Se busca: El desaparecido sepulcro de Doña Mayor Guillén
Entre los numerosísimos elementos del patrimonio artístico que en Guadalajara se han perdido a lo largo de los siglos, la inmensa mayoría con ocasión de la Guerra Civil de 1936-39, destaca el enterramiento de la que fuera señora medieval de Cifuentes, de Alcocer y buena parte de las tierras del valle del Guadiela, en la hoy llamada «Hoya del Infantado».
Antecedentes del personaje
D. Juan Catalina García, en sus Aumentos a las «Relaciones topográficas de España» se ocupa de este sepulcro, aunque muy de pasada, al tratar de la fundación del convento de Santa Clara, en Alcocer, y sólo se refiere al hecho de su existencia, sin la menor alusión a su valor como monumento de arte. Es muy interesante, sin embargo, el trabajo de Juan Catalina García, porque habla en él de un cuaderno manuscrito que se conservaba en el convento y que contenía valiosas noticias sobre Dª Mayor Guillén, cuyos restos guardaba el sepulcro, y sobre la fecha probable de éste. Dicho cuaderno también se ha perdido.
Un escritor anterior, fray Pablo Manuel Ortega, aunque tampoco viera el sepulcro, sí pudo ver con detenimiento la momia que encierra, pues con este objeto la sacaron las monjas a la puerta de la clausura. Dice en su «Crónica de la provincia de Cartagena de la Orden de San Francisco» que el cuerpo se encontraba incorrupto, faltándole sólo el pie derecho; que era de alta estatura y revelaba la hermosura de Dª Mayor, conservando un guante en la mano izquierda, y cubriendo todo el cuerpo blanca toca de gasa en la cabeza, y en el resto un paño de brocado con las armas de Castilla y las quinas de Portugal, y además un guardapiés de tafetán verde; que al lado había un báculo dorado y en la cubierta una estatua de madera representando a Dª Mayor. Terminaba diciendo que él, el cronista, dejó dentro del ataúd un papel dando noticias de todo esto, y afirmando, además, que la urna estaba pintada de tal modo que siempre se tuvo por ser de mármol.
Además de estos dos escritores, se ocupan de Dª Mayor, aunque no de su sepulcro, Ambrosio de Morales en el «Discurso del linaje de Santo Domingo» y Salazar de Mendoza en su «Origen de las dignidades seglares de Castilla y León». Es, finalmente, don Ricardo de Orueta, en su conocida (aunque rara hoy de encontrar) obra «La escultura funeraria en Castilla la Nueva», quien analiza con más detalle que nadie la forma, el arte, los colores y significados de este importantísimo enterramiento, de la escultura en madera tallada y policromada que lo adornaba, y del personaje al que daba cobijo en la iglesia conventual de las clarisas de Alcocer.
Dª Mayor -o María- Guillén de Guzmán fue hija de D. Nuño Guillén de Guzmán y de Dª María González, ambos descendientes de las más linajudas familias castellanas. Era hermana de D. Pedro Núñez de Guzmán, adelantado mayor de Castilla. El rey Alfonso «el Sabio» la tomó por amante cuando era príncipe, y probablemente muy joven, pues en 1253, contando sólo treinta y dos años, casó a su hija Dª Beatriz, habida en Dª Mayor, con Alfonso III de Portugal. Es seguro que estas relaciones tuvieron lugar en fecha anterior a la del casamiento del rey Alfonso con Dª Violante de Aragón, que no se efectuó hasta 1246. En cualquier caso, lo que parece indudable es que este primer amor del «rey sabio» debió causar en su espíritu una impresión muy honda, que no se le borraría nunca, pues durante toda su vida entregó a Dª Mayor su recuerdo y múltiples donaciones y favores, en forma de señoríos y privilegios. Doña Mayor murió entre 1262 y 1267.
La estatua de doña Mayor
Era esta estatua, en madera tallada, la mejor pieza de la escultura medieval funeraria en Guadalajara. Prácticamente solo Juan Catalina y Ricardo de Orueta, entre las personas entendidas en arte, la vieron y calificaron antes de su desaparición. Representaba la estatua a esta señora con toca y griñón, vistiendo un brial de mangas ajustadas y sobre éste un amplio manto; todo ello policromado sobre una preparación de escayola. Cuatro angelitos, dos a la cabecera y dos a los pies, velaban e incensaban. No tenía ninguna inscripción grabada.
La fecha de su construcción debía ser muy poco posterior a la de la muerte de la señora: los comienzos del último cuarto del siglo XIII. Hacia 1280 aproximadamente. La materia empleada era la madera, sobre la cual se habría puesto una preparación de escayola para que sirviera de asiento a la policromía. En ésta lo que más dominaba era el dorado, que se emplea con una profusión como no se volverá a ver hasta el siglo XVI en las obras de Berruguete. Después del dorado, la tonalidad que más abundaba era el rojo oscuro, casi negro, en el que, a pesar de su oscuridad, se podían distinguir aún dos matices. La conservación era todo lo perfecta que se podía desear en estatua tan antigua, y su tamaño, dos metros con cinco centímetros.
En los días iniciales de la Guerra civil, alguien la cogió del coro de las monjas y se la llevó. Ya nadie sabe nada más. ¿A dónde? ¿Para qué? ¿Quiénes la cogieron? No existe constancia de que se destruyera o quemara. En Alcocer corre la tradición de que la guardaron personas devotas, para que no fuera ultrajada por los grupos que se entretenían en destruir todo vestigio de arte antiguo o religioso que encontraran a su paso. Dicen que se sepultó, bajo tierra, pero nadie sabe dónde, y por lo tanto la pista se ha perdido completamente, y quizás para siempre.
La verdad es que era una pieza fantástica, grande y perfecta, maravillosa en su forma artística, y fundamental en su sentido histórico, representando la imagen de doña Mayor Guillén, tan importante en la historia de la medieval Alcarria. Podríamos poner debajo de su imagen fotográfica un cartel que dijese «Se BUSCA». Porque en pocas ocasiones tenemos la certeza de que existe todavía, de que en algún estará. Probablemente (es una opinión muy personal) un día alguien medianamente entendido, se sorprenda al visitar alguna sala de un museo norteamericano, y la encuentra representando la escultura medieval en madera y policromada castellana. Porque así han aparecido otras piezas alcarreñas que creíamos desaparecidas. La Diputación, o la Junta, debían poner debajo de la palabra «Se Busca» otro de «Se recompensará». Porque el día que se encuentre, será de fasto para nuestra tierra, y se abrirá el proceso de reclamarlo. O de intentarlo, al menos.
Ahora solo nos queda entablar este sufrido recurso del recuerdo, y apuntarlo en la memoria para que no se diluya demasiado en ella.