El barrio de las cuevas de Illana

viernes, 7 agosto 1998 0 Por Herrera Casado

 

Recorriendo la provincia se encuentra uno a veces las cosas y los sitios más insólitos. Reconozco que cuando, hace ahora tres semanas, me acerqué hasta Illana por ver cosas y casas de ese pueblo de la Baja Alcarria, llevaba en la cabeza la idea de visitar el lugar donde estuvieron las «cuevas» que llegaron a formar un barrio en el que vivían cientos de personas. Pero las noticias que tenía de haber sido arrasado aquel barrio, por máquinas y hundimientos, hace más de 30 años, no me permitían abrigar especiales esperanzas.

Illana, lugar de sorpresas

Fuimos a Illana invitados por esa mujer entusiasta y maravillosa que es Irene Martínez, que habita en la Solana de la villa, y que es para mí como la encarnación perfecta de la «sociedad civil» en ese alejado y minúsculo rincón de nuestra geografía. Irene Martínez, al frente de la Asociación de Amas de Casa de Illana, hace cosas por su pueblo, por sus mujeres, por todos sus habitantes. Sin mandato popular, con sólo su empuje y su claridad de ideas.

Me pidió que viera Illana, que lo saboreara a fondo, que me enterara de todas sus vicisitudes. Y así pasamos con ella un día pleno de descubrimientos, de sorpresas. Una de ellas fue el «barrio de las cuevas». Otro, el valle donde habitó la princesa mora, en unas recónditas oquedades de un cantil pedregoso. Otra el retablo barroco y churrigueresco de su parroquia. Otra más, la última pero no la menos asombrosa, las ruinas de «las cuevas del marqués», nada menos que los restos macizos y orgullosos de una antigua fortaleza medieval calatrava…

Al preguntarla por el barrio de las cuevas me dijo que, efectivamente, hará unos 25 años desapareció casi por completo. La construcción de un camino en el declive del vallejo donde se abrían, el abandono de la mayoría de ellas, la colocación de un abrevadero para el ganado en el lugar donde se iniciaba el barrio, y, en fin, una falsa visión de progresismo y modernización del pueblo, hicieron posible que desapareciera casi por completo un entorno urbano de aspecto y características primitivas, que hoy hubiera sido la admiración de muchos visitantes.

Las cuevas de Illana

Porque aún quedan abiertas, intactas, mejor o peor conservadas, una docena de estas cuevas, de las que en total llegó a haber un centenar, en las que se albergaba casi una tercera parte de la población de Illana, en tiempos antiguos, y aun no tan antiguos, a comienzos de este siglo, por ejemplo. Una fotografía, que acompaña estas líneas, de don Tomás Camarillo, hecha en los años veinte de nuestro siglo, da idea de la amplitud y densidad de habitáculos en este barrio.

Al llegar a él, con el pavimento un tanto alborotado por una reciente riada a finales de junio, nos reciben algunos de sus habitadores. Una familia ha puesto, en la primera de las cuevas que permanecen útiles, un edificio de fábrica delante, de tal modo que ejerce como «decorado» exterior de lo que hay detrás. Se pasa la puerta y tras atravesar un pasillo breve y dejar a la derecha el arranque de las escaleras que suben a los dos pisos superiores, entramos en la cocina, en las alcobas… en toda la casa que está formada de oquedades como grande huevos huecos. Son espacios ovoides, de suelos ligeramente hundidos, techos y paredes enjabelgados sobre el cemento que se ocupa de tapar la roca pura. La vida en la casa es vibrante. Mientras la madre y una hija mayor hacen la comida del domingo, abundante y olorosa, una pequeñina de año y medio se arrastra, gateando, por el suelo. También un gato salta entre los sillones, y por aquí y por allí surgen cuadros de la Virgen del Socorro, macetas, lámparas y tapices con ciervos. La cueva de Illana está viva, vibrante.

Más abajo, ya en la calle, el señor Raúl nos enseña las que fueron cuevas de su familia, que aún siguen siendo suyas, pero que ya no habitan. Su madre, muy anciana, vivió hasta hace poco en una de ellas.

Las cuevas auténticas de Illana, tal como vemos en otra fotografía, se abren a través de pequeñas puertas de madera al exterior. El interior, siempre reducido, estrecho, algo húmedo, tiene a la izquierda el espacio de la cocina, con sus alacenas cavadas en la roca, sus ventanucos, sus bancos para sentarse. Y las habitaciones, que surgen a partir de un estrecho pasillo central, son cubículos en los que aún existen camas, con sus colchas, sus mesillas, sus lamparillas en el techo, sus Sagrados Corazones en las paredes… ni las tiran ni las limpian. Simplemente sobreviven.

Y yo creo que las cuevas de Illana, el barrio de las cuevas de Illana, es algo tan sorprendente hoy en día, ante los ojos de quien ni se imagina una forma así de vivir, que deberían ser considerados como un elemento peculiar, patrimonial, del pueblo, y defenderse de su ruina, limpiarse su entorno, y animar a los viajeros y turistas a que vayan a verlas. Porque sin ser El Escorial, ni la catedral de Sigüenza, sí que tienen esa pizca de milagro, de sorpresa, de lozanía incluso que tiene todo lo que es inusual, único e impactante.

En mi opinión, y aunque Illana tiene muchos elementos que justifican un viaje hasta su distancia, las cuevas y el barrio donde fueron muchas hace decenios, merecen una visita para sacar de ella un asombro, una experiencia, una visión de un mundo que nos llega ya en nebulosa, pero que sabemos fue cierto (por lo doloroso y triste, por lo pobre y marginal) pero también único.