El Cuadrón: un castillo calatravo en peligro
Hace unos años, y casi por casualidad, cuando estaba preparando la reedición de la gran obra de Layna Serrano «Castillos de Guadalajara» me encontré con una fortaleza que él no menciona en su obra, pero que al ir a tomar de ella un par de fotografías me sorprendió de tal manera que me tiré un par de jornadas estudiándola detenidamente, y llegué a la conclusión que esa «Torre del Cuadrón» o «Torre de Santa Ana» como la denominan en Auñón, en cuyo término está, era el resto palpitante de una antigua, medieval, calatrava fortaleza.
En estas páginas publiqué un artículo amplio, (era la primavera de 1994) que la ponía por primera vez en el público conocimiento, y como la mayoría de las cosas que tienen que ver con la cultura propia de esta tierra, pasó desapercibida para la mayoría. El problema es que ahora esa fortaleza calatrava empieza a correr un serio peligro. Sobre ella se cierne el deseo de su actual propietario de hacerla desaparecer. Presentada la solicitud de derribo en el Ayuntamiento de Auñón, este con muy bien criterio la ha denegado. No sólo con buen criterio, sino cumpliendo con la Ley del Patrimonio Histórico-Artístico español, que conceptúa a todos los castillos y fortalezas de nuestra patria como elementos patrimoniales de interés y defendidos de cualquier alteración, lesión o derribo. La contestación del propietario, según me han informado fuentes de toda solvencia, ha sido la de que, en cualquier caso, el castillo alcarreño del Cuadrón «se va a caer él solo».
Una sorpresa en plena Alcarria
Hasta la aparición de mi artículo, tan solo Layna y Jiménez Esteban habían dedicado breves líneas a este monumento medieval de nuestra tierra. En breves líneas trataré de recordar lo que entonces dije, especialmente porque el peligro real que empieza a correr este edificio espléndido necesita que se cree en su torno una fuerte línea de opiniones (y especialmente de medidas reales de gobierno) que le protejan. Si esta fortaleza del Cuadrón llegara a sufrir, por voluntades ajenas, algún daño, el descrédito y la vergüenza recaerían tajantes sobre las autoridades encargadas de protegerla.
Para conocerla hay que llegarse hasta Auñón por la «carretera de los pantanos», y, ya en la vega del Tajo, seguir la carretera que por Anguix y Sayatón les llevará hasta Pastrana y Almonacid de Zorita. En este camino, unos dos kilómetros después de haber iniciado esa carretera (es la comarcal 204 en el idioma de Obras Públicas), a la derecha y sobre un otero de suaves perfiles, se alza la vieja fortaleza. La situación, para los que lo tengan, en el mapa a escala 1:50.000 del Instituto Geográfico Nacional, en la hoja 562 correspondiente a Sacedón, es la de latitud entre 40º 28′ y 40º 29′ Norte, y de longitud entre 2º 47′ y 2º 48′ Este. Allí está señalada como «torre de Santa Ana» vigilante de una depresión que lleva el nombre de «barranco de Valdelagua».
Pero se trata, en realidad, de la «torre del Cuadrón» de las viejas crónicas. Y, por lo que yo pude comprobar sobre el terreno, lo que hoy se ve es el resto de un auténtico castillo. Del que apenas media torre del homenaje queda en pie. Pero esta auténticamente reveladora de su importancia y valor.
La propiedad actual ha vallado el contorno a la finca, prohibiendo radicalmente la entrada de cualquier persona hasta la fortaleza. Se han cerrado también caminos tradicionalmente de uso común. Sabemos que en el siglo XVIII todavía se decía misa en su recinto, y que en la Guerra de la Independencia los aldeanos la dinamitaron para evitar que acogiera a los franceses. Hace cinco años, cuando yo la visité, dejaba admirar la perpendicular valiente de su torre del homenaje, una admirable obra de cantería medieval, y el circuito de sus recintos exterior e interior, permitiendo el levantamiento de un plano que sin duda expresa su carácter de fortaleza.
Lo que dicen los viejos papeles
Las Relaciones Topográficas de Auñón (año 1575) dicen lo siguiente, acerca de este edificio: «A los treinta y seis Capítulos dixeron: que en término de esta Villa ay una Torre de Cal y Canto de Sillería, a la cual llaman la Torre del cuadrón, y tiene un epitafio y letrero, el qual no se ha podido entender por ser letra mui extrangera y peregrina y que vulgarmente dicen: que la hizo el Rey Jaime de Aragon, para desde ella combatir una Ciudad y población que estaba en un cerro mui alto, que se dice el cerro de Campana. La muralla y edificios denotan lo que era la dicha habitacion, que están todos arrobinados, pero mucha parte de la muralla está por partes sana y va así dando noticia y muestra por donde iva la dicha muralla, que es mucha tierra, y que no se entienden aver otros epitafios, ni letreros ni antiguallas más de esto». A este texto, el editor de las Relaciones, el cronista provincial Juan Catalina García le ponía la siguiente nota al pie: «Permanece esta torre más abajo del ensanche que hace la vega del pueblo al acercarse al Tajo. Pero no sé que conserve inscripción alguna…. cuanto a lo tocante al rey D. Jaime de Aragón, no es cierto». Abundando en el tema, Jorge Jiménez describe con exactitud esta «torre de Santa Ana» aunque sin identificarla con «el Cuadrón», y dice que de la inscripción tan traída y llevada sólo se entiende la primera palabra, que es «Garcés».
