Los caminos del románico en Guadalajara

domingo, 2 julio 2000 0 Por Herrera Casado

Actas del II Congreso Internacional de Caminería Hispánica. Tomo II, pp. 63-70

Toda la España medieval es rural. Apenas algunos núcleos (Burgos, León, Toledo) se constituyen en centros urbanos, en los que las sedes del poder (cancillerías reales, tribunales jurisdiccionales, arzobispados) atraen a los burgueses que darán nacimiento a una economía de masas, razón del nacimiento de las ciudades. Y si toda la España medieval es rural, también es toda ella camino. En los caminos está la vida, el encuentro y las relaciones de los hombres. La cultura nace, en gran modo, en los caminos de la España medieval, y en ellos con seguridad se desarrolla.

Las realizaciones técnicas de los hombres del Medievo no surgen de centros especializados. Los conocimientos se transmiten de padres a hijos, en núcleos muy reducidos, en grupos de iniciados que guardan para sí sus secretos. Quienes pueden extraerlos, los llevarán calladamente hasta otros lugares lejanos donde puedan ejercerlos. Esto es lo que ocurre con el arte de las piedras, de la talla, de la construcción. Con un origen casi místico, religioso, de iniciación, grupos muy escasos y reducidos son los únicos guardadores de saberes antiguos y renovados. El arte de la construcción va también por los caminos. Por ellos se transmite y en ellos va dejando, esporádicamente, de una forma casi aleatoria, sus huellas.

El estilo románico es el sistema genuino de construcción en la primera Edad Media. Y dado que su expansión es lenta, se pone en evidencia esa forma de transmisión caminera, de auténtico «viaje» que va de Norte a Sur, por mil intrincados caminos, tan lentos y tan pensados, que tarda más de trescientos años en expandirse por toda Europa. Al final, el modo románico de construir, fundamentalmente templos, se extenderá a todo el territorio en que la Cristiandad tiene asiento: desde Vladimir, en el corazón de Rusia, a las playas meridionales de Sicilia, y desde la península balcánica al extremo portugués y atlántico de la Península Ibérica, se alzarán templos con formas y ornamentos plenamente románicos. El desarrollo se hace a través de escuelas, y de estas transmitidos sus conocimientos a individuos y cuadrillas que viajando de Norte a Sur, y desde el Centro de Europa a su periferia, van levantando iglesias y llenando sus muros, portadas y atrios de la decoración más delicada y sugerente.

EL ROMÁNICO EN GUADALAJARA

A la tierra de Guadalajara le llega el estilo románico por diversos caminos. Siempre se ha considerado que estos han llevado el sentido único del Norte al Sur. En este trabajo demostraremos que también existió el sentido contrario, el Sur-Norte, para transmitir y depositar en nuestros pueblos algunos elementos artísticos de importancia. Aparte de esos caminos que ahora veremos, el románico se detiene y reelabora en tres núcleos fundamentales, en tres espacios urbanos que, sin llegar a ser grandes capitales, sí reúnen características de burgos medievales en los que una información y una cultura sufren reelaboración marcada y arranca desde ella con nuevas perspectivas a su inmediato entorno de influencia. Son estos lugares la villa de Atienza y las ciudades de Sigüenza y Molina. En los tres se recibe la información y la influencia estilística desde lugares más norteños. En Atienza y su entorno existe evidencia de influencia segoviana y soriana, incluso del monasterio de Silos, muy clara. Los núcleos ya desarrollados de la cuenca del Duero lanzarán su voz sobre la villa que, encaramada al arisco peñón de su castillo, preside y controla el paso de caminos desde la Meseta norte a la Meseta sur de Castilla. En pocos lugares se ve con mayor claridad esa función caminera que realiza un lugar. Atienza se desarrolla, a partir de su reconquista en el siglo XI finales, como lugar de reunión de comerciantes, y sede de un fortísimo gremio de recueros, de transportistas, que en este lugar tiene su punto estratégico de paradas, almacenaje y toma de decisiones.

