Arqueología de Molina (I)
En el silencio de los campos de Molina bulle la memoria de la vida. A quien desee entrar, por muy someramente que lo haga, en el mundo del conocimiento arqueológico, prehistórico, de esta comarca, le brotará el asombro según vaya tomando notas, apuntando lugares, confrontando fechas. Porque Molina es un auténtico hervidero de hallazgos, de yacimientos, de excavaciones y de letras escritas con el sigilo de lo que fue y se olvidó, de lo que tuvo vida y ahora duerme. Un paseo por los lugares que en Molina tienen ya la etiqueta de enclaves arqueológicos, nos dará idea cabal, por muy rápido y somero que lo hagamos, de la importancia que tuvo en la época celtibérica, y de la nítida perspectiva que de cara a un turismo de conocimiento, cultura e investigación se abre en torno a tantos y tantos enclaves arqueológicos.
La zona peninsular que los romanos denominaron Celtiberia, por estar habitada por gentes numerosas que ellos consideraban de estirpe celta, se extendía por un amplio territorio del noreste peninsular, tierras interiores, que iban desde el valle medio del Ebro en su orilla derecha, hasta el alto Duero, incluyendo como es lógico, lo que es actualmente el Señorío de Molina, y las Sierra del Ducado en Guadalajara. Comprendía las tierras que hoy forman el noroeste de Teruel, el suroeste de Zaragoza, todo el norte de Guadalajara y el sur de Soria. Los historiadores romanos, como Diodoro, Polibio y Estrabón, explican que esta zona se dividía en la Celtiberia Citerior, la más oriental y cercana al mar, y que abarcaba desde el Ebro en su orilla derecha hasta las altas tierras del nacimiento del Jalón, y la Celtiberia Ulterior, que comprendía ya las más occidentales tierras del alto Duero. Los celtíberos, ya en los últimos momentos o siglos de su historia, se extendieron por la Meseta castellana, produciendo el fenómeno conocido como celtiberización, difundiendo en esas tierras de estirpe puramente ibérica, sus elementos de cultura material y social. Según los autores romanos referidos, a su vez los celtíberos estaban divididos en grupos étnicos, o pueblos bien definidos, aunque su forma política fuera la «ciudad estado» o pequeños núcleos en forma de castros sobre cerros, independientes unos de otros, pero unidos en caso de guerra. En la Celtiberia Citerior se encontraban los belos, los titos y los lusones, que eran los habitantes del actual territorio molinés. En la Ulterior poblaban los pelendones y los arévacos, estos localizados en las zonas de Sigüenza, Atienza y Soria.
Para comprender los restos que hoy encontramos de los celtíberos en Molina, hay que saber, al menos, cómo vivían y como morían. Habitaban en pequeños núcleos altos, sobre cerros testigos, oteros, o francas atalayas. En ellas colocaban la aldea en forma de castro, esto es, fortificada con murallas recias de un espesor de más de 2 metros, con una sola puerta de entrada, y torreones esquineros, dejando a veces casi sin cubrir los flancos de imposible acceso por la forma de la montaña. Estas aldeas, tenían una calle, o en algunos casos más de una, recta, a lo largo de la cual se iban abriendo las casas, que se adherían en su zona posterior a la muralla. Las casas, muy pequeñas, de muros de piedra y cubierta de maderas y ramas sujetas con piedras, tenían un solo espacio habitacional, aunque en ocasiones se podían encontrar hasta tres. En los últimos periodos, aparecieron ya las ciudades amplias, organizadas con servicios públicos, circos incluso, foros y mercados, pero en el área molinesa no se ha hallado ninguna de estas características.
A la hora de la muerte, los celtíberos practicaban la incineración de los cadáveres. Eran colocados estos, revestidos de sus mejores galas y adornos, acompañados de su ajuar personal, sobre una pira denominada ustrinium, y allí ardían casi completamente. Los restos, cenizas y huesos, eran introducidos en una urna cerámica, y junto con otros objetos de uso personal (adornos en las mujeres, collares, pulseras, fusayolas, etc., y armas en los hombres) se depositaban en la tierra, poniendo en ocasiones un lecho de losas, unas paredes de piedras hincadas y una piedra muy grande encima, en forma tumular (generalmente para los individuos de relieve en la escala social) y en otras, las más frecuentes, se depositaba la urna en un agujero, y se cubría con tierra, poniendo como mucho una estela de señalización.
