La Fábrica Hispano-Suiza, cada día peor

viernes, 17 enero 1997 0 Por Herrera Casado

 

Vamos a empezar con aniversarios. El primero que este año 97 recordamos es el de una pérdida, el de una renuncia: hace ahora 60 años (en plena Guerra Civil) que la Fábrica de la Hispano-Suiza de Guadalajara cerró sus puertas para (a pesar de algún tímido intento después de la confrontación nacional) no volver a abrirlas nunca más. Ello llevó a su paulatino abandono, a su hundimiento lento y seguro. Acelerado de forma manifiesta, y escandalosa, en el último decenio, en el que sus propietarios han dejado aquello en manos de tribus vagabundas, que se han llevado todo lo que era susceptible de ser arrancado, y si alguien no pone remedio, se llevarán hasta los ladrillos de sus muros.

No hay más remedio que alzar la voz, todo lo fuerte que esta página me deje, en favor del edificio de la antigua Fábrica de la Hispano-Suiza en Guadalajara, ese lugar que, con una extensión de un millón de metros cuadrados, se alza a la derecha del río y del ferrocarril, en la parte baja de la ciudad, en la carretera a Marchamalo, a la entrada del Polígono de las industrias pesadas.

Aunque pudiera ser que la situación cambie pronto. Uno es optimista y se aferra a cualquier mínima posibilidad. La Escudería «Ocejón» de coches antiguos de nuestra ciudad, está dándole vueltas a la cabeza para ver de qué forma aquello puede arreglarse, utilizarse, volver a la vida en un entorno de coches, de motores, de la esencia para la que fue creada la inmensa y elegante fábrica automovilística de los años 20.

La situación actual

Bajar hoy (cualquiera puede hacerlo, incluso andando, sólo hay que cruzar por la carretera de Marchamalo el puente sobre la vía férrea) hasta «la Hispano», es una propuesta de escalofrío. Medio borrada por la mancha densa de los castañoss que le han crecido sin tacha delante, la fachada de ladrillo y piedra de este edificio industrial tiene todavía el empaque de un monumento que en silencio pide atención y cariño. En el frontispicio se ve el título de la Fábrica, y sobre él se alza medio borrado el escudo de España. Entornando los ojos puede aún verse a S.M. el Rey Alfonso XIII, bigotudo y marcial, rodeado de señoras con mantilla, diputados con levita y chiquillería con gorrito de visera, subiéndose al primer coche producido en esta fábrica, un flamante Hispano-Guadalajara, blanco y brillante, potente y asombroso, que poco después sería solicitado por príncipes y magnates (el príncipe de Mónaco no quería otra marca que esta). El recuerdo se quedó plasmado en las fotos de Goñi, y en la memoria de algunos que, hoy ya tan viejos, casi la han perdido.

La realidad, abriendo los ojos del todo, es muy distinta. Las puertas, las ventanas, los tejados, todo ha desaparecido. Dentro viven (si a eso se le puede llamar vivir) gentes varias. Delante se han hecho con cuerdas y alambres una especie de corrales donde guardan caballejos y algún burro. Furgonetas en mediano uso, muebles rescatados de derribos, bicicletas recompuestas, y una alegría faraónica lo puebla todo. Es difícil acercarse más de cien metros de la panorámica, porque puede haber bronca. Dentro, ni se sabe. Eso es todo. Eso es, hoy por hoy, la Fábrica de automóviles, motores de avión y material de guerra de la Hispano-Suiza de Guadalajara. Una pena.

La Fábrica de la Hispano-Suiza de Guadalajara

En el año 1916, el Consejo de Administración de La Hispano‑Suiza de Barcelona decidió iniciar el estudio de un proyecto para el establecimiento de una nueva factoría o taller‑sucursal a situar en alguna localidad del centro de España, cercana a Madrid, al objeto de acercarse con mayores posibilidades al núcleo del poder del Estado.

El estudio recomendó el emplazamiento de la nueva fábrica en Guadalajara, por lo que el consejo de administración contrató terrenos de una superficie de un millón de metros cuadrados, cercanos a la vía del ferrocarril, con objeto de que esta pudiera derivarse hacia el interior de la nueva factoría. En 1917 se formó La Hispano, la «Fábrica nacional de automóviles, aeroplanos y material de guerra», entidad que en adelante fue más conocida por el simple nombre de La Hispano‑Guadalajara. En un comienzo se desarrolló con independencia de la fábrica de Barcelona, funcionando así hasta 1923, momento en que, por problemas financieros y de organización, la fábrica catalana se vio obligada a intervenir para reorganizarla, siendo entonces adquirida su totalidad por La Hispano‑Suiza. La fábrica de Guadalajara fue dirigida, primero, por don Juan Antonio Hernández Núñez y luego por don Ricardo Goritre Bejarano, ambos prestigiosos ingenieros militares. Es más, el proyecto de la fábrica en su conjunto, presentado al Ayuntamiento de Guadalajara con fecha de 1917, y hoy conservado en el Archivo Histórico Municipal en el legajo 772, fue redactado en su totalidad por el Sr. Goritre.

