Luzaga, sorpresa arqueológica

viernes, 24 diciembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

Aunque para algunos/as dar a conocer los puntos de importancia arqueológica en la tierra de Guadalajara es una imprudencia notable, pienso que es bueno, muy bueno, que cada vez sea más la gente que sabe donde están los yacimientos que marcan las claves del desarrollo histórico/prehistórico de nuestra tierra y en general de la de España. No se adelanta nada con ocultar, si no se trabaja por excavar y estudiar todo aquello que de verdad tiene un sentido clave para entender la evolución de nuestras gentes y nuestra tierra.

Hace muchos años, el marqués de Cerralbo ejerció su generosa actividad excavadora por las sierras del Ducado, en el Norte de Guadalajara, encontrado yacimientos fabulosos, enormes campos cubiertos de estelas debajo de las cuales estaban las tumbas de los guerreros celtíberos de la Edad de Hierro. Encontró decenas, miles de estas tumbas, en necrópolis en torno a Aguilar, Anguita, Sigüenza, Luzaga, Alcolea, y todo el producto de sus hallazgos, una vez anotado, se envolvió en bolsas de papel y se llevó al Museo Arqueológico Nacional, de Madrid, donde aún sigue en esas mismas condiciones. No voy a hacer ningún comentario sobre esto.

Un libro de arqueología

Lo que sí está claro es que Guadalajara, y especialmente la parte norte de la misma, en una línea que podría trazarse desde Atienza a Molina, pasando por Sigüenza, Aguilar de Anguita, Luzaga y Herrería, es un filón arqueológico en el que está escrita, a base de páginas que se abren en numerosos yacimientos ya conocidos, excavados y con resultados recogidos en revistas científicas (aunque no todavía en el Museo de la Celtiberia que Guadalajara debería reclamar por derecho propio) la historia de la península ibérica en los siglos V al I a. de C., con toda nitidez.

Viene esta parrafada a cuento de haber aparecido recientemente, y haber tenido la oportunidad de leer, un libro que ofrece, de primera mano, y con abundancia de datos, algunos de ellos inéditos, la historia y el contenido de la excavación arqueológica que hiciera el marqués de Cerralbo a principios de este siglo en Luzaga, y de los interesantes hallazgos complementarios que se han ido sucediendo, ya casi como casualidades y añadidos obligados, en los años siguientes. No pasa, -esto es cierto- un solo año, sin que en Luzaga aparezca algún nuevo dato, una piedra, un murallón, unos mosaicos, una estela… Luzaga y su término son un verdadero filón. Que debería ser, efectivamente, más vigilado y sobre todo tomado más en serio por las autoridades responsables de la cultura arqueológica en esta tierra.

El libro en cuestión lo ha escrito don Eusebio Gonzalo Hernando, colaborador de este mismo periódico desde hace muchos años, en cuyas páginas son conocidas y esperadas sus anotaciones, sus artículos y referencias festivas, a Luzaga. De ese pueblo trata el libro, y así se titula: «Historia de Luzaga (fiestas, tradiciones y leyendas)». En las poco más de cien páginas que ocupa, todas ellas adornadas de interesantes fotografías, surgen los datos sencillos y rigurosos que pretenden contar a quien lo quiera leer la clave y la esencia de este pequeño pueblo serrano, abrigado entre densos pinares y bañado (es un decir, dado lo escaso del caudal que siempre lleva) por las aguas del río Tajuña. Habla don Eusebio de la historia medieval de Luzaga; habla de los pinares del Ducado, y de cómo se llegó, -hace pocos años- a conseguir que revertieran a la propiedad comunal de los pueblos que los albergan; habla de la iglesia parroquial, que es románica, y bien buena, y de las obras de arte que en ella se contienen; habla de los personajes famosos del pueblo (ha habido de todo, desde clérigos y militares, a carteros rurales y escopeteros); habla muy ampliamente de las fiestas, de la matanza del cerdo, de las romerías a San Roque, de las leyendas misteriosas (los bosques siempre fueron venero de mitologías y tenebrosas consejas); y habla, sobre todo, de la arqueología en Luzaga.

Para mí es lo más importante, curioso y determinante del interés de este libro. Porque Eusebio Gonzalo no sólo lleva casi 70 años pateando el monte y los páramos que rodean a su pueblo natal, mirando las piedras del camino y las parideras con ojos de avezado experto, sino que ha leído todo cuanto ha caído en sus manos sobre lo que fue y se sabe de Luzaga como yacimiento múltiple de la Celtiberia.

Son curiosas de ver las fotografías, publicadas en revistas especializadas, de cómo encontró el marqués de Cerralbo la necrópolis de los lusones a principios de este siglo. Impresiona contemplar las bien alineadas filas de estelas clavadas en el suelo, tal como las habían dejado los hombres de este contorno hacía más de dos mil años. Y gusta saber que el bronce encontrado en su término, el llamado por la comunidad científica «bronce de Luzaga» es un monumento capital en el entendimiento del idioma y la cultura de este pueblo. Además de las monedas, de los muros de sus acrópolis y castros, de los hallazgos de época romana en la plaza misma de Luzaga, que sin duda fue un lugar importante en la dominación del Imperio…

Saludar la aparición de esta «Historia de Luzaga» y felicitar a su autor, don Eusebio Gonzalo Hernando, por haberlo llevado a cabo, es algo obligado para cualquiera que esté involucrado en el mundo de la cultura alcarreñista. No quiero, por ello, dejar pasar la oportunidad que estas páginas de comentario y aplauso a lo que se hace bien en nuestra tierra me prestan, para darle la enhorabuena a don Eusebio, y para dársela al pueblo todo de Luzaga, que en este fin de año y (casi, casi) de milenio, se encuentra a sí mismo a través del círculo mágico que con sus orígenes prehistóricos le permite establecer este libro encantador y utilísimo.