La Ruta de los Giraldos

viernes, 31 enero 2003 1 Por Herrera Casado

 

En estos días está teniendo lugar en Madrid la FITUR de este año, la muestra del Turismo español, la Feria de los colores que tiene nuestro país. Colores y ofertas, posibilidades para viajar y mirar. Y un año más la presencia de Guadalajara es amplia y atractiva, porque teniendo lo mismo de siempre, se ha aprendido a enseñarlo, a decírselo a los demás.

No hay nada de lo que se enseña en FITUR que no estuviera con nosotros hace 25 años. O cien. Bueno: hace cien años había muchas más cosas, pero se destruyeron. Hoy se ha acicalado lo que queda, se ha restaurado, tiene mejor color. Guadalajara es una fiesta de los sentidos. Por fin empieza la gente a darse cuenta.

Y puestos a dar pistas, se me ocurre que una ruta que podría intentarse para ligar en un solo viaje la imagen pareja de tres monumentos, sería la “Ruta de los Giraldos”. No estoy muy seguro de que esto no se le haya ocurrido, y la haya mostrado alguna vez, a mi compañero de página, José Serrano Belinchón. Yo creo que sí. Pero en cualquier caso es este un buen momento para refrescarla, para hacerla otra vez viva bajo los pies de los viajeros que quieren entrar en Guadalajara y entenderla a través de sus edificios más llamativos.

Qué son los giraldos

Todos conocen a la más famosa de las Giraldas, la torre almohade que sirve hoy de campanario a la catedral de Sevilla, y que afortunadamente los conquistadores de la ciudad, en la remota Edad Media, tuvieron el buen gusto de no derribar. Muy aderezada con los tiempos, muy mezclada la estética bereber con la barroca hispana (que tienen mucho en común, aunque no lo parezca) se la puso un remate consistente en una imagen de la Fe en bronce, joven y portadora de una banderola, sobre un eje moviente que daba vueltas sobre sí mismo a impulsos del viento, lo que suponía ser una veleta, ni más ni menos. Esa moda de las veletas historiadas, personificadas, se extendió por España en el siglo XVIII, y aparecieron varias, progresivamente más complejas, en lo alto de las más elevadas torres eclesiales.

En la provincia de Guadalajara, y en algunos de sus pueblos más sencillos y recónditos, también se pusieron veletas historiadas, señalizadores del viento en imagen humana. Eso ocurrió, o al menos su huella ha llegado hasta nuestros días, en tres lugares: Arbeteta, Escamilla y Molina de Aragón. Como los tres templos que las ostentan se encuentran en la parte oriental de la provincia, puede constituirse con ellas una auténtica “Ruta de los Giraldos” o veletas historiadas.

A las dos primeras, que no están lejos entre sí, se las ha añadido una leyenda común, que las entronca en amores: al giraldo de Arbeteta, un varón con traje de soldado, le llaman “el Mambrú”. Y a la veleta de Escamilla, una joven abanderada, “La Giralda”. En la distancia más remota, quizás desde sus propias alturas, se ven mutuamente. Y de ahí surgió la leyenda de que eran dos enamorados a los que una maldición condenó a estar viéndose siempre, pero tan lejos, tan lejos, que apenas si se adivinan entre sí, en los días claros. La última, el Giraldo de Molina, es una especie de guerrero o San Miguel que alza su bandera rodante sobre los tejados del templo franciscano de la capital del Gallo.

Viaje a los Giraldos

Así es que vayamos por partes, pongámonos en camino, y lleguemos a la Alcarria. El primero de nuestros destinos es Arbeteta, a donde se llega desde Cifuentes y Trillo, subiendo por la carretera que siempre llamaron allí “de la sierra”. Al llegar comprobamos que sobre la llanada de la tercera meseta alcarreña (la que media entre los valles del Tajo y el Guadiela) asienta este pequeño pueblo, en lo más alto de inicial vallejo o barranco que, cuajado de pinos y roquedales va a llevar en su fondo las aguas de débil arroyo hasta el Tajo, frente a Carrascosa. Su término es rico en paisajes muy interesantes, con densos bos­quedales y ramblas que fluyen hacia el río Tajo.

La iglesia parroquial de Arbeteta es obra sencilla del siglo XVIII, y de ella lo más destacable es la torre, construida de recia sillería y con múltiples moldurajes y exornos barrocos. Tiene tres cuerpos: el inferior de mampostería con sillar en las esquinas; el segundo de planta cuadrada con huecos para grandes cam­panas; y el último de planta octogonal con vanos para campanillos, rematando en artístico chapitel que se corona con una veleta de madera forrada de planchas de latón y repre­sentando un granadero que ondea un banderín con una cruz, y que las gentes del pueblo llaman el mambrú recordando al general Malborough que peleó en España junto con los ingleses en la guerra de Sucesión. La leyenda de que hablaba antes pone en relación a este mambrú de Arbeteta con la similar veleta de Escamilla, su Giralda. Esta torre presenta diversas tallas barrocas, y en su cara norte se lee con grandes letras: AÑO FANDO ME FECIT ‑ 1787 por lo que se colige fácilmente el nombre del arquitecto de la torre: se trata del arquitecto Miguel Mateo Fando, activo a finales del siglo XVIII, y autor de las tres torres que ostentan giraldo en su cima, a más de la “picotilla” o cipo conmemorativo del Camino Real que pasa por Torija, y que aún se ve a la salida de este pueblo castillero.

