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marzo, 2002:

Paseando por las Plazas Mayores de Guadalajara

No me canso de recomendar un ejercicio que es sano para el cuerpo y para el alma. El ejercicio de pasear por la provincia: recorrer caminos, carreteras y montes. Andar entre arboledas, pisar las plazas. Precisamente de estas, de las plazas mayores de la Alcarria, quiero hablar hoy. Y hacerlo porque, además de ser un elemento que siempre asombra y vivifica, a propósito de un libro que acaba de aparecer editado tenemos ya la posibilidad de contar con el catálogo completo de “Plazas Mayores” de la provincia de Guadalajara. Una gozada real, una fantástica aventura visual (anímica también) sobre la irregular superficie de nuestra tierra.

El Colegio Oficial de Arquitectos de Guadalajara y la Caja de Guadalajara han editado a la limón, hace un par de meses, un hermoso libro que viene a ser el testamento alcarreñista de un historiador, artista y estudioso de la arquitectura: de Luis Cervera Vera, un auténtico apasionado de nuestra tierra, a la que miró con los ojos del viajero que siempre llega desde lejos, y las goza con más gozo. Luis Cervera Vera había sido, en años pasados, asiduo a los jurados de los Premios “Provincia de Guadalajara”, y siempre en las conversaciones que mantuvo con los alcarreños demostró que sabía más, mucho más de esta tierra, que la mayoría de ellos. Esta sabiduría la había ido tomando de sus viajes, de sus apuntes directos, de sus estudios bibliográficos (era un asiduo lector de “Nueva Alcarria”, me consta), y la esencia histórica de nuestra Alcarria la tenía incrustada en las venas. No en balde publicó el gran libro/estudio sobre el Colegio de la Santa Cruz de Valladolid, fundación del humanista Cardenal Mendoza, o la apasionante visión histórico-gráfica de la ciudad de Lerma, o esa delicada, tarea de orfebre casi, monografía sobre la villa de Pelegrina, mimoso análisis, casa por casa, de su iglesia, su castillo, sus plazuelas, cuestas y miradores…

Con este libro recién publicado, Cervera se ha desvelado como uno de los mejores conocedores (de los que andan, miran y apuntan todo) de la provincia de Guadalajara. Un académico que nos había dado ya previas muestras de su riguroso análisis de la realidad constructiva y patrimonial de lugares como Pelegrina o Brihuega,  pero que de una forma callada y continuada, había ido haciendo una colección suprema de dibujos de las plazas mayores, de los monumentos, de las calles y plazas más sugestivas de los pueblos de Guadalajara.

Gracias al cariño desplegado por su hijo, Luis Cervera Miralles, de sus amigos alcarreños Tomás Nieto y Miguel Angel Embid, y de sus compañeros de profesión, el Colegio de Arquitectos ha puesto en las manos de quienes estén interesados en estos temas un catálogo que solo podemos calificar de impresionante, bellísimo, abultado y valioso: los dibujos de las plazas mayores de casi ochenta pueblos de nuestra provincia (están las de Guadalajara capital, Sigüenza, Cogolludo, Atienza, Molina, Pastrana, por supuesto, pero están también las calles de Tendilla, los rincones de Checa, los palacios de Tortuera, las perspectivas de Horche… un total de 400 dibujos colosales, nítidos, evocadores. Estas “Plazas Mayores en las comarcas guadalajareñas” de Luis Cervera Vera se alzan ya, sin duda alguna, y desde ahora mismo, como una de las obras clásicas y hermosas de la bibliografía provincial. Un libro que, en mi opinión, no debe faltar en ninguna biblioteca alcarreñista, por lo que tiene de capital y firme.

Plazas Mayores con Encanto

Parodiando el título de una serie de libros-guías que pululan por ahí, y que ofrecen lo mejor de los pueblos, los paisajes, las fiestas, los monasterios y los paradores de España, este libro que acaba de salir podría ser así titulado: “Plazas Mayores con Encanto”. Porque, aunque todas son de la provincia de Guadalajara, todas lo tienen. Quisiera destacar aquí las mejores, pero (lo reconozco) es imposible. No ya por delicadeza hacia las demás, sino por imposibilidad física. ¿Cómo voy a hablar de la plaza mayor de Sigüenza, esa joya de Castilla y del universo occidental, y olvidarme de la de Cabanillas del Campo, que también tiene sus edificios clásicos, su aire rural e íntimo, su color canela sobre fachadas y tejados? La grandiosidad, la sonoridad arquitectónica de una se compara con la sencillez de la otra, y las dos se marcan su tanto, hay empate.

