Ecos de la Alcarria en el monasterio portugués de Batalha

viernes, 6 noviembre 1998 0 Por Herrera Casado

 

Recordábamos la pasada semana uno de los hechos trascendentales de la historia de Guadalajara, pero desarrollado en la lejana llanada atlántica de la Beira portuguesa: la batalla de Aljubarrota, ocurrida el 15 de agosto de 1385, entre los ejércitos de Castilla, con su rey Juan I de Trastamara al frente, y los de Portugal, comandados por Juan I de Avís y su condestable Alvares Pereira. La victoria, rápida y contundente de los portugueses, supuso la pérdida definitiva de las aspiraciones de los monarcas castellanos hacia el reino portugués. Supuso también, por añadidura, la muerte en esa batalla de muchos caballeros alcarreños que había acudido, brillantes con sus armaduras y lujosos sus caballos con las gualdrapas rojas y doradas, a formar la mesnada de su caudillo, don Pero González de Mendoza, señor de Hita y Buitrago, gran mecenas de la ciudad de Guadalajara, inteligente y bravo como pocos. Supuso, en fin, la muerte del mismo don Pero.

Hemos visitado recientemente los campos verdes y siempre húmedos de la Beira litoral, y en la plazuela sencilla de Aljubarrota, en la explanada imponente del monasterio de Batalha, y en los silencios fragantes de las colinas portuguesas hemos escuchado las voces de aquellos dignos alcarreños que dejaron su vida en lo que ellos consideraron una causa noble y digna.

El monasterio de Batalha

Para los portugueses, Batalha es lo que El Escorial para los españoles. La expresión pétrea y monumental de una gran victoria; el lugar donde reposan los restos de sus más grandes monarcas: la esencia concentrada, vibrante y tallada con hermosura de una historia, de un sentido puramente nacional. En Portugal, quizás, ese valor es aún mayor que en el Escorial. Resume y conmemora el día y el lugar en que los ejércitos del maestre de Avís, allá por el siglo XIV, consumaron la independencia de Portugal frente a Castilla. La afirmación del orgullo patrio que todos los pueblos con historia tienen.

Aunque los días de sol el monasterio dominico de Santa María de la Victoria de Batalha luce en sus piedras mil veces talladas un color dorado que parece hecho de ámbar, la verdad es que en la ocasión que le visitamos la niebla perenne de a costa atlántica y una ligera lluvia le conferían un aspecto adusto, casi amenazador. Grande y violento, este monasterio es, sin embargo, uno de los monumentos más impresionantes de toda Europa: el más señalado, sin duda, del vecino país, y que por sí solo justifica un viaje a Portugal.

A solo 71 metros sobre el nivel del mar, desde Lisboa por autopista hay unos 150 Km. que se hacen cómodamente en poco más de una hora, y viniendo por el norte, desde Salamanca, Ciudad Rodrigo y Guarda, desde Coimbra unos 80 Km. al sur. Entre suaves colinas tras las que se huele el océano Atlántico, en medio de una explanada pavimentada de piedra milenaria, acompañado de la estatua ecuestre del Condestable Pereira, se alza esta joya de la arquitectura portuguesa que es difícil clasificar, porque su construcción se alargó desde los finales años del siglo XIV hasta bien entrado el XVI. Lleva, por tanto, el sello del más puro gótico lusitano, que a su vez está sumamente influido por el arte de la Borgoña y de Inglaterra, junto a las líneas barrocas y vibrantes del estilo manuelino, ese coda gigantesco, único y originalísimo que a lo largo del reinado de don Manuel I (1495-1521) impregnará los monumentos del vecino país (especialmente los Jerónimos de Lisboa y el templo de la Orden de Cristo en Tomar, además de la cabeza de este monasterio de Batalha) de un exacerbado barroquismo surgido del gótico final, algo así como el toque «isabelino» o flamígero en el último gótico castellano.

Visitando Batalha

Obra del arquitecto luso Afonso Domingues, se comenzó con sus planos góticos inmediatamente después de la batalla de Aljubarrota, en 1388, y ya en 1402 estaba dirigiendo las obras un tal maestro Huguet u Ouguet, (de ori­gen inglés, al parecer de Canterbury) que siguió fielmente el modelo cister­ciense.

