Encuentro con Martín de Vandoma

viernes, 31 mayo 2002 0 Por Herrera Casado

Andaba yo el sábado pasado andando por la cuesta de delante de la catedral, en Sigüenza, con el frío prometedor que caracteriza a la mañana cuando el sol anda todavía desperezándose por los tejados y entreteniéndose en las azoteas, cuando me encontré con Martín de Vandoma, el escultor de púlpitos y cajoneras catedralicias… bueno: no exactamente con él, sino con su avalista en este mundo, en este tercer milenio, al que ha conseguido saltar desde la tumba gracias a un libro que su autor, Francisco Vaquerizo Moreno, tuvo la gentileza de entregarme en la mano, y permitirme pasear los ojos por su hojas, encontrando la maravilla de una vida reconstituida, de un palpitar humano y humanista que como un aluvión se me vino al pecho.

Una novela histórica

Acaba de presentarse en sociedad la nueva, la más última obra de Francisco Vaquerizo, el sacerdote seguntino que (aunque nacido en Jirueque) anda siempre por calles y huertas de Sigüenza avizorando historias, soñando versos, y escribiendo (con una maestría que para nosotros mismos quisiéramos) de todo un poco. Esta vez ha sido una novela la que ha subido a la estantería de los libros. Una novela de tema histórico, ambientada plenamente en Sigüenza, que es una ciudad que por vieja y digna da para mucho. Una novela que ha titulado “En libertad bajo sospecha” y que tiene por protagonista a un personaje de lo más íntimo y definidor de la ciudad en su mejor momento: Martín de Vandoma, un artista escultor (un artista, en el más amplio sentido de la palabra) que en esta aventura sale de los libros de arte, de los documentos, de los panegíricos evocadores, y se planta vivo entre nosotros. Una obra en la que se mezcla la intriga y el reportaje, lo soñado con lo vivido, la entelequia con el documento… y Vaquerizo, su autor, como sabio oficiante de la ceremonia, consigue desvelar una vida, ponerle el latido al personaje, y entregarnos mucho más cierta la línea del arte catedralicio.

Decenas de personajes

Aunque el protagonista de esta “Libertad bajo sospecha” es sin duda Martín de Vandoma, quien aparece con su nombre y apellido ciertos en la secuencia literaria, son muchos otros los que le acompañan. Surgen en su ambiente, y le secundan en sus peripecias, nombres como el inquisidor Espinosa, el obispo seguntino Pedro Gasca, el magistral Salustiano Piñote… y al socaire de ellos van apareciendo gentes diversas y sorprendentes, como don Estercacio de la Mota Peláez, Francisco de Villaviciosa y Alvaro Lope, que por sus aficiones literarias reciben apodos como “El Petrarca” y “El Fantasías”. Protonotarios y ecónomos, párrocos y regidores, alarifes y feligreses, qué amalgama, tan vívida! Qué sucesión de escenas, que se salen: no exagero si digo que este nuevo libro de Francisco Vaquerizo es de lo mejor que ha escrito (y eso que ha puesto en fabulosos versos su admiración y su pena), pero aquí no sólo reconstruye una época de la ciudad, y una vida, sino que crea ambientes y abre situaciones con total soltura, con emocionante sucesión de temas.

La novela de trama seguntina se va perfilando en torno a las naves, los salones, los altares y las bóvedas de la catedral. Hay un oscuro vaho de templo mayor en la obra, pero en él surgen con brillantez momentos plenos de magia. Se narra y ambienta el año en que Martín de Vandoma recibe el encargo de hacer el púlpito del Evangelio. Y cómo él se plantea, en noches largas sin dormir, en días de actividad febril, la talla en blanco alabastro de cinco estrechas y altas escenas de la Pasión de Cristo. Se nota, además, que el autor de la novela es sacerdote. No puede evitar poner su grano de catequismo cuando describe cómo piensa Vandoma, cómo proyecta, cómo con su mano talla la piedra…

Luego en otro capítulo magistral Vaquerizo nos da referencia del momento en que Vandoma construye y adorna la gran puerta de la Sacristía Nueva, la que poco antes terminara Covarrubias de hacer con su cúpula cuajada de cabezas. Vandoma diseña una puerta de madera en cuyos casetones pondrá las catorce principales vírgenes de la Iglesia Católica primitiva. Un homenaje a la mujer, que Vaquerizo plasma con más fuerza al ir narrando, una a una, detalle a detalle, los elementos iconográficos y el simbolismo de cada una de esas mártires. Además, y así podríamos estar largo rato, en esta novela que es al mismo tiempo documental de certeza, aparece el escultor tallando sus cajonerías de la sacristía, sus ventanales, sus retablos por pueblos de la diócesis (se va a Cetina, a lugares de Zaragoza, de Soria, de Guadalajara…. a Pelegrina, a Atienza…)

No es este lugar para hacer una evidencia narrativa de Martín de Vandoma, aunque el momento quizás lo justificara. Yo mismo escribí, en el ya lejano año de 1979, y en varias páginas del número 6 de la Revista “Wad-al-Hayara”, una rápida pintura de su trayectoria vital y artística, y puse en papeles especializados algunos documentos que hallé en el Archivo Capitular de Sigüenza, en los que se probaba, por una parte, lo sublime de su arte y la consideración que se le tenía, de tal modo que en septiembre de 1554, a la muerte de Nicolás de Durango, fue elegido como maestro mayor de la catedral; y por otra, los problemas económicos y de todo tipo (encontronazos personales con el Cabildo y su Deán apellidado Bravo, quien debía serlo en demasía) que tuvo que padecer Vandoma. Aunque nacido en Sigüenza, su origen era indudablemente flamenco, quizás borgoñón, pero él se consideró siempre un seguntino de médula, y aquí también murió y fue enterrado.

Una secuencia vital que Vaquerizo nos ha entregado (lejos estaba yo de sospecharlo la otra mañana, tempranos grises por la cuesta catedralicia de Sigüenza) en este libro sorprendente y útil, bien escrito y bien pensado: “En libertad bajo sospecha”, un título que emociona antes de abrirlo, y un relato que compensa cualquier tiempo empleado en leerlo. Así da gusto, con paisanos que ocupan su tiempo estudiando, escribiendo, publicando… un país haremos más saludable y benévolo, más educado y futurista, que buena falta nos hace. Porque un libro como este de Francisco Vaquerizo, que mira claramente al pasado, es sin embargo una flecha que se lanza al futuro, porque pide lectores, ofrece pensamientos y alienta emociones. Un buen libro, que se agradece.