La influencia que le llega a Sigüenza está claramente emanada del monasterio benedictino de Cluny. Las formas y los modos de la Borgoña, traídas por teóricos, intelectuales y artistas, asientan en esta ciudad que controla, desde siglos antes, el camino fundamental que desde Mérida (Emérita Augusta) va hasta Zaragoza (Cesaraugusta). El valle del Henares es ese camino fundamental que conecta las grandes vaguadas del Ebro y del Tajo, y aquí en Sigüenza pone su estación firme, muy personal, desarrollada pronto al amparo de una sede episcopal, y de las indudablemente buenas condiciones estratégicas del burgo.

Finalmente, a Molina le llega la influencia por caminos que también parten de Aragón, y que desde el valle del Ebro alcanzan fácilmente su alta paramera, a través de los valles del Jalón, del Jiloca, del Mesa y del Piedra. La cultura que se desarrolla en esta ciudad procede de la Galia Narbonense, lugar en el que reside la familia condal con la que emparentan los Lara, los primeros señores de este territorio tras su conquista a los árabes por Alfonso I el Batallador. Al amparo de su fortísimo castillo, y con el apoyo de esta familia de Lara, surge una ciudad de artesanos, con ricos conventos, fuerte ganadería y una seguridad comercial que propicia la construcción de numerosos templos.

En todos los casos, Atienza, Sigüenza y Molina se constituyen en simples «estaciones», paradas de un camino que a través de ellas cruza y se expande por territorios más meridionales, por pequeños y cortos trazados que llegan a abarcar, a través de valles, mesetas y navazos, la red completa de la tierra alcarreña. Es así que se articula un sistema casi circulatorio arteriovenoso, en el que la corriente cultural, constructiva, dogmática, circula casi siempre en sentido norte-sur (arterial) pero que en ocasiones refleja el contrario, recogiendo las cabezas de comarca referidas influencias de sus lugares periféricos (venoso).

EL CAMINO DE SANTIAGO

Veremos luego con más detalle el arte románico crecido en estos tres centros fundamentales, y sus modos de expansión caminera. Pero antes conviene mencionar, aunque sea muy sucintamente, el «gran camino», el camino por antonomasia, por el que circula en España el arte románico, la cultura medieval, el mayor bloque de conocimientos y modas que se extenderá a partir de él por el resto de la Península. Me refiero, lógicamente, al Camino de Santiago, la ruta que desde los lugares más remotos de Europa, atravesando por diversos puntos la cadena pirenaica, arriba a la Península Ibérica y, en sentido oriente-occidente, llega hasta el Finisterre donde la tradición pone la aparición y entierro del apóstol caminante: hasta Santiago de Compostela.

Si en el resto de la Península Ibérica es indudable la influencia que esta ruta magna tiene en el desarrollo del estilo románico, en la tierra de Guadalajara encontramos diversos ejemplos que también lo corroboran. Desde Jaca hasta la misma catedral compostelana, pasando por Pamplona, Nájera o Sahagún, las plantas cruciformes, las bóvedas gallonadas y los elementos sincréticos en portadas y capiteles dan fe de la participación de artistas europeos en la construcción de templos y catedrales de las villas del Camino. Han llegado, ellos mismos, por ese gran camino, y en él han dejado su saber. El arte caminero se concreta más que nunca en este hecho, en estos lugares.

