El Torreón del Alamín, recuperado

viernes, 7 diciembre 2001 0 Por Herrera Casado

 

Nuestro Ayuntamiento, nos está acostumbrando últimamente a la presentación e inauguración de elementos recuperados del patrimonio artístico y monumental de la ciudad. La capilla de Luís de Lucena, el salón chino de la Cotilla…. y ahora, la pasada semana, el torreón del Alamín. Una de las piezas emblemáticas, rotundas y definidoras de la idiosincrasia mudéjar y casi mora de la ciudad. Una inauguración (la de la tarde del martes 27 de noviembre) que ha supuesto no sólo la restauración total del monumento, sino su puesta en valor, su recuperación como espacio museístico y, en definitiva, cultural. Lo que se ha hecho en este edificio, en el contexto de su explicación y oferta como vehículo informativo, bien pudiera valer de inicio (así se ve que se puede hacer, todo es cuestión de ampliar temas y recabar piezas) del “Museo de la Ciudad de Guadalajara” que desde hace tantos años vengo pidiendo en estas páginas y, personalmente, a los responsables de la política cultural de la ciudad.

Un edificio con muchos usos

El torreón de la muralla al que conocemos con el nombre de “El Alamín” por estar al inicio del barrio y calle de ese nombre, vigilando el hondo y estrecho barranco también así llamado, centinela del puente medieval de “las Infantas” que servía para entrar (o salir, según se mire) de la ciudad, es un edificio que ha tenido muchos usos desde su construcción, allá por el siglo XIII. Fue hecho para servir de “torre albarrana” de la muralla de la ciudad. Esto es: la muralla iba un poco más retirada del borde del barranco, en algunos lugares casi a su altura, pero en este espacio concretamente, donde se hizo el puente de piedra y ladrillo que salva el barranco, existió una puerta de entrada a la ciudad, que estaría justo al inicio de la calle Salazaras, quedando este torreón, unido a la muralla, pero vigilante de la misma, del puente y de la puerta. Una auténtica mini-fortaleza militar, un pequeño castillo, con todos los elementos de lo que la arquitectura militar cristiana necesitaba para defender una posición.

Esta torre, construida con argamasa y sillarejo basto, ofrece sus muros decorados con sillarejo de piedra caliza e hiladas de ladrillo. Los muros son enormemente fuertes, de casi dos metros de  anchura. La puerta actual se encuentra en la planta baja, un poco elevada sobre el nivel de la calle, habiéndose construido una rampa para acceder cómodamente a su visita, pero esa puerta es relativamente moderna, pues en la Edad Media la entrada la tenía en realidad a la altura del segundo piso, por el hueco que hoy se ha dejado como balcón o asomadizo. A esa altura se llegaba por medio de escalas de madera, muy firmes y altas, una de las cuales aún queda de recuerdo colgando en un muro interior.

Las salas inferior y superior (ahora unidas por una moderna escalera de caracol, toda realizada en madera) son similares. Se dividen en dos espacios por un muro central que carga sobre pilares de ladrillo que rematan en arcos. Ha habido que reforzarlos, porque andaban ya muy deteriorados, y se les ha colocado una cincha interior que no les afea y así les protege. En los muros de ambas estancias (más numerosos en la superior) se abren algunos ventanales aspillerados, lógicamente muy estrechos, hundidos en la fortaleza y profundidad del muro. De tal modo que desde estos estrechos luminares se podía observar lo que ocurría en el exterior, y apenas ser vistos los observadores desde fuera. Aún en la segunda planta continúa la escalera para poder acceder, a través de una trampilla a la que se llega por un tramo muy empinado de escalera, a la azotea, desde la que se divisa una sorprendente vista de la ciudad, especialmente del barranco del Alamín, el hondón de la Alaminilla, el barranco de la zorra a lo lejos, etc. Un control total sobre el entorno, que era lo que perseguía este edificio, pieza clave en la defensa de la ciudad.

Una restauración cuidada

Supervisada en todo momento por la concejalía de Patrimonio Histórico, y bajo la dirección técnica del arquitecto Carlos Clemente, se ha llevado a cabo la restauración completa y meticulosa de este torreón del Alamín. Hay que imaginarse cómo, después de bastión militar, de almacén de armas viejas, de refugio de pobres y monte de piedad de perros (que todas esas cosas, y alguna más, ha sido este edificio), el torreón se salva para ser joyero donde se pone parte de la historia de la ciudad.

La restauración se ha hecho gracias a la aportación económica de IBERCAJA, la caja de ahorros que mayor implantación tiene en nuestra provincia, y que siempre (y en este caso tan especialmente) ha demostrado ser sensible a las necesidades de orden social, cultural y económico de Guadalajara. Ese patronazgo sobre la tarea que se presentaba ardua ha concluido con una inauguración en la que, como era lógico, además del alcalde de la ciudad, José María Bris, estuvo Manuel Pizarro Moreno, presidente del Consejo de Administración de Ibercaja, apareciendo ambos nombres plasmados en la placa que conmemora, a la entrada, este día y este hecho. Una restauración perfecta que deja a la Caja aragonesa/guadalajareña en una posición de liderazgo indiscutible en punto a preocupación socio-cultural en nuestra tierra alcarreña.

Y lo mejor, quizás, está dentro. Por eso invito a mis lectores a que pasen un rato, en cuanto puedan (sábados mañana y tarde; domingos mañana) a visitar su interior. A vibrar la sensibilidad ante la masa de ladrillo y piedra caliza de su interior, que habla de mudéjares, de armaduras y espingardas, de banderolas y gritos. A ver la espléndida exposición que el Ayuntamiento ha preparado (con paneles de texto y fotos, delicados azulejos, planos retroiluminados, maquetas incluso) explicando la evolución de la muralla de Guadalajara. El texto y fotos, más el montaje de la misma, ha sido realizado por Pedro José Pradillo, quien una vez más demuestra su conocimiento perfecto y su pasión por la divulgación de los aconteceres pretéritos de nuestra ciudad. Todo ello merece nuestro aplauso sincero.

Ojalá que pronto podamos escribir lo mismo con respecto a ese otro edificio, de la misma época medieval, que queda por recuperar en Guadalajara: el torreón de Alvarfáñez a las espaldas del palacio del Infantado. El alcalde Bris anunció que ese es el siguiente paso en su agenda restauradora, poniendo en su recinto dignificado una Taller de Oficios y en su alrededor huertano unos jardines que mezclarán el aire cristiano con el morisco. En cualquier caso, una tarea meditada y tenaz que está dándonos a los alcarreños un periodo de cuidados y atención hacia nuestro patrimonio artístico como nunca antes lo habíamos tenido. Al menos, así de incesante y decidido.