Sigüenza, catedral de sombras

domingo, 1 agosto 1999 0 Por Herrera Casado

 

Pasado ya el verano, y todavía con algunos días de descanso en la faltriquera, podemos usarlos para continuar visitando la provincia, y pudiera ser una buena meta llegarse hasta la catedral de Sigüenza, a saborear con tranquilidad el magno recinto, donde la piedra y el silencio se conjugan con la luz antigua para dar cabal imagen del Medievo. La catedral de Sigüenza es uno de los monumentos capitales del arte español. Tanto por su construcción y edificio catedralicio propiamente dicho, como por las obras de arte tan singulares que encierra Fueron puestas sus primeras piedras poco después de la reconquista de la ciudad a los árabes, en 1124. Promotor de este inicio fue el primer obispo seguntino, don Bernardo de Agén, y sus sucesores continuaron paulatinamente la empresa, que en el aspecto arquitectónico, duró hasta el siglo XVI; y en el ornamental, hasta el XVIII, debiendo añadir las importantes obras de reconstrucción y restauración llevadas a cabo tras la guerra civil de 1936‑39, en que este edificio sufrió como pocos el duro impacto de la contienda.

El estilo de esta catedral es fundamentalmente gótico cisterciense, con detalles románicos. El influjo recibido de la arquitectura francesa, fundamentalmente languedociana y borgoñona, es muy notable; y ello es lógico teniendo en cuenta que los cinco primeros obispos eran franceses, y de sus tierras trajeron ideas y constructores. La primitiva planta de la Catedral es de cruz latina, con tres naves, y crucero, al que se abrían cinco ábsides semicirculares, que posteriormente fueron derribados para construir un solo ábside rodeado de amplia girola, de la cual surgen capillas y sacristías.

De la primitiva época románica, son las portadas principales en el muro de poniente, los pilares del crucero, algunos de la nave central, y los muros exteriores del cuerpo principal. Asimismo, es románico el gran rosetón que surge en el muro de mediodía, sobre la plaza mayor: es uno de los más bellos del arte románico español.

La fachada del templo, de aspecto imponente y tipo militar, muestra un paramento central con tres puertas de arco semicircular, profusamente ornamentadas en sus arquivoltas, con elementos vegetales, geométricos, etc., de cierto aire mudéjar. También aparecen en esta fachada ventanales románicos, un gran rosetón, y un relieve colocado en 1713 representando la Imposición de la Casulla por la Virgen a San Ildefonso. Remata en balaustrada también barroca, y se escolta de dos fuertes torres almenadas, de carácter militar: fueron iniciadas en el siglo XII por don Bernardo, siendo acabadas en el siglo XIV la de la derecha, y en el XVI la de la izquierda, conservando el estilo primitivo. Una impresionante colección de campanas, y un espléndido panorama de la ciudad, puede contemplar el viajero que se anime a subir a ellas. Esta fachada principal Se precede de amplio atrio descubierto, limitado por buena reja barroca, que patrocinó en 1775 el obispo Francisco Delgado Vengas, y que se encargó de realizar el artesano M. Sánchez en 1783.

Sobre la fachada del sur, aparecen ventanales de medio punto, y se abre la «puerta del Mercado», de acceso al crucero catedralicio, y que se compone de una entrada románica, con arcos semicirculares, muy restaurada en este siglo, y un pórtico cerrado o cuerpo saliente, de señalado dinamismo neoclásico, mandado poner por el obispo Díaz de la Guerra, y realizado en 1797 por el arquitecto Luís Bernasconi. Junto a ella, la «torre del Santísimo», originalmente construida en 1300, con un objetivo de atalaya militar, con gran vuelo en su altura al estilo de las torres sienesas y que en las restauraciones posteriores a 1939 fue simplificada como hoy se ve. La remata una graciosa veleta zoomorfa.

En el interior, se admira en principio el efecto magnífico de las tres naves, elevadas, esbeltas y sutilísimas. Más alta la central que las laterales. Escasamente iluminadas por ventanales poco amplios, como corresponde a una construcción de tradición cisterciense. Se esperan las naves por enormes pilares, a los que se adosan columnas que rematan en collarines o líneas de capiteles unidos, todos ellos de tema exclusivamente vegetal, y de los cuales arrancan los nervios pétreos que forman las bóvedas de contextura ojival. El efecto de elevación, de ingravidez de la masa arquitectónica, está plenamente conseguido, y es magnífico. Las tres naves (obstaculizado el paso de la central por la existencia de un enorme coro), se abren en el amplio crucero, de anchos brazos, bóvedas nervadas, y linterna central, iluminada por ventanales partidos y apuntados, que fue añadida tras la restauración de 1939, pues anteriormente esta catedral no había tenido este elemento arquitectónico. Dicha linterna le confiere más luminosidad y una gracia aérea al punto central del templo. Frente a la nave central y su coro, se abre la gran capilla mayor, y rodeándola surge la girola o deambulatorio, en la que se abren capillas y sacristías. Adosado al costado norte del templo, está el claustro catedralicio, también interesante de ver.

Pero a esta descripción somera y estructural, el viajero debe de añadir la contemplación de todos los detalles, en número casi infinito, que con su arte pueblan el interior de este templo increíble. Desde las rejas opulentas del renacimiento toledano, a los detalles iconográficos de las cajonerías platerescas cuajadas de simbología humanista. Desde esas cabezas soberbias talladas por Covarrubias y que pueblan en bosque rumoroso el techo de la Sacristía mayor, a esas vidrieras policolores que dan la fragancia severa y pura del Medievo. Quizás sean varios días los que, para conocer en profundidad esta maravilla, se necesiten. Pero alguno tiene que ser el primero. Y este viaje a Sigüenza puede plantearse ya. No defraudará nunca.