Pero la influencia de esos monumentos se deja ver enseguida, pocos decenios después, en lugares más al sur. Así Soria, así Segovia, también Salamanca y, por supuesto, Guadalajara. En nuestro entorno hay algunos edificios, o parte de los mismos, que hablan por sí solos de esa influencia europea y santiaguista: la portada de Santiago, en la iglesia parroquial del Salvador de Cifuentes, es quizás el elemento más elocuente. Desde su nombre hasta la estructura de la puerta, todo en ella recuerda el Camino y sus modos: los arcos semicirculares en degradación dan acogida a bloques de justos y de pecadores, a seres angélicos y demoníacos enfrentados, a una verdadera Psicomaquia que, añadida de escenas populares y bíblicas, mezcladas a detalles como flores de lis, ropajes de tradición europea, etc., localizan perfectamente en el Poitou y en la Saintonge los lugares de influencia cierta de esta portada. Todavía en Atienza encontramos un elemento muy similar, la portada meridional de la iglesia de Santa María del Rey, en la que se repiten figuras, escenas, detalles ornamentales, y por supuesto la estructura general. Son algunos ejemplos clarísimos de la influencia europea directa sobre los templos románicos erigidos en la tierra de Guadalajara. Muchos otros, hoy desaparecidos, corroborarían este aserto.

Cuales fueron los caminos que, desde el santiaguista principal, llegan a Atienza, Sigüenza y Molina, es difícil concretarlos. No es aventurado esbozar, sin embargo, que se hace a través de los afluentes izquierdos del Duero y derechos del Ebro. Por Soria y los principales concejos de su Tierra: Berlanga, El Burgo de Osma y Peñaranda especialmente.

CAMINOS ROMÁNICOS EN GUADALAJARA

Pero se impone entrar de lleno en la materia de nuestro estudio. En analizar los caminos del románico en la provincia de Guadalajara. Esto es, ver cómo desde los tres centros que indudablemente sirven de focos de influencia de este arte en nuestra tierra, se irradian modos, técnicas y decoraciones hacia lugares más pequeños, más escondidos, de la misma.

Portada de Santiago, sobre el muro norte de la iglesia parroquial de El Salvador, de Cifuentes (Guadalajara)

El razonamiento y la evidencia de lo que ocurre a un nivel muy amplio en Europa toda, y lo que supone de forma caminante de viajar el arte por el aprendizaje del mismo en centros urbanos, y su traslado y desarrollo en pequeños núcleos rurales a partir de cuadrillas o grupos anónimos que van de un lado a otro, sin quedar nunca permanentemente a residir en ningún espacio, es lo que se puede poner de relieve en el caso del desarrollo del románico en Guadalajara. Lo veremos a nivel de los tres principales centros mencionados.

SIGÜENZA

En Sigüenza es la catedral la que ejerce su primacía, en todos los sentidos. Desde el prestigio del obispo y de su Cabildo de clérigos, hasta la luz que irradia la colosal edificación de su catedral. Todo en Sigüenza es (hoy como hace ochocientos años) colosal y sorprendente. Todo merecedor de una imitación, de un recuerdo venerable.

El arte románico de Sigüenza, arquitectónico y decorativo, que nace en la ciudad episcopal de Sigüenza, promovido y dirigido por sus obispos y los individuos de su cabildo catedralicio, y que a continuación, y a lo largo de los dos siglos siguientes, se extiende por todo el área de influencia de este obispado, hacia el sur, abarca las serranías del Ducado, el valle alto del Henares, y una gran parte de la Alcarria.

Un dato muy explicativo a tener en cuenta es el de que los cinco primeros obispos de Sigüenza fueron de origen aquitano, y que por lo tanto durante la segunda mitad del siglo XII y primera del XIII, los maestros constructores venidos de Francia a petición de estos jerarcas religiosos, fueron quienes dictaron sus normas constructivas y apoyaron la actividad de grupos de tallistas venidos también del sur de la actual Francia. La influencia de este foco se hizo verdaderamente importante, extendiéndose por todo el entorno inmediato a Sigüenza.

Desde la Ciudad Mitrada, los caminos conducían a los lugares del Señorío episcopal y a las cabezas de los arciprestazgos. Los primeros eran escasos, pero importantes: Pozancos, Carabias, Jodra, Riba de Santiuste. Pelegrina, Aragosa, etc. Cercanos y muy cuidados por Cabildo de Obispos, en estos lugares se alzaron de inmediato templos románicos que en su mayoría perviven hoy. En Pozancos -por poner un ejemplo- los capiteles de su portada son idénticos a los de las puertas principales de la catedral.

