio de Guadalajara, no tardan un segundo en contestar: el Panteón de la Condesa..! Esto suelen decirlo las que lo han visitado. Las que no lo han hecho, normalmente contestan que “el palacio del Infantado” ¿Porqué será?

Sería ocioso, incluso imprudente, que yo me decantara aquí por alguno de esos dos edificios, como el mejor de la ciudad. En cualquier caso, no arriesgaría otra cosa que mi gusto, y supongo que expresar libremente las opiniones no es ningún delito. Me parecen igual de hermosos los dos. Igual de grandiosos. Lo suficientemente admirables como para (según la clasificación que de los monumentos hace la Guía Michelin) “merecer por sí mismo un viaje”.

El Panteón de la duquesa de Sevillano y condesa de la Vega del Pozo, al final del paseo de San Roque, sobre las cúpulas ya verdeantes de los árboles, en esa especie de atalaya luminosa de la ciudad que son nuestros parques tradicionales, es todo un lujo para Guadalajara. Las monjas Adoratrices, que además de propietarias del conjunto arquitectónico, son sus cicerones y primeras admiradoras, dicen que lo visita muchísima más gente de fuera que de dentro de Guadalajara. Lo creo, porque la mayoría de los alcarreños/arriacenses no ha entrado nunca en ese santuario del brillo, la marmolería y la expresión artística “a lo grandioso”. Debería hacerlo, porque no sólo le permitiría juzgar con conocimiento de causa, sino que le serviría, sobre todo, para estar un poco más orgulloso de su ciudad, que tiene este conjunto de edificios, que la hacen meca de muchos viajeros y curiosos. En buena medida, no nos engañemos, el turismo de día que recibe Guadalajara está condicionado por el Panteón de la Duquesa de Sevillano y su fundación de San Diego.

La Fundación y Panteón de la Duquesa de Sevillano

Voy a dedicar las siguientes líneas a describir (y encomiar, una vez más) este conjunto arquitectónico que le da lustre a la ciudad de Guadalajara. Aprovechando que en estos días muchos lo van a ver desde lejos, y estoy seguro que más de uno de mis lectores va a aprovechar la visita a la EXPO para entrar, por fin, a verlo, voy a escribir sobre él porque quiero proclamar el valor que ese patrimonio arquitectónico tiene, y cómo merece primero la admiración de sus paisanos, y luego su cuidado y protección.

A finales del siglo XIX, doña María Diega Desmaissières y Sevillano, mujer riquísima y muy heredada en tierras de Guadalajara, donde su familia (los Condes de la Vega del Pozo) residía desde algunas generaciones anteriores, decidió emplear gran parte de su caudal en levantar una Fundación que acogiera, en plan benéfico, a los ancianos y desasistidos sociales alcarreños, al mismo tiempo que construía su propio enterramiento con una grandiosidad inigualable.

La Fundación (de San Diego de Alcalá, que así la tituló en homenaje a su santo patronímico) se constituye por un conjunto de edificios y espacios que articulan una interesantísima colección de muestras del arte del eclecticismo de finales del siglo XIX. Fue trazado y construido por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, entonces reputado entre los mejores del país, a partir de 1887. Comprende el conjunto una serie de espacios en los que aparecen patios, huertos, terrenos de secano, jardines y paseos, entre los que surgen los diversos edificios, como el central o asilo propiamente dicho, la iglesia, el panteón, otros edificios menores para depósito de aperos, de agua, de grano, alojamiento de servidumbre, jardineros, etc., y rodeado todo ello por una valla o cerca espléndida, que en su parte noble muestra, dando al parque de San Roque, una portada con elementos simbólicos, y una gran reja artística de hierro forjado.

Pero es muy significativa la auténtica unidad de todo el conjunto, que revela una idea directora, no sólo en su concepto arquitectónico y urbanístico, sino en el significante y simbólico.

De toda la Fundación, ningún alcarreño debería dejar de admirar el panteón de la Duquesa de Sevillano, gran edificio de planta de cruz griega, ornamentado al exterior en estilo románico lombardo, con profusión en el empleo de todos los recursos ornamentales y constructivos de este arte. Se cubre de gran cúpula hemisférica con teja cerámica, y se remata en enorme corona ducal. Su recinto interior, al que se accede por magna escalinata, es de una riqueza suma, en la profusión de mármoles y piedras nobles de todas clases, con variedad infinita de recursos decorativos, en capiteles, muros, frisos, etc. Cubre la cúpula una composición magnífica de mosaico al estilo bizantino; sobre el altar mayor, un Calvario pintado sobre tabla, de Alejandro Ferrán. En la cripta, el enterramiento de la fundadora, obra modernista de gran efecto, en mármol y bronce, del escultor Ángel García Díaz.

En el edificio central de esta Fundación de San Diego, destaca su gran fachada de piedra caliza blanca, de grandiosidad renacentista pero con detalles estilísticos románicos, en esa mezcla de estilos tan característica del eclecticismo finisecular, y en su interior merece verse el patio central, que utiliza la planta cuadrada, rodeado en sus cuatro costados por arquerías semicirculares en dos pisos, sustentadas por pilares y capiteles, en un revival románico espléndido, conformando un espacio cuajado de belleza y romanticismo.

Todo el edificio abunda en detalles ornamentales de interés, conseguidos con la mezcla decorativa del ladrillo, la piedra blanca y la cerámica. Debe admirarse, en fin, la iglesia dedicada a Santa María Micaela, tía de la duquesa constructora, y fundadora de las Religiosas Adoratrices. Hoy parroquia del barrio de Defensores y las colonias de chalets de aquel entorno, esta iglesia es edificio de estilo románico al exterior, aunque en el interior sorprende la magnificencia de su abundante decoración mudéjar, con reproducción de modelos de frisos y mocárabes del palacio del Infantado, iglesia de San Gil y otros edificios arriacenses. Presenta también extraordinario artesonado de estilo mudéjar. Es de una sola nave y de tres ábsides semicirculares que abocan al presbiterio.

Para quien haya seguido hasta aquí la descripción y proclama que he hecho en favor de este conjunto de edificios, puedo añadir que el Panteón lo enseñan las monjas Adoratrices que lo tienen a su cargo, estando la iglesia abierta al culto parroquial. Esta obra capital del arte moderno puede verse cualquier día, pero especialmente sábados y domingos, a partir de las 11 de la mañana, y por la tarde, hasta que haya luz. Las monjas adoratrices estarán encantadas de que los alcarreños “suban” hasta allí a ver tanta maravilla, y ello les sirva para recordar la bondad, la generosidad sin límites de “la señora”, de doña María Diega Desmaissières y Sevillano, que tantos dineros dedicó, aquí y en otras partes de España, en favor de los necesitados.