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agosto, 2002:

El Casar, suma y sigue

Comienzan en este momento las fiestas de El Casar. ¿Un pueblo más de la Campiña? No, un pueblo especial, situado en su plano otero, entre las amplias vegas del Henares y el Jarama, avanzadilla de la provincia hacia las planas tierras de Madrid.

El Casar comienza hoy su semana grande, y lo va a hacer, un año más, por todo lo alto. Con la elección de Reina y Damas de la fiesta, el pregón oficial, y los festejos taurinos, más los rituales religiosos en honor de la Virgen de la Antigua, la patrona del lugar. Lleva fama El Casar de ser uno de los lugares donde más toros se lidian en sus fiestas. Y también, reconocido, como el pueblo que con más pasión vive la fiesta religiosa en homenaje a su patrona celestial, la Virgen de la Antigua, que lleva (ya lo dice su nombre) siglos en el corazón de los aquí nacidos.

A propósito de la Virgen de la Antigua, yo quisiera dedicar hoy mi comentario, aunque la fiesta sea la justificación, a un acontecimiento que se dio el pasado domingo, a mediodía, en el Auditorio Municipal: la presentación de un libro que tiene a El Casar por protagonista absoluto. Un libro que ha escrito quien hoy ejerce (lo hace ya desde 30 años atrás) de párroco arcipreste de la villa, y que propone a la Virgen de la Antigua de El Casar (ese es su título) como elemento clave de su estudio. Un estudio exhaustivo, perfecto, inacabable, que don Marcos Ruiz Atance ha puesto en nuestras manos, y hasta nos pidió que, en compañía de otra autoridad de la mariología alcarreña, don Jesús Simón Pardo, presentáramos en sociedad.

La llegada de un libro siempre se me antoja como un hecho afortunado. Es evidencia de muchas cosas: de la salud cultural de un pueblo, del ánimo de quien lo edita, de la generosidad de quien lo patrocina, pero, sobre todo, de que alguien se ha molestado en estudiar un tema, y de ordenarlo, matizarlo, escribirlo y proponerlo de forma fácil y asequible. Y esto es lo que ha hecho don Marcos Ruiz, quien desde muchos años antes (él lleva más de 25 de párroco en esta Villa) ha ido tomando pacientes notas de cuanto encontraba en los anaqueles del archivo parroquial, y examinando piezas de orfebrería, estandartes, cuadros…. y de hablar con la gente, de rememorar fastos, de desentrañar tendencias.

El libro que Ruiz Atance dedica al estudio y completo análisis de la tradición nacida y vivida en torno a la Virgen de la Antigua de El Casar es perfecto, enorme (tiene 368 páginas en tamaño grande) hermoso, pues aporta numerosas fotografías en color de la Virgen, de documentos, de piezas artísticas, y sobre todo ameno, pues quizás el dato que más me gusta resaltar es el del orden que todo va expuesto. Una primera parte dedicada a la devoción a la Virgen; una segunda dedicada a los monumentos (edificios, piezas y objetos sagrados), una tercera a las Cofradías y Fundaciones, y una cuarta a la transcripción de documentos,  todo ello con un rigor casi científico expuesto, le hacen claro y fácil de acometer.

El retablo de El Casar

Pero a tenor del libro, que yo por supuesto me he leído y saboreado a modo, surge en mí, particularmente, la admiración por un tema muy querido en El Casar: el del retablo mayor de su iglesia parroquial. Es este (quien visita los templos y admira sus obras de arte bien lo sabe) uno de los más elegantes y hermosos retablos renacentistas de la provincia. Con una historia a sus espaldas de aplausos y tragedias. De este retablo, don Marcos Ruiz nos da en su libro, a lo largo de numerosas páginas, muy bien arropado con imágenes de diversas épocas y detalles, la historia completa: de cuando, como, porqué y quien lo hizo. De cuando se destruyó, de cómo se pensó restaurarlo, y el minucioso día a día (él lo vivió de veras, puesto que fue por su iniciativa que desde 1976 se restauró del todo) de su reconstrucción hasta el día de hoy.