¿Y se puede hablar con tonos elogiosos, ditirámbicos y tal, de la Plaza del Trigo de Atienza, otro ejemplar soberbio y único de la más pura Castilla, y olvidarse de la más sencilla de Lupiana? Pues imposible. Porque la primera reúne en sus edificios, en sus combinaciones de maderas, galerías, escudos, templos y murallas el conjunto más sensible y espectacular de temas monumentales, bien dispuestos, asombrosos,… pero Lupiana no tiene nada que envidiar: Su rollo en el centro del ancho plazal. Su Ayuntamiento dieciochesco, su alta barbacana, su arboleda en las espaldas, y sobre el conjunto el pueblo alzado: aquí la cascada de tejados, allí la mole dorada de la iglesia covarrubiesca, allí los montes yesosos de la Alcarria. Todo un conjunto imborrable.

Aún más. Si la plaza mayor de Guadalajara, cada día más conjuntada, cuidada (y también más vacía de gente) se hace cuerpo inequívoco con su torre del reloj, sus soportales, su Ayuntamiento clasicista, su anchurosa frente…. ¿por qué no parangonarla con la plaza de Uceda, que es también abierta, también tiene Ayuntamiento, también suma templo modernista, edificios clásicos, escudos arzobispales, lejanías de viento y sierras? Es posible. Sí: tenemos un plantel de “Plazas mayores” que pueden presumir de encanto, de espaciosidad, de belleza, de valor monumental, de reserva histórica. Sobre todo, (para mí, es lo mejor de todas ellas) de ámbito comunitario y fértil de encuentros, de fiestas, de sonrisas. Las plazas mayores (en el libro de Cervera Vera aparecen casi un centenar, retratadas en 400 dibujos de los que apenas puedo mostrar dos o tres de ellos junto a estas líneas) son lugares con vida, no solo con encanto. Son espacios abiertos al aire, a la luz y las palabras. Son tránsitos para caminar, para departir, para mirar. Y de esas tenemos cientos. ¿Quién dijo que Guadalajara es una provincia pobre? Tenemos la mejor riqueza, la del corazón que late siempre, la del paisaje sorprendente, la de estas plazas que ahora Cervera (como testamento de amor hacia Guadalajara) nos ha dejado en este libro fabuloso, memorable, único.

Turojar, una ventana al Turismo rural

En sólo unos días, concretamente el próximo Jueves (Santo) 28 de marzo, abrirá sus puertas la cuarta edición del Salón TUROJAR, dedicado al Turismo Rural, el Ocio y la Jardinería. Tal mezcla de ofertas en una sola Feria no pierde su sentido cuando se la visita. Porque las tres materias son complementarias, se realizan en los días de descanso, y sirven para ocupar las horas libres de miles, de millones de ciudadanos. TUROJAR se celebra en Pastrana, en el mismo recinto (histórico-monumental) de la Feria Apícola, y permanecerá abierta al público desde el 28 al 31 de este mes de marzo, del jueves al domingo de la semana que viene.

TUROJAR se ha venido definiendo como una Feria dedicada a mostrar las más recientes ofertas del Turismo rural en Guadalajara, así como un Encuentro de especialistas en el tema, de empresarios comprometidos en su desarrollo, y de visitantes que saben van a encontrar elementos numerosos y atractivos para poder planificar su ocio, sus excursiones y su vagabundeo de fin de semana con mayor conocimiento de causa. Además, este año se anuncia TUROJAR con nuevas propuestas, nuevas caras, y nuevas perspectivas, siempre sobre el sedimento ya consolidado, muy firme, de los años anteriores, que le han permitido afianzarse en este interesante campo de la oferta ferial.

Sin duda el Turismo Rural está ya consolidándose como un factor clave de crecimiento, al menos en nuestra provincia. Empiezan a contarse no ya por cientos, sino por miles, las personas que viven de este sector. La Alcarria sobre todo (pero también las Sierras, la Campiña, el Señorío de Molina) tiene esa voz nueva, ese perfil que la alza como espacio puntero y codiciado de autenticidad. Sus pueblos (cada día más cuidados, limpios, receptivos) rezuman sabor: el clima suave, la redondez paisajística, el aroma de sus flores ahora, el plácido discurrir de sus horizontes… tiene, incluso, hoy más firme que nunca, el valor de ese “Viaje a la Alcarria” que escribiera hace más de 50 años el Premio Nobel Camilo José Cela y que tras su muerte ha servido para darle, un punto más, valor sumado a esta comarca. Por cierto, (mensaje para los internautas que creen que la Red es algo útil y agradable, no pecaminoso ni semillero de delincuencias, como algunas emisoras de televisión y medios de comunicación intentan hacernos creer) acaba de aparecer un sitio web de lo más interesante y bien hecho, a propósito del “Viaje a la Alcarria” de Camilo José Cela. La dirección es http://www.aache.com/cela. Así de sencilla. Sirve para entrar a fondo en el sentido, la palabra, la dimensión geográfica y cordial de ese viaje.