La iglesia, grande y ancha, espectacular, es sin duda lo más representativo del conjunto. Consta de tres naves, con un crucero al que se abren una serie de capillas que formaban la cabecera primitiva. En el exterior, destaca la decoración de su fachada, cuajada de elementos góticos con tracerías de gran variedad y enorme gusto. Escudos de la casa de Avís campean sobre puertas y ventanas. Esta fachada está dividida claramente en dos partes: la inferior, con la inmensa y profunda portada, es obra de Afonso Domingues y la superior, del Maestro Ouguet, se nos presenta revestida por frágiles pilastras de clara influencia inglesa. En su par­te baja está abierta por una portada con esta­tuas modernas de apóstoles en las jambas, fi­guras bíblicas y profanas en los alféizares: el Creador y los Evangelistas en el tímpano y la Coronación de la Virgen en la cúspide. Arriba aparece un extraordinario ventanal de estilo gótico flamígero, que para muchos es lo más bonito de todo el monumento.

A los pies de la iglesia se encuentra adosa­da una amplia capilla funeraria, la llamada «ca­pilla del fundador». Es de planta cuadrada, de 20 metros por lado, y está cubier­ta por una bella bóveda estrellada sustentada por ocho pilares. Desde el suelo, en el que se admiran poderosos los túmulos tallados del rey Juan I de Avís y su esposa Felipa de Lancaster, la mirada hacia lo alto deja atónitos por su belleza a todos cuantos se llegan a este lugar. Alrededor de las tumbas de los fundadores, bajo ni­chos denticulados, aparecen los sepulcros de los más célebres Infantes de Portugal: destacan, de izquierda a derecha, el de Fer­nando el Santo (muerto en el año 1443 prisio­nero de los árabes) y el del céle­bre Enrique el Navegante, muerto en 1460.

Pero quizás lo más interesante de Batalha sea la gran capilla de planta circular que fue adosada a la capilla mayor en el eje mayor de la iglesia, como la de San Ildefonso de la catedral de Toledo. Esta capilla se planteó para albergar en su centro el enterramiento del rey don Duarte, el hijo de don Juan. Pero no llegó a concluirse, quizás por la grandiosidad excesiva con que fue proyectada, y hoy al conjunto de la capilla central y sus capillas laterales se le conoce con el nombre de «Capelhas Imperfeitas». Comenzadas a cons­truir en 1438, y reanudadas las obras durante el reinado de don Manuel I, quedaron finalmente abandonadas. A ellas se accede por una puerta monumental, quizá la mayor creación del estilo manuelino. Consta de varias arquerías trilobuladas escul­pidas con exquisita delicadeza, cargadas con motivos florales y geométricos. Cientos de veces se ve repetido el emblema del rey don Duarte (1433‑38). Fue el Maestro Ou­guet quien se hizo cargo del diseño e inicio de la construcción de este espacio solemne y fantástico, pero después de su muerte en 1478 fue sustituido por Mateus Fernandes el Viejo (has­ta el año 1509), y es a este a quien se deben las siete ca­pillas de alrededor, en las que lucen magníficos y voluminosos pilares de orden ma­nuelino, truncados todos al comienzo del arranque de la bóveda. Sobre la portada aparece una tribuna real re­nacentista. En estas capillas «imperfectas», pero que asombran a quien con pausa las recorre, hay numerosas tumbas de per­sonajes religiosos y reales, abades y príncipes, nobles y guerreros. En la capilla central sobresale la tumba de rey Eduardo y la de su esposa.

El claustro de Batalha

No debe dejarse de admirar el gran Claustro Real de Batalha. Es de estilo gótico, también obra de Afonso Domingues, con anchas arquerías ce­rradas por delicados calados de influencia oriental. Sus dimensiones, amplísimas para lo que suele ser un claustro monasterial, son de 50 x 55 metros, lo que nos da idea de la grandiosidad del lugar. Es interesante también la sala capitular, de proporciones cuadradas, perfectas, con una gran bóveda sin columnas. Un plano de Batalha acompaña estas líneas para que los amantes de la arquitectura ibérica se hagan una idea de cómo se estructura este edificio, al que sin duda calificamos, tras haber pasado en su interior un rato de inolvidable asombro, como una de las joyas del arte europeo. Con razón está considerado Patrimonio de la Humanidad, y, para los alcarreños, suma el valor de saber que sobre aquel lugar se desarrolló en 1385 la gran batalla de Aljubarrota en la que, perdedoras las armas castellanas, dejaron la vida multitud de hombres de Guadalajara, con su comandante al frente, don Pedro González de Mendoza, al que todas las crónicas conocen como «el héroe de Aljubarrota». Un motivo más que suficiente para, en cualquier ocasión que se presente, por breve que sea, acercarse hasta Portugal y viajar, sin desviarse a ningún otro sitio, hasta Batalha.