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septiembre, 2002:

Establés entre el sabinar y la historia

Hacía tiempo ya que Domingo Alonso Abad me había invitado a ir a su pueblo, Establés, donde vive jubilado y utilizando sus manos y su ingenio para tallar las rocas del sabinar que rodea, como un manto mágico y antiguo, este pueblo del Señorío de Molina. En las rocas areniscas del entorno, justo por las Chazuelas, a lo largo del camino de San Juan, Domingo ha ido tallando primero cosas como estas, Aquí vivieron mis padres / mis tíos y mis abuelos / yo ya voy siendo mayor / y me quedan los recuerdos, y luego imágenes, símbolos, animales, casas, campanarios, hasta el símbolo del PSOE ha grabado en la portada de una casa que no es la suya, pero a todas partes llega el buril de este molinés que no descansa. En uno de los pairones de entrada al pueblo ha tallado esta sentencia: Cuando yo te conocí / era un niño y tú eras viejo / ahora yo soy el viejo / y tú el niño. ¿A quien va dedicada esta frase misteriosa? Probablemente al propio pairón en que está escrita.

Mientras miro estas tallas, y admiro el entusiasmo, y la iniciativa de este hombre, un numeroso grupo de mujeres me aborda y me anima a que pasee el pueblo, haga fotos por todos lados, hable de su historia, escriba en los periódicos, y vaya a saludar a domingo. “Todo lo haría con gusto, señoras, si no fuera con prisas. En poco más de una hora tengo que estar en Guadalajara, me esperan allí, y no me puedo entretener”, les digo (por desgracia es cierto). Así es que las hago una foto bajo una parra, todas juntas, alegres, llenas de optimismo. Se ve que los aires fríos y quietos de este pueblo molinés inyectan por la piel, y se meten en el corazón, unas ganas de vivir y sonreír muy fuertes y poco vistas en otras latitudes. Aquí va, pues, la foto de la casa que ha tallado, en un tour de force meritorio y asombroso, Domingo Alonso Abad, y aquí va también el grupo de mujeres de Establés que me animaron a escribir sobre su pueblo.

Establés merece un viaje

Claro que lo que busca el viajero al llegar a Establés, y yo desde aquí animo a mis lectores a que viajen allí, es la imagen de su legendario castillo medieval. Aquel castillo de la mala sombra que fue construido por los duques de Medinaceli, para desde su altura mantener el control de la frontera y los caminos que les separaban y unían a un tiempo del territorio molinés y, entonces (siglo XV mediados) castellano. Gabriel de Urueña fue el alcaide y capataz de aquellas obras de las que aún queda memoria entre la gente del pueblo. “Era un tirano, que le sacaba la piel a los del pueblo, para con ella forrar las puertas del castillo”, me dicen estas mujeres al hablar del edificio militar. Y yo no me voy, aun con prisas, sin hacerle un par de fotografías, pues el día está azul, y los colores brillan como nunca.

Desde aquí animo a hacer un viaje hacia Establés. Se va, carretera nacional arriba, hasta Alcolea del Pinar. Allí se toma la de Molina, y un poco antes de llegar a Anquela del Ducado, y muy poco después de haber dejado a la derecha la fuentecilla de la Canaleja, se toma una carretera secundaria que tras pasar por Turmiel, acompañar las arboledas y roquedales del alto río Mesa, y dejar a un lado Anchuela del Campo, empieza a subir y en medio de un denso bosque de sabinas, antiguo y oloroso, en lo alto de un cerro aparece Establés.

Por decir algo de la historia de Establés, escribo aquí que su importancia estratégica hizo que ya en los comienzos de la repoblación del territorio, hacia el siglo XII en su primera mitad, se colocara en la parte más alta del valle un torreón de vigía, y a sus pies el pueblo, entonces humilde, que progresivamente fue creciendo en habitantes y valor. Ese torreón era una de las primitivas fortalezas defensivas del independiente Señorío (primero los Lara y luego los monarcas castellanos). En 1432, D. Alvaro de Luna, como canciller del rey Juan II, ordenó que el castillo de Establés fuera reparado.

