Garcigil Manrique, de El Pobo, presidente de la Generalitat de Catalunya

viernes, 20 septiembre 2002 1 Por Herrera Casado

Nos hemos dedicado a recorrer las calles de El Pobo de Dueñas en el extremo más oriental del Señorío de Molina, ya donde se inician lejanas las alturas de Sierra Menera, que separan al viejo señorío de las tierras turolenses del ancho Jiloca. Aunque no lo parezca, el Pobo es un pueblo en cuesta. De origen muy antiguo, su nombre es romano, deriva de “pópulus”, el pueblo. Tiene El Pobo algunos viejos y orondos edificios, de piedra rodena y calicantos, dando unos contrastes fuertes y emocionantes en sus perspectivas urbanas. En medio del páramo del Pedregal, y en verano aún más, parece un lugar desértico, en el que acudirán las caravanas de camellos a reposar su fatiga bajo alguna aislada palmera o acacia. Y no es así. Conté en un momento hasta cuatro fuentes repartidas por las calles, todas activas y bien talladas. La de abajo, la que está junto a las huertas, es una señora fuente con hondo manadero y larguísimo abrevadero.

En la semipenumbra de la iglesia, a la que se entra por semicircular arcada ornada de bolas adheridas a las arquivoltas (parece románica pero no lo es) se ven retablos, lamparillas, cristos sufrientes y, en el muro del brazo norte del crucero, aparece tallado y pintado de colores un obispo tumbado todo lo largo que es, con su mitra y su báculo, sobre losa en la que aparece un escudo de armas timbrado del capelo episcopal. Es la tumba de don García Gil Manrique y Maldonado, segundón del linaje de los Manrique, que venían nada menos que del primer señor de Molina, don Manrique de Lara. El padre, con palacio y tierras en El Pobo, cedió el mayorazgo a su primogénito, y al segundo le mandó a hacerse eclesiástico. Y no le fue mal del todo. Porque la biografía de don García Gil Manrique (Garcigil que también llaman los historiadores, aunque él se firmaba exclusivamente don García) da para mucho, especialmente en los años finales de su vida, en los que vivió una vertiginosa secuencia que parece sacada de una narración de aventuras. Llegó, entre otras cosas, a ser Presidente de la Generalitat de Catalunya, ahí donde le ven, un molinés del Pobo…

Pero vayamos por partes. Aunque muy posiblemente nacido en El Pobo (otros dicen que en Molina ciudad, donde de seguro fue bautizado) en 1575, y tras pasar los años de la infancia en el palacio solemne de sus padres, marchó a Sigüenza a estudiar, y luego a Salamanca a hacerse doctor “en ambos derechos” y en Teología, llegando a dar clase como profesor en la dorada luz de Salamanca. Marchó luego a Roma, y allí ejerció como abogado en la Curia vaticana. De 1609 a 1619. ¡Qué momento de terciopelos y lámparas, de bravíos entablamentos y manieristas ventanas! Tras de esos años romanos fue nombrado obispo auxiliar de Cuenca, con el título de Obispo de Bizerta (una sede “in barbariae pars”, que es como muchos empiezan). Fue entonces nombrado también inquisidor de Zaragoza (los aragoneses pedían jerarquías de su tierra, y a don Garcigil le dieron por aragonés sin más problema) y luego Fiscal Supremo del Santo Oficio de la Inquisición, un terrible título que abría todas las puertas. Esto en 1626.

Pero le duró poco el cargo, porque en 1627 fue promovido al de Obispo de Gerona, y allí marchó. En el verano de ese año, pasó unos días en el caserón de su hermano mayor, en El Pobo. Después el viaje, tomando posesión de su mitra y haciendo entrada solemne el 5 de febrero de 1628. A poco de llegar, tuvo que intervenir en un pleito entre el Cabildo catedralicio y la parroquia de San Félix, fallando a favor de los parroquianos, lo que cayó tan bien entre la población, que, como sin quererlo, entró en política: le hicieron diputado de la Generalitat de Catalunya, y enseguida Secretario de la misma.

En 1632, don Garcigil fue elegido por todos los diputados como “Presidente de la Generalitat de Catalunya”, y corriendo parejas su carrera política con la eclesiástica, al año siguiente de 1633 y por fallecimiento de su anterior titular, fue nombrado Obispo de Barcelona.