Este retablo, que sustituía en el siglo XVII a otro anterior ya muy maltrecho, fue encargado de hacer por la parroquia, a instancias de una recomendación que D. Pedro Arines Troncoso y Acuña, visitador del arzobispado de Toledo, hizo en 1623 a la villa. Se decantó finalmente la petición de construir el retablo por la figura del escultor Antonio Herrera, titulado “escultor de Su Majestad”, y de quien los documentos dicen que “es persona de quien esta Villa tiene mucha satisfacción”. Se contrató en la cifra, ya fuerte en aquellos años, de 1.750 ducados. Tardó dos años y medio en hacerlo, con todos sus detalles escultóricos, especialmente los paneles bajos y del cuerpo del retablo, encargándose de temas menores, como capiteles y molduras, óvalos y florones, el también afamado escultor madrileño Bernabé Cordero. En 1632 se puso manos a la obra Martín de Ortega con la segunda parte de esta maravilla, la del pintado y dorado. Tanto las tallas, cono la pintura y el dorado, se hicieron teniendo las piezas del retablo en la planta baja del Ayuntamiento de El Casar. Finalmente, se montó y puso en su sitio, tal como hoy lo vemos, en 1633.

Es una pieza singular del arte renacentista, más bien manierista ya, por su fecha de ejecución. En él aparece, al centro, la Virgen María en su advocación de la Asunción. En el primer cuerpo hay dos grandes paneles representando la Natividad y la Epifanía. Y en el segundo cuerpo, en alto, la Resurrección y la Venida del Espíritu Santo, con una gran talla de Cristo Crucificado en la parte central superior.

La tragedia de este retablo fue que en 1936 sufrió su destrucción por manos incontroladas. Y los insistentes ruegos de alcaldes, párrocos y pueblo porque fuera restaurado, cayeron en saco roto hasta que la llegada de don Marcos Ruiz como cura de El Casar dinamizó el proceso, que comenzó en 1978 y acabó en 1985, con un coste millonario que se sufragó con fondos de la iglesia y el vecindario, más la ayuda del Ayuntamiento presidido por Francisco López Ayjón. El escultor de las nuevas tablas, hechas en total imitación de las antiguas, fue Críspulo Bóveda Vaquero, actuando como dorador y estofador Antonio Perales Martínez, quienes hicieron un trabajo (a la vista está) en todo similar a las técnicas utilizadas en el siglo XVII. Para mí es este, repito, el elemento más sorprendente (dejando aparte el coro mudéjar, o el Calvarios descubierto, entre otros) del patrimonio artístico de El Casar. Estudiado a fondo en este libro de don Marcos Ruiz, y ahora presentado, y aplaudido, con ocasión de estas perfectas fiestas que hoy dan inicio en El Casar. Un lugar al que merece la pena ir, en cualquier momento, y disfrutar de su ancha luminosidad, de sus perfiles castellanos, de sus generosos vecinos.

Auñón, un sueño posible

A 48 kilómetros de la capital de la provincia, por la carretera de Cuenca, y en medio de los movidos paisajes de una Alcarria olivarera que se abre en barranquillos hacia el Tajo, se encuentra la villa de Auñón, a 762 metros de altitud sobre el nivel del mar, y cada día más bonita y mejor cuidada, manteniendo todo el sabor de los antiguos siglos en sus calles cuestudas y estrechas. En algunas cosas recuerda a Pastrana (la estrechez e irregularidad de sus callejas, los palacios y casonas de profundos portales, los templos silenciosos y empapados de espiritualidad… y en otras a Cuenca, por ejemplo su aspecto de “ciudad colgada” frente al barranco que la limita y defiende por poniente. Tiene así Auñón una vista atractiva cuando se llega desde Guadalajara, como encaramada en una roca, y al mismo tiempo nos entrega la sensación, tan difícil de encontrar hoy día, de un pueblo que resuma historia y tipismo por sus cuatro esquinas.

