Novedad en el románico de Cereceda
La mañana de otoño da todavía para un viaje sorpresivo, un viaje que no estaba en el programa: da para una subida hasta la altura de Cereceda, pueblecito alcarreño colgado entre huertos y arboledas de las empinadas laderas que abrigan el valle del arroyo de La Puerta. Las antaño espesas olmedas han quedado hoy un tanto diezmadas por la grafiosis. Los incendios de este verano, especialmente la voraz hoguera que se originó en Pareja y se comió 2.000 hectáreas de pinar, han amenazado y descolorido el paisaje vegetal del entorno. El sol, sin embargo, todavía pinta las terreras con el oro luminoso de la mañana. El caserío, tras las curvas pronunciadas, aparece tierno y poco a poco restaurado. Vivo, sin duda, este pueblo que hace poco sólo prometía ruina y abandono.
Los viajeros vuelven a ver la iglesia, que aunque ya conocen románica, puede siempre deparar sorpresas. Especialmente después de unas breves obras de consolidación y limpieza que se hicieron no hace mucho, en ese amplio y ambicioso programa de mejora y restauración total del románico alcarreño. La búsqueda de las huellas viejas de la historia se combina, así, con la búsqueda de sí mismos que los viajeros hacen en cada salida por la tierra. Identificarla a través de las muestras pétreas de una herencia medieval es buscar también identificarse en esas mismas piedras eternas. Buscar (vaya utopía) la eternidad para sí mismos, y hacerse arboledas o hacerse muros tallados que un siglo futuro serán leña, o polvo, aunque tardarán mucho.
Viendo la iglesia
La iglesia parroquial de Cereceda está situada en el centro mismo del pueblo, cerrando con sus flancos de poniente y mediodía una buena parte de la plaza mayor del lugar, remoto y alto entre las barrancadas que de la Alcarria bajan hacia el profundo valle del arroyo de La Solana.
Es un ejemplar de arquitectura románica, cuya construcción podemos remontar, como el general de estas edificaciones en esta tierra, a la segunda mitad del siglo XII ó incluso la primera del XIII. Trátase de un edificio que posee una sola nave, con un presbiterio recto y sobreelevado por un par de escalones sobre la nave, sumado de un ábside semicircular. La cubierta es a dos aguas, y el presbiterio se cierra con una bóveda de cañón, algo apuntada, mientras el ábside lo hace al modo clásico con otra bóveda de cuarto de esfera, ambas en bien tallada piedra de sillería. Sobre pilastras molduradas asienta el gran arco triunfal que sirve de paso de la nave al presbiterio. Es, en resumen, un bonito templo, fielmente conservado en su interior, que evoca sin dificultad su estructura original.
En el exterior destacan varios elementos. Uno es la espadaña, alzada a los pies, con su estructura de remate triangular y arriba del todo la cruz de hierro que parece amenazar a los viajeros con caer sobre ellos y ensartarlos para siempre. Otro es el ábside, de sillarejo, partido en tres tramos por columnillas adosadas que ascienden hasta la cornisa, y rematan en capiteles sencillos. En cada uno de esos tres tramos, el ábside se ilumina por sendas ventanas aspilleradas, muy estrechas, que tienen arcos de medio punto sustentados por dos columnas enanas y sus respectivos capiteles.
Todo el circuito del templo ofrece cornisa de piedra apoyada en canecillos. Aquí la variedad de estos elementos es tal que podemos decir no existe otra iglesia en la provincia, a excepción de la catedral seguntina, con tal riqueza de elementos: hay cabezas de animales, rostros humanos, figuras completas, roleos, frutos, vegetales diversos, y formas geométricas, en una riqueza asombrosa.
Esa misma cornisa sigue por la cara norte del templo, en la que aparece la sorpresa que los viajeros miran y fotografían con el asombro de ver algo nuevo (para ellos), con la satisfacción de darlo ahora a conocer por vez primera en estas páginas. Se trata de una puerta románica abierta en la cara norte del templo, que ofrece sus molduras simples, adornada una de ellas con los clásicos dientes de león. Llama la atención sobre todo los capiteles que sostienen esas arquivoltas y a su vez rematan las columnas: el de la izquierda (del espectador) representa un sagitario clásico (un ser mitológico, al que Homero hace descender de las montañas tesalias, y que compone un cuerpo híbrido, mitad humano, mitad caballo, que además lleva en su mano izquierda un arco del que teóricamente surgen flechas. Flechas que van a parar a un ser monstruoso (quizás un león, o un perro alano) que hay junto a él. La factura de este capitel es de los más sencillo y burdo que cabe ver en el románico castellano. Pero está ahí, tiene ocho siglos encima, y en cualquier caso es un nuevo elemento iconográfico que añadir al románico castellano.
Lo mismo que lo que nos presenta el capitel de la derecha. Tan burdo como el anterior, y aún más destrozado que él, ofrece la imagen de una mujer, vista de frente, con sus brazos extendidos, sujetando en cada uno de ellos un pez. Es una tipo muy utilizado en el románico español, y en la Alcarria existe otro ejemplo muy conocido en uno de los capiteles de Pinilla de Jadraque.
La atención de los viajeros se detiene, finalmente, y como siempre ocurre en esta iglesia románica, en la portada, el acceso cobijado a este templo remoto y abierto. La portada principal del templo de Cereceda se ampara bajo un pórtico grande y desvencijado. Su estructura, elaborada y minuciosa, se incluye dentro de un cuerpo levemente saliente del muro meridional del templo. Se enmarca por dos grandes haces de columnas, que desde el pavimento suben hasta el tejado del pórtico, rematando en simple moldura. La bocina de esta portada se forma por cuatro arquivoltas de medio punto, sencillamente estructuradas con biseles y molduras, excepto la más interna, que ofrece motivos geométricos en zig-zag. Apoyan sobre una cenefa que corre como imposta sobre la fachada, y ésta a su vez sobre un bloque de capiteles que coronan las pilastras que escoltan el vano. En esos capiteles, sumamente maltratados por las gentes y los siglos, aparece uno con figuras de todo punto irreconocibles, y elementos vegetales en los que predomina el acanto.
En el interior de la arquería, sobre el dintel de la entrada, se alza un tímpano decorado, el único que encontramos en todo el románico de Guadalajara. Le faltan algunas piezas y las tallas que en él existen son tan imperfectas, y han sufrido tanto los rigores de la edad, que apenas se pueden identificar los temas que le ocupan. El nivel inferior está cuajado de figuras alineadas, muy simples, que nos hacen pensar en un grupo de seres humanos, de almas en espera de juicio. El nivel superior presenta dos figuras de ángeles que enmarcaban a otra figura central, posiblemente más grande, y hoy desaparecida, que podría ser Cristo en Majestad. Estamos sin duda ante una teofanía, quizás el Juicio Final o una representación escatológica imprecisa que supone un verdadero hito, por su excepcionalidad, dentro del estilo románico de la provincia de Guadalajara.