Bonaval, una ruina descompuesta
Aunque la provincia de Guadalajara tiene mil y un recovecos desde donde nos habla la voz de la historia, y a todos ellos tratamos de acudir a mirar, a analizar y a contarlo luego, son algunos elementos de ese rico patrimonio los que de una forma recurrente se asoman a estas páginas por mor, casi siempre, de su actualidad y de algún que otro escándalo que en torno a ellos se produce. Y si consideramos que el cuidado del patrimonio ha ido creciendo, muchos de sus elementos salvados de la ruina, y otros mejorados y utilizados adecuadamente, no es menos cierto que existen aún “granos” que no hay forma de limpiar. Pero que afean la cara de esta provincia a la que queremos, y nos gustaría ver siempre con la cara limpia y la piel tersa, brillante, sonriente.
Uno de esos granos es Bonaval. El monasterio cisterciense que los monjes blancos erigieron, en el remoto siglo XII, en un idílico ensanchamiento del valle del Jarama, y allí continúa, tras mil avatares de historias y batallas, en estado de abandono, primero de ruina ilustre y romántica, y ahora en estado de descomposición y allanamiento por la barbarie de estos tiempos que corren. Y no me queda más remedio que alzar de nuevo la voz para reclamar la atención que a estas ruinas corresponde, por lo que tienen no ya de símbolo religioso, sino fundamentalmente de raíz histórica y de curiosidad arqueológica, en un grado no pequeño, y que ya quisieran para sí muchos países, o incluso regiones del nuestro, como elemento parlante de una historia digna y venerable.
Ahora ha sido la Real Academia de la Historia la que ha tomado cartas en el asunto, y su Secretario perpetuo el profesor Eloy Benito Ruano, visto lo que está allí pasando, se ha dirigido a las autoridades competentes en el tema, (que son, por este orden, el Presidente de la Diputación Provincial de Guadalajara, el Consejero de Educación y Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancja, y el Director General de Bellas Artes del ministerio de Educación, Cultura y Deporte) y les ha pedido su rápida y eficiente actuación, en la medida de sus posibilidades, para que se ocupen de “la conveniente conservación, y en la parte que proceda de su restauración, de los restos del monasterio cisterciense de Bonaval situado en el término municipal de Retiendas….”
Hace ya años, muchos años, tantos que nos parece que hablamos de otro planeta, de otra historia que no es la nuestra, venían los americanos desde California, y compraban enteros los monasterios castellanos, nuestras gentes gustosamente los desmontaban, numeraban sus piedras, y sin un adiós lloriqueante, sino más bien con saludable alegría, los embarcaban y rumbo a América los dejaban ir, sin más. Eso sucedió con Sacramenia, con diversos monasterios catalanes, con iglesias enteras de Valladolid y Palencia, con ermitas de Soria,…. y con el monasterio cisterciense de Ovila, junto a Trillo. Ahora ya no vienen los americanos a comprarnos los monasterios. Ahora, a los monasterios que después de aquello nos quedan, les dejamos también, sin mayor lloriqueo (y también es verdad que sin saludable alegría, entre otras cosas porque esto importa ya tan poco que no hay tiempo ni para llorar ni para reír por este tema) que se hundan por su cuenta. Para eso no nos hace falta que vengan los americanos. Nos bastamos nosotros solos.
Qué es y dónde está el monasterio de Bonaval
Bonaval está en término de Retiendas, en la orilla misma del río Jarama. Se llega a él tomando la carretera que sigue hacia la presa de El Vado, y a unos doscientos metros del pueblo sale un camino a la izquierda, que lleva directamente, tras media hora de andadura, hasta las ruinas de este cenobio medieval. Lo que ahora puede el visitante contemplar es su situación en lo hondo de un estrecho valle poblado de árboles, cerca de su desembocadura en otro valle más ancho, el del Jarama. La estructura del templo y monasterio es muy característica de los modos cistercienses de construcción en el siglo XII. El templo ofrece unas dimensiones similares en anchura y longitud. De sus tres naves, sólo queda cubierta la de la epístola. Las tres capillas de la cabecera, o triple ábside, comunicadas entre sí por pequeñas puertas abiertas en el fuerte muro, se conservan bastante bien, y cubiertas de sus primitivas cúpulas nervadas. Adosada a la capilla del Evangelio, se encuentra la sacristía, de encañonada bóveda semicircular. En lo que fue el crucero, se abre una escalerilla que asciende hasta la torre. Por el interior del templo, se ven (cada vez menos, porque se lo están llevando sin mayor problema) numerosos capiteles de bella decoración foliácea.
Al exterior, en el muro del sur, se abre la puerta del templo, de estilo netamente cisterciense, con apuntado arco cargado de archivoltas, que a su vez descansan en sendos capiteles foliados. Sobre ella, y ligeramente descentrada, se abre una elegante ventana de estilo de transición. Junto a la puerta, se levanta la torre, de planta poligonal, rematada en almenas. El aspecto de los tres ábsides en la cabecera del templo es magnífico. En ellos se abren grandes y estilizados ventanales de arco apuntado, con finísimas columnas que sostienen mínimos capiteles, y una cinta de puntas de diamante bordeando el conjunto. Rodeando a la iglesia por occidente y norte, se ven los altos muros, ya desmochados, de lo que fue el convento.
Ahora, y aunque el camino es malo y no permite la llegada de coches normales, abundan los viajeros que llegan hasta estas ruinas, a pie o en automóviles todo-terreno, quedando la mayoría, asombrados de la antigüedad y belleza de estas piedras y estas arquitecturas, y una minoría con las ganas, que no reprimen, de hacer desmanes. Parece que la soledad y la impunidad empujan (siempre a los cobardes) a hacer estas fechorías. El caso es que están desapareciendo piedras, capiteles, y detalles. Y la Naturaleza, por su parte, anda también incordiando y ha hecho nacer en el muro meridional del viejo templo una higuera que con los calores ha crecido tanto que está reventando el muro. Se impone una rápida actuación de saneamiento, de limpieza, de contención de una acelerada descomposición del conjunto arqueológico de Bonaval.
Si estas palabras pueden servir para animar a quienes tengan capacidad de actuación a que la ejerzan, mejor que mejor. Porque uno ya no sabe qué es mejor, si las llamadas prudentes (como pueden ser estas líneas, como fue la recogida de firmas que en su día realizó DALMA para demostrar que mucha gente firma pidiendo que esto se arregle) o la manifestación airada. Lo que está claro es que nuestro patrimonio, que tiene ya en su haber muchas y acertadas intervenciones de recuperación, no puede permitirse el lujo de perder a uno de sus más hermosos y específicos elementos: el monasterio cisterciense de Bonaval es parte vital de esta tierra nuestra, que se quedaría con un agujero más en su mapa si desapareciera.