Pairones de Molina

viernes, 28 marzo 1997 0 Por Herrera Casado

 

Los pairones constituyen uno de los símbolos más emblemáticos del Señorío de Molina, dando la bienvenida a los viajeros en los caminos molineses… anunciando la presencia de los caseríos… Son palabras estas que ha escrito recientemente ese gran periodista que es Carlos Sanz Establés, molinés y prologuista de un libro, recién aparecido, al que podemos calificar de sencillamente maravilloso, ejemplar, modélico. Un libro, el que sirve hoy para tejer este glosario de las entretelas provinciales, que ha sido realizado con la elegancia que habitualmente utiliza Ibercaja para presentarnos las obras por ella patrocinadas. Un libro, en suma, que es obra fundamentalmente de dos personas: de una parte el investigador y etnógrafo José Ramón López de los Mozos, que presenta un estudio de unos curiosos elementos arquitectónicos y hace de ellos el catálogo descriptivo completo. Y de otra el fotógrafo Carlos Samper, que con un dominio perfecto de la cámara ha sabido engarzar una colección completa y maravillosa de estos fragmentos de la piel dura y cordial de la comarca provincial que reconoce al Señorío de Molina como su razón más alta de orígenes. El libro, hora es ya de decirlo, lleva por título «Pairones del Señorío de Molina», y de él tomamos pie y carrerilla para escribir estas líneas que siguen.

¿Qué es un pairón?

Aunque se han dado muchas definiciones de este pináculo de piedra, y los molineses no necesitan definiciones para saber de ellos, el autor de este libro nos ofrece «su» definición después de analizar las de otros: Construcción arquitectónica, generalmente de no muy grandes dimensiones, fabricada con diferentes materiales, que consta de varias partes y que contiene imágenes de carácter religioso y/o inscripciones (en algunos casos) que se sitúa en diversos lugares, siendo los más frecuentes los cruces de camino o junto a éste.

Aunque es esta una definición que no define demasiado, pues deja en la categoría de diversos muchos parámetros que podrían gozar de medida, sí que centra el tema y nos los presenta como son: de piedra, siempre, y de unas dimensiones que rondan los 3 metros, teniendo un pilar como eje sustentorio de lo que suele ser un remate en forma de pequeña capillita donde está la imagen sacra de que habla el autor. Están casi siempre, efectivamente, en los cruces de los caminos, y sirven tanto para indicar la proximidad de los pueblos, y el cambio de término, como para pedir a los viandantes que recen una oración por el santo en él representado, y muy especialmente por las Animas del Purgatorio, mayoritariamente titulares de ellos.

Esboza en breves capítulos López de los Mozos las teorías sobre el origen de los pairones (muy interesante su entronque con el paganismo, con el culto a los muertos, con los «miliarios» romanos, etc.) Temas que, por otra parte, ya han sido estudiados pero que él resume aquí de una forma equilibrada.

Nos habla, en fin, de su función, de su datación y sistemas constructivos, así como de su estructura, que define fundamentalmente en gradas, fuste del pilar, edículo o capilla, y cimacio, ofreciendo en la página 26 un elocuente esquema, que junto a estas líneas reproducimos, y en el se pone, como en esqueleto, la esencia última de esta construcción pétrea.

Con una amplia bibliografía de lo estudiado hasta ahora sobre pairones, cierra su trabajo teórico el autor, pasando a continuación al que podríamos decir práctico. El Catálogo de los pairones.

Uno a uno los pairones

Un total de 118 pairones molineses, agavillados en «catálogo completo» nos presenta este libro, que es hermoso precisamente porque es sencillo, es claro, y está lleno de imágenes. Tomadas en la limpia altura del Señorío de Molina, junto a los caminos de sus sesmas, entre los verdes prados y sabinares de sus latitudes remotas. De cada uno de ellos se ponen una o dos imágenes, de vista general y de detalle, con elocuentes tomas que pintan el paisaje natural y el humano de este territorio.

Si dijera aquí los más hermosos, me ganaría un improperio por parte de quienes no son nombrados. Entonces solo me atrevo a significar los que más me gustan, aquellos en los que pasé un día, a pie por el camino, o a coche parado admirando su elegancia, su ingravidez, el sosiego de su entorno. Y así debo decir el del Cristo del Guijarro en La Yunta; el de San Simón en Tortuera, el de la Virgen de la Soledad en Cubillejo del Sitio (que es el modélico, el reproducido en Madrid en la calle María de Molina), y el de ladrillo dedicado a Santa Lucía en Milmarcos. No puedo olvidar los de Labros, porque son todos severos, son como lo más entrañable de todo el Señorío: grises y recios, solemnes sobre los calvijosos campos, adustos ante el sabinar que emerge, precisos en sus contornos contra el cielo azul de la paramera. El de San Isidro, junto al cementerio, con una imagen del santo y un escudo tallado en el lucen las iniciales de Cristo; el de Santa Bárbara, junto a la carretera de Hinojosa; el de San Juan, en el Camino de Labros a Tartanedo y de Hinojosa a Anchuela, desde cuyo edículo petroso se vislumbra recortado el cerro donde patina el pueblo; el de la Virgen de Jaraba (al que también llaman pairón del Espolón, que está en el cruce de los caminos de Labros a Jaraba y de Amayas a Milmarcos (la que llaman los labreños «senda de la Virgen») En él reza la inscripción sencilla «Acordaos de/las almas/de votos» haciendo referencia a ese sentido de miliario de camino que recuerda a los muertos, a sus almas, a los antepasados, a los que purguen sus pecados en el Purgatorio… y al fin el pairón de las Aleguillas, que está al norte del pueblo, hacia Pozuelo… tantas piedras solemnes y puras, que tienen el frío de los hielos invernales, y el color breve de las noches de luna metidos en sus corpachones rotundos. Los pairones de Labros, como si fueran la esencia de todos los del señorío, son los que más quiero.

En cualquier caso, todo el libro es un repertorio de elementos artísticos increíble y sorprendente. Y todo el libro, este editado por Ibercaja dedicado a los Pairones del Señorío de Molina, es una maravilla y un gozo leerlo y saborear sus imágenes, sus «monos» que son santos y ejemplares. Lo recomiendo muy vivamente a cuantos coleccionan las ediciones de la tierra de Guadalajara.