Tanto los castros, situados en alto, con sus defensas amuralladas, como las necrópolis, situadas en bajo, en los valles al pie de los castros, aparecen hoy con profusión en la tierra de Molina, y, aunque su análisis, excavación y estudio corresponde exclusivamente a los especialistas en Prehistoria y Arqueología, necesitándose permisos oficiales para realizar excavaciones, todos podemos saber dónde se encontraban, y cuales han sido los hallazgos realizados en ellos. Incluso para quien sin demasiadas caminatas y escaladas, quiera hacerse una idea de cómo eran estos castros y necrópolis celtibéricos, puede visitar el Castro del Ceremeño, en Herrería, declarado «Bien de Interés Cultural» con un anejo Museo y explicaciones adecuadas para contemplar de cerca y cómodamente este aspecto de la más vieja cultura molinesa.
Uno de los aspectos que más interés despertará a los amantes de la Arqueología en Molina, es el saber que existe una importante colección de lugares en los que recientemente se han encontrado muestras de arte esquemático, tales como pinturas murales y petroglifos o dibujos tallados en las rocas. Estas muestras, que han sido incluidas en el grupo del arte paleolítico levantino, y por tanto consideradas como elemento «Patrimonio de la Humanidad», están protegidas y en constante proceso de revisión, pues de vez en cuando se encuentra algún nuevo ejemplo. Como información, siempre provisional, de lo que actualmente se conoce, aquí van estos datos: el más antiguo de los lugares conocidos con petroglifos es la llamada Peña Escrita de Canales de Molina, a la que hace ya años dediqué algún trabajo en estas páginas. En ella aparecen figuras antropomorfas, algunas de ellas gigantes, de más de 10 metros de longitud, talladas sobre la roca y solo visibles desde el aire, y multitud de pequeñas figuras enigmáticas, esquemáticas, simulando cascos u objetos de culto, en una roca bajo el abrigo rocoso. En Rillo de Gallo, y en medio del pinar junto a un mínimo arroyo que baja hacia el Gallo, se han hallado los mejores ejemplos de la pintura mural paleolítica: la erosión de los siglos trabajó sobre la tierra y produjo abrigos que permitieron el asentamiento humano, en el periodo Calcolítico. A unos 2 Km. caminando hacia el norte desde el pueblo, se encuentra la zona de El Llano, un abrigo en una formación de arenisca roja del Triásico inferior («rodeno»). Las figuras, en tonos pardos y rojizos oscuros, aparecen en el centro del abrigo, visibles desde cierta distancia: son once figuras en total, entre las que aparecen grandes bóvidos, y varias figuras antropomorfas. Por supuesto que en todo el yacimiento se han documentado restos ceráminos que han permitido su datación en unos dos mil años antes de Cristo.
Otros elementos localizados pero todavía insuficientemente estudiados, se encuentran en Hombrados, y en la zona próxima al castillo de Zafra, en los roquedales de la vertiente sur de la Sierra de Caldereros, donde se han encontrado pinturas en un abrigo rocoso, y restos de un poblado, en alto. Aparecen petroglifos en forma de «cazoletas unidas mediante acanaladuras». Es un lugar muy interesante, con un acceso difícil, pues hay que subir por un pequeño túnel situado en la ladera enmarcado por grandes bloques caídos, que enmascaran la primitiva entrada al poblado, que sería en forma de rampa. Por supuesto que también el castillo de Zafra cercano a Hombrados, aunque en término de Campillo de Dueñas, fue un castro primitivo, y en él se han hallado restos materiales de todas las culturas que han pasado por la Península en los últimos cuatro mil años. Además se han encontrado grabados y petroglifos en cuevas del Barranco de la Hoz, en Cillas, y en Cobeta, donde se ven elementos podoformos.
De la época del Bronce, en líneas generales, se han encontrado multitud de asentamientos. Por mencionar algunos, el Fuente Estaca en Embid, que es un hábitat en llano, de los siglos IX-VIII antes de Cristo, con material de sílex. En Aragoncillo el poblado de La Pedriza, en Cubillejo de la Sierra los yacimientos de la Ermita de la Vega, donde se encontraron cerámicas que evidencian ritos funerarios, y de la Loma Gorda, lugar en el que se han documentado tres asentamientos humanos progresivos, desde la edad del Bronce a una villa romana. También en una pequeña necrópolis cercana a la ciudad de Molina se han hallado restos cerámicos con ausencia total de hierro.
Y en la próxima semana seguiremos nuestro periplo por ese mundo intangible pero sonoro y bello de la arqueología en Molina, en el que tanto se está trabajando hoy, especialmente bajo la dirección de J. Alberto Arenas Esteban, verdadero promotor de la recuperación de nuestra memoria colectiva.