El origen de la localidad se encuentra en lo que hoy son unas ruinas mínimas junto al Tajo, el antiguo castillo del Cua­drón, o “torre de Santa Ana” como aquí la llaman, que se sabe perteneció al Común de Huete tras la Reconquis­ta. Por entonces, en el siglo XII, Auñón era solo una alquería del Cuadrón, y con el tiempo se fue poblando y crecien­do. Esta heredad de Auñón la compró en 1178 la Orden de Calatrava a la familia de los Ordóñez que la po­seían. Creció como villa  durante la Edad Media. Recibió numerosos privilegios y exenciones por parte de los reyes castellanos y de los maestres calatravos, por la valentía demostrada por sus hombres en diversas acciones de guerra. En el siglo XV ocurrió el famoso hecho de la sublevación de don Juan Ramírez de Guzmán, apodado «Carne de Cabra», que se autoeligió Maestre de la Orden, contra su legítimo mandatario. El rebelde asoló la tierra de Zorita, conquistando y dominando algún tiempo todos sus pueblos, excepto el de Auñón, que se mantuvo fiel al poder establecido y legal, resistiendo un profundo cerco de «Carne de Cabra». Luego siguió Auñón siendo cabeza de Encomienda de la Orden de Calatra­va, residiendo en la villa el comendador de la misma. A partir del siglo XVI, este fue un título meramente honorífico, pues el mando de las Ordenes militares lo tenía el Rey y su aparato administra­tivo. La Encomienda de Auñón estuvo unida a la de Berninches y el Collado desde esa época, existiendo Comendado­res de este título hasta el siglo XVIII. El señorío a efectos de justicia y cobro de impuestos, lo ejerció desde 1572 don Melchor de Herrera, “ministro de Hacienda” de Felipe II, de quien recibió poco después el título de “marqués de Auñón”. Uno de sus herederos, ya en el siglo XIX, fue don Ángel de Saavedra y Herrera, duque de Rivas, poeta del romanticismo español.

Tiene Auñón un encanto especial para recorrerlo andando, con pausa, mirando a lo alto de sus edificios buscando esa especie de danza que hacen sus aleros, que tratan de besarse con el borde de sus tejas, ofreciendo así la benefactora sombra del verano a sus calles cuestudas. El pueblo se erige realmente sobre un espinazo rocoso, que a un lado encuentra el corte brusco de un cantil, al que asoma una larga serie de edifica­ciones o «casas colgan­tes», y el otro lado va cayendo suavemente hacia otro barranco que le limita por levante. Su aspecto es pintoresco como pocos, y el paseo por sus calles, insisto, una experiencia inolvidable.

Para el viajero, la villa de Auñón guarda numerosos elementos que despertarán su interés, cuando no su entusiasmo. En la parte baja se encuentran la iglesia parroquial, dedicada a San Juan Bautista, obra del siglo XVI en su primera mitad. Asomada con gallardía al barranco, se ve desde todas partes, y es como un fato de piedra sobre los olivares y caseríos. Su torre campanrio fue construida hacia 1526, dando la traza y dirigiéndola el maestro Juan Sánchez del Pozo. La portada meridional, guardada tras el atrio descubierto y rodeado este de una barbacana de cal y canto, es obra sencilla renacentista. La portada de acceso al templo, hoy habitualmente utilizada, está orientada al norte, y es un ejemplar de gótico tardío, tal como se usaba ornamentar a principios del siglo XVI. De arco semicir­cular escoltado de finas pilastras góticas, y un tejaroz bajo el que se ve escudo de la Orden de Calatrava, dueña del lugar en la época de construcción, y patrocinadora del edificio.

El interior es de tres naves, separadas por gruesos pilares de sillar a los que se adosan numerosas columni­llas que, tras descansar en collarines amplios, se transforman en nervadas bóvedas de gran efecto decorativo. Rematando la pared del fondo del presbiterio, se ve el gran retablo mayor, de estilo plateres­co, reparado tras las agresiones que sufrió en 1936. Fueron sus autores, en 1583, el escultor toledano Nicolás de Vergara el Joven, aunque con él colaboraron los entalladores Sebastián Fernández y Benito de Sacedón, siendo la pintura del también toledano Luis de Velasco, añadiendo dorados el pintor de Huete Tomás de Briones. El edificio es todo de sillar, y su ábside, de planta semicircular, se refuerza de contrafuertes.

Distribuidas por el pueblo se ven numerosas casonas nobiliarias, con grandes portalones adovelados, fachadas de sillería, y como remate en algunas aparecen bellos escudos heráldicos, que corresponden a los Ruiz de Velasco, a los Páez de Saavedra, y a un tal Merchante, correo que fue del rey. Buen número de construcciones populares, con arcos de piedra, enormes aleros de maderas talladas, rejas de buena forja, etc, se ven en un paseo reposado por el pueblo, en el que también resaltan algunas fuentes, pasadizos, el edificio del Ayuntamiento con un gran escudo de armas de algún linaje auñonense en su fachada, etc. No tiene desperdicio el paseo pausado y admirativo por el entramado urbano de Auñón, en el que todavía puede admirarse la llamada casa del Comendador, un edificio con fachada totalmente de sillar calizo, con portón adove­lado semicircular, ventanas y un alero de piedra tallada. En este edificio, que fue sede de los comendadores calatravos, puso el marqués de Auñón, a finales del siglo XVI, una peque­ña comunidad de monjas clarisas, que duró muy poco. También en una de las plazas altas de la villa destaca la casa y capilla que fundó y ordenó construir don Diego de la Calzada, obispo de Salona, en 1612. Natural de Mucientes (Valladolid), se encariñó con Auñón, y para él fundó una completa capellanía con sede en esta ermita, dedicada a Nuestra Señora de la Concepción y de Santa Ana. Hizo los planos o traza, en 1609, Pedro Gilón, maestro mayor de las obras del obispado de Cuenca. Fueron sus autores materiales los maestros canteros Pedro de Perelacia y Lucas de los Corrales.

