Amas concejiles, escudos de piedras

viernes, 10 agosto 2001 0 Por Herrera Casado

                                 

Una cuarta parte, larga, de los municipios de Guadalajara, tiene emblemas que tallados en piedra o dibujados sobre las cerámicas esquineras de sus calles pregonan los colores y símbolos de su historia en forma de escudos heráldicos. Más de 120 localidades de nuestra provincia cuenta hoy ya con su escudo aprobado y en uso. Otras muchas están esperando hacerlo, inventarlo y reconocerlo, pero en cualquier caso el empuje de la historia, en forma de emblemas y armas blasonadas, viene con fuerza. Se aposenta en la plaza mayor de cada uno de nuestros pueblos. Hoy vamos a repasar alguno de esos escudos que resumen en forma de jeroglífico una historia y un patrimonio singulares.

Un libro cargado de escudos

Viene este recuerdo a propósito de la aparición en estos días de un libro escrito por el profesor de Historia don Antonio Ortiz García, que titula “Heráldica Municipal de Guadalajara” y que ha sorprendido a quienes ya lo han tenido en la mano por la belleza impactante de sus imágenes, pues en sus casi cuatrocientas páginas reúne todos los escudos municipales existentes en nuestra tierra, a demás de un largo acopio de escudos de España, de provincias, comunidades, linajes clásicos, etc, conformando un libro modélico y hermoso.

El profesor Ortiz nos recuerda en su libro el proceso histórico de formación de los escudos institucionales españoles. Cómo partiendo de los simples leones y castillos, sumados de las armas aragonesas y sicilianas se van creando los emblemas de los monarcas españoles. Y lo mismo nos dice de los escudos de las provincias, explicando su desarrollo, con ejemplos de las diputaciones castellano-manchegas. Un apasionante vistazo, rápido y claro, a los fundamentos de la heráldica, que nos deja luego contemplar, uno a uno, y en su brillantez de colores y formas, los escudos de los municipios, de los que se dan en este libro “pelos y señales” con el origen del pueblo, la lógica de sus armas, el variado uso que de las mismas puede hacerse, etc.

Claro es que el mejor libro, en mi opinión, para estudiar los escudos de los pueblos es el visitar estos en directo, mirar las fachadas de sus Ayuntamientos, los frontispicios de sus fuentes, las bienhechuras de las esquineras lápidas que marcan los nombres de sus calles y plazas: en definitiva, conocer la provincia y sus cientos de pueblos, es al final la mejor forma de entender sus símbolos emblemáticos.

Escudos como historias

Si uno se para a mirar escudos como el de Almoguera, en el que aparece el castillo que realmente tuvo sobre el roquedal que acoge a la villa, las cabezas de tres moros a los que el ejército de “homes buenos” de la villa combatió en peleas medievales allá por la Andalucía, y la escolta de esas grandes banderas ornadas con frases arábigas que dan saludo y honor a Dios, se dará cuenta de cuánta historia cabe en el corto trámite de la extensión de un escudo. Pasa igual con el de Peñalver, gran cruz de la Orden de San Juan que recuerda quienes fueron durante siglos sus señores; o el de Molina de Aragón, que resume batallas, nombres originarios, bodas y heroísmos puestos juntos.

Otros escudos de municipios lo que hacen es mostrar la belleza de sus elementos patrimoniales, haciendo a veces de parlantes emblemas, como le ocurre al de El Pozo de Guadalajara, que enseña picota y pozo en sus mejores colores, o el de Yunquera Henares, y aun el de Cabanillas del Campo, que ponen en su escudo la presencia galana de la torres parroquial, grito en piedra sobre el contorno.

Desde las leyendas señeras y hondas como la de la Reconquista de la ciudad por Alvar Fáñez de Minaya, que es el motivo del escudo de Guadalajara capital, todo él coloreado, complicado y promiscuo de ejércitos, capitanes, estrellas y amurallamientos, hasta la simplicidad de un Heras de Ayuso, en el que se ha querido representar al patrón de la villa, San Juan, subido en una barca y atravesando el Henares como en angélico paseo.

Muchos de estos escudos han ido pasando, una vez aprobados por la Junta de Comunidades, y considerados oficiales, a lugares de preeminencia, y así ha ocurrido con el escudo de Fontanar (junto a estas líneas) que tallado por Del Sol aparece en relieve sobre la fachada del Ayuntamiento, luciendo su recuerdo al nombre (la fuente de Fontanar), a la historia común (el castillo de Castilla) y a la historia propia (la cruz de la Cartuja por tener entre sus casas un edificio que fue sede de los cartujos del Paular en siglos pretéritos.

Escudos tradicionales y llenos de empaque, como los de Sigüenza (definitivamente queda descrito y dibujado en este libro que comento), los de Brihuega, Cifuentes, Mondéjar, Horche y tantos otros que tienen su tradición y definida silueta anclada en la certeza multisecular de los archivos, los sellos rodados, las leyendas incluso… Y escudos modernos, recién hechos, pero con lógica y sabiduría, como ese de Azuqueca que ofrece limpia su chimenea y su pareja de espigas, o el de El Recuenco, que hace alusión a la industria del vidrio entre las montañas de su desorbitado paisaje.

En ese mundo variopinto y curioso siempre de los escudos heráldicos municipales nos hemos movido esta semana. Invitando a todos a que busquen en su localidad los rastros de esa heráldica que a todos pertenece. E invitando a mis lectores a que se adentren, por las páginas del libro de “Heráldica Municipal de Guadalajara” del profesor Ortiz García, a buscar el escudo de su pueblo, la razón de su figura y sus colores, la descripción exacta de los mismos, para que siempre pueda decirse, que con razón se llevan los blasones, y con razón se presume de ellos.

Es una forma más de entretener un viaje, de dar razón a una visita, y de iniciar una conversación que pueda fundamentarse sobre hechos y noticias reales. Además supone la recopilación de un acervo cultural, -popular y tradicional- de mucho peso. Lo único que sentimos es que no estén todavía, en este libro, los escudos de todos, absolutamente todos, los pueblos de Guadalajara. En varios países de la Unión Europea se consiguió ese objetivo hace ya bastantes años: y es algo tan lógico como el que cada persona en su carnet de identidad lleve su rostro puesto, además de sus datos administrativos. Así debería ocurrir con los pueblos, que cada uno llevara en la frente los colores y las formas de sus armas heráldicas, de su escudo municipal que sirve, siempre, para hablar de sus orígenes y servir de identificativo en cualquier instancia. Esperemos que la segunda edición de esta obra sorprendente, traiga multiplicadas por cuatro sus páginas y sus motivos.