En ese mismo siglo XV, cambió bruscamente el destino histórico del pueblo, al ser violentamente conquistado por D. Gastón de la Cerda, conde de Medinaceli, en cuya casa y territorio quedó incluido este lugar y otros cercanos. El Común de Villa y Tierra de Molina solicitó repetidas veces de sus señores, los Reyes Católicos, que les fuera devuelto el lugar y castillo de Establés. Siendo su alcaide, por los Medinaceli, D. Pedro de Zurita, este se negó a obedecer las órdenes reales, y los monarcas se vieron obligados a utilizar la fuerza enviando como alcalde ejecutivo a Diego de Riaño. El 1841, y tras ciertas escaramuzas guerreras entre las gentes del Común de Molina, capitaneadas por su Regidor D. Luis Fernández de Alcocer, y el entonces alcaide Sancho Díaz de Zurita, Establés pasó de nuevo a ser del Común molinés, donde prosiguió durante siglos.

El castillo de Establés

Y para acabar, y después de admirar las tallas que por doquier está dejando Domingo Alonso Abad, echarle un vistazo al castillo medieval, que fue construído, tal cual hoy se ve, por orden de su señor el conde de Medinaceli, en 1450. Fue encargado de la erección de la fortaleza, como dije antes, un tal Gabriel de Ureña, que utilizó su crueldad para conseguir baratos los materiales (piedras, vigas, etc.) y de ahí que el recuerdo de sus malos modos quedara desde entonces grabado en los naturales del pueblo. Es fortificación típica de su época, formada de fuertes muros que establecen una planta cuadrada, rematando sus esquinas con cubos semicirculares, siendo el torreón de su punto sur el más fuerte de ellos. La entrada, escoltada, de torre y garitón, la tiene al nordeste. El interior está vacío, y abandonado. Las mejores fotos (es una sugerencia) se sacan desde los pies mismos de la fortaleza, en su costado sur, y por las mañanas. O desde lo alto del pueblo, justo en una estrecha era por donde sale el camino de San Juan, también por la mañana, con la imagen de la fortaleza sobre la plataforma de los tejados. En todo caso, un motivo más, -este de ir a Establés, hablar con sus gentes, recordar sus historias, mirar lo que sus hombres hacen con las manos-, para llevar bien dentro el escalofrío que la fuerza paisajística y humana del Señorío de Molina sigue conservando en todos sus perfiles.

Garcigil Manrique, de El Pobo, presidente de la Generalitat de Catalunya

Nos hemos dedicado a recorrer las calles de El Pobo de Dueñas en el extremo más oriental del Señorío de Molina, ya donde se inician lejanas las alturas de Sierra Menera, que separan al viejo señorío de las tierras turolenses del ancho Jiloca. Aunque no lo parezca, el Pobo es un pueblo en cuesta. De origen muy antiguo, su nombre es romano, deriva de “pópulus”, el pueblo. Tiene El Pobo algunos viejos y orondos edificios, de piedra rodena y calicantos, dando unos contrastes fuertes y emocionantes en sus perspectivas urbanas. En medio del páramo del Pedregal, y en verano aún más, parece un lugar desértico, en el que acudirán las caravanas de camellos a reposar su fatiga bajo alguna aislada palmera o acacia. Y no es así. Conté en un momento hasta cuatro fuentes repartidas por las calles, todas activas y bien talladas. La de abajo, la que está junto a las huertas, es una señora fuente con hondo manadero y larguísimo abrevadero.

En la semipenumbra de la iglesia, a la que se entra por semicircular arcada ornada de bolas adheridas a las arquivoltas (parece románica pero no lo es) se ven retablos, lamparillas, cristos sufrientes y, en el muro del brazo norte del crucero, aparece tallado y pintado de colores un obispo tumbado todo lo largo que es, con su mitra y su báculo, sobre losa en la que aparece un escudo de armas timbrado del capelo episcopal. Es la tumba de don García Gil Manrique y Maldonado, segundón del linaje de los Manrique, que venían nada menos que del primer señor de Molina, don Manrique de Lara. El padre, con palacio y tierras en El Pobo, cedió el mayorazgo a su primogénito, y al segundo le mandó a hacerse eclesiástico. Y no le fue mal del todo. Porque la biografía de don García Gil Manrique (Garcigil que también llaman los historiadores, aunque él se firmaba exclusivamente don García) da para mucho, especialmente en los años finales de su vida, en los que vivió una vertiginosa secuencia que parece sacada de una narración de aventuras. Llegó, entre otras cosas, a ser Presidente de la Generalitat de Catalunya, ahí donde le ven, un molinés del Pobo…

