El Pozo de Almoguera, en carne viva

miércoles, 12 diciembre 2001 1 Por Herrera Casado

 

La nueva imagen de la iglesia

Hay lugares en nuestra provincia de los que muchos piensan que no tienen nada, ni un solo motivo para el viaje, ni una silueta para la curiosidad o la memoria. Quizás sea uno de ellos el Pozo de Almoguera, esa villa que se sitúa en la Alcarria Baja, entre Albares, Yebra, Fuentenovilla y Mondéjar, en medio de unos descarnados campos que solo se cubren, en primavera y verano, de cereal, pero que nada más dan, ni en paisajes, ni en arte, ni en historia…. y de vez en cuando uno se lleva la sorpresa de que en esos lugares surge la vida (como cuando se analiza un hormiguero con lupa) a borbotones, está llena cada día de emociones, es larga y ancha como una catarata su caudalosa generación humana.

Viene esta digresión a cuento de un libro que acaba de escribir Pedro San Martín Murillo, un libro y un ejercicio vital que descubre un mundo arcano, un universo que no conocíamos. El mundo de un pequeño pueblo de la Alcarria, del que siempre se dijo que “no tiene historia ni patrimonio”. Un pueblo vacío para las guías, para las crónicas, para los ejemplos….

Crónicas poceras

San Martín Murillo ha escrito un libro en que se desgranan memorias, historias, patrimonios… de El Pozo de Almoguera. Con su título ya nos desvela lo que persigue: dar fe de tiempos pasados, contar ocurridos, sacar a la luz memorias personales, que podrían ser únicas, humanas, portentosas…. y que se almacenan en la memoria y se vuelcan en la letra impresa. A esas Crónicas poceras las subtitula “Desde la sombra del viejo olmo de la armita”, con lo que vuelve a decirnos por donde discurre su caminar, por las evocaciones de grupos, de charlas de leyendas…

Por decir algo de este autor, hasta ahora inédito en nuestros lares, y según él se explica en la solapa de su publicación, aunque ya está jubilado anda muy tieso y vive en un pequeño pueblo de la provincia de Ávila. Estudió en Toledo, tras nacer en El Pozo de Almoguera; luego fue a Sigüenza donde estudió la carrera de Magisterio; fue profesor en los Marianistas de Madrid, y maestro en la capital, y en otros lugares de España, en Tenerife, etc. Ahora quiere dedicar sus años de descanso a escribir, a rememorar sus viejos tiempos.

Las “Crónicas poceras” de Pedro San Martín tienen quince capítulos a cual más sabroso, algunos de similar temática, otros diametralmente opuesta. Dedica parte de la obra a narrar, con el gracejo de quien es espectador y protagonista, las fiestas del Pozo: la Semana Santa, de la que incluye una crónica completa incluida la Salve pocera que se canta el Viernes Santo ante las ermita de las Eras. O los preparativos de la fiesta, la víspera de la fiesta, la fiesta misma (la del once de Noviembre), que es San Martín. Esa fiesta es algo muy serio para un pocero, y él la cuenta con gracia por arrobas, la procesión, por ejemplo, que presiden tres curas a los que compara, (porque parece un paseíllo lo que hacen) con la terna de los toreros de una corrida.

Personajes y hablares de la Alcarria

Para mi gusto, uno de los más interesantes valores de este libro es el de recoger las formas de hablar de El Pozo de Almoguera. Como en toda la zona de Mondéjar, las erres se pronuncian eles, y así él las transcribe, con otros muchos giros propios del pueblo, poniendo con ellos vibrante y vivo el parlamento de los personajes del libro.

Pone el autor una galería en pie de personajes de allí: los panaderos y los confiteros con raíces poceras; el sastre, los zapateros, los colchoneros…. el artista de los fideos, que los hacía con una máquina portentosa. Los molineros y los estraperlistas, los trilleros y los trilladores…. un abigarrado grupo de gentes de las que no es el menos curioso el veraneante con pantalón de mil rayas, o los jugadores empedernidos de mus; o aquel alcalde valiente (Rafael Aguilar) de cuando la Guerra, que se plantó en la plaza y dijo que allí no daban “el paseíllo” a nadie. Y sale también la tribu de los gitanos, y el maestro de escuela… hombres del pasado, y el viejo olmo, que parece en las páginas de San Martín Murillo uno más entre los personajes del pueblo.

Es un libro completo este de Pedro San Martín. Un libro con raza, trabajado (aunque no lo parece) en el que salen vivos los sucedidos, las anécdotas, las historias y los personajes… Leyendas no, no hay leyendas aquí. Hay humor, y del bueno, del que nace de la experiencia, del optimismo, del ver la vida con alegría y con respeto hacia los demás.

Retrata San Martín una sociedad, pobre, pero ideal: de compañerismo, de buena vecindad, de honradez, de trabajo, de descansos, de fiestas y viajes, de familias bien trabadas, de amigos, de amores…

Y con todo ello, -y esta apreciación cierra el círculo que inicié en las primeras líneas-, se prueba que cada pueblo (por mínimo que sea, por sin sustancia que parezca) es un mundo, y en este Pozo de Almoguera al final resulta que es casi, casi, el eje de la Creación. Yo creo, -quizás exagerando, pero en la exageración está el ejemplo que ilustra- que si un viajero del espacio llegara a la Tierra, y cayera con su vehículo espacial en El Pozo de Almoguera como primera etapa de su recorrido terráqueo, y estando allí leyera el libro de Pedro San Martín, ya tendría una referencia muy, pero que muy aproximada de lo que es la Humanidad. Porque el libro está todo él empapado de ella.

Y ahora, al final, ¿merece la pena hablar de que perteneció el lugar a la Orden de Calatrava, a los marqueses de Mondéjar, o que su iglesia dedicada a San Martín es del siglo XVII reformada en el siguiente? No: aquí hay gente viva, recuerdos repartidos, latidos muy fuertes. Ese es su valor, y del de quien ha sabido rescatarlos.