Pero seguimos con Turojar. Y según hemos sabido, habrá no solamente los habituales stands con propuestas de Turismo Rural, Jardinería, Artesanía, Libros, Gastronomía y Arte, sino algunos actos que en forma de conferencias, mesas redondas, exposiciones y desfiles tratarán de hacer más viva y directa esa oferta del turismo alcarreño y provincial.

Pastrana, siempre en la ventana

De ese Turismo Rural que crece y crece cada año en la Alcarria, la villa de Pastrana está siempre en la delantera de las iniciativas y los logros. Siempre es noticia Pastrana, pero este año algo más, porque de una parte está ya terminado su Palacio Ducal y principesco, en trabajo largo y perfeccionista de la Universidad de Alcalá y otras instituciones… a punto de abrirse y agrandar esa oferta de variedad con gusto. Es también noticia por la perspectiva de la boda de la hija de un famoso, que se prevée celebrar en una nueva estancia hotelera surgida en el Convento de los Franciscanos, allá en la vega. Y es noticia porque de vez en cuando asoman por sus calles otros famosos/as-famosillos/as que, en cualquier caso, sirven para que se hable de ella.

Sin embargo, Pastrana no necesita apenas esos apoyos, porque para cualquiera que entienda está en primera línea de los lugares con encanto en España. Para quien a la semana que viene se acerque por la villa de la miel y la princesa, además de TUROJAR le estarán esperando muchas cosas: una gastronomía de primera, auténtica, donde el cabrito y los dulces (esencia del yantar alcarreño) tienen su protagonismo en todas partes. Le estará esperando una Semana Santa recia, con tradición y fuerza, conservada a base de fe, que es lo único que se necesita para mantener entera una celebración de este estilo, pero también con muchos seguidores, penitentes, cánticos y procesiones a altas horas de la madrugada. Encontrará un pueblo encantador que rodea al visitante visualmente, que le cierra el horizonte y le engulle: ese es quizás el mejor valor que tiene Pastrana para sus visitantes: aparte de la belleza y sugerencias históricas de sus templos, conventos, palacios, plazas y empinadas callejuelas. El aliento total de tiempos pretéritos, que consigue envolver al viajero, engullirle (esa es la palabra) hacerle parte de ella.

Para ello no queda más que arribar hasta la “Plaza de la Hora” , ya limpia de andamiajes, y dar unos pasos por ella. El dorado palpitar de las piedras del palacio, la serena ruralía de los soportales, el tilín-tilán mágico y ensoñador de la reja dorada, donde aún parece (tan alta, tan tuerta) que va a aparecerse al atardecer doña Ana.

Desde la Plaza se camina la calle mayor, siempre en la sombra. Es el espacio común, el lugar de encuentros, de sorpresas y humanidades. Se llega hasta la colegiata, donde quedan albergados desde hace siglos los espectaculares cronicones de la conquista de Africa por el Rey de Portugal. Los tapices flamencos de Pastrana son una joya que (siempre tendremos que repetirlo, por si alguna vez, alguien, decide hacer algo para que se les de el espacio que merecen) se encuentran un poco oprimidos de paredes y cosas en su torno. Esos tapices que tienen el color, la sinceridad y la fuerza del momento primero del Renacimiento europeo. Y muchas otras cosas en el Museo, el retablo con las pinturas de Matías Jimeno, que uno por uno sus cuadros darían la talla en el Prado o en el mejor museo pictórico que se nos pida.

Y la fuente de los cuatro caños, la calle del Heruelo, el palacio-colegio de San Buenaventura, la íntima clausura de San José, el lugar que fundara Santa Teresa, parejo en la distancia con el gran monasterio de San Pedro, en la vega, que fuera iniciativa de San Juan de la Cruz. El misticismo del Siglo de Oro, junto con los ducados de Ruy Gómez y Ana de Mendoza, hicieron de esta villa un lugar de terciopelos rojos, cordobanes polícromos, altas veletas estrelladas. Realmente, un lugar de ensueño en una Alcarria densa y en una España siempre por descubrir.

