Un fragmento de China en Guadalajara
Muchos alcarreños se van a llevar la gran sorpresa, cuando comprueben dentro de poco tiempo lo amplio y curioso de la presencia china en Guadalajara. Ello va a ser posible cuando se inaugure (lo que está previsto hacer en los próximos días) la restauración del Salón Chino del Palacio de la Cotilla, hoy propiedad del Municipio, y lugar donde se imparten todo tipo de enseñanzas artísticas.
Desde hace un año que se convocó y aprobó el concurso para su restauración, se ha trabajado intensamente en ello, poniendo los más modernos recursos y las mejores técnicas, lo que ha llevado a que un equipo de restauradores, encabezados por Camacho, se hayan aplicado con diversas actividades en esta tarea, que se ha rematado con total éxito en poco más de un año. El costo para el municipio ha sido de 12 millones de pesetas, y el resultado estará dentro de unos días a la vista de todos: espectacular. Y, sobre todo, definitivo. La intervención sobre este fragmento del patrimonio artístico de Guadalajara ha sido salvadora y protectora.
Algo debemos decir ahora de este Salón Chino o Salón Oriental del palacio de la Cotilla, el lugar donde vivió (porque era el palacio propiedad de sus antepasados) el Conde de Romanones cuando venía a Guadalajara. Se encuentra en la primera planta del palacio de los marqueses de Villamejor, más conocido como “Palacio de la Cotilla”, y se accede a él bien por la escalera noble y amplia del recinto, o bien por el ascensor del que ahora dispone el edificio. Con un balcón a la plaza, y una puerta de acceso (que al parecer se hizo después de decorar la sala con el papel que nos interesa, pues faltan detalles del conjunto precisamente en ese lugar). Tiene otra puerta lateral de acceso desde habitaciones menores.
El palacio se construyó a finales del siglo XVII, y en su fachada lucen muros nobles en los que se combina el ladrillo con el aparejo de piedra caliza. Sobre el portalón de estilo barroco vemos el escudo de armas de los Torres, marqueses de Villamejor, a los cuales perteneció, entre otros nobles, el historiador de la ciudad y regidor perpetuo de su Ayuntamiento, don Francisco de Torres. A esta familia se ligó luego el marquesado de Villamejor, y a finales del siglo XIX pertenecía a doña Ana de Torres Córdoba y Sotomayor, que casó con Don Ignacio de Figueroa y Mendieta, capitán de Ingenieros y alcalde de Guadalajara en 1828. Fue senador por Guadalajara y murió en 1899. Entre otros hijos, este matrimonio tuvo a don Álvaro de Figueroa y Torres, político destacado del Régimen parlamentario del primer tercio del siglo XX, a quien le fue concedido el título de Conde de Romanones. El palacio de Guadalajara, que iba ligado al título de Villamejor, pasó a la muerte de doña Ana, en 1905, a su hijo Gonzalo, vizconde de Irueste y titular entre otros del marquesado de Villamejor. Le heredó su hija Marta Figueroa O’Neil, quien al morir en 1968 en estado de soltera se lo pasó a su sobrino Jaime Figueroa Castro, y poco después, y por evidente abandono del edificio y falta de pago de los impuestos municipales, el Ayuntamiento se lo expropió en 1972 a la familia Figueroa por un precio de tres millones y medio de pesetas, quedando destinado a lugar de enseñanza y cultura, que es lo que ahora tiene por cometido.
Sería en la segunda mitad del siglo XIX que fue decorada la gran sala noble del edificio con este papel chino que ahora vamos a admirar restaurado. Lo que primitivamente fueron dos habitaciones, se transformaron en una sola, muy grande, para albergar esta composición pictórica. Es curioso observar cómo en el extremo de la sala contrario a la entrada, aparecen dos columnas sosteniendo un amplio arquitrabe que forma una especie de recinto abierto, pero recogido, propio para centrar la atención del ocupante de la sala. Se ha especulado sobre la posibilidad de que este lugar se utilizara en su día como recinto de ceremonias masónicas.
El Salón Chino se cubre, y esto es lo esencial ahora, de una gran superficie de papel de pasta de arroz pintado a mano, y sin duda alguna en el Extremo Oriente, en la propia China. El salón tiene una superficie de unos 60 metros cuadrados, y la altura de sus muros alcanza los 4,2 metros. Las pinturas se extienden en tiras verticales de unos 50 cm. de ancho. La pintura original fue hecha con técnicas de gouache y acuarela.
Lo que se representa en estos muros es la vida entera de un pueblo chino. Aunque la primera impresión que lleva el espectador es la de un “revolutum” de personajes y escenas (se han contado 380 figuras humanas en él) enseguida se aprecia la estructura del complejo y la evidencia de edificios y personas ocupándolos, así como calles y plazas entre unos y otros, lo que compone un amplísimo espacio urbano. En cada uno de los edificios, decenas de personas se entretienen en actividades: se ve un Colegio lleno de niños en donde el maestro les enseña a leer los caracteres chinos en grandes desplegables. Se ve el palacio del jefe político del poblado, se ve un lugar de juegos y entretenimiento, una tienda, y una especie de bar, donde muchos habitantes del lugar realizan todo tipo de actividades. Hay soldados, unos a pie y otros a caballo, hay mujeres lavando, niños jugando y ancianos dando consejos…. es todo un complejo y hermoso mundo rural chino que aquí está descrito minuciosamente, y sirve para adornar y maravillar a quien los visita.
La costumbre de decorar salones con este tipo de decoración oriental se puso de moda en el siglo XIX, a través de los grandes comerciantes ingleses que con su compañía de Indias iniciaron el intercambio entre Oriente y Occidente. En Inglaterra aparecieron incluso artistas insulares que produjeron muchas decoraciones para casas y palacios ingleses. Pero es muy evidente que el papel que decora el salón noble del Palacio de la Cotilla está hecho realmente y originariamente en China. Los restauradores de esta pieza hicieron previamente a ella un minucioso análisis encontrando que esta decoración estaba pegada sobre otras dos capas de papel, y que cuando se había desprendido la decoración original, se había vuelto a pegar en varias ocasiones.
La tarea ha sido muy compleja: ha habido que recomponer escenas, cambiar algunos paneles de sitio, (así y todo hay uno, junto a la puerta de entrada, que no “casa” con ninguna otra escena) y repintar las escenas, además de endurecer y proteger el papel y los colores. Incluso el conjunto se ha adherido sobre soporte de madera, el cual se ha dejado unos centímetros separado del muro, para así evitar humedades y daños que pudieran llegarle desde el soporte. En resumen, una gran obra de restauración, un empeño generoso del Ayuntamiento, y un resultado magnífico. Con él, la ciudad puede sumar a la lista de su amplio y dignísimo patrimonio artístico, esta pieza curiosa y asombrosa siempre: el “Salón Chino” del palacio de la Cotilla, que muy pronto va a poder admirarse, además de servir como sede para actos culturales de escueta asistencia, pues no caben en el salón más de 50 sillas…
En definitiva, magnífica realización que evidencia el interés que en el Ayuntamiento y miembros de su Corporación existe por ir poco a poco recuperando el total de elementos patrimoniales que en nuestra ciudad han estado abandonados durante largos años. Con las imágenes que ofrecemos acompañando estas líneas, podrá el lector hacerse una idea de lo que ofrece en su interior el Palacio de la Cotilla. Y en tan sólo unos días, podrá admirarlo en directo e íntegramente.