Arqueología de Molina (y II)

viernes, 29 septiembre 2000 1 Por Herrera Casado

En esta segunda semana de nuestro paseo arqueológico por el Señorío de Molina, vamos a pasar a la visión de la Celtiberia molinesa, periodo en el cual (de los siglos VI al II a. de C. aproximadamente, momento este último en que se produce la ocupación total de la Península por parte de Roma) es enorme la población, muy densa, y por lo tanto han quedado numerosísimos enclaves, hoy localizados la mayoría, estudiados y cuidados unos pocos, y con perspectivas de que en un futuro se puedan encontrar muchos más. Para los amantes y estudiosos de la Prehistoria, es sin duda el Señorío de Molina uno de los lugares ideales, con mayores perspectivas de hallazgos futuros, pues en el período celtíbero la población de este terreno, a pesar de ser una zona alta, y con un clima durísimo, fue muy abundante.

Empezamos por visitar el Castro del Ceremeño, en Herrería. A lo largo de los últimos años, y bajo la dirección de la profesora Cerdeño, se ha trabajado en él y se ha recuperado totalmente su importante sistema defensivo y las estructuras de habitación que permiten conocer el trazado urbano y la distribución de las viviendas con total nitidez. Está El Ceremeño sobre un cerro, en el valle del Saúco, arroyo que vierte al Gallo. De unos 2.000 m2 de extensión, se ha podido fechar, el asentamiento más moderno, en la Edad del Hierro II, o sea, hacia el siglo III a. de C., y la primera ocupación del siglo VI a. de C.

Consta El Ceremeño de una muralla que rodea en gran parte el perímetro del cerro, aunque hoy solo quedan completos sus costados sur y oeste. La muralla es de sillares y lajas de piedra caliza. De una anchura de 2-2’5 metros y hasta 2 metros de altura. Tiene un torreón esquinero, y contaba con una apertura, una puerta, a la que se ascendía por camino o rampa desde el valle. En su interior se ven las viviendas, que estaban adosadas entre sí. Las más grandes tenían 3 estancias cada una: de planta rectangular, 11’5 x 5 metros, tenían un vestíbulo, una sala central con el hogar y despensa al fondo, donde se encontraron restos de comida acumulada. La excavación metódica ha supuesto el hallazgo de gran número de piezas de cerámica, de filiación levantina, hechas a mano y con torno, algunas de ellas muy grandes y bien conservadas. También se encontraron objetos de bronce.

En la parte baja del valle, en la zona de la vega, al pie del cerro, se ha localizado la necrópolis de El Ceremeño, y muchos de los objetos hallados, vasijas, etc., junto con fotografías, memoria de la excavación, y explicación de su significado, se muestran en un pequeño museo situado en el Ayuntamiento de la villa de Herrería.

Continuamos nuestra visita a la necrópolis de La Yunta. Perteneciente a la época Hierro II, y por lo tanto fechable hacia mediados del siglo III a. de C., este importantísimo campo arqueológico se encuentra a 4 Km. al noroeste del pueblo, en dirección a Embid, al pie de un cerro donde hoy está la ermita de San Roque. Casi a ras del suelo (a tan sólo 20-25 cm. de profundidad se ha encontrado lo más importante del conjunto) se han llegado a excavar 268 tumbas. La gran cantidad de ellas, y su buen estado de conservación hacen de este yacimiento de La Yunta un documento excepcional para conocer los rituales funerarios de los celtíberos. Se encuentran en este cementerio prehistórico estructuras tumulares, y otras de incineración simple. Algunas de las tumulares (las menos frecuentes) son especialmente llamativas, pues están formadas por varias hiladas de piedra de tamaño regular, con planta casi cuadrada, de 2 x 2 metros. Las de incineración simple constan de un hoyo en el que se deposita la urna con las cenizas, y encima una tapadera cerámica o losa de piedra. Se mezclan las de un tipo con las de otro, y no se han encontrado restos de ustrinia. Al quemar el cadáver, se colocaba previamente junto a él su ajuar completo. Todas las cremaciones fueron individuales, excepto dos de pareja mujer/hijo, que se hicieron al mismo tiempo. Según la categoría social, se enterraban con restos de animales, cabras, ovejas, incluso una vaca. En una de ellas, se ofertó un ciervo junto a la urna del difunto.

En los ajuares de esta necrópolis de La Yunta se encuentran fusayolas, y huesos astrágalos de ovicápridos (tabas) perforados y en número muy grande. Se debían usar como adornos, collares, etc. También se han hallado fíbulas, y pocas, muy pocas armas. Se explica este hecho por ser una época de muchas luchas, contra los romanos, y no poder permitirse el lujo de enterrar al guerrero con sus armas. Había que volver a usarlas, permanentemente.