El paseo lo terminamos arriba, en el gran convento de San Francisco, sede del Salón TUROJAR del Turismo Rural. Además de su oferta múltiple, allí contemplaremos su templo renacentista, su claustro mudéjar, sus patios y escudos, su campanario, su ambiente recoleto. Todo en Pastrana es un clamor de llamadas. Yo creo que no debemos resistirnos. Hay que ir, y estarse allí.

Caminando hasta Mesones

Desde El Casar, que está cada día más grande y animado, siguen los viajeros a pie hasta Mesones. Circulamos por la izquierda, andando por la cuneta de una carretera llana que nos deja ver hacia el norte la limpieza azul de la sierra. Pronto, a la izquierda de la entrada a una urbanización, surge una carretera más estrecha y movida que nos llevará hasta lo hondo de un pequeño y reseco vallejo, más bien barranco, por donde en las épocas lluviosas corre un arroyo insignificante, y que no llega a tener nombre de río. Ahí asienta en vaivén de aliagas este pueblo de breve caserío y escasa importancia histórica y monumental.

Los viajeros van saludando a la gente que se asoma a las puertas, y de su macuto sacan un librejo de hojas ya raídas donde alguien escribió un día la historia de este lugar. Así saben que Mesones, desde la época de la reconquista, formó parte del Común de Villa y Tierra de Uceda, y al igual que todo este territorio de la orilla izquierda del río Jarama, perteneció primeramente a la Corona real de Castilla, y desde comienzos del siglo XIII, por donación de Fernando III el Santo, al señorío de los arzobispos de Toledo. Magnates de cruz y espada, por cierto, que han sido expuestos en exposición magnífica (inaugurada el martes 5 de marzo, en la iglesia de San Pedro Mártir de Toledo, y que durará hasta el 3 de junio). Más adelante, en 1575, el rey Felipe II apartó el territorio del antiguo señorío eclesiástico, tratando de vender la villa y sus aldeas a particulares. Si Uceda fue comprada por don Diego Mejía de Ovando, quien hizo los mismo con varias aldeas del entorno, Mesones en esa ocasión se adquirió a sí misma, consiguió el título de Villa, y se eximió de toda jurisdicción que no fuera la real.

Luz y alturas

Mesones tiene poco que ver, pero no deja de tener su interés el viaje hasta la villa. Comprobar que los valles mínimos de la cuenca del Jarama tienen vida (carrascas donde parlotea la urraca y al atardecer sobrevuela la lechuza; aliagas en la cuneta, siempre esperando el momento de darle color al campo) y admirar un templo cristiano que ha recibido tanta vida en tantos siglos. De ahí que los viajeros suben a la cota más alta del pueblo, y pasan a admirar la iglesia parroquial, que está dedicada a Santa María.

Tiene el aire de los nobles edificios campiñeros: obra de la primera mitad del siglo XVI, su fábrica es de mampostería de sillarejo calizo, con hiladas de ladrillo y algo de sillar en las esquinas. A poniente se alza la gran espadaña, ahora muy bien restaurada, como el conjunto del templo. En ese muro occidental posee una sencilla portada de arco semicircular, entre dos contrafuertes, y el muro se ve rematado, como digo, por esbelta espadaña de la época. En el costado meridional del templo se abre la portada principal, puesta bajo atrio porticado. En el cobijo del tejaroz, pasadas la puerta y sus columnas, se ve esta portada tallada en piedra caliza muy blanca, con arco semicircular escoltado por jambas profusamente decoradas de grutescos, a los que se añade sendos escudos nobiliarios. En la clave de este arco aparece un hermoso y elegante escudo con el jarrón de las azucenas que recuerda el poder espiritual de los arzobispos toledanos, señores de oración e impuestos. Pilares y arcos están decorados con grutescos, con volutas, con bloques de hojas de acanto y caracolas: es un hermoso pórtico que recuerda las formas de hacer de la escuela de Covarrubias. No de él directamente, pero sí de manos que estudiaron y se formaron en su taller toledano, seguro que aquí se pusieron afamosamente a trabajar la piedra.

