Pinares y roquedas por Cobeta

viernes, 26 noviembre 1999 1 Por Herrera Casado

 

En el otoño, que es la estación que permite viajar con reposo y sin agobios por la tierra de Guadalajara, se encuentran de nuevo maravillas desconocidas (para los más) en esta tierra única. Decir que hemos descubierto Cobeta sería una pedantería, porque son muchas personas las que han ido allí, y lo conocen bien. Tanto el pueblo como sus alrededores, el valle del Arandilla, los vallejos que corren hace el Tajo, y sus pinares. Y es también una pedantería decir, como dicen muchos, que Guadalajara es la «bella desconocida», porque con ello vienen a decir que era desconocida hasta que ellos la han descubierto.

Guadalajara es conocida, entre los suyos y entre los extranjeros, desde hace muchos siglos. Lalaing, Ford, el duque de Médici, Charles Clifford, Jovellanos, Baroja y mil más, pasaron por estas tierras y contaron a todos sus asombradas impresiones. Recordar aún a Ortega y Gasset, a Ernest Hemingway, a Camilo José Cela, todavía, que fue quien sí descubrió una Alcarria única y nunca vista… nadie, pues, ni yo mismo, puede venir ahora diciendo que «hay que descubrir Guadalajara, la bella desconocida».

Pero aún así, nunca está de más decir lo que tenemos, lo que hemos visto. Es un placer salir cada fin de semana a redescubrirla, a encontrar nuevos perfiles. Y eso es lo que hemos hecho, hace muy poco, por los altos bosques de sabinas, -cubierto el suelo de brezo- y de pinos, entre Buenafuente y Cobeta. Llegar a este último lugar, mediado el día, el sol tibio y la atmósfera húmeda, es todo un placer que no debe perderse el lector atento.

Cobeta es una sorpresa

Asomándose a un hondo valle que baja hacia el pintoresco y rocoso hondón de Arandilla, escoltada de pinares y prados, se encuentra la villa de Cobeta, que cabe en la sesma del Sabinar, por el límite occidental del Señorío de Molina.

A Cobeta le viene el nombre de la torre o cubo que siempre vigiló su caserío. La más remota historia pone su origen en le repoblación cristiana de la zona, perteneciendo desde un principio al territorio del señorío de los Lara, gozando de su Fuero. Parece ser que en 1153 don Manrique y su esposa doña Ermesenda donaron Cobeta al Cabildo de la Catedral de Sigüenza, pero el hecho es que durante el siglo XII y casi todo el XIII, este lugar estuvo incluido en el Común de Molina, siendo en 1292 cuando, por testamento de la señora del territorio, doña Blanca Alfonso, pasó por donación a pertenecer al monasterio de monjas cistercienses de Buenafuente del Sistal, junto a sus anejos del Villar y la Olmeda. En el siglo posterior, concretamente en los mediados del XIV, un caballero denominado Francisco de Tovar se adueñó de Cobeta y su comarca, pero las monjas lograron les fuera devuelto. Finalmente, en el segundo cuarto del siglo XV, otro caballero de la misma familia que el primero, don Iñigo de Tovar, se apoderó de este pueblo, logrando que oficialmente reconociera el rey Juan II esta usurpación, y dando a las monjas, en cambio, el lugar de Ciruelos. En la familia de los Tovar, emparentada luego con los Zúñigas, más tarde marqueses de Baides, quedó durante siglos este pueblo y sus anejos, el Villar y la Olmeda, más el caserío de Torrecilla del Pinar. Aunque todos estos datos históricos, oliendo a alcanfor y un tanto pesados y monocordes, pueden parecer que carecen de interés, vienen a cuento de centrar un tanto lo que significa el más espléndido de los datos monumentales de Cobeta: su torre castillera.

La antiquísima torre de la villa fue rehecha por don Iñigo López Tovar, poniendo sobre el breve cerro un castillo al estilo de la época, que sirvieran no sólo de circunstancial defensa contra las incursiones de los aragoneses y navarros por la región, sino de morada para él y su familia. Allí murió, en 1491, este señor, que dispuso ser enterrado en la parroquia de la villa. Sobre la puerta del castillo tenía colocadas sus armas talladas en piedra.

Del castillo de Cobeta, que tenía un recinto cuadrado con cubos en las esquinas, y una torre del homenaje cilíndrica con almenas sobre el grueso moldurón de su remate, quedó hasta hace pocos años un simple paredón curvado, en inestable equilibrio con la vertical y la historia, ya tan lejana, de pasados siglos. Pero por fortuna se ha aliado voluntades reconstructoras y amantes de su pasado, que han hecho posible la reciente rehabilitación, y consolidación, de este castillo torreado, que tan hermoso se ve en la realidad, y en las fotos adjuntas.

En el caserío, de cuidadas calles y grandes casonas de recia sillería rojiza, destaca también la iglesia parroquial, inexpresivo edificio del siglo XVII, en cuyo interior puede admirarse un retablo mayor barroco y un enorme órgano en el coro alto.

Existe en la calle principal una casona con portalada de barrocas tallas en sus jambas, y dintel, característico ejemplar del modo de decorar su vivienda la burguesía rural molinesa en el siglo XVIII.

La naturaleza espléndida de Cobeta

En término de Cobeta, sobre el valle del río Arandilla, y en un lugar de extraordinaria belleza, en que las altas rocas de arenisca rojiza se mezclan con la exuberante vegetación, está la ermita de Nuestra Señora de Montesinos, un gran edificio de portón adovelado, con buena guarnición de hierros, y su interior cuajado de recuerdos marianos de esta venerada advocación, de la que se cuenta un origen legendario: se apareció María a una pastorcilla manca, y le ordenó que avisara al capitán moro Montesinos, que guardaba el fuerte castillo de Alpetea para el rey de Valencia, y le anunciara que ante él haría un gran milagro. La Virgen restituyó a la pastorcilla el brazo que le faltaba, y el capitán, impresionado, se convirtió al cristianismo y erigió en aquel lugar una ermita. En ella se reúnen las gentes de todos los lugares del entorno (Cobeta, el Villar, la Olmeda, Torremocha, Torrecilla, Selas, Anquela y Aragoncillo) en alegre romería la víspera de la Asunción. Es lugar que no debe dejar de conocer quien quiera llevar la mejor imagen de la Guadalajara inédita. Pero ha de hacerlo en excursión a pie, desde Arandilla, o desde Cobeta. Sabrá mejor el recuerdo. Para llegar a la ermita desde Cobeta, lo mejor es bajar con coche la gran cuesta que separa el pueblo del río, y allí, andando, por la orilla izquierda del Arandilla, subir hasta la ermita, que no está más lejos de una hora. En esta época hay ya nieve en las umbrías, y humedad por todas partes (setas y otras curiosas especies vegetales aseguradas) y si se va bien abrigado, parecerá que el mundo es una gloria, y el olor a plantas y la abundancia de oxígeno dará a alguno un ligero mareíllo. La verdad es que no estamos acostumbrados a tanta maravilla, a tanta pureza, a tanta exuberante gloria como en Cobeta y su término se nos da, así, por las buenas.