Tanta sonrisa se iba a quebrar enseguida. La vida de Garcigil es expresión certera de la “rueda de la Fortuna” que los poetas medievales se empeñaron en recordarnos que existe, y que en ella todos estamos metidos. En sus manos estalló la bombarda. En mayo de 1640 se inicia la revuelta del Somatén, que es contestada por el levantamiento “dels segadors”. Y el 7 de junio se culmina la tragedia: el vierrey de Cataluña, duque de Santa Coloma, es asesinado de varias estocadas en el pecho y en el vientre. Felipe IV pone un sustituto (el duque de Cardona y Segorbe) que muere un mes después (envenenado?). Así las cosas, y como si el destino estuviera fraguando sus cifras inexorablemente desde mucho tiempo atrás, don Garcigil es nombrado Virrey de Cataluña, del Rosellón y de la Cerdaña. Jura su cargo el 3 de agosto, en la Catedral, y la Generalitat nombra nuevo presidente, en la persona del Canónigo Clarís. ¿Lo estaba esperando desde hacía tiempo? Un canónigo sustituyendo al obispo en el cargo político más ansiado para un catalán. Sentencia la revuelta el canónigo: dos semanas después entrega el país al rey de Francia.

Don Garcigil, delegado a todos los efectos de la monarquía hispánica en Cataluña, recibe órdenes de Madrid de que use la fuerza y el ejército. Pero Garcigil es un clérigo, y no quiere ser el protagonista y director de una guerra. Se niega, es destituido y relevado por el marqués de los Vélez. La Generalitat no acepta al nuevo, quieren que siga siendo Virrey su Obispo molinés… el caso es que nuestro personaje cae gravemente enfermo (no es para menos…) y en 1642 la situación estalla definitivamente: el Virrey en Cataluña del Rey de Francia le destituye y le expulsa. Y don Garcigil, sin entrar en mayores, sale de Barcelona y regresa…. al Pobo de Dueñas. Entre su Pobo y Madrid anduvo, siempre muy querido, y él triste de ver a su querida Cataluña sumida en una terrible “guerra de independencia” que solo causó tristezas y muertes.

Don Garcigil Manrique Maldonado murió en 1651 y fue llevado, ya muerto, a enterrar a la iglesia de El Pobo, donde él había dispuesto testamentariamente que se colocara su cuerpo bajo un mausoleo en el que apareciera su imagen tallada en piedra revestida de sus atributos sacerdotales y episcopales. Así se hizo, y hoy quien vaya podrá así verlo.

En 1919 fue Ricardo de Orueta, uno de los más destacados historiadores del arte español, quien en su libro de “La Escultura Funeraria Española” dedicado a las provincias de Cuenca, Ciudad Real y Guadalajara, da noticia y describe el enterramiento de don Garcigil en El Pobo. Dice así Orueta: Se encuentra colocado este sepulcro en el muro fron­tal de la capilla de Santa Ana, en la nave de la Epís­tola. La estatua, que tiene una longitud de dos metros, ha sido tan bárbaramente repintada hace pocos años, con tal profusión de purpurina barata y malos colores al óleo, y empleados con tan poca discreción y tan mal arte, que la han convertido en un triste mamarracho incapaz de producir más que risa, si no indignación y tristeza. Sin esos repintes tal vez fuera una estatua aceptable entre lo vulgar y corriente en el siglo XVII, con un marcado sello de fábrica e industrialismo, pero sin llamar tampoco la atención.

Clavado en la parte alta del testero aparece un pa­pel con la inscripción escrita en letra reciente, que me aseguran es una copia exacta de otra anterior, la que a su vez lo era de otra, sucediéndose así los traslados, siempre en un simple papel, hasta llegar a los tiempos de la construcción del sepulcro, en que se pondría el primero. Esta inscripción dice así: *D.O.M. AQUI YACE EL EXCMO. SR. D. GARCI‑GIL MANRIQUE, OBISPO DE BARCELONA, VIRREY, CAPTn GRAL DE CATALUÑA, ROSELLON Y CERDEÑA, Y NA­TURAL DE EL POBO, MURIO EN EL AÑO DE 1651. R. I P.+

Lo que dice allí Orueta podría repetirse hoy, casi un siglo después. Pero al menos existe, está entera, y nos deja entrever, en la penumbra tibia del templo molinés, tanta historia, tanta pasión, tanta trompeta y tanto sable…

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por Trallero