En las enjutas del arco, sendos escudos nobiliarios, que se nos hace difícil identificar. Desde luego no son los de Mejía y Ovando. Tienen cuatro cuarteles, y en ellos vemos, de izquierda a derecha y de arriba abajo del espectador, tres bandas sembradas de armiños, tres flores de lis alternadas con luneles, cinco panelas y plantas apoyadas sobre ondas de agua. En la bordura, siembra de armiños. Los dos cuarteles de la derecha del escudo son de Guevara, y los otros pertenecen a los linajes de Fajardo y Solórzano. Como estas armas, además de en la puerta, están talladas en la pared exterior de la sacristía, pensamos que pudieran pertenecer a una familia que sufragó en buena parte la construcción del templo.

El interior es sencillo, pero limpio y cuidado: solo dos naves tiene, la central y la del Evangelio, porque la que correspondería a la Epístola, es la que hace de atrio y sacristía. No valen gran cosa los retablos que se distribuyen por el lugar. Y en cualquier caso, la mañana soleada y tibia compensa cualquier otra falta: Mesones está simple y hermoso, como un libro abierto a quien quiera ir a leerlo desde cualquier parte.

Dice la tradición que en el hoy despoblado de Caraquiz (término de Mesones), que antiguamente fue aldea de Uceda, vivieron San Isidro Labrador y su mujer Santa María de la Cabeza; y aún refieren las gentes que en la ermita que hubo en el paraje de Vallanquera fue enterrado el cuerpo de San Isidro. Eso mismo dicen de él en otros lugares de la provincia, por lo que ni creemos ni dejamos de creer: simplemente constatamos la gran devoción que el mundo rural y de la agricultura desplegó siempre hacia un santo que sentían ser “de los suyos”.

Un lugar para visitar esta primavera, cerca de la capital, y en el entorno de otros espacios singulares y atractivos (Uceda, El Cubillo, El Casar….) todos ellos merecen ser conjuntandos en un paseo de mañana dominguera.

Juan Guas en Sigüenza, y la iglesia de los Huertos

Celebrábamos hace poco, en 1996, el quinto centenario de la muerte de uno de los grandes artistas españoles de todos los tiempos: de Juan Guas, que aunque nacido en tierras francesas, aquí dejó, entre nosotros, lo mejor de su inspiración como arquitecto y tallista. Sobre todo, como diseñador de edificios y espacios, que los trazó “ad modum Yspaniae”, a la manera de España, como todos reconocieron entonces, y aún hoy quien se acerca al estudio de su figura y de su obra, también lo hace.

En España, especialmente en la diócesis y ciudad de Toledo, Guas dejó obras solemnes y maravillosas: San Juan de los Reyes en la capital; el castillo de los Mendoza en Manzanares el Real; o el gran palacio de los duques del Infantado en Guadalajara, entre nosotros. Pues bien, existe una obra que siempre se le ha atribuido, aunque sea casi de forma anecdótica, y que unos y otros que han/hemos estudiado la obra de Guas, nunca hemos considerado en profundidad como suya. Solo nos hemos quedado en la anécdota, y no hemos ido a la profundidad, al análisis de modos, de detalles, que pudieran darla como suya.

Me estoy refiriendo al templo de Santa María de los Huertos en la vega de Sigüenza. Construido a finales del siglo XV o comienzos del XVI, en este templo se conjugan una serie de detalles que bien pudieran ser trazados por la mano de Juan Guas. Aunque él hubiera muerto ya cuando se levantó (muere en 1496 y el templo se levanta ligeramente más tarde) sí queda su traza, su modo de hacer y de plantea el espacio, y, sobre todo, los ornamentos. Hay un detalle, además, que es el que nos da opción a hacer esta disgresión: en lo alto del muro de la nave, una figura gastada y poco fina nos ofrece la imagen de un hombre arrodillado y orante, que apoya en una ménsula en la que se lee:”maestro juan”. Una firma de arquitecto con imagen y todo. Pocas veces se ve este detalle. Quizás sea el del arquitecto del templo, el de Juan Guas en concreto. En cualquier caso, y sin más datos que aportar en favor de esta teoría, vaya aquí el recuerdo del templo, que, eso sí, bien merece una visita cuando se vaya a Sigüenza.

La iglesia de Santa María de los Huertos

En la parte baja de la ciudad, con acceso desde la Alameda, en la orilla izquierda del río Henares, y sobre el emplazamiento de lo que pudo ser quizás una pequeña basílica de época hispano‑roma­na, visigótica o mozárabe, se levanta hoy este templo, magnífico y bello, obra del siglo XVI en sus inicios, pero con una mezcla interesante de los estilos gótico y plateresco finamente com­binados en su conjunto. Se encargó de la construcción del templo actual, por comisión del Cabildo, el deán don Clemente López de Frías. Fue levantado entre 1509 y 1512. El arquitecto y tracista fue ese desconocido Maestre Juan, que aparece en talla orante en un ángulo alto del coro.

