Pastrana se abre al mundo
Dentro de poco tiempo se va a inaugurar definitivamente el Palacio de Pastrana, el de los duques y la princesa de Éboli, ese hermoso y trascendental edificio que siempre inquietó a quien lo vio por fuera, y se mantuvo en el mayor de los secretos por dentro. Y se va a abrir, a Pastrana y al mundo, hecho un edificio nuevo, aun manteniendo la esencia total de lo antiguo.
De la mano y la sabia palabra de su arquitecto restaurador, Carlos Clemente San Román, y acompañado del alcalde de la villa Juan Pablo Sánchez Sánchez-Seco, verdaderos motores de esa larga y difícil recuperación, he tenido la gozosa oportunidad de andar patios y subir escalones, de recorrer salas y echar el cuello hacia atrás para extasiarme bajo los artesonados espléndidos que parecen haber regresado de un “más allá” de cuatro siglos en los que estuvieron negros, podridos, olvidados. El palacio ducal de Pastrana es ya una realidad nueva, espléndida, y a la que adivino un futuro brillante, que redundará sin duda en la vida futura de la villa. Va a cambiar, en 180º, el devenir de la población y de sus gentes. Cualquiera que lo visite, lo vea con detenimiento, calibre sus posibilidades, se dará cuenta de esto que digo: el palacio pastranero va a ser el motor de un renacer de este pueblo. Y todo ello se ha hecho con tranquilidad, sin prisas, con la paciencia del orfebre que talla su joya, del pintor miniaturista que mima cada perfil.
Podría repetir aquí noticias que en otras partes ya he dado sobre este palacio. En mis libros sobre Pastrana, sobre la Princesa de Éboli, sobre la Alcarria, he comentado con cierto detalle los datos que hacen a este palacio algo singular sobre el patrimonio alcarreño. La noticia que apareció, hace ahora diez años, de que fue el gran arquitecto castellano Alonso de Covarrubias quien diseñó y dirigió este edificio, la recibimos en su día del historiador Aurelio García López, quien ha seguido ahondando en el conocimiento de esta pieza, hasta el punto de que sabemos tiene acabada también una magna obra que titulará “Historia del palacio ducal de Pastrana” y que también verá pronto la luz.
Datos para un palacio
Doña Ana de la Cerda, primera señora particular que tuvo en propiedad la villa de Pastrana (por compra de la misma a la Orden de Calatrava) inició en 1542 la construcción de este palacio-fortaleza que encargó a Covarrubias. Su construcción duró hasta 1580, porque hubo parones y pleitos, y en todo caso, nunca llegó a concluirse según las trazas iniciales del arquitecto toledano. El palacio ducal de Pastrana fue más bien un ensayo o entretenimiento de Covarrubias, en pleno periodo creativo de dos de sus más geniales obras: el hospital Tavera y el alcázar de Toledo. De ambos edificios lleva influencia la casona de Pastrana: su estructura cerrada, con patio central, y sus cuatro torres esquineras, más la portada escoltada de columnas y rematada por frontón heráldico. Si bien lo concibió como una obra muy equilibrada, a base de una planta rectangular, patio central y torres en cada esquina, las dificultades y problemas legales en los años sucesivos llevaron a la obra a ser terminada con tan sólo las dos torres delanteras, pues las posteriores fueron protestadas por los franciscanos y vecinos de la villa.
Su cuerpo principal, torres, decoración interior y jardín posterior, se hicieron en vida de la primera señora de Pastrana, Ana de la Cerda. Tanto su hijo don Gaspar Gastón de la Cerda como sus sucesores en el señorío, los Silva y Mendoza, no hicieron sino mantenerlo y habitarlo por temporadas. En él se hizo el recibimiento, en 1569, a Santa Teresa de Jesús, cuando vino a Pastrana a fundar sus conventos, y en él estuvo, en la torre de levante, retenida y prisionera la princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y de la Cerda, entre 1581 y 1592, por orden de Felipe II. Sus hijos y nietos ocuparon en alguna otra ocasión los salones de palacio, pero muy circunstancialmente.
Siempre en manos privadas, primero de los Silva y Mendoza, de los duques del Infantado, luego de los jesuitas, de los obispos de Toledo y Sigüenza, finalmente ha sido adquirido por la Universidad de Alcalá, y ahí ha iniciado esta nueva andadura, con el apoyo siempre de ese gran rector que ha sido Manuel Gala. Su idea, casi quimérica, se ha completado. Su puesta en marcha, para muy pronto, será un aldabonazo para la villa, la comarca de la Alcarria, la provincia entera. Será una muestra de bien hacer y de planteamiento riguroso de ideas grandes de progreso e instalación en un nuevo siglo.
Las sorpresas del palacio
Todo han sido, para mí, sorpresas al entrar en el recinto de los Silva y Mendoza. Aparte de la restauración de la fachada, que es de esas que casi ni se nota, pero contundente y total, porque ha eliminado hiendas y problemas, viejos problemas estructurales, todo son sorpresas en el interior: la primera, el zaguán, donde se ha construido una escalera de dos laterales, que suben al visitante hasta el nivel del patio, que está algo por encima del de la plaza. Desde el zaguán, y como antiguamente se pasaba a las caballerizas, hoy se accede a los dos grandes espacios que en esos lugares se han creado: a la derecha un moderno restaurante; a la izquierda, una soberbia sala de conferencias. En ambas se han conservado en los laterales los pesebres de los caballos. Nada menos que 35 animales cabían en cada sala. Un total de 70 caballos para uso del duque, su familia y criados. Eso sí era un lujo en el siglo XVI, una señal inequívoca de opulencia…
Después subimos la escala y accedemos al patio. Un mundo nuevo habita allí, bajo el gran lucernario que le remata y brinda tamizada la luz de la tarde. El corral que fue siempre este patio nuca terminado, probablemente ni siquiera proyectado, ha sido hoy rematado. Y de qué manera: cubierto totalmente, iluminado en su centro, los paramentos de sus galerías son inmensos paneles de cristal volado, que se sujetan a las altas columnas metálicas por apliques contundentes. Los arquitectos Fernández Alba y Clemente San Román han conseguido aquí la creación de un espacio lúcido y simple, amplio, valiente. Han cumplido su misión al cien por cien: han dado vida a un espacio nuevo en el interior de un viejo y cerrado edificio.
Pero las sorpresas siguen. Tantas, que aquí no hay lugar a describirlas. Lo dejaremos para otro día, en detalles. Solo repetir aquí que el palacio ducal de Pastrana (“Hotel Palacio Ducal” lo ha titulado ya la Universidad) está llamado a ser la verdadera sorpresa y la demostración palpable, sin falsos discursos ni sesgadas interpretaciones, de lo que vale un amor sincero a un pueblo, una dedicación constante y personal al mismo, un buen uso de los fondos públicos, un saber contar con los mejores, un planteamiento de futuro claro y preciso, unas ganas reales de mejorar nuestra tierra y ponerla en el camino de la modernidad. Todo eso se me venía, corazón y pasión en la mano, al recorrer las escaleras, los soberbios salones de rehabilitados artesonados, los muros de azulejería renacentista, las habitaciones del gran hotel, con un detalle distinto y asombroso cada una… a la Universidad le corresponde dar ya el servicio que ese edificio está ofreciendo. Y al pueblo de Pastrana, y a la provincia toda, alegrarnos y aplaudir. Porque es lo primero, casi lo único, que se le ocurre a quien vio tanta ruina tantos años, y ahora ve esta luz, esta maravillosa sinfonía de espacios y promesas.