Tuvo muralla Auñón, de la que nada queda hoy, y en su término son de admirar los restos del calatravo castillo del Cuadrón, en la vega junto al Tajo, del que ya en ocasión anterior me ocupé detenidamente, dando cuenta de su existencia e importancia histórica (Nueva Alcarria, 22 octubre 1999). Es también muy interesante visitar, en su término, y cerca ya de la presa de Entrepeñas, el puente de origen medieval que cruza el río Tajo: fue varias veces derribado y vuelto a cons­truir, pero aun mantiene su viejo encanto. En resumen, un viaje que se ofrece completo y novedoso para estos días del verano en que más de uno y de una tendrán el objetivo puesto en conocer los singulares espacios de la Alcarria.

Cubillejo de la Sierra, todo un espectáculo

Cuanto más pequeños son los pueblos, más valedores necesitan. El Señorío de Molina, que fue una de las comarcas castellanas de grandiosidad probada, al menos en lo poblacional, en la riqueza agrícola y ganadera, en los blasones de sus gentes y en lo principal de sus valentías, ha quedado hoy relegado a un espacio lejano y vacío, un territorio que se aúpa a sí mismo y levanta la cabeza en su lejanía de siglos y horizontes.

Con estas palabras inicio el prólogo que he dedicado al libro que sobre Cubillejo de la Sierra se presentaba antesdeayer día 14 de agosto en esa villa del Señorío molinés, y que viene a ser todo un acontecimiento cultural en medio de las fiestas veraniegas que en estos días congregan, por aquellas latitudes, a miles de molineses que partieron un día y ahora regresan. En este libro, breve y enjundioso, en el que han puesto pluma y saberes algunos escritores de allí oriundos, o profundamente conocedores de la tierra, como son Carlos Sanz Establés, F. Javier Heredia Heredia y Juan Antonio Marco Martínez, se condensa la historia completa, y se analiza al detalle cuanto de interés existe en aquella localidad al pie de la Sierra de Caldereros.

Porque aunque a muchos pueda parecer que se trata de un lugar mínimo y en todo unido (al menos en los avatares de la historia, como hoy lo es administrativamente el municipio) a la capital del Señorío, lo cierto es que Cubillejo ofrece una serie de singularidades que conviene conocer. En ello se fijan al principio del libro, analizando los autores con detenimiento los restos arqueológicos encontrados, o las vicisitudes de sus hidalgos en la Edad Media y Moderna, para luego pasar a la descripción, con todo lujo de detalles, del templo parroquial, del torreón de los  Ponce de León, de las ermitas, palomares, fraguas y demás edificios comunitarios que dan idea del dinamismo de aquélla sociedad diminuta pero viva siempre, y aún hoy latiente.

Así expreso en dicho Prólogo lo que a mi parecer aporta esta obra en cuanto a historia y arte del lugar serrano: En medio del Señorío, en las ondulaciones suaves de la paramera que bordean por el norte la Sierra de Caldereros, está Cubillejo de la Sierra, un pequeño y dinámico lugar que ha tenido la fuerza heredada de sus propios hijos de salir a la luz con su historia analizada, y su realidad bien dispuesta. Entre unos y otros, en una labor comunitaria que han dirigido Carlos Sanz Establés y Francisco Javier Heredia Heredia, han conseguido poner en pie este libro que viene a ser la mejor expresión de que, hecha con método y rigor, todo pueblo tiene -por muy pequeño que sea- su propia historia.