La estructura externa de esta iglesia es de fuerte sillería, con muros cerrados en los que sólo se abren estrechos ventanales de arquería semicircular, y contrafuertes robustos rematados por flameros, con gárgolas de buena talla. La puerta de entrada, bajo pórtico de amplio arco escarzano, consiste en un conjunto plateresco, con portada escoltada de dos pilares adosados, recubiertos de exuberante decoración de grutescos y vegetales, rematados en capiteles corintios y gran friso en el que se lee: Clemens Decanvs Segvntinvs; en el luneto central aparece una talla sedente de la Virgen, ante la que se postran de rodillas un ángel y el Deán constructor.  Es realmente único y asombroso el arco escarzano en acoge a la portada, somo si de un mínimo atrio se tratara. El referido arco apoya a su vez en dos ménsulas de las que salen, como flotando en el aire de la Alameda, dos ángeles orantes que miran y se refieren a la virgen del luneto. Es una composición realmente singular, que conviene mirar con tranquilidad desde cierta distancia.

El interior del templo es majestuoso, con dos tramos amplios, coro alto a los pies, hoy cerrado para la clausura del convento de clarisas, y profundo presbiterio en la cabecera. A cada lado de la nave única se abren sendas capillas con arcos apuntados. Lo más bello son, sin duda, las bóvedas de nervada crucería policromada, de inducción gótica plena. Rema­tando el presbiterio aparece el retablo, pintado al fresco sobre el muro, con decoración sumada escultórica en jambas y hornacinas. Lo mismo digo de él: es un retablo al que no se ha hecho el caso que bien merece. Solamente esas jambas talladas que lo enmarcan, en piedra caliza de exuberantes grutescos con apóstoles en hornacinas, son bellos ejemplos del arte del primer Renacimiento en Sigüenza. Aparecen tallas de Evangelistas y santos apóstoles, más la escena de la Anunciación en lo alto. Las pinturas muestran escenas de la vida de la Virgen, con un espacio mayor dedicado a la imagen de la Asunción. Recuerda la pintura italiana de cincuenta años antes (con ciertas reservas, lógicamente) y nos trae a la cabeza las formas, los rostros, los ademanes que Sandro Botticelli pone en sus obras. En la hornacina central, una talla magnífica, renacentista, de María con el Niño en brazos. Es, en cualquier caso, un espacio sacro y artístico pleno de encanto, de belleza y armonía, pero que o bien por estar cerrado, o bien porque se le echa un vistazo deprisa y corriendo en la visita completa a una ciudad en la que muchas otras cosas hay que deslumbran, no ha estado suficientemente apreciado.

También en el presbiterio de este templo en el muro norte, se encuentra una de las piezas más relevantes del plateresco seguntino: se trata del enterramiento del arcediano don Francisco de Villanuño fundador del Convento de Santa Clara que hoy se encuentra añadido a esta iglesia. Descansa la estatua yacente de este personaje, tocado de bonete y recubierto de sencillas vestiduras canonjiles, con un león a los pies como símbolo de resurrección, en la cama del sepulcro, cuyo frente ostenta su escudo y compli­cado número de grutescos. Se completa el monumento con arco semicircular acompañado de pilares y rematado por friso y frontón, todo ello cuajado al máximo de decoración plateresca muy perfecta. Solo por admirar este enterramiento de Villanuño merece ser visitada la iglesia de los Huertos. Solo por ver, en él, el gran escudo heráldico que sostienen dos ángeles, y que muestran el sentido de aprecio de linaje que se tiene en esa época (murió en 1535, en El Burgo de Osma) aunque sea un clérigo sencillo. Es lástima que no esté en el lugar originario para el que fue pensado. Las obras de arte deberían permanecer siempre en el lugar para el que fueron talladas y pensadas. Esta lo hizo para quedar en el templo de Santiago, en el monasterio del mismo nombre que, en la cuestuda Calle Mayor seguntina, hizo este señor, junto con su hermano y sus sobrinas. Hoy del Monasterio de Santiago solo queda un jardín con casa particular, y de la iglesia primitivamente románica para qué hablar ya. Cerrada, hundida y abandonada desde hace décadas, siglos hace… en plena Calle Mayor de Sigüenza, la joya del turismo en Castilla-La Mancha.