En la fábrica de la Hispano‑Guadalajara se produjeron camiones para finalidades militares, destinadas al servicio del Ejército español en Marruecos, así como camionetas para servicios civiles, de 15/20; 30/40 y 40/50 CV, capaces para un tonelaje comprendido entre los 1.500 y los 5.000 kilos de carga útil. También se fabricaron autobuses (ómnibus los llamaban) con capacidad de 14 a 40 viajeros, vehículos que, al igual que los fabricados por La Hispano‑Suiza de Barcelona estaban muy bien estudiados, tenían una robustez proverbial y eran considerados muy aptos para satisfacer las necesidades de los servicios mineros, municipales y demás obras públicas y oficiales. La firma de Guadalajara fue durante varios años, la proveedora de material de transporte para la distribución de los productos de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S. A. (la CAMPSA) para la cual construyó gran cantidad de camiones­-cubas de 5.000 litros de capacidad.

También se fabricaron en Guadalajara coches de turismo. El más popular fue un modelo ligero de 8/10 CV, comenzado a fabricar en 1918. Su nombre oficial era LA HISPANO, y en ese año se matriculó en Baleares, con el número de matrícula PM‑147, uno de estos ejemplares que es posiblemente el único que queda hoy vivo y todavía funcionando.

En la Fábrica de La Hispano-Suiza de Guadalajara se construyeron también pequeños aviones, algunos de cuyos prototipos fueron exhibidos en la Exposición Hispano‑Americana de Sevilla en 1929. Antes de la Guerra Civil, la fábrica alcarreña sufrió problemas económicos graves, muchos de ellos repercutiendo sobre los obreros de la misma, siempre numerosos. En 1935 pasó a ser propiedad de la FIAT de Italia, fabricándose a partir de ese momento el modelo 514, de cuatro cilindros, de 67 x 102, de 1.438 cc y 3.400 revoluciones por minuto, coche de turismo que fue conocido por la marca FIAT‑HISPANIA, modelo que llegó a tener una gran aceptación y se fabricó en grandes cantidades.

Durante la Guerra Civil española de 1936-39, todas las instalaciones de la fábrica de la Hispano-Suiza de Guadalajara fueron abandonadas, y la sociedad liquidada: la fabrica­ción de automóviles y camiones se extinguió por completo y la sección de aeronáutica fue trasladada a Sevilla, donde en lo sucesivo se conoció como HISPANO-AVIACION. Ocurrió así que la gran empresa que a principios de siglo fundaran en Barcelona los catalanes Damián Mateu Bisa y Francisco Seix junto al ingeniero suizo Marcos Birkigt, y que tantos motivos de gloria dio a la industria española y a la alcarreña en particular, pasó al recuerdo y a la historia.

Posibilidades de recuperación

Pocos recuerdos quedan ya hoy en Guadalajara de un pasado que, en realidad, es tan reciente. El nombre del fundador de la Hispano-Aircraft, don Francisco Aritio, quedó al menos para denominar la nueva calle que desde la Fábrica de la Hispano-Suiza iba hasta la estación del ferrocarril. En aquel barrio, en aquella calle que a menudo se inundaba con las crecidas del río Henares, vivieron los obreros de la nueva fábrica, un nuevo estímulo al desarrollo de Guadalajara patrocinado en buena medida por el entonces Jefe de Gobierno don Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, cuya bigotuda presencia aún se luce entre los pinos de la Mariblanca. Pero la imagen de aquella fábrica, sus naves enteras, sus esqueletos férreos, su fachada de rosada mezcla ladrillera y pétrea, está a punto de perderse para siempre.

¿No habrá posibilidad de hacer algo por evitarlo? Los entusiastas miembros de la Escudería «Ocejón» de coches antiguos de Guadalajara, que andan (locos ellos, montados en sus viejos cacharros) se han propuesto estudiar todas las posibilidades, moverse para rescatar aquel edificio, cada día más viejo y roto. Comprarlo, adecentarlo, poner un Museo de viejos coches, algún taller para repararlos, un lugar de exposición y maniobras… cualquier cosa será una gran idea si, finalmente, se lleva a cabo.