Cabanillas: una historia desvelada
Otro pueblo de nuestra provincia acaba de ver su historia desvelada. El trabajo, la investigación pausada y objetiva, el amor a las cosas pequeñas, mínimas, pero trascendentes siempre, han dado su fruto en un libro que acaba de aparecer publicado y que nos permite hoy rememorar uno de esos lugares que, de tan próximos, casi lo tenemos olvidado. Cabanillas del Campo es el lugar que tan alta ventura ha obtenido. Y Ángel Mejía Asensio el autor de esta obra que se incluye ya, con todo merecimiento, en los anaqueles de la literatura histórica de Guadalajara y del Valle del Henares en general. Un paso más, un candidato más para esa Academia de la Historia del Valle del Henares que el pasado domingo 24 de Noviembre anunciaba el Presidente Tomey, como lazo de unión de cuantos trabajan, desde hace años, y con proyección de futuro, en el estudio permanente de las cosas pretéritas de nuestro entorno comarcal.
Cabanillas, pueblo campiñero
Fue Cabanillas, desde tiempos muy remotos, medievales, aldea perteneciente a la Tierra y Común de Guadalajara, cuya jurisdicción reconocía. Después de ser el más importante pueblo de la Campiña, detrás de la capital, Guadalajara, durante los siglos XVI y XVII, en 1627, el rey Felipe IV le concedió el título de Villa por sí, adquirido por medio de compra por parte de todos los vecinos, manteniéndose desde entonces como villa de realengo, independiente y sólo sometida al señorío del Rey y a las leyes generales de Castilla.
En los siglos del Renacimiento, Cabanillas posee una actividad económica muy importante, con un crecimiento de población permanente. Los arrieros de Cabanillas, muy numerosos, se dedicaban a transportar por Castilla el trigo producido en los anchos terrenos de junto al Henares. Fue muy famosa su aportación de cientos de carros para colaborar con el ejército real en la «Jornada de Portugal» también en el siglo XVII.
La población, además de los agricultores, que eran la mayoría, y los arrieros, se dedicaba a mil y un oficios, como sastres, tenderos, carniceros, y artesanos varios. Un complejo mundo en el que no faltaban los nobles, fundamentalmente hidalgos, y el clero que todo lo dominaba, con su inquisitorial análisis de mentes y actitudes. De Cabanillas es natural don Antonio Sanz Lozano, que alcanzó a ser arzobispo de Santa Fe de Bogotá.
Su territorio, repartido en mil propiedades de tamaños diferentes, pertenecía a los agricultores más humildes, a los ricos potentados, a los Mendoza eternos de Guadalajara y a varios de los grandes conventos de Alcalá y Guadalajara. En su término don Pedro Hurtado de Mendoza fundó en el siglo XVI el convento dominico de Benalaque, que luego fue trasladado a las afueras (hoy centro pleno) de Guadalajara: la iglesia de San Ginés vio su nacimiento en Cabanillas.
La iglesia de Cabanillas
Aunque la villa de Cabanillas es muy amplia (no digamos hoy, que se extiende por la vega con cientos y cientos de casas encuadradas en modernas urbanizaciones), el centro, el alma de su caserío será siempre la iglesia parroquial, dedicada a la Cátedra de San Pedro. Es un edificio construido en el siglo XVI, con algunos detalles al exterior de piedra bien tallada, dominando la fábrica de ladrillo aparejado con sillar y sillarejo de cantos rodados. Su planta es de cruz latina. La torre, en el ángulo noroeste del templo, es un bellísimo ejemplar de la arquitectura campiñera, erigida a base de muros de ladrillo con fajas pétreas. Las medidas que se dieron para su construcción eran de 73 pies de alto