Pero vayamos por partes. Aunque muy posiblemente nacido en El Pobo (otros dicen que en Molina ciudad, donde de seguro fue bautizado) en 1575, y tras pasar los años de la infancia en el palacio solemne de sus padres, marchó a Sigüenza a estudiar, y luego a Salamanca a hacerse doctor “en ambos derechos” y en Teología, llegando a dar clase como profesor en la dorada luz de Salamanca. Marchó luego a Roma, y allí ejerció como abogado en la Curia vaticana. De 1609 a 1619. ¡Qué momento de terciopelos y lámparas, de bravíos entablamentos y manieristas ventanas! Tras de esos años romanos fue nombrado obispo auxiliar de Cuenca, con el título de Obispo de Bizerta (una sede “in barbariae pars”, que es como muchos empiezan). Fue entonces nombrado también inquisidor de Zaragoza (los aragoneses pedían jerarquías de su tierra, y a don Garcigil le dieron por aragonés sin más problema) y luego Fiscal Supremo del Santo Oficio de la Inquisición, un terrible título que abría todas las puertas. Esto en 1626.

Pero le duró poco el cargo, porque en 1627 fue promovido al de Obispo de Gerona, y allí marchó. En el verano de ese año, pasó unos días en el caserón de su hermano mayor, en El Pobo. Después el viaje, tomando posesión de su mitra y haciendo entrada solemne el 5 de febrero de 1628. A poco de llegar, tuvo que intervenir en un pleito entre el Cabildo catedralicio y la parroquia de San Félix, fallando a favor de los parroquianos, lo que cayó tan bien entre la población, que, como sin quererlo, entró en política: le hicieron diputado de la Generalitat de Catalunya, y enseguida Secretario de la misma.

En 1632, don Garcigil fue elegido por todos los diputados como “Presidente de la Generalitat de Catalunya”, y corriendo parejas su carrera política con la eclesiástica, al año siguiente de 1633 y por fallecimiento de su anterior titular, fue nombrado Obispo de Barcelona.

Tanta sonrisa se iba a quebrar enseguida. La vida de Garcigil es expresión certera de la “rueda de la Fortuna” que los poetas medievales se empeñaron en recordarnos que existe, y que en ella todos estamos metidos. En sus manos estalló la bombarda. En mayo de 1640 se inicia la revuelta del Somatén, que es contestada por el levantamiento “dels segadors”. Y el 7 de junio se culmina la tragedia: el vierrey de Cataluña, duque de Santa Coloma, es asesinado de varias estocadas en el pecho y en el vientre. Felipe IV pone un sustituto (el duque de Cardona y Segorbe) que muere un mes después (envenenado?). Así las cosas, y como si el destino estuviera fraguando sus cifras inexorablemente desde mucho tiempo atrás, don Garcigil es nombrado Virrey de Cataluña, del Rosellón y de la Cerdaña. Jura su cargo el 3 de agosto, en la Catedral, y la Generalitat nombra nuevo presidente, en la persona del Canónigo Clarís. ¿Lo estaba esperando desde hacía tiempo? Un canónigo sustituyendo al obispo en el cargo político más ansiado para un catalán. Sentencia la revuelta el canónigo: dos semanas después entrega el país al rey de Francia.

Don Garcigil, delegado a todos los efectos de la monarquía hispánica en Cataluña, recibe órdenes de Madrid de que use la fuerza y el ejército. Pero Garcigil es un clérigo, y no quiere ser el protagonista y director de una guerra. Se niega, es destituido y relevado por el marqués de los Vélez. La Generalitat no acepta al nuevo, quieren que siga siendo Virrey su Obispo molinés… el caso es que nuestro personaje cae gravemente enfermo (no es para menos…) y en 1642 la situación estalla definitivamente: el Virrey en Cataluña del Rey de Francia le destituye y le expulsa. Y don Garcigil, sin entrar en mayores, sale de Barcelona y regresa…. al Pobo de Dueñas. Entre su Pobo y Madrid anduvo, siempre muy querido, y él triste de ver a su querida Cataluña sumida en una terrible “guerra de independencia” que solo causó tristezas y muertes.