En definitiva, un monumento este de Sigüenza, la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos, que se encuentra en perfectas condiciones de ser visitado, que muestra sus ofertas de arte encantadoras y atractivas, que está pidiendo a gritos que se la eche un vistazo, detenido y atento. No defrauda, eso seguro, y aumenta incluso la admiración hacia Sigüenza toda, cuajada siempre de sorpresas y evocaciones.

Cetreros en Tendilla

Ha sido Tendilla, el pasado fin de semana, la corte de la alegría y la evocación. Por fin, después de años de tener a San Matías de espaldas (en lo que a climatología se refiere) ha lucido el sol, no ha soplado el viento, y no ha hecho frío. Eso ha conducido a miles de personas hasta la villa alcarreña. El sábado 23, a media tarde, no se podía dar un paso. Era otra Alcarria, otro espacio, era como si todo renaciera en ilusiones, en animación y espectáculo.

De todo cuanto ha tenido la Feria de San Matías 2002, y además de la recuperación del Trofeo “La columna de Tendilla”, han sido quizás los momentos de la demostración cetrera los más memorables. Porque las carreras de galgos, la exhibición de caballos y jinetes por las calles y la enseñanza de los perros de caza, han contribuido a dar un sentido (breve, como es esta Feria, pero denso) de ancestralismo, de vida honda y enraizada con la Naturaleza. Caballos, perros, galgos, y halcones… en medio, en la calle soportalada más larga y más bella de Guadalajara, todo eran mercaderes gritando, fábulas andantes protagonizadas por el grupo “Gusarapo”, ofertas de alimentos exóticos, de hierbas para curar los males, de músicas y ropas.

La calle Mayor, un hervidero

Si algún monumento tiene Tendilla que la haga ser recordada por todos cuantos la visitan, este es sin duda la larga Calle Mayor que hace de principal arteria de comunicación y donde se centra la vida, la animación, y hasta donde se condensa, como en mágico conjuro, la historia toda del alcarreño burgo. Gracias a ella, Tendilla es, sin duda, uno de los mejores ejemplos de conjunto urbano tradicional en todo el ámbito de la región castellano-alcarreña. Y ello no lo debe al acúmulo de monumentos trascendentes en su aspecto individual, ni a la situación determinante del conjunto, ni siquiera al hecho de contar con una historia de dimensiones mas o menos atractivas. Este título lo posee por juntar, a lo largo de toda una calle, que es su Calle Mayor, el eje primero de su vida urbana, un alargado muestrario de casas, de edificios públicos y privados, y de paseos soportalados, que surgieron además en un momento concreto de su evolución, a mediados del siglo XVI, confiriéndola a partir de entonces su definitiva y actual estampa.

Ya en el siglo XVI estaban tan satisfechos los vecinos de Tendilla de la prestancia de su pueblo, que en el largo informe enviado al rey Felipe II en 1580 (al que comúnmente se llama «Relaciones Topográficas») decían de sus calles y soportales: …Quiero adbertir una curiosidad que tubieron los fundadores que en la plaza y en las demás calles de la villa hicieron unos Salidizos y portales, que aunque llueba se puede andar la maior parte de la villa sin varros, limpieza que no se halla en pueblos de su manera… tiene muy buena plaza, y calles anchas de buena traza…

En la Calle Mayor de Tendilla se encuentran sucesivos todos los elementos que le dan la categoría de conjunto urbano de gran relieve. Desaparecidos ya el convento de los jerónimos que había sido primor del Renacimiento; el monasterio de la reforma francisca de La Salceda, con su opulenta sucesión de edificaciones y obras de arte; el castillo valentón de su altura; las murallas y puertas de su entorno, y aun el palacio condal, hoy queda, a lo largo de un kilómetro de asombro, la sucesión de edificios que en su gran mayoría son viviendas particulares, y que se caracterizan por estar construidas, de forma sencilla, conforme a los cánones de la arquitectura popular alcarreña, esto es, planta baja de sillarejo y alta o altas de adobes sobre entramados de madera, todo ello enfoscado de yesos de diversos tonos. En su fachada principal, el portal da a los soportales que recorren el pueblo, y la planta principal ostenta balcones. Por atrás, tienen patios y cuadras. Ese amplio muestrario de construcciones populares sumadas unas junto a otras, con variedad larga de pilastras, de aleros y de soluciones en las bocacalles, es lo que confiere a Tendilla su carácter único. Sabemos que el gran arquitecto e historiador del arte, Luis Cervera Vera, dejó casi acabado un magnífico estudio de esta Calle Mayor de Tendilla. En unos cuantos dibujos de su reciente libro póstumo “Plazas Mayores en las comarcas guadalajareñas”, Cervera nos da unos apuntes emocionantes de esta Calle, de sus edificios más representativos, de su “aire” único. Tendría el Ayuntamiento de Tendilla que animarse a editar ese estudio: sería una forma espléndida y certera de seguir promocionando a la villa que todos queremos.