A las cabeceras de arciprestazgos conducían los otros caminos principales que irradiaban de la Ciudad del Doncel: río Henares arriba, hacia Medinaceli; por el norte, hacia Atienza y luego Ayllón; por el sur, a Jadraque, Henares abajo. Por el este, a través de Barbatona, a Molina; y también hacia oriente, superada la altura de la paramera alcarreña, a Cifuentes, ya casi en el valle del Tajo. Todos ellos, si se observa un mapa de carreteras actual, son los caminos que hoy parten en el sentido de los cuatro puntos cardinales, de Sigüenza.

En esos lugares se alzan, pues, importantes elementos románicos. Atienza y Molina generarán su propio estilo. Ayllón también lo hará. Cifuentes y el valle del Henares, en múltiples pueblecillos, recogerán influencias, detalles y modismos. Por citar algunos nombres, Pinilla de Jadraque, Beleña del Sorbe, Abánades, Cifuentes, etc.

ATIENZA

Atienza es la villa de los recueros por excelencia. De los hombres que hacen del camino, del caminar, de llevar mercancías de un sitio a otro, la esencia de su vida. Es un lugar abierto a todos los vientos, cruce ejemplar. Por ello, y por la fuerza política de su Concejo real, de su gran cabildo de clérigos, y de sus gremios burgueses, Atienza crece deprisa desde la reconquista hasta el siglo XV. Llega a tener en algunos momentos de la Edad Media, concretamente hacia los siglos XIII-XIV, un total de 7.000 habitantes y 14 iglesias, todas ellas de estilo románico, lógicamente. Su influencia se irradia hacia el Sur. Del norte le llegan los constructores y los modos. Hacia sur los exporta. Su influencia se ejerce, de un lado, por la sierra de Pela, donde surgen edificios suntuosos y preciosos: la iglesia monasterial de Santa Colomba en Albendiego, las parroquias de Villacadima y Campisábalos, la de Galve (derruida en el siglo XVI para construir la actual inexpresiva), la de Miedes, etc. Y hacia el sur, por los pequeños valles que traen las aguas serranas hacia la orilla derecha del Henares: los ríos Cañamares, Bornoba, Sorbe, Aliendre. En ellos se alzarán templos que llevan la simpleza de unas líneas maestras, y a veces la riqueza decorativa vista y heredada de los monumentales edificios atencinos. En cualquier caso, un viaje de norte a sur, que con Atienza por cabeza se concreta perfectamente.

MOLINA

El románico de Molina se circunscribe en exclusividad al territorio histórico del Señorío de behetría de Molina, y que tras su reconquista en 1124 por Alfonso I el Batallador de Aragón, hasta siglo y medio adelante, posee una real independencia política de los poderosos reinos con quienes tiene frontera. Desde el punto de vista artístico, puede decirse que tiene por su núcleo central al monasterio cisterciense de la Buenafuente del Sistal, lugar que junto con Huerta fue panteón de los señores del territorio, así como otros templos de la propia capital del Señorío, especialmente el hoy conocido como convento de Santa Clara, que en su origen fue iglesia parroquial de Santa María de Pero Gómez. El hecho de que el primer señor molinés, el conde don Manrique de Lara, estuviera casado con Ermesenda de Narbona, y que de esa ciudad del Rosellón vinieran a Molina juristas, militares y clérigos a dirigir la repoblación del territorio, puede explicar el sello propio que tienen los edificios románicos, hoy tan escasos, que se encuentran por Molina y su territorio. La iglesia del monasterio de Buenafuente, Santa Clara de Molina, Rueda de la Sierra, Tartanedo, Teroleja y algunos otros, prueban la influencia que el románico franco ejerció en este territorio. Esta influencia, sin embargo, acabó en sí misma, no saliendo de los límites del Señorío, entre otras cosas porque los caminos hacia el sur quedaban bloqueados por el hondo foso del Tajo, prácticamente impenetrable en aquella época.