Otro de los interesantes lugares de la arqueología celtíbera en Molina es el Cerro de la Cantera en Hinojosa. Situado en medio de los campos, se hace muy visible por sus empinadas laderas y su coronamiento amplio solemne, sobre una eminencia calcárea de difícil acceso. Se sabe que estuvo ocupado desde la Edad del Bronce, y en su altura se han encontrado numerosas piezas de sílex tallado, cerámicas hechas a mano con bordes decorados. Son realmente monumentales los restos que quedan de sus murallas, y se ven excavaciones semicirculares abiertas y talladas en las rocas de la ladera. Junto al mismo pueblo de Hinojosa, se alza otro típico cerro testigo al que allí llaman, por la tradición que corre desde hace siglos, el Cabeza del Cid pues la aparición continua de piezas metálicas, cascos, armas, etc. en sus laderas y superficie, hicieron pensar a nuestros antepasados que allí había estado un gran ejército, y este no podía haber sido otro que el de Ruy Díaz de Vivar, cuando pasó de Burgos a Valencia por estas tierras. Ya don Diego Sánchez Portocarrero, historiador del Señorío en el siglo XVII, regidor perpetuo de Molina, hombre sabio donde los haya, y que vivió muchos años estudiando y escribiendo en su caserón de Hinojosa, propagó esta especie, pues él mismo, según refiere en su «Historia del Señorío de Molina» subió a menudo a lo alto de este cerro, donde descúbrense cada día en este sitio diversos pedazos de armas de antigua hechura, yerros de lanzas de punta cuadrada, armaduras de cabeza a modo de cascos muy chatos con agujero en medio, y muescas para las orejas y abajo alrededor muchos taladros de donde debían de pender otras armas, y de esto se halla allí y yo he visto mucho y extraordinario. Merece, hoy todavía, una visita el castro de la Cabeza del Cid sobre Hinojosa. Por lo menos, se hace ejercicio al subir, y se ven magníficas vistas desde lo alto.

En el centro del Señorío, en torno a Prados Redondos, abundan los pequeños castros celtibéricos. Uno de ellos, también estudiado meticulosamente por la profesora Cerdeño, es el de Chera, donde además del castro de La Coronilla se encontró una amplia necrópolis, en la cual se han podido localizar con exactitud los ustrimia o lugares donde se incineraban los cuerpos de los fallecidos. Es de los siglos II y I a. de C., y se encuentra a tan sólo 300 metros de la orilla del río Gallo. En sus tumbas, de estructura tumular sobre pavimento firme, se encontraron preciosos objetos que hoy se exhiben en museos, como urnas de cerámica, elementos de hueso, de bronce, de hierro y aún de plata: hebillas de cinturón, collares, vasijas profusamente decoradas, etc. Fue el estudioso local don Agustín González, quien primeramente estudió esta zona y rescató las mejores piezas, hoy conservadas en museos provinciales. La necrópolis de Chera ha servido para perfeccionar el conocimiento de la estructura social de los celtíberos, a partir de la manera en que estos enterraban a sus muertos. Y en el castro, también de alto valor ilustrativo, se han encontrado viviendas adosadas, más pequeñas que en El Ceremeño, apoyadas en su «espalda» sobre la muralla común del castro. En su aterrazamiento se encontraron silos excavados en el suelo, tanto dentro como fuera de las viviendas, de un metro de diámetro y algo más de profundidad, que tenían por función el almacenamiento de los cereales, lo que indica que las gentes de esta zona vivían fundamentalmente de la agricultura.

Si el viajero desea entretenerse, durante varias jornadas, en mirar la tierra en torno a Prados Redondos, y subirse a los múltiples castros que otean el pelado territorio, puede hacerlo en el de Los Biriegos, en la rambla que va a Piqueras, donde se muestra en lo alto de un cerro el evidente resto de un fortín amurallado. El pueblo de Otilla en su origen fue un castro celtíbero. En Las Arribillas hay otro castro. En Torremocha, a la orilla izquierda del camino que desde Prados Redondos va a este pueblo, está el castro de Gozarán, y aún pueden visitarse los de Torrequebrada, Tordelpalo, Ribagorda y el Aulladero.

Sin entrar en mayores detalles, y como una muestra final de la abundancia de yacimientos, unos estudiados y otros todavía no, de la época celtíbera en el Señorío de Molina, apuntar la existencia de un castro de Castellote, a la entrada del barranco de la Hoz. El Castro de la Torre en Turmiel, en la cima de un cerro de calizas margosas y jurásicas. El Castro de la Cabeza en Mazarete, en lo alto de un cerro, muy alto, con un corte en la montaña que permitía su acceso a los primitivos. El Castro del Castillejo en Anquela del Pedregal, a unos 3 Km. al oeste de este pueblo, en una enorme altura, a 1.400 metros sobre el nivel del mar, con dos recintos bien diferenciados, y restos de murallas y un torreón, todos ellos provistos de materiales cerámicos. El Castro del Torreón, en Rillo de Gallo, ofrece restos de lo que fue un amurallamiento completo. Finalmente, en Cubillejo de la Sierra hay dos castros importantes: el de los Rodiles y el de la Loma Gorda, ya mencionados. Por el Alto Tajo, y todavía muy poco estudiados, hubo castros, de los que solo tenemos las noticias de las ruinas ciclópeas que nos da Sanz y Díaz, y que él vio en el Prado de la Lobera y en el Zarzoso. Son conjuntos de enormes piedras, bloques sin unión de argamasa, colocados unos encima de otros, con una finalidad posiblemente defensiva. Lo que Valiente Malla definió como «facies cultural del Alto Tajo» en referencia a las formas de cerámicas halladas en estos castros, puede en un futuro marcar una nueva visión del conjunto de estas numerosas huellas de la Prehistoria en Molina.

De la época romana muy pocos restos se han encontrado. Lo cual nos hace suponer que no fue ocupada esta tierra por los invasores lacios, al considerarla muy fría y pobre. Se han encontrado elementos que permiten localizar algunas villae en el valle del río Gallo, entre Molina y Corduente, y restos asociados a poblados celtibéricos, como en Herrería y Cubillejo de la Sierra.

Una posibilidad, esta de andar, ver y conocer, que recomiendo a todos cuantos quieren saber de su tierra, especialmente de aquella altura entrañable, parda y seca, pero palpitante de recuerdos, que es el Señorío de Molina.