La ruina de nuestros castillos: el de Embid

viernes, 15 octubre 1999 0 Por Herrera Casado

 

Embid es una villa, cargada de blasones e historias, pero lejana de todo. Está en el Señorío de Molina, en aquella altura que es ya en este tiempo fría y limpia. Y tiene un castillo de los que figuran en todas las guías y sirve de reclamo a muchos viajeros que buscan la raíz más cierta de nuestro patrimonio. Sin duda es el de Embid uno de los más emblemáticos y hermosos «castillos de frontera» del señorío molinés. Lo era hasta hace unos años, lo sigue siendo ahora, aunque menos, y ya no sabemos si lo podrá seguir siendo por mucho tiempo más, porque se está hundiendo.

Dónde está Embid

Se encuentra la villa de Embid en el último extremo, el más oriental, de la sesma del Campo y del Señorío de Molina, en posición rayana con Aragón. Surgen ante el viajero entre los repliegues secos y rocosos del páramo, que va dibujando mínimos surcos de los que nacerá luego el río Piedra. El caserío se apiña bajo los alerones pétreos del castillo y de la iglesia. El silencio del paisaje, la inmensidad del horizonte parecen imponer respeto ante la visión primera de este pueblo.

Existió como aldea desde los inicios de la repoblación del Señorío, cayendo en los límites del mismo según el Fuero de 1154 dado por don Manrique. Siempre en el orden del Común de Villa y Tierra de Molina, la señora doña Blanca en su testamento (finales del siglo XIII) dice dejárselo en propiedad a su caballero Sancho López. Fue realmente en 1331 cuando pasó en señorío a manos particulares, pues en esa fecha el rey Alfonso XI extendió privilegio de donación y mínimo Fuero para este enclave, disponiendo que fuera su señor Diego Ordóñez de Villaquirán, quien estaba facultado para repoblarlo con veinte vecinos, que no debían ser de otros lugares de Molina, ni siquiera castellanos, y facultándole para levantar un castillo.

En 1347, los Villaquirán vendieron Embid al caballero Adán García de Vargas, repostero del rey, en 150.000 maravedises de la moneda de Castilla. Su hija Sancha, en 1379, vendió el lugar a Gutiérrez Ruiz de Vera, y éste lo perdió por usurpación que de Embid hizo, en algarada guerrera, y como acostumbraba hacer por toda la zona, el conde de Medinaceli Ya en el siglo XV (1426), esta familia se lo cedió, con otros pueblos molineses, a don Juan Ruiz de Molina o de los Quemadales, el llamado Caballero viejo de las crónicas del Señorío, jurista y guerrero, en cuya familia quedó para siempre. Por sucesión directa fue transmitiéndose el señorío del lugar, y en 1698 un privilegio del rey Carlos II hizo marqués de Embid a su noveno señor, don Diego de Molina. Uno de sus más modernos sucesores, don Luís Díaz Millán, fue autor de varios interesantes libros y estudios sobre Molina, y hoy se conserva el magnífico archivo de la casa en poder del heredero del título.

Qué ver en Embid

En rápida visita al pueblo, destaca sobre todo la silueta de su magnífico castillo, ya en avanzada ruina, que consta de una torre fuerte central, desmochada y con sólo dos muros, y una cerca altísima, o muralla almenada, que sólo mantiene en pie dos de sus lienzos, con diversos cubos esquineros. Mantiene, sin embargo, todavía un aire digno y resueltamente medieval. Este castillo fue construido en el siglo XIV por su primer señor, y luego rehecho por el caballero viejo a mediados del siglo XV. Sirvió de lugar de refugio de los castellanos en numerosas contiendas contra el reino de Aragón, cuya frontera establece.

Son también destacables, distribuidas por el pueblo, algunas casonas molinesas de típica traza: la de los Sanz de Rillo Mayoral, obra del siglo XVII con ancha fachada de sillarejo y un gran portón adintelado en el que se inscriben diversos símbolos alusivos a la dedicación ganadera de los dueños; la de los Ordóñez de Villaquirán, obra del siglo XVII también, con amplio patio anterior y entrada sencilla adintelada; y la del Dr. Martínez Molinero, también llamada «la casa del vínculo», obra del siglo XVIII con portada adintelada y gran dovelaje y jambas de bien labrado sillar, mostrando encima un curiosísimo escudo emblemático, en forma de jeroglífico, que viene a relatar la historia de la familia.

Problemas con los castillos

Todos los castillos españoles son, declarados por la Ley del Patrimonio Histórico-Artístico, bienes de interés cultural y protegidos/protegibles de oficio. En Guadalajara existen más de un centenar de estos edificios, entre castillos propiamente dichos y medievales torres de vigía. Algunos, en manos particulares, se han restaurado plausiblemente (qué mejor ejemplo que el de Zafra, también en Molina) y otros han sido desgraciadamente maltratados y abandonados (el de Galve, sin ir más lejos). Pero desde la perspectiva pública poco se ha hecho por ellos. Y debe irse tomando conciencia de que los castillos, en una tierra que lleva su nombre, son el elemento patrimonial más genuino y respetable. No podemos ver sin conmovernos cómo este castillo de Embid, al que hoy hemos viajado, va perdiendo parte de su estructura ante la pasividad de todos. En los últimos años ha perdido su torre central del paramento norte como puede verse en las fotografías adjuntas. Pero eso mismo le ha pasado recientemente al castillo de Anguix (de propiedad particular) que se le ha derrumbado la torre de septentrión, o le va a suceder al de Santiuste junto a Corduente, a pesar de que su actual propietario ha conseguido mejorarle y sustentarle con mimo. En Auñón, concretamente en la vega del Tajo donde se alza la allí llamada «torre de Santa Ana» o castillo del Cuadrón, un impresionante ejemplar de castillo calatravo medieval, ha tenido que intervenir recientemente el Ayuntamiento para evitar que el propietario derribara completamente la fortaleza, tal como lo había solicitado. Hoy vallado, aún puede admirarse a lo lejos. Y frente a actitudes tan encomiables como la del Ayuntamiento de Cifuentes, que poco a poco va restaurando su fortaleza de don Juan Manuel, para darla uso cultural, o los tímidos intentos, que por ahora se quedan en simples intenciones, de Pioz para poner en uso y valor su castillo, hay lugares como Pelegrina o Guijosa, en los alrededores de Sigüenza, donde sus respectivos alcázares van perdiendo cada día estabilidad y piedras.

El viaje a Embid, en la remota raya con Aragón, nos ha servido hoy para llamar la atención de todos hacia estos elementos patrimoniales, de los que todos hablan/hablamos, pero a los que muy pocos destinan cuidados, presupuestos y atención efectiva, que es lo que están necesitando para que no pasen a ser pasto de la ruina y simple motivo del recuerdo.