Don Garcigil Manrique Maldonado murió en 1651 y fue llevado, ya muerto, a enterrar a la iglesia de El Pobo, donde él había dispuesto testamentariamente que se colocara su cuerpo bajo un mausoleo en el que apareciera su imagen tallada en piedra revestida de sus atributos sacerdotales y episcopales. Así se hizo, y hoy quien vaya podrá así verlo.

En 1919 fue Ricardo de Orueta, uno de los más destacados historiadores del arte español, quien en su libro de “La Escultura Funeraria Española” dedicado a las provincias de Cuenca, Ciudad Real y Guadalajara, da noticia y describe el enterramiento de don Garcigil en El Pobo. Dice así Orueta: Se encuentra colocado este sepulcro en el muro fron­tal de la capilla de Santa Ana, en la nave de la Epís­tola. La estatua, que tiene una longitud de dos metros, ha sido tan bárbaramente repintada hace pocos años, con tal profusión de purpurina barata y malos colores al óleo, y empleados con tan poca discreción y tan mal arte, que la han convertido en un triste mamarracho incapaz de producir más que risa, si no indignación y tristeza. Sin esos repintes tal vez fuera una estatua aceptable entre lo vulgar y corriente en el siglo XVII, con un marcado sello de fábrica e industrialismo, pero sin llamar tampoco la atención.

Clavado en la parte alta del testero aparece un pa­pel con la inscripción escrita en letra reciente, que me aseguran es una copia exacta de otra anterior, la que a su vez lo era de otra, sucediéndose así los traslados, siempre en un simple papel, hasta llegar a los tiempos de la construcción del sepulcro, en que se pondría el primero. Esta inscripción dice así: *D.O.M. AQUI YACE EL EXCMO. SR. D. GARCI‑GIL MANRIQUE, OBISPO DE BARCELONA, VIRREY, CAPTn GRAL DE CATALUÑA, ROSELLON Y CERDEÑA, Y NA­TURAL DE EL POBO, MURIO EN EL AÑO DE 1651. R. I P.+

Lo que dice allí Orueta podría repetirse hoy, casi un siglo después. Pero al menos existe, está entera, y nos deja entrever, en la penumbra tibia del templo molinés, tanta historia, tanta pasión, tanta trompeta y tanto sable…

Mudejar,pervivencia del mudejar y neomudejar en la arquitectura de la ciudad de Guadalajara y Villaflores por Trallero

El Socorro de Sacedón, un camino de fe y paisajes

Hay exactamente seis kilómetros de camino, desde que este comienza en las afueras de Sacedón, hasta que llega a la puerta de la ermita de la Virgen del Socorro, que debe andarse un paso tras otro para hacer honor a esta advocación mariana, que aparece desde hace siglos como la patrona de la villa alcarreña de Sacedón. Su fiesta mayor, el tercer domingo de septiembre, o sea, en este mismo fin de semana. Numerosos hijos del pueblo, en él residentes o llegados desde lejos, acudirán en la mañana del próximo domingo a preparar sus viandas, a ponerse la familia entera en marcha (unos, muy pocos ya, andando, y otros en coche) y subir poco el empinado camino que lleva hasta la fragosidad, hoy pinariega, del entorno de la ermita. Allí se pasará el día en compañía de muchos otros.

La fiesta consiste, como toda romería, en trasladarse desde el pueblo hasta el entorno de la ermita, en las primeras horas del día. Se llevan comidas y dineros, pues ambas cosas habrá que usarlas. Se sube a pie o en automóvil, el camino empinado y polvoriento, que primero deja a la derecha el cerro de la Coronilla, donde en 1956 se puso el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, sobre la inmensidad azul del embalse de Entrepeñas, y luego va subiendo para pasar cerca y por encima de “las Tres Marías” y del “Hundido”, espectaculares formaciones rocosas que ya preludian la melodía paisajística que se ve luego desde lo alto de la llamada Sierra de En medio, a donde se ha subido en poco rato. Desde ella se contempla el río Tajo, abierto aún a los pies del castillo del Cuadrón, en término de Auñón, y luego encerrado en oscuras y boscosas vetientes que dan escolta al remansado Tajo desde Bolarque. En la lejanía del sur se ve altísimo el peñón de Anguix, y la sierra toda azul y verde, fragosa y densa, un prodigio de la naturaleza que muy pocos conocen. En pleno Guadalajara, como un altar en medio de la seca Alcarria.