En el interior de la iglesia de Arbeteta, de una sola nave, con coro alto a los pies, bóveda encañonada y amplio crucero, destacan el Cristo de la Vera Cruz, un San Antonio barroco y una buena talla del siglo XVI de la Cruz del Cerro, apareciendo también en el suelo del crucero una lápida sepulcral del siglo XVIII conteniendo los restos de Baltasar Carrillo y su mujer, señores del pueblo. Esta figura del mambrú fue destrozada por una descarga eléctrica en una tormenta veraniega, y posteriormente rehecha por el artesano de Alcolea García Perdices. Tal como hoy la vemos se colocó en 1988.

Cerca está Escamilla, un importante enclave de la Alcarria oriental. Se sitúa en lo alto de una paramera, casi en el borde de la meseta alcarreña que media entre los valles del Tajo y el Guadiela. Se coloca en la vaguada que inicia un arroyo, que entre olivares y huertos irá a dar en el arroyo del Garigay, el cual a su vez desaguará en la orilla derecha del río Guadiela. Paisaje mesetario en los altos, de cereal y chaparros; y paisaje más alegre, de tomillares, choperas, huertos y viñedos por la vertiente del monte que cae al valle del Guadiela (la antigua Hoya del Infantado). La situación de Escamilla con amplias vistas sobre los valles alcarreños, es muy buena y estratégica. La iglesia parroquial es obra notable de la arquitectura neoclásica, y ha sido declarada no hace mucho monumento de Interés Histórico-Artístico. Destacan al exterior sus fachadas de mediodía y poniente, así como la magnífica torre. Consta esta de cuatro cuerpos, y se sitúa en el ángulo noroccidental del templo. El primer cuerpo se forma de lisos paramentos, con aspillerada ventana al norte y puerta de marcado sabor neoclásico a poniente, con hornacina superior, molduras y adornos geométricos, y buena guarnición de clavos en las hojas. El segundo cuerpo de la torre se inicia con cuatro remates geométricos en las esquinas que condicionan la planta octogonal de dicho cuerpo. Sobre volada cornisa asienta el tercer cuerpo, en el que se abren los cuatro huecos para las campanas. En el cuarto cuerpo aparece una balaustrada rematada en florones rodeando el elemento central, octogonal y con huecos, que se eleva a base de repetidas molduras, pináculos y otros elementos hasta rematar en una figura de hierro, la Giralda, gigantesca veleta que tal como ahora luce fue construida por los Talleres Estalda de Guadalajara en 1981, para sustituir a la antigua, que era de madera de sabina, y que hacia 1960 también se le llevó un rayo. La fachada principal es obra muy sencilla de estilo neoclásico: consta de arco semicircular, muy elevado, flanqueado por muros en los que apoyan sendos pares de columnas, rematando todo en arquitrabe moldurado con dentellones, y en su centro una gran hornacina vacía. Todo el conjunto está construido en buena piedra blanca, de sillería, consiguiendo un efecto único de majestuosidad que la hace figurar por derecho propio entre las más destacadas iglesias de la provincia de Guadalajara.

El interior de esta iglesia es también de gran interés: consta de tres naves, más alta la central que las laterales, cubierta aquella por bóveda de crucería cuyos arcos surgen de gruesos pilares cilíndricos rematados en capiteles historiados, en los que aparecen ángeles y figuras bíblicas, modernamente coloreadas. Coro alto a los pies; crucero rematado en gran cúpula semiesférica en cuyas pechinas aparecen pintados los cuatro evangelistas; toda ella se decora con yesería barroca policromada. En la pared del fondo del elevado presbiterio se ve un retablo mayor, de que sólo subsiste en su parte superior.

Finalmente, el viajero que busca giraldos llega a Molina, en lo alto de la paramera, si entra al Señorío desde el hondo foso del río Tajo, subiendo desde Escamilla a Villanueva de Alcorón y Zaorejas. En el convento de San Francisco, fundado a finales del siglo XIII por la quinta señora molinesa, Dª Blanca Alfonso. Lo que en principio fue un templo de puras líneas góticas, sufrió paulatinamente reformas que transformaron su interior en una amalgama de estilos y ornamentos. Un gran coro a los pies y en la cabecera sendas capillas de la familia Malo y de la de Ruiz de Molina, en severo estilo renacentista. La portada y la torre se construyeron en el siglo XVIII, en estilo barroco. En el remate de la torre se puso una gran figura metálica, que porta un estandarte y una cruz. El estandarte le sirve de pantalla para recoger el viento, y oficiar de velamen mayor para este barco quieto que es El Giraldo, el señalador de los tiempos y los vientos. También esta torre de Molina la construyó Miguel Mateo Fando, el arquitecto que se dedicó a levantar torres eclesiales por la Alcarria y sus aledaños.