Cabe todo en estas páginas armónicas: cabe el análisis de la toponimia, y de la arqueología, del patrimonio artístico y del costumbrismo. El estudio del pasado más remoto, a través de los mínimos restos de sus yacimientos celtibéricos, se hace siguiendo el rastro de arqueólogos y analistas de probada capacidad. Sigue el análisis metódico de la historia antigua, media y moderna. De la más reciente se atestigua la pérdida de la autonomía municipal, y ese vértigo final que da el caer en el vacío y ver la muerte cerca, es la espoleta que hace a sus hijos que, como del ahogado en hundimiento, se aparezca en rápido flash toda la historia del pueblo en un destello.

Hablo después de esa descripción pormenorizada y como por mano de artista hecha que supone el entendimiento casi gráfico y desde luego hondamente documental, del templo cristiano que fue durante siglos el eje de la vida, su más grande y solemne expresión arquitectónica. De esta manera: A Juan Antonio Marco Martínez, investigador de probado talento en lo que se refiere al patrimonio artístico de la provincia de Guadalajara, cabe el mérito del estudio que, como si de un trabajo de orfebrería se tratara, hace de la evolución del templo parroquial de Cubillejo. De esa iglesia que parece un edificio vulgar y sin alientos, pero que él demuestra que está cuajado de sorpresas, de valiosos detalles, de finas agujas que despiertan el sentido estético de quien mira y visita. Es un estudio monumental de un monumento (valga la redundancia) y es sobre todo un aporte paradigmático, un ejemplo en sí mismo de cómo deben hacerse estas cosas.

La nueva vida de Cubillejo de la Sierra

El mismo hecho de la presentación de este libro sobre Cubillejo de  la Sierra, ha supuesto una expresión muy clarificadora de lo que en él ocurre. Que viene a ser, además, escaparate y espejo de lo que ocurre en otros lugares del Señorío molinés, al menos en los meses de agosto de cada año. Supone que allí se encuentran todos los hijos del pueblo, con sus hijos y nietos, con sus amigos, con sus familiares, alargando y engrandeciendo la familia. Aprovechando estas fechas para inaugurar el arreglo de un pairón, la recuperación de una vieja fragua, la creación de una rondalla, o la presentación de un libro. Cosa, que como es bien sabido, no suele ocurrir mas que una vez en la historia, o al menos en la historia conocida. Y esa singularidad se dio antesdeayer, y me imagino que por todo lo grande, habiendo sentido, y muy de veras, no haber podido asistir a ese acontecimiento. Porque a estos encuentros y aperturas no me siento ajeno del todo. Y ellos los saben.

Digo así, después de otras líneas, en el Prólogo que comento, y que supone la declaración de la trascendencia que arropa a esta publicación: A mí personalmente, lo que más me ha gustado de este libro en torno al ser, al ayer, al vivir y al hoy de Cubillejo de la Sierra, es el análisis de la realidad actual, de los aconteceres inmediatos y de estos últimos años, de este cambio de Milenio en el que la localidad ha sentido un escalofrío y ha cambiado de piel: porque los oficios y las rutinas desaparecidas, no han provocado la muerte del pueblo, sino su renacimiento en otras coordenadas. La población que mengua, los papeles adoptados por residentes y veraneantes, la mejora de las comunicaciones, la redimensión de las fiestas, y este mismo libro, son evidencia de un cambio de rumbo. Los pueblos, -y Cubillejo puede ser, ahora mismo, un ejemplo nítido-, han dejado de ser espacios para la vida total de las personas, y adoptan una función en la sociedad del tercer milenio: la de lugares de reencuentro, de descanso, de afianzamiento, de amistad… veo así que esta obra va más allá de una simple historia, de una recopilación simple de anécdotas, historias y datos: viene a demostrar que el cambio de la sociedad española se produce aquí, en estos mínimos lugares de la paramera molinesa, más que en otros sitios. Un cambio de talante y de formas de vida a un tiempo. Un seguro y atractivo modo de afirmar la realidad de los seres humanos, que en definitiva son el eje de cualquier historia.

Por todo ello, creo más que sobrado este motivo para haber traído hoy a esta página la memoria de un pueblo, el de Cubillejo de la Sierra,  junto a Molina de Aragón, como ejemplo vivo y a imitar por tantos otros que están ahora madurando este nuevo talante. El aplauso, sincero y muy merecido, especialmente a los autores de la idea y de la materialidad de la obra, ya mencionados más arriba. Y en general a todos los habitantes, y originarios de Cubillejo, porque han encontrado su esencia y la han dejado bien puesta en letras de molde para que otros la sepan.

