La joya de la ciudad

viernes, 16 abril 1999 0 Por Herrera Casado

 

Van siendo muchas las personas que, cuando les preguntan cual es el mejor, el más hermoso edificio de Guadalajara, no tardan un segundo en contestar: « ¡el Panteón de la Condesa…!». Esto suelen decirlo las que lo han visitado. Las que no lo han hecho, normalmente contestan que «el palacio del Infantado». ¿Por qué será?

Sería ocioso, incluso imprudente, que yo me decantara aquí por alguno de esos dos edificios, como el mejor de la ciudad. En cualquier caso, no arriesgaría otra cosa que mi gusto, y supongo que expresar libremente las opiniones no es ningún delito. Me parecen igual de hermosos los dos. Igual de grandiosos. Lo suficientemente admirables como para (según la clasificación que de los monumentos hace la Guía Michelín) «merecer por sí mismo un viaje».

El Panteón de la duquesa de Sevillano y condesa de la Vega del Pozo, al final del paseo de San Roque, sobre las cúpulas ya verdeantes de los árboles, en esa especie de atalaya luminosa de la ciudad que son nuestros parques tradicionales, es todo un lujo para Guadalajara. Las monjas Adoratrices, que además de propietarias del conjunto arquitectónico, son sus cicerones y primeras admiradoras, dicen que lo visita muchísima más gente de fuera que de dentro de Guadalajara. Lo creo, porque la mayoría de los alcarreños/arriacenses no ha entrado nunca en ese santuario del brillo, la marmolería y la expresión artística «a lo grandioso». Debería de hacerlo, porque no sólo le permitiría juzgar con conocimiento de causa (también hay quien, después de verlo, dice que no merecía la pena, que es «como de caramelo») sino que le serviría, sobre todo, para estar un poco más orgulloso de su ciudad, que tiene este conjunto de edificios, que la hacen meca de muchos viajeros y curiosos. En buena medida, no nos engañemos, el turismo de día que recibe Guadalajara está condicionado por el Panteón de la Duquesa de Sevillano y su fundación de San Diego.

La Fundación y Panteón de la Duquesa de Sevillano

Voy a dedicar las siguientes líneas a describir (y encomiar, una vez más) este conjunto arquitectónico que le da lustre a la ciudad de Guadalajara. Voy a hacerlo porque quiero proclamar el valor que ese patrimonio arquitectónico tiene, y cómo merece primero la admiración de sus paisanos, y luego su cuidado y protección, su pública protección, que hasta ahora ha sido bastante escasa.

Se sitúa este conglomerado de edificios y detalles arquitectónicos en el extremo suroriental de la ciudad, y sin duda justifican una visita detenida.

A finales del siglo XIX, doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano, mujer riquísima y muy heredada en tierras de Guadalajara, donde su familia (los Condes de la Vega del Pozo) residía desde algunas generaciones anteriores, decidió emplear gran parte de su caudal en levantar una Fundación que acogiera, en plan benéfico, a los ancianos y desasistidos sociales alcarreños, al mismo tiempo que construía su propio enterramiento con una grandiosidad inigualable.

La Fundación (de San Diego de Alcalá, que así la tituló en homenaje a su santo patronímico) se constituye por un conjunto de edificios y espacios que articulan una interesantísima colección de muestras del arte del eclecticismo de finales del siglo XIX. Fue trazado y construido por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, entonces reputado entre los mejores del país, a partir de 1887. Comprende el conjunto una serie de espacios en los que aparecen patios, huertos, terrenos de secano, jardines y paseos, entre los que surgen los diversos edificios, como el central o asilo propiamente dicho, la iglesia, el panteón, otros edificios menores para depósito de aperos, de agua, de grano, alojamiento de servidumbre, jardineros, etc., y rodeado todo ello por una valla o cerca espléndida, que en su parte noble muestra, dando al parque de San Roque, una portada con elementos simbólicos, y una gran reja artística de hierro forjado.

Pero es muy significativa la auténtica unidad de todo el conjunto, que revela una idea directora, no sólo en su concepto arquitectónico y urbanístico, sino en el significante y simbólico.

De toda la Fundación, ningún alcarreño debería dejar de admirar el panteón de la Duquesa de Sevillano, gran edificio de planta de cruz griega, ornamentado al exterior en estilo románico lombardo, con profusión en el empleo de todos los recursos ornamentales y constructivos de este arte. Se cubre de gran cúpula hemisférica con teja cerámica, y se remata en enorme corona ducal. Su recinto interior, al que se accede por magna escalinata, es de una riqueza suma, en la profusión de mármoles y piedras nobles de todas clases, con variedad infinita de recursos decorativos, en capiteles, muros, frisos, etc. Cubre la cúpula una composición magnífica de mosaico al estilo bizantino; sobre el altar mayor, un Calvario pintado sobre tabla, de Alejandro Ferrán. En la cripta, el enterramiento de la fundadora, obra modernista de gran efecto, en mármol y bronce, del escultor Ángel García Díaz.

En el edificio central de esta Fundación de San Diego, destaca su gran fachada de piedra caliza blanca, de grandiosidad renacentista pero con detalles estilísticos románicos, en esa mezcla de estilos tan característica del eclecticismo finisecular, y en su interior merece verse el patio central, que utiliza la planta cuadrada, rodeado en sus cuatro costados por arquerías semicirculares en dos pisos, sustentadas por pilares y capiteles, en un revival románico espléndido, conformando un espacio cuajado de belleza y romanticismo.

Todo el edificio abunda en detalles ornamentales de interés, conseguidos con la mezcla decorativa del ladrillo, la piedra blanca y la cerámica. Debe admirarse, en fin, la iglesia dedicada a Santa María Micaela, tía de la duquesa constructora, y fundadora de las Religiosas Adoratrices. Hoy parroquia del barrio de Defensores y las colonias de chalets de aquel entorno, esta iglesia es edificio de estilo románico al exterior, aunque en el interior sorprende la magnificencia de su abundante decoración mudéjar, con reproducción de modelos de frisos y mocárabes del palacio del Infantado, iglesia de San Gil y otros edificios arriacenses. Presenta también extraordinario artesonado de estilo mudéjar. Es de una sola nave y de tres ábsides semicirculares que abocan al presbiterio.

Para quien haya seguido hasta aquí la descripción y proclama en favor de este conjunto de edificios, puedo añadir que el Panteón lo enseñan las monjas Adoratrices que lo tienen a su cargo, estando la iglesia abierta al culto parroquial. Esta obra capital del arte moderno puede verse cualquier día, pero especialmente sábados y domingos, a partir de las 11 de la mañana, y por la tarde, hasta que haya luz. Las monjas adoratrices estarán encantadas de que los alcarreños «suban» hasta allí a ver tanta maravilla, y ello les sirva para recordar la bondad, la generosidad sin límites de «la señora», de doña María Diega Desmaissiéres y Sevillano, que tantos dineros dedicó, aquí y en otras partes de España, en favor de los necesitados.