Cuando los japoneses ocuparon Pastrana

viernes, 2 marzo 2001 0 Por Herrera Casado

 

Cuando los japoneses ocuparon Pastrana en 1942, las gentes huyeron a esconderse a las montañas.

Esta frase no quiere empezar una novela de ciencia ficción histórica, ni está dictada por una mala interpretación de alguna crónica, o es producto de una noche regada por el alcohol. No: es absolutamente cierta, y se refiere a la ciudad de Pastrana, en la isla de Leyte, en el archipiélago y nación de las Filipinas. Leyte está en el corazón mismo del archipiélago, muy al sur de la grande de Luzón, donde se encuentra Manila, y algo al norte de la de Mindanao. Pastrana, a la que llaman allí “la tierra de las hadas”, se encuentra a 27 kilómetros de Tacoblan City, la capital de la isla de Leyte. Todo es verde en Pastrana: sus arrozales calurosos y húmedos, sus plantaciones de cocos, que crecen exuberantes en medio de un clima templado y sobre un suelo húmedo y fértil. Sus gentes son pacíficas y aquello se parece al Paraíso, al menos en la forma en que nosotros tenemos instalado en la mente el paraíso como un lugar sin prisas, sin fríos, sin choques verbales.

Nos han dado información sobre la Pastrana de Filipinas, y aquí queremos devolverla a todos los alcarreños que seguro van a disfrutar leyendo estas líneas. Lo que no nos han dado es una imagen gráfica de ella. A ver si esto sirve para que alguien que la posea nos la haga llegar. En cuanto la tengamos, la ponemos en estas mismas páginas. Hoy nos conformaremos con anotar cuanto de  la Pastrana del Pacífico sabemos.

Fundación de un pastranero

Hasta que los españoles aparecieron por aquellas lejanísimas tierras, en el siglo XVI, el poblado que nos ocupa se denominaba Pamagpagan, y ello era debido a la costumbre de los habitantes nativos de dejar su cabello desarreglado, muy “a su aire”. O sea, que eran unos despeinados, y eso debe querer significar la primitiva apelación del lugar. Nunca fue colonizado ese espacio por los españoles, y solo fue en el año 1891que el capitán Wenceslao Nielo convirtió el poblado indígena en una ciudad, que fue trasladada desde su primitivo emplazamiento en Guinbaya‑an a su actual emplazamiento. El capitán iba secundado de su tropa y de un fraile franciscano, natural de Pastrana en la Alcarria, llamado Eusebio Ibáñez. Este religioso bendijo la nueva comunidad celebrando una Misa, y el capitán español sugirió a las autoridades indígenas que sería elegante de su parte que al poblado (ya ciudad9 le cambiaran el nombre y le pusieran el de Pastrana en homenaje, y gratitud, al fraile franciscano venido desde tan remotas tierras. Así se hizo, y así sigue siendo, desde hace más de un siglo.

Poco tiempo después se establecieron escuelas parroquiales. La unidad de administración local fue la ciudad de Pastrana, que a su vez englobaba varios barrios de las inmediaciones, en un entorno muy rural. El primer gobernador del territorio fue el capitán Wenceslao Nielo. Fue ayudado en la administración del pueblo por el Guinhaupan, una especie de Consejo de varones equivalente a los actuales concejales. También formaron parte de la gobernación local los tenientes y los  llamados «cabezas de barangay».

Cuando estalló la insurrección filipina contra el gobierno español, en 1898, la gente huyó a las montañas y durante algún tiempo, el gobierno local encabezado entonces por Andrés Villablanca fue suspendido temporalmente. Fue en este momento de la historia de la ciudad que Jorge Capili, un líder guerrillero, la incendió y trató de destruir.  En 1901, Gregorio Márquez fue nombrado presidente municipal. Los norteamericanos, que ocuparon la totalidad del país, apostaron un destacamento en Dagami. De vez en cuando se acercaban a Pastrana para supervisar los asuntos de la ciudad. Y en 1903 la ciudad se convirtió en un barrio de Dagami. Ya en 1912, don Agatón Villablanca se esforzó de nuevo para restituirle al barrio a su antigua condición de municipio, y en agradecimiento el pueblo nombró a Agatón Villablanca presidente. Cinco años después, ya país independiente Filipinas, y con una estructura democrática impuesta por los Estados Unidos, se celebraron las primeras elecciones, en las que Agatón Villablanca mantuvo su liderazgo en el Gobierno Municipal.

En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Pacífico se hizo frente de guerra entre la potencia adscrita al Eje totalitario, el Japón imperial, y los Estados Unidos de América, fue cuando se hizo buena la frase con que encabezamos estas líneas: cuando los japoneses ocuparon Pastrana en 1942, las gentes huyeron a esconderse a las montañas. El alcalde electo también tuvo que huir y su hermano mayor ocupó su puesto. Los japoneses no permanecieron mucho tiempo por allí instalados.  Aunque el ejército nipón destruyó lo que pudo, pasaron como de puntillas por la zona. Pero en 1943 los japoneses volvieron, esta vez por un largo período de tiempo, construyendo incluso un amplio cuartel en Pastrana. Los invasores japoneses obligaron a los civiles a residir dentro del recinto de la ciudad, sin apenas poder salir a cultivar sus campos. Y así fue que hasta el fin del conflicto, los pastraneros de filipinas sufrieron duras penalidades bajo la opresión japonesa.

En 1944, cuando el Ejército norteamericano consiguió la victoria y la expulsión de los japoneses, Francisco Villablanca que fue el alcalde inmediatamente anterior a la guerra, automáticamente volvió a ocupar su puesto y bajo su administración la ciudad recobró su condición de comunidad tranquila y próspera, que es lo que hoy ofrece: un gran desarrollo agrícola y un progresivo enriquecimiento: los barrios y aldeas limítrofes tienen construido un estupendo sistema de riegos, y es el arroz y los cocos lo que fundamentalmente se cultiva. Una buena carretera hasta Palo los tiene en contacto con aeropuerto y tecnologías, y la gente es feliz con su trabajo y su entretenimiento en la Naturaleza, que allí es resplandeciente, especialmente en el Parque Natural de Binaha-an-Dam, presidida por la mole azul y verde de la gran montaña Amandawing.

Y para acabar: no sé porqué, pero aunque absolutamente real todo lo referido, me parece que me ha salido un cuento de hadas en vez de una crónica habitual. Quizás porque las historias de la Alcarria (las antiguas y las actuales) son demasiado broncas como para que sea verdad que en torno a un nombre nuestro solo se hable de paz y concordia. Aunque, -en todas partes cuecen habas- hasta Pastrana remota llegara en su día la guerra, los japoneses pegando tiros, y los caciques como Villablanca (tres generaciones de alcaldes, casi nada) campando a sus anchas. Merecía la pena, creo yo, y en cualquier caso, conocer esta historia y aplicarse la moraleja. Al final, una pregunta: ¿no se ha planteado el Ayuntamiento y Villa de Pastrana en hermanarse con esta localidad de la isla de Leyte? Puede ser una idea para anotar en un futuro.