Otra vez por las sendas del Tajo:El Desierto de Bolarque

viernes, 27 agosto 1999 0 Por Herrera Casado

 

Con motivo de la aparición estos días de la segunda edición de un libro clásico entre las obras alcarreñistas, voy a tratar de entretener a mis lectores con el recuerdo, y la oferta, de una excursión que merece la pena: la del Desierto de Bolarque, en el confín de la realidad y el sueño. Un lugar espectacular, increíble, en nuestra propia tierra. Al alcance de la mano y del pie (aunque tenerlos ambos ágiles, hay que reconocerlo) de quien tenga el valor suficiente.

Una historia apasionante

El Desierto de Bolarque es un lugar inédito, desconocido para la gran mayoría de nuestros paisanos y visitantes. Uno de esos lugares que justifica dedicarle un día, y aún una temporada, para descubrirle, alcanzarle, y recordarle luego. Ese lugar, que se encuentra en el límite de nuestra provincia con la de Cuenca, conjuga tres valores diferentes: de un lado, el paisajístico, pues se encuentra situado en uno de los lugares más hermosos de la provincia, la orilla derecha del río Tajo aguas arriba de la presa de Bolarque; de otro, el monumental y artístico, ya que aún permanecen escondidos entre la densidad del pinar los restos del gran monasterio carmelita y numerosas ermitas de las que usaron los ermitaños para su vida ascética; y finalmente el interés histórico, pues allí se fraguó y se dio vida a un nuevo modo de entender la religión, el anacoretismo primitivo, pasando por aquel lugar gentes diversas y de gran importancia, desde el renovador del Carmelo fray Alonso de Jesús María a su Vicario General, Nicolás Doria, así como destacados aristócratas de la Corte, y el propio Felipe III que visitó en 1610 aquellas soledades.

Su mejor cronista, el fraile carmelita fray Diego de Jesús María, escribió y publicó en 1651 un interesante libro en que narra la vida primitiva de esta institución. Nos dice de los esfuerzos que los frailes de Pastrana hicieron para poner en práctica el ideal de la Reforma: la vida contemplativa exclusiva, el eremitismo primitivo. Y entre varios renovadores se pusieron manos a la obra. El lugar lo eligió fray Ambrosio Mariano, comprándolo por 80 ducados con el dinero que entregó para ello un caballero genovés amigo suyo. Tres carmelitas comandados por fray Alonso de Jesús María se instalaron en la solitaria orilla del río Tajo, media legua arriba de la estrechez que formaba el río en la llamada Olla de Bolarque, y construyéndose con ramas y piedras sus ermitas y una pequeña iglesia, dijeron en ella la primera misa el día 17 de agosto de 1592.

Después llegaron muchos más frailes, muchas ayudas, el entusiasta apoyo de buena parte de la aristocracia madrileña, y hasta la visita del Rey Felipe III. Se levantó en los primeros años del siglo XVII un enorme convento, con una bonita iglesia, muchas capillas, un claustro, biblioteca, dependencias múltiples y, por supuesto, muchas ermitas, hasta 32, que se distribuían por la ladera derecha del Tajo en torno al convento. Allí vivían aislados en oración permanente los frailes más tenaces. Otros residían en el convento, también rezando, pero además escribiendo. En Bolarque se fraguaron muchos de los libros de espiritualidad de la Orden Carmelita reformada a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

En 1836 la Desamortización de Mendizábal forzó el abandono de este lugar paradisíaco. Los frailes se fueron, exclaustrados. Algunos se quedaron a vivir en Sayatón, incluso se casaron y hoy viven allí sus descendientes. Dicen las leyendas que guardaron un gran tesoro por las brañas del monte, y que nadie hasta ahora ha conseguido descubrirlo. Lo cierto es que muchas de las riquezas artísticas que encerraba Bolarque se llevaron a Pastrana y hoy en su colegiata y en el convento de los franciscanos se exponen. Así ocurrió con la talla salcillesca de la Divina Pastora, o con el óleo de Diricksen que representa a María Gasca, mas algunos retablos, reliquias y enterramientos con escudos.

Visitar el Desierto

Visitar hoy el Desierto de Bolarque es una tarea para aventureros, caminantes y montañeros avezados. Su descubrimiento hará a muchos pensar en esas ruinas del mundo maya, casi sepultadas entre las raíces de la selva, con sus piedras doradas y sus relieves monstruosos esperando la primera mirada del hombre occidental. Se encuentra el lugar en las orillas del pantano de Bolarque, aunque el mejor camino para acceder a él es por Sayatón, subiendo la ladera del monte que limita el término por levante, y bajando por alguno de los barrancos (alguno tan profundo y espectacular como el del Rubial) que dan al Tajo. Las aguas del río, allí remansadas, pero aún estrechas por la hondura de los montes, reflejan el azul del cielo y confieren al lugar una belleza intensa, una paz soñada, una sensación indescriptible de vuelta a los orígenes.

Entre la maleza y el bosque, allí de pinos y muy denso, surgen las románticas ruinas del convento, de las ermitas, de la iglesia, del claustro… como si de una fábula se tratara, en el silencio de la mañana parece reconocerse aún el eco de las campanas, o el murmullo de los cánticos monacales. Todo es paz, armonía. Lástima que haya que caminar tanto, y tan duro, para llegar hasta aquel espejo de felicidad. Aunque puede hacerse también, de forma más cómoda, a través de las aguas del pantano, subidos en una embarcación de las que en el puerto deportivo de la urbanización «Nueva Sierra de Madrid» existen. Todo es cuestión de tener algún amigo propietario de una de ellas. La visión del monasterio desde el agua es realmente inolvidable.

Y este libro que ahora sale a la pública consideración, avalado por la fuerza de una segunda edición, tiene la capacidad de explicar, en un centenar de páginas, tanta sorpresa y tanta escondida historia. Una gozada imprescindible para saber algo más de nuestra tierra, que es siempre -a la vista queda- sorprendente.