Las gentes de Sacedón sí lo conocen, y a pesar de ello se admiran de verlo un año más. Tras llegar al entorno a la ermita, donde hay mucho sitio para aparcar los vehículos, y mesas, barbacoas, cubiertos, arboledas densas, etc, se almuerza, se acude luego a la misa y función religiosa, se da la vuelta tras la Virgen en procesión que rodea la ermita, y se come. La tarde entera se pasa en la subasta de cuantas cosas pueda uno imaginar. De comer la mayoría, -rosquillas, embutidos, etc.- pero también de animales vivos –conejos, palomas- y muchas otras cosas. El llevar las andas de la Virgen para pasarla al interior de su santuario, es cosa de mucho dinero. Las pujas son muy altas, y se obtiene una recaudación supersustanciosa, que se utiliza para mejorar progresivamente la ermita y su entorno. Después, todos y todas a Sacedón de nuevo, a esperar que llegue otro año para poder honrar a la Virgen del Socorro, y ponerse en contacto unos y otros en camaradería sin fin.

La ermita

Desde muy antiguo existe ermita en aquel portentoso lugar altivo. Parece ser que la primera construcción de esta ermita data del año 1.613 y fue hecha a expensas de Domingo López de Heredia. Treinta años más tarde, pareciéndoles pequeña a los sacedonenses, comenzaron unas obras de ampliación que incluyeron la construcción de una casa para el santero. Hacia 1700 ya estaba todo concluido. Durante el siglo XIX se quedó vacío el conjunto, por asaltos durante las guerras carlistas, y en 1840 y gracias al interés de D. Fernando Sacristán, párroco de Santa María de Poyos y Mayordomo de la Virgen, se reconstruyó y fue trasladada la imagen de nuevo. Desde entonces, y hasta hace muy poco, en aquella altura vivió un santero, con su familia, que se ocupaba de mantener digna la capilla, y en orden los olivares del contorno. Hoy no vive santero, pero la ermita está limpia y perfecta.

Es de una sola nave, con bóveda de escayolas con dibujos barrocos y una gran lámpara. En el presbiterio, se alza el retablo dorado que contiene la imagen de la Virgen, que es nueva, pues la antigua, de origen medieval (posiblemente una talla románica, según nos dicen las fotos que se conservan) fue destruida en 1936 por los partidarios de un mundo nuevo. A los lados, en los brazos del crucero, surgen aún dos retablos barrocos, uno mostrando la talla de Santa Lucía, y otro la de Santa Águeda. Detrás del retablo se abre una puerta que da acceso a la sacristía, en realidad el espacio de la primitiva y más antigua ermita.

En el abovedado techo del crucero se ven pintados, de mano moderna y atrevida, unos ángeles que sostienen representaciones y elementos sacros, entre ellos la imagen de la propia ermita, y el paño de la Cara de Dios, el patrón del pueblo. Hay otros grandes medallones y frases distribuidas por aquí y allí, con sentencias bíblicas y patrísticas en latín. Un mundo que dentro de dos días se llenará de la bullanga y el fervor de los devotos.

Como toda advocación que se precie, la Virgen del Socorro de Sacedón tiene leyenda referida a su aparición milagrosa. Uno de los más distinguidos hidalgos del pueblo, a inicios del siglo XVI, que formaba parte del linaje de los Heredia, se vio sorprendido por la noche, la tormenta y las alimañas en medio de la espesura del bosque de la Sierra de En medio, y pensando que había llegado su última hora, se encomendó a la Virgen María y expresó en voz alta su ruego: “Madre, socórreme”. Se apareció la Virgen, en medio de un resplandor, le salvó y le pidió que se construyese allí una ermita. Dicho y hecho, y hasta hoy.

Yo recomiendo que a cuantos no sean de Sacedón, pero les guste la sal de las reuniones romeriles, y además sean andarines, y busquen paisajes inéditos, sorprendentes y aún inolvidables, que se acerquen este domingo al Socorro de Sacedón. Nadie que lo haga va a quedar desilusionado. Porque es todo un espectáculo de fe, de paisaje y de tradición. Un dato más para conocer y querer esta Alcarria nuestra que nunca acaba.