Más bofetadas para Labros

Para Labros y para todos nosotros, más bofetadas. Por si fueran pocas las que llevamos recibidas desde hace siglos, un par de ellas más. Y de qué categoría….! A Labros le han robado esta primavera un fragmento de su templo románico. Y le van a robar en los meses siguientes el silencio y la limpieza de su ámbito natural, de sus tierras, de sus bosques. Son dos temas de enorme impacto, de altísima importancia, porque son dos temas paradigmáticos, que no sólo afectan a Labros puntualmente, sino que ocurren, que pueden ocurrir, que van a ocurrir, en muchos otros lugares de nuestra provincia. Y el problema es de tal envergadura, y tan irreversible, que en su misma existencia y en la pasividad con que se afronten nos jugamos el futuro de nuestra tierra. Que no es que sea mejor ni peor por haber nacido, nosotros, en ella. Es, simplemente, que es una tierra que no es nuestra del todo. Es de quienes la hicieron, en siglos anteriores, y de quienes la habitarán, siguiéndonos, en el futuro.

El primer hecho: robo de un capitel

Parece una insignificancia, pero es el hecho. Antes de comenzar una anunciada restauración que ha llenado ya varias hojas de fax primero y luego de periódicos, anunciando la restauración de la iglesia románica de Labros, unos siempre presuntos ladrones se han llevado en una noche un capitel de la portada de estilo románico de la iglesia de Labros. Junto a estas líneas reproduzco unas fotografías hechas por mí no hace más de un año: la portada de elegantes líneas románicas (arco de medio punto, arquivoltas lisas, cenefa decorada y capiteles equilibrados y parlantes por sus motivos hagiográficos) de la iglesia parroquial de Labros. Vacía ya, solo con sus cuatro muros, la torre caída, las ortigas creciendo en su interior… un lugar del alto sabinar molinés que ha quedado prácticamente deshabitado, pero que en verano se llena de gente y de actividades (véase, si no, el periódico anual “Labros” que saca adelante la “Asociación de Amigos de Labros” desde hace ya más de veinte años).

La otra fotografía es la del capitel desaparecido. Un viejo y encorvado individuo, con algo en las manos, acosado por dos seres monstruosos que le incitan, probablemente, a pecar: un cánido y una sierpe. Metáfora pura, biblia pauperum, signo exacto de una mentalidad histórica. Se han llevado el capitel, su cimacio, la cenefa superior y la columna. Sólo el pedestal, que es fácilmente reproducible, han dejado. Y los otros tres capiteles, han quedado a la merced del viento aunque no del olvido. En el mencionado periódico labreño de este verano, reproducen una foto de antes y otra de después, y animan a los lectores a que encuentren la diferencia. Como si de un macabro, y triste, “juego de los errores” se tratase. Un juego de los horrores, más bien, como ellos mismos lo califican.

El segundo hecho: robo de todo el aire

Este es anunciado. Se sabe quien viene a por él, una empresa de electricidad que cotiza en Bolsa. Piensan instalar un Parque Eólico en el sabinar de Labros, en medio del bosque silencioso y milenario, donde se ha definido previamente una ZEPA (Zona Especial de Protección de Aves) pues por su proximidad a la laguna de Gallocanta por su espacio atraviesan de continuo miles de aves en sus viajes migratorios, y donde existen miles de sabinas en un conjunto único en España, que fue previamente declarado, en 1987, por la Junta de Comunidades, especie protegida y de interés especial.

Allí van a construirse cuando la Junta les dé el permiso (que se lo dará) nada menos que 44 aerogeneradores eléctricos de 55 metros de altura cada uno, distribuidos en seis hileras, sobre las cotas y líneas de altura más visibles, saliendo de cada uno de ellos algunos que otros cables que confluirán en una subestación eléctrica in situ, de la que partirá una línea de alta tensión apoyada sobre plintos metálicos y que a lo largo de 17 kilómetros dará nuevas perspectivas “tecnológicas” a la sierra molinesa. Traga saliva, amigo lector.

Ya se han hechos cosas así en otros lugares de la provincia. Y ello con la aprobación del Ministerio de Medio Ambiente, de la Junta de Comunidades, de la Diputación, y de los respectivos ayuntamientos. En algunos casos más, incluso, con  el aplauso de los vecinos. Las únicas riquezas que tiene la provincia de Guadalajara, son a saber: el agua, y el aire, ya están repartidas. Aquí las vemos, simplemente, correr por el suelo, y por el aire. Son tan livianas esas riquezas…