Hita, la bien murada

viernes, 12 noviembre 1999 0 Por Herrera Casado

 

La villa de Hita continúa siendo el referente de la Edad Media en la Alcarria y uno de los más destacados de toda Castilla. No hace muchos días, en un acto multitudinario y lleno de afecto, los vecinos de Hita con su alcaldesa María Amparo al frente le entregaban un precioso pergamino a don Manuel Criado de Val, nombrándole con él Hijo Adoptivo de la Villa. Y en las palabras de agradecimiento que don Manuel pronunció al final del acto, quiso dejar constancia de esta idea, que todavía no es apreciada por la mayoría: que Hita, su cerro, su urbanismo, su nombre, y todo lo que en su derredor existe, produce un efluvio que es captado en muchos lugares con más intensidad que entre nosotros. Y pedía que nunca se altere la raíz, la figura eterna de esta Hita que es sinónimo de la Edad Media en cualquier parte del mundo.

Una visita a Hita

Subir, una vez más, las cuestas de Hita para llegar hasta la remozada «Casa del Arcipreste», fue la tarde del 30 de octubre un paseo agradable y colorista. En la Plaza Mayor, que se mantiene perfecta y sagrada en sus límites desde el Medievo, se concentraron muchos, quizás demasiados coches. Y un gentío abigarrado subió la cuesta. Era, una vez más, al menos para mí, descubrir y saborear Hita, en la hora del atardecer de otoño, este año más suave y luminoso que nunca.

Para quien llegue así, una vez más a Hita, o para quien llegue por vez primera, hay todo un recorrido que hacer para empaparse de su sabor único. Desde la distancia, que generalmente es llegando por el valle del Badiel, una vez atravesado en Torre del Burgo y Sopetrán, se eleva el cónico cerro sobre los campos suaves de cereal de la primera Alcarria. En su vertiente meridional se alza el caserío, derramado sobre la empinada falda. Y en él destacan algunas torres, colores pálidos de muros y rojizos de techumbres.

Dejando a un lado el barrio nuevo que construyó Regiones Devastadas después de la Guerra Civil, y donde hoy vive una buena parte de la población, se asciende una cuesta escoltada de acacias, y se llega ante la solemne puerta de la muralla, una puerta de arco apuntado, estrecho, sumada de un escudo de la villa y escoltada en lo alto por dos fuertes garitones de carácter defensivo. En los muros de esta puerta, según se traspasa, están inscritos en una lápida algunos versos del Arcipreste. Era esta la puerta principal de la villa, pero existían otras, porque Hita estuvo totalmente protegida por una gran muralla que mandó construir, a mediados del siglo XV, su señor el marqués de Santillana. De aquella muralla han llegado hasta hoy algunos restos que, mal que bien, se han restaurado.

Atravesado el arco, se llega a la plaza, en la que se ve una fuente, unas casas con soportales, y el gran muro de la alta barbacana, a la que puede subirse rodeándola por fuertes cuestarrones. En la barbacana alta, donde está el Ayuntamiento, las vistas que se contemplan son prodigiosas: hacia el sur se extiende la mirada sin encontrar límite. Guadalajara a lo lejos, y todo el valle del Henares, se contempla desde ella. En los atardeceres, la luminosidad del sol poniente se refleja sobre las nubes que cobijan a la villa.

Desde la barbacana sigue ascendiendo la cuesta. Y primeramente se alcanza otra breve terracilla en la que se abre la remozada «Casa del Arcipreste», un edificio con funciones de «Casa de la Cultura» del pueblo, en el que hay salón de actos, de reuniones, emisora, archivo, y se prepara el Museo de los Festivales. Desde allí, cuesta arriba, se llega a las ruinas de la iglesia de San Pedro, la que fue parroquia del Arcipreste, y que tras la Guerra Civil quedó en ruina completa. Esta iglesia era de estilo mudéjar, y aún hoy se ven los muros, la cabecera entera con un presbiterio y ábsides brevemente realzados, con su perímetro antiguo bien marcado para que en su interior, limpio y cuidado, puedan albergarse actos culturales en verano. En el suelo se ha mantenido la lápida mortuoria de Hernando de Mendoza, caballero que fue alcaide de la fortaleza, propiedad de los marqueses de Santillana y duques del Infantado.

Desde la ventana del ábside central de San Pedro se ve, tamizada por una reja, la torre de la iglesia de San Juan, el templo que hoy es utilizado como parroquia. Muy alto, al final de un camino de suave ascenso, escoltado de acacias y con unas vistas espléndidas desde su barbacana, se alza este templo que fue el mayor de la villa. Su interior ofrece una pequeña capilla, en el lado de la epístola, dedicada a la Virgen de la Cuesta, patrona de Hita. En el altar, una talla románica de la Virgen, y en su bóveda, un artesonado mudéjar bellísimo. Pero quizás lo más llamativo de este templo sean las decenas de lápidas mortuorias que, recogidas de San Pedro y otros lugares del pueblo, se colocaron por los muros ofreciendo escudos tallados, largas leyendas y una densa imagen de hidalguía y aristocracia que define muy bien lo que fue Hita en siglos pasados: una villa de alto rango, de importancia capital en la consideración de la estrategia política, militar y económica de Castilla.

Un homenaje merecido

La importancia de Hita se ha destacado siempre, se ha mantenido e incluso se ha aumentado, gracias a la tarea decidida, generosa y sabia de quien ahora es ya «Hijo Adoptivo» de ella. Del profesor don Manuel Criado de Val. Hace muchos años, don Manuel escribió y publicó la «Historia de Hita y su Arcipreste», con el bagaje de saber que le proporcionaron sus investigaciones y meditaciones. Un conjunto de datos, fechas y evidencias, que constituyen un monumento capital en la bibliografía de Guadalajara y de Castilla toda. Esa «Historia de Hita…» supuso para el autor largas décadas de investigación, de búsqueda en archivos, y, sobre todo, enormes dosis de cariño y entrega. Quizás (al menos para mi gusto) lo más interesante de la obra de don Manuel Criado sea la interpretación completa que de la vida y la obra del Arcipreste de Hita hace. En cualquier caso, un libro, recientemente reeditado, que le proclama como el mejor conocedor de Hita, su cantor más alto.

Los Festivales Medievales de Hita, que hace más de treinta años fueron imaginados y materializados por la pasión y el trabajo de Criado de Val, son ya otra de las señas de identidad de esta villa alcarreña. De toda la Alcarria, en suma. Valorados en su justa medida, ha habido épocas en que han sido contestados y criticados (más pienso que por ignorancia de su auténtica dimensión que por malicia). La fuerza de ese Festival que, en la tarde calurosa del primer sábado del mes de Julio de cada año se levanta compacto, llena de vitalidad y de recuerdos a quien lo vive. Las justas caballerescas al pie del cerro; los torneos, juegos de cañas y bohordos; los desfiles de botargas y las procesiones de personajes endrinescos; las comidas a la usanza medieval en las ruinas de San Pedro; y finalmente -en la magia de la noche- las representaciones teatrales poniendo la fuerza del verso clásico entre las piedras de Hita, son elementos que nadie que los contemple olvidará fácilmente. Ha sido Criado de Val quien ha creado esto, quien lo ha crecido y mantenido. Y en justo homenaje ha sido ahora el pueblo de Hita, por fin abiertos sus ojos a la realidad, el que le ha aplaudido y le ha nombrado «Hijo Adoptivo». También para don Manuel mi admiración, mi aplauso, mi declaración, si no de hijo, por imposibilidad de épocas, sí de amigo, entrañable y para siempre.