Ver de lejos «Las Edades del Hombre»
Hace escasas fechas acudí, junto a un numeroso grupo de alcarreños pertenecientes y simpatizantes del Club de Opinión «Siglo Futuro», a la ciudad del Burgo de Osma, en la frontera del Duero, en la provincia de Soria, para admirar (duró dos horas el paseo y muchas más la admiración) la exposición de las Edades del Hombre que en esta ocasión conmemora un largo centenario de la Diócesis de Osma, y ofrece a los ya más trescientos mil visitantes que por ella han pasado, el conjunto más sorprendente y hermoso del arte religioso acumulado en ese espacio geográfico durante largos siglos.
Admiración sin reservas, aplauso fortísimo. Esto es lo que, de entrada, se le ocurre a uno para calificar esta exposición. La llaman «La ciudad de seis pisos» porque a lo largo de seis etapas (desde la Prehistoria al Romanticismo) se expone lo que las diversas épocas han ido cuajando en esa ciudad y su entorno. El románico, el gótico, el renacimiento, el barroco… La idea que hace ya casi diez años propuso el conjunto de obispados de Castilla-León, de ofrecer todo su patrimonio en monográficas exposiciones que dieran de forma pública y multitudinaria la imagen más cierta de lo que el arte religioso ha supuesto a lo largo de la historia española, fue apoyada inmediatamente por la Junta de Comunidades de Castilla y León. Ayudas y patrocinios de bancos, cajas de ahorro y empresas diversas no faltaron. Una exposición que abre catedrales y claustros a cientos de miles de personas, que los ilumina, los ilustra y los deja boquiabiertos por sus formas perfectas, sus colores delicados, sus músicas estremecedoras, no es algo que se deje caer en el vacío. Quien pensó esto, y puso todo su empeño para que saliera adelante, merece un aplauso, de nuevo, muy fuerte. Uno de los que más empeño puso, don José Velicia Lozano, murió pocos días antes de inaugurarse la muestra del Burgo de Osma.
Osma y Sigüenza, una hermandad secular
Fronterizas son las diócesis de Osma y Sigüenza. La que hoy corresponde a la provincia de Guadalajara, la nuestra, llegaba en tiempo hasta el Duero. Medinaceli, Almazán y Berlanga pertenecieron largos siglos a la diócesis seguntina, quedando en la orilla izquierda del Duero, mientras que Osma quedaba relegada a la orilla derecha del gran río castellano. De ahí que en estos lugares encontremos tantas huellas comunes. En Berlanga, por ejemplo, están enterrados los hermanos mellizos Bravo de Laguna. Juan de Ortega fue obispo de Coria, y Gonzalo alcaide de Atienza. Otro hermano, que no comparte con ellos enterramiento alabastrino, casó con Mencía Vázquez de Arce, la hermana del Doncel. Por aquellas tierras, en el Almazán mendocino que se asoma desde la galería gótica de su palacio a la ancha vega del Duero, casó Ana la hija del Doncel con Pedro de Mendoza. Y hoy, entre la luz esplendente de la catedral de Osma, que parece haber recibido de la altura una milagrosa iluminación que hace más limpios sus perfiles, surge en el crucero el impresionante púlpito que mandó tallar, a finales del siglo XV, don Pedro González de Mendoza, el gran Cardenal que también en Osma fue administrador de la diócesis, sin alcanzar el episcopado. Ese púlpito, joya que por sí sola merece el viaje y el paseo por este edificio, tiene los mismos elementos iconográficos que el de la Epístola de la catedral seguntina. En el centro, una talla de la Virgen apoyada en una estilizada barquichuela (alusión a su cardenalato romano de Santa María in Navicella); a su diestra, la reina Elena, santa Elena de Constantinopla, con la cruz hallada en su mano, la Santa Cruz a la que tanto devocionó el Cardenal alcarreño. Y a la izquierda, magnífico de vestimenta y gestos, San Jorge peleando y venciendo al dragón, al de la leyenda, y alusión asimismo del tercer cardenalato de don Pedro González, el de San Jorge. En los paneles de los extremos, el escudo de armas de Mendoza, tenido por sendos angelotes desnudos y algo ensanchados de caderas. Una brillantez emana del mármol, y una memoria de historias comunes nos devuelve a la idea de que estamos en una tierra común, única.
En la exposición surgen otras conexiones con nuestra tierra: los restos de celtíberos y romanos hallados en las frías sierras de Pela; alguna alusión a Santa Librada… y documentos impresionantes sacados de los viejos archivos; tallas de santos policromadas y casi vivas; tapices y rejas, capiteles románicos frente a portadas platerescas en las que los mismos autores de Sigüenza pusieron lápiz y buril… al fin, ese retablo de Juni y Picardo, maravilla de la escultura manierista castellana, que en un alarde audiovisual los organizadores de estas «Edades del Hombre» hacen vivo, luminoso, leído y nuestro. Tan sólo la emoción de ese espectáculo de luz y sonido en el comedio de la visita justifica el viaje.
Las Edades del Hombre en Castilla-La Mancha
Todos se lo preguntan. Cuando los miles de alcarreños (y de toledanos, conquenses, madrileños y castellanos en general) que salen de esta exposición, que salieron de las anteriores de León, de Valladolid, de Salamanca… se preguntan por qué no se hace una cosa así en Castilla-La Mancha, la contestación queda en el aire. He leído cartas abiertas en los periódicos preguntando por qué no inicia Castilla-La Mancha una empresa de este estilo. He oído en conversaciones amplias la misma pregunta.
Tengo datos, muchos datos, para la respuesta. Como siempre, habrá que callarlos, porque si se dicen se molestarán automáticamente nuestras autoridades regionales. Lo que sí sé es que hace unos diez años, cuando Castilla-León inició el movimiento de estas «Edades del Hombre», el conjunto de obispados de Castilla-La Mancha decidió hacer algo similar en nuestra Región. Se pidió inmediatamente la necesaria ayuda a los órganos de gobierno regionales. En algunas instancias y despachos de ese gobierno la idea gustó. Se creó un grupo de trabajo, en el que un eclesiástico coordinaría los grupos provinciales que también se crearon para ir preparando ideas, guiones, piezas, calendarios… Todo se paró por órdenes «de arriba». Y no precisamente del Cielo. De más arriba aún eran las órdenes.
Lo cierto es que esta idea se podría hacer perfectamente realidad en nuestra tierra. Castilla-La Mancha tiene un patrimonio de arte religioso realmente impresionante. Por lo menos tres diócesis tendrían material suficiente para poner en marchas estas «Edades del Hombre» en Castilla-La Mancha. Toledo, Cuenca y Guadalajara. ¿Se imaginan, amigos lectores, la catedral de Sigüenza, su claustro, el palacio de los Gamboa, la Cerería, la Plaza Mayor de la Ciudad Mitrada, incluso, albergando una exposición de este tipo? Durante meses serían largas colas de gentes las que se formarían para ver tan inusitada grandeza. La ciudad se convertiría, -esta vez sí, y para siempre- en meca del turismo cultural. Y todos tan contentos. ¿Por qué no hace algo, quien puede hacerlo, para que todos estemos tan contentos?