Setiles, historia, arte y naturaleza

Llega el viajero a Setiles, en una calurosa mañana de verano, y se encuentra el pueblo de bote en bote. Es lógico: la mayoría de la gente que aquí nació, o sus padres o abuelos, han emigrado hacia el dinámico Levante. El pueblo, sin embargo, sigue en pie, cada año mejor cuidado, limpio y espléndido, conservando sus elegantes edificios, la rancia solera de sus esquinas de piedra rodena, los altos portalones adovelados de sus casonas, el rumor del agua de sus fuentes.

Buscando fuentes andaba yo, hace pocos días, y me encuentro en Setiles con que hay dos: la fuente de abajo, según se entra al pueblo, es enorme y espectacular, como barroca aunque construida a principios del siglo XX, con caños en sus dos costados, y un remote floripondiado. La fuente de arriba dicen que es de aguas medicinales, que cura gotas y reumas. Es bonita y centra una plaza llana. Setiles añade también la existencia de más de una docena de casonas típicas molinesas. Bien cuidadas aún, con escudos, grandes balconadas, molduras en sus entradas, rejas solemnes cubriendo sus vanos. Entre ellas, al viajero le entusiasma la “casa fuerte” de los Malo de Marcilla, que tiene todavía el aire de auténtico castillo, modificado a lo largo de los siglos, y hoy utilizado al menos por dos familias. En su esquinazo oriental se alza enorme un torreón en cuya altura hubo almenas y en el que todavía se ven saeteras y huecos aspillerados, para la defensa con flechas y bombardines. La portada, muy moldurada, del siglo XVII, tiene en lo alto el escudo de los Malo, con sus dos corderos en torno al Libro Sagrado.

Otra es la “Casa Grande” que empezaron a hacer para servir de sede a los Escolapios, que querían poner allí colegio, y al final ha servido de todo, hasta de sede de la Ibercaja, que la ha cuidado con el primor que esta entidad trata todos sus edificios.  La mejor, la que al viajero le entusiasma sobre todas, es la casa barroca (que acompaña a estas líneas) que construyera en el siglo XVIII un cura llamado Diego Herranz y que ahora habitan el tío Pedro y la tía Braulia.

Historias de Setiles

¿Por qué el nombre del pueblo? En Zaragoza hay otro que se llama Sediles, y tiene la misma raiz. Quizás sea el “cercado de la carrasca”. Ranz Yubero en su obra “Toponimia Mayor de Guadalajara” dice que no tiene datos para esbozar una hipótesis sobre su nombre. Gregorio Checa López, en su magnífica y sorprendente “Historia del Pobo de Dueñas”, dice que ese nombre deriva de “Septum illex”, que significa “lugar cercado por la ley”, aludiendo quizás a algún asedio en época romana. Sin duda fue de inicio un asentamiento celtíbero, dada su proximidad a las minas de hierro. Minas de hierro que dieron la vida a Setiles durante siglos, y hoy están cerradas. Bueno, paradas, mejor dicho. Porque nunca podrán estar cerradas: eran unas minas al aire libre, que arañaban sin cesar la montaña en su costado más rico, la Sierra Menera de donde salía el hierro, que, sobre furgonetas, y atravesando el serrijón por un pequeño túnel, salía a Ojos Negros, que era la que llevaba la fama y salía en los libros de texto del Bachillerato.

Según el Madoz, a mediados del siglo XIX tenía Setiles 400 casas, y 40 niños acudiendo a la escuela de instrucción pública. Se mencionan las dos fuentes del pueblo, una de las cuales ya dice que tenían sus aguas propiedades medicinales para la curación de la clorosis y mal de orina. Entonces su mayor producción era la minera, de hierro. Tenía 102 vecinos, con 318 almas.

Y más historias de Setiles: En su inédita “Historia del Señorío de Molina” decía don Diego Sánchez Portocarrero: “Setiles es también pueblo antiguo desta Sexma [del Pedregal], ay mención dél en el testamento de la infante Doña Blanca. Su nombre pareze Romano, sincopado de “Septícolis”, epíteto de la ciudad de Roma por estar fundada sobre siete Montes o collados, hartos tiene el término deste Pueblo a que poder ajustar este nombre, en él ay una casa fuerte del Mayorazgo de los Malos de Marzilla”.

