Arbeteta, otro castillo para el asombro
Las sierras que arropan al Alto Tajo, ya declarado Parque Natural, y cada día meta de mayor cantidad de viajeros y curiosos, guardan en sus recovecos pueblos de sustancia y sorpresa. Uno de ellos, al que se llega tomando un desvío de la carretera que sube de Trillo a Villanueva de Alcorón, es Arbeteta. Merece una visita, porque además de la limpieza de atmósfera que en esos pinares se goza, el caserío es pintoresco en grado sumo, y ofrece un par de edificios viejísimos, plenamente inclusos en la categoría de monumentos a visitar y admirar.
Pero vayamos por partes. Llegarse se llega fácil desde Trillo, de donde median 30 Km. La carretera es nueva, porque se ha incluido en los planes de Emergencia de la Central Nuclear, con lo que se ha rehecho y hoy es, si no una autopista, un elemento supercómodo para viajar por ella. En una desviación a la izquierda según se va hacia Villanueva y Zaorejas, pocos kilómetros más allá se llega a Arbeteta. Sobre las altas y alborotadas tierras que constituyen la tercera meseta alcarreña (la que media entre los valles del Tajo y el Guadiela) asienta el pueblo pueblo, en lo más alto de un inicial vallejo o barranco que, cuajado de pinos y roquedales va a llevar en su fondo las aguas de débil arroyo hasta el Tajo, frente a Carrascosa. Su término es rico en paisajes muy interesantes, con densos bosquedales y ramblas que fluyen hacia el río Tajo.
Si podemos decir algo de su historia, a pesar de la insignificancia que tuvo siempre en el devenir de los siglos, esto es que desde la reconquista de esta zona por Alfonso VIII a fines del siglo XII, perteneció al amplio alfoz o Común de Cuenca, según se señala en el Fuero que el rey concedió a dicha ciudad en 1190. A fines del siglo XV, los Reyes Católicos la hicieron Villa y se la entregaron en señorío a don Luís de la Cerda, quinto conde de Medinaceli, y desde esa misma fecha (1477) primer duque de dicho título, en cuya casa duró unos años, hasta que a comienzos del siglo XVI pasó a poder de don Gómez Carrillo de Sotomayor, en cuya familia prosiguió varios siglos.
La iglesia parroquial es una obra sencilla que debió ser originariamente románica, y fue completamente rehecha en el siglo XVIII. De ella lo más destacable es la torre, construida de recia sillería y con múltiples moldurajes y exornos barrocos. Tiene tres cuerpos: el inferior de mampostería con sillar en las esquinas; el segundo de planta cuadrada con huecos para grandes campanas; y el último de planta octogonal con vanos para campanillos, rematando en artístico chapitel que se corona con una veleta de madera forrada de planchas de latón y representando un granadero que ondea un banderín con una cruz, y que las gentes del pueblo llaman el mambrú recordando al general Malborough que peleó en España junto con los ingleses en la guerra de Sucesión. Una bella leyenda de amor pone en relación a este «mambrú» de Arbeteta con similar veleta llamada «la Giralda» en Escamilla. Esta torre presenta diversas tallas barrocas, y en su cara norte se lee con grandes letras: «FANDO ME FECIT ‑ 1787 AÑO» por lo que se colige fácilmente el nombre del arquitecto de la torre. Este arquitecto fue el autor también de las torres de Escamilla y del Giraldo o San Francisco de Molina. Y hasta es muy posible, porque se le parece mucho en estructura, que diseñara la de Terzaga, también en el Señorío. En el interior del templo, de una sola nave, con coro alto a los pies, bóveda encañonada y amplio crucero, destacan el Cristo de la Vera Cruz, un San Antonio barroco y una buena talla del siglo XVI de la Cruz del Cerro, apareciendo también en el suelo del crucero una lápida sepulcral del siglo XVIII conteniendo los restos de Baltasar Carrillo y su mujer, señores del pueblo.
El otro elemento interesante de Arbeteta es el castillo roquero, uno de los más singulares y atractivos de toda la provincia, que asoma rematando con justeza un espolón rocoso sobre el estrecho valle que rodea por el norte del pueblo, y que apenas permite el acceso, desde la villa, a través de un muy estrecho paso, que fue en tiempos remotos cortado para ofrecer foso, y hacer sólo accesible el castillete a través de puente levadizo. Esta fortaleza es pequeña, de planta cuadrilátera, y carecía de torres, pues no las necesitaba. De cara al barranco existe una apertura o poterna, que sólo permitiría el acceso a través de larga cuerda. Es construcción del siglo XV, y hoy ofrece, más que el interés de construcción militar medieval, el de su magnífica estampa de alcázar vigilante sobre el abrupto y estrecho valle que corre a sus pies.
En los últimos años, han venido restaurándose algunas casas en Arbeteta, con el objeto de adecuarlas como segunda residencia de quienes viven en la ciudad atosigados a diario de sus mil ocupaciones. En especial ha quedado perfectamente restaurada la que fue antiguamente Estanco del tabaco y los sellos, con una dimensión de sencillez y pureza de la auténtica arquitectura popular serrana, que podría servir de modelo para otras intervenciones del mismo estilo. Para terminar, un consejo. No dejar este otoño de hacerse un viaje hasta Arbeteta. Porque con seguridad no va a defraudar al viajero, en dimensión de paisajes y de patrimonio. Un lujo más que Guadalajara puede aportar en su nutrida colección de idealidades.