LA ALCARRIA

Hemos visto anteriormente que también el románico viajó en el sentido Sur-Norte, con una capacidad «venosa» o de retorno indudable. Esto se hace especialmente palpable en el sur de la Alcarria, en el espacio que incluyendo a los arciprestazgos de Uceda, Hita, Brihuega, Guadalajara y Mondéjar, todos ellos pertenecientes a la archidiócesis de Toledo, la influencia de la arquitectura mudejarizante de la capital del antiguo reino árabe se materializa en construcciones que en ocasiones han sobrevivido, y que se salen netamente de las normas constructivas y decorativas del románico norteño.

Además, existe un momento de la historia toledana, cuando la sede primada está regida por un cultísimo clérigo -el navarro don Rodrigo Ximénez de Rada- en que otras influencias se materializan por doquier. Es la primera mitad del siglo XIII en la que como fruto de sus viajes por Europa llega rodeado de ideas y de personajes que amplían el horizonte arquitectónico del antiguo reino de Toledo. La influencia del Císter bernardo se hace patente en muchos edificios, y así en Uceda surge la iglesia de Nuestra Señora de la Varga; en Brihuega crecen templos como el de San Miguel, San Felipe o la iglesia de Nuestra Señora de la Peña; en Guadalajara se alzan templos de los que han llegado escasas muestras (la destrucción masiva del patrimonio monumental arriacense ha impedido conocer la esencia de ese momento constructivo) aunque quedan ejemplos de un «gótico mudejarizante»; y en Hita sabemos que también hubo buenos ejemplos de esta corriente.

 Es así que el románico de la Alcarria, tan influenciado por Toledo, abarca los territorios del sur y oeste de la actual provincia. Estuvieron enmarcados desde finales del siglo XII en los obispados de Toledo y Cuenca, por lo que recibieron de estas ciudades y sus cortes eclesiásticas una indudable influencia. Dado que el románico es un estilo arquitectónico y artístico que, metafóricamente hablando, viaja de norte a sur, la influencia de lo seguntino, de su gran catedral, y de las temáticas espaciales y ornamentales de territorios aún más septentrionales a través de ella, cuaja nítidamente en los templos del territorio alcarreño, donde además la influencia de las Órdenes militares (Calatrava especialmente) ejerce su influjo puntual. Pero es también, repito, imposible negar la indudable influencia del foco arquitectónico toledano capitaneado por los maestros también traídos de Europa por el arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, que van imponiendo un estilo de transición, con cierto viraje al gótico, en los lugares de su más clara influencia y dominio, como los citados de Brihuega, Uceda y posiblemente Hita y Guadalajara, donde de todos modos no quedó ningún vestigio de este estilo. Pero esto ocurre ya muy avanzado el siglo XIII.

En este estilo románico-mudéjar se encuentran todavía algunos templos, la mayoría recientemente restaurados, repartidos por pequeños pueblecillos a los que llegaban puntualmente los caminos desde las cabeceras de arciprestazgo: así los de Aldeanueva de Guadalajara, El Pozo de Guadalajara, El Cubillo de Uceda, Escopete, etc.

Las formas románicas del norte (arquerías de medio puntos, ábsides semicirculares, portadas con arcos de este tipo) se armonizan con los materiales usados (el ladrillo, los aparejos, las techumbres de madera, el yeso en la decoración, etc.) propios del mediodía. Así llegamos a visualizar una arquitectura mixta, podríamos decir «mestiza» que en muy pocos lugares de Castilla aparece. El románico alcarreño se alza, pues, como un elemento de encuentro, y por lo tanto, expresivo como ningún otro de ser un aspecto netamente surgido de los caminos, que han servido para materializar las ideas y las técnicas de unos y otros.