La sesma del Pedregal tiene estupendos pueblos, cuajados de memorias, de monumentos y de viveza ahora. Setiles es uno de ellos, siempre en la divisoria de Aragón y Castilla. Elegido por ganaderos que en el siglo XVI para vivir allí, se empadronaron en el censo de los hidalgos, que no pagaban impuestos gracias a privilegios reales, que siempre protegieron a los propietarios de ganado, especialmente el lanar, origen de las mejores rentas de Castilla. Estos hidalgos recibían el título de “Señor”. Al menos 17 familias hubo en este pueblo con el título señorial y el privilegio de exención de pechos. Eran suyas las casas que hoy vemos con las esquinas y dinteles de piedra rodena tallada y su escudo en la clave del portón. Una huella en los papeles queda de aquello: existe todavía el título de Señor de Teros.

Hermosuras de Setiles

Nada queda del castillo que hubo en Setiles en la Edad Media. La defensa del Señorío por parte de los Lara suponía su construcción segura. Hay documentos que así lo afirman, pero no ha quedado ni una sola piedra del mismo. Solo el lugar, que señalan estuvo detrás de la iglesia, donde se han encontrado también huellas de castro celtíbero. No en “Los Castillejos” que es un paraje de la Sierra Menera donde hubo torre vigía.

Y aparte de las ya mencionadas casas molinesas, de las fuentes, de la amplitud de calles y mejoría neta de viales y edificios, en Setiles destaca la iglesia, dedicada a la Asunción de Nuestra Señora, aunque la patrona o advocación más celebrada siempre ha sido la Virgen del Rosario. Así se lo explican al viajero dos amables señoras que andan esa mañana arreglando altares en el interior del magnífico templo parroquial.

Se construyó esta en el siglo XII, a la hora de la repoblación. Luego en el XVII fue casi totalmente transformada y rehecha, siendo acabada su torre en 1622 por el maestro constructor Diego de la Peña. En 1663 se construyó la capilla mayor y se la puso el retablo. Fue destruida casi totalmente por un incendio a principios del siglo XX, siendo reconstruida con el trabajo de los vecinos poco después. De lo primitivo conserva la referida torre, orientada a noroeste, de airosa fábrica de ladrillo, rematando en cupulilla cubierta de tejado ondulado a cuatro aguas, revestido de tejas de cerámica verde y azul, al estilo de las iglesias de Aragón. La planta es de cruz latina, con marcado crucero. El interior, de una sola nave, muestra el altar mayor, obra de hacia 1730, en estilo barroco con algunas tallas interesantes. Fue su autor el maestro retablista molinés José Lanzuela, quien expresó lo mejor de su arte y técnica en esta pieza. El dorado corrió a cargo, ya hacia 1770, de los hermanos Pedro y Pascual Serrablo, vecinos de Blancas pero entonces residentes en Molina. Por los muros del templo aparecen otros retablos más pequeños del mismo estilo, apareciendo en uno de ellos una magnífica talla de Cristo crucificado.

En el término de Setiles, y desde tiempos muy remotos, existieron las minas de hierro, en las que el mineral aflora en superficie, y la tarea extractiva se limitó a ir arrancando el hierro, por miles de toneladas, de la costra de la tierra. En esta explotación se utilizaron, en el comienzo de este siglo, los sistemas transportadores de plano inclinado, hasta que se abrió un túnel bajo la montaña de sierra Menera para poder transportar lo extraído, en vagonetas, a Ojos Negros, y de allí por ferrocarril, a Sagunto. Hoy están ya inactivas, pero merece la pena subir hasta ellas a verlas.

También es de gran interés visitar La Laguna de Setiles, un espacio limpio, en una amplísima nava, en la que el agua se almacena permanentemente, hoy mejorados sus límites con paseos, puentecillos y arboledas en su torno. Solo dos ocasiones se le vio seca a lo largo del pasado siglo. Muchos patos, ánades, ranas y hasta serpientes viven en ella. Antiguamente había tencas. Hoy se constituye en un sorprendente y agradable espacio que visitar en esta Sesma del Pedregal que parece ahuyentar a los turistas tan solo con su nombre de aridez y tristura. No es así. Setiles, el pueblo, la sierra, la laguna, sus edificios históricos y sus personajes actuales, demuestran que este es un lugar perfecto al que poder venir a admirar en cualquier momento, pero ahora en el verano que arremolina oriundos y visitantes continuos.