También en el informe enviado al Rey a finales del siglo XVI (de carácter fundamentalmente fiscal, aunque descriptivo y realista de la situación contemporánea) se expresaba la satisfacción de contar aquí y allá con casas de muy buen aspecto, especialmente las que ornaban la ancha Calle Mayor …En la dicha villa hay mui buenos edificios de casas; son fabricadas de yeso y madera, y algunas de piedra y cal; hay pocas de tapería de tierra… de esto es el sumptuoso Edificio de las Casas, en las quales hay aposentos, y salas muy preciadas con mui buenas portadas, y ventanage de obra Romana y curiosas molduras en mui buenas maderas de nogal y pino…  En esta calle mayor aparecen también edificaciones singulares. Y entre ellas cabe mencionar el palacio y oratorio adjunto de los Solano, que es una obra barroca sencilla pero muy digna, de la primera mitad del siglo XVIII, con fachada de líneas anguladas, escudo nobiliario en lo alto, y sillar bien tallado, que presenta un portón de almohadillados sillares y el cimero escudo de la familia. Junto al palacio está la capilla u oratorio de la Sagrada Familia, de nave única, también con fachada a la calle, ocupando todo ello, con sus enormes jardines posteriores, toda una manzana del pueblo.

Otro edificio singular es la iglesia, inacabada conforme al plan inicial de mediado el siglo XVI. De ella solo quedan terminadas la cabecera y parte de la nave, así como los arranques de muros y pilastras de los pies del templo. De ese primer impulso constructivo es el ábside de robustos paramentos, de contrafuertes moldurados y ventanales con dobles arcos de medio punto. La portada, más moderna, es obra de comienzos del siglo XVII, y está diseñada en clara tendencia manierista, con severidad de líneas, proporción achatada y un exorno lineal de cuatro columnas jónicas sumadas de un frontoncillo y vacías hornacinas. Solamente tiene terminada, y ello en el siglo XVIII, una de las dos torres proyectadas, que se debe al arquitecto Bradi, según nos acaba de demostrar el estudioso tendillano profesor García de Paz.

Los halcones y las águilas

Pero recordemos el punto por el que empezamos estas líneas: el de la demostración de cetrería que este año ha corrido a cargo del grupo “Peregrinus”. A la usanza europea más pura (Jack Feidt es el maestro cetrero que impulsa con su poderoso brazo a los halcones hacia el cielo) hemos podido ver las evoluciones bajo el azul de halcones, neblíes y otros elementos del nutrido grupo de las aves de presa. Incluso ha habido una espléndida representación de un animal no europeo, el “águila norteamericana”, de poderosa cabeza y alas generosas, que a pesar de ser aún “un polluelo” sobrepasaba el metro de envergadura. Genial la demostración con el señuelo, que llegó a parecernos que no se trataba de un animal quien lo ejecutaba, sino de una máquina programada. Extraordinario el paso de los animales en los apoyaderos, y muy equilibrados los vuelos de mano a mano, que el cetrero y su ayudante (quien además narraba una historia subyugante al mismo tiempo) protegían con los fortísimos guantes de cuero. Halcones encapuchados primero, luego libres para mirar son sus ojos universales, imparables, con sus garras afiladísimas, con sus picos que parecen máquinas de precisión.

Cientos de personas gozaron con este espectáculo, que como digo ha sido lo que más altura ha dado a la Feria, aunque todo en ella ha sido de alabar y aplaudir. Sin exageración podemos considerar que este año ha sido la verdadera “consagración” de esta Feria alcarreña pura y tallada a golpe de cincel, contra viento y marea. Ha doblado en afluencia, en participación, en movimiento, no ya a las de otros años, sino a la del pasado mismo. Una superación que pone muy alto su listón, pero que estoy seguro que, con su alcalde Luis Lorenzo y toda su corporación volcada en hacer a esta Feria un referente fijo de la nueva Alcarria (la del siglo XXI, me refiero, no este papel en el que escribo) van a conseguirlo sin mayor esfuerzo.