Describiendo el castillo del Cuadrón
Lo que queda del Cuadrón es parte de su gran torre del homenaje. Tenía ésta tres pisos. La entrada, orientada al noreste. De planta aproximadamente cuadrada, de unos diez metros por lado, la planta baja se cubría por bóveda de crucería de la que aún se ven los arranques de los nervios. La planta media era de bóveda encañonada, apuntada, soportada por dos arcos fajones de los que también se ven los arranques laterales. A esta planta se subía por una escalera que iba por dentro del grueso muro, y de la que aún quedan señales. Esta escalera seguía ascendiendo hasta la tercera planta, una terraza descubierta protegida posiblemente por almenas que ya no existen. La altura total, unos quince metros. Su construcción, de firme sillarejo calizo, con refuerzos de sillar en las esquinas. En el muro de la planta baja, casi al alcance de la mano, un escudo heráldico que aún mantiene su policromía original: un castillo de tres torres, de oro, sobre campo de color rojo. El emblema de la nación castellana.
Pero hay más. En derredor de esta torre, se ven los restos de su recinto exterior: un gran cuadrilátero de muros de casi un metro de espesor, totalmente derruidos, que en sus esquinas tenía torreones semicirculares, posiblemente con única función de refuerzo constructivo. Su acceso estaba abierto al noroeste, y en su derredor, un amplio foso que aún se hace evidente a pesar de haberse ido rellenando a lo largo de los siglos con los materiales del desplome de la muralla. En el interior del espacio castillero, nada de señalar sino es la incierta boca de un pozo junto al costado norte de la torre.
De forma apresurada, pero muy próxima a la realidad, hice un apunte de esta vieja fortaleza que junto a estas líneas. Y las fotografías que ofrecen el aspecto del Cuadrón (el nombre le viene, sin duda, de la planta cuadrada del edificio) desde norte-noroeste, con la estructura evidente de su primitiva construcción. El muro del sur, que es el que se ve desde la carretera, está totalmente cerrado, a excepción de una pequeña saetera a la altura de la segunda planta.
¿Quién y cuando construyó este castillo vigilante de un pequeño arroyo y de la vega del Tajo? Los detalles arquitectónicos revelan que sin duda fue alzado a mitad del siglo XV. En una época en la que esta región del medio Tajo se vio sacudida por una violenta guerra (casi doméstica) en el seno de la Orden militar de Calatrava, señora del territorio. Don Juan Ramírez de Guzmán, a quien se le conoce en las viejas crónicas con el sobrenombre de «Carne de Cabra», se autonombró maestre de Calatrava frente a la auténtica magistratura del infante don Alfonso de Aragón. Conquistó todas las villas y fortalezas de la encomienda de Zorita, y durante años luchó contra Auñón, el único enclave que permaneció fiel al maestre Alonso de Aragón. Quizás fue éste quien mandó construir esta fortaleza, y de ahí quedó en la memoria popular (como un siglo después se escribía) que fue levantada por el rey Jaime de Aragón, la figura que en las legendarias memorias aparecía como gran rey y guerrero.
En cuanto a la leyenda tan controvertida, efectivamente existe, y muy al acceso del lector curioso. Un ancho dintel de piedra, caído del que formaba la puerta de entrada, y hoy empotrado en el suelo, deja en parte ver un letrero escrito en caracteres góticos, y del que, lo confieso, he sido incapaz (a pesar de estar larga horas intentándolo, en todas las posturas imaginables) de leerlo. La palabra Garcés que dice Jiménez no la he visto por ninguna parte. Todo un reto para próximos viajeros, si es que a partir de ahora alguien puede acercarse a verlo, estudiarlo y disfrutarlo.
Porque el peligro que se cierne sobre este castillo de la Alcarria es una prueba más de la capacidad que nuestra provincia tiene de defender su patrimonio por el conocimiento del mismo. Con estas líneas creo que puede darse por sabido el tema. Ahora lo que hace falta es que no tengamos, -en este umbral del siglo XXI en que estamos-, que llegar a lamentar que se ha permitido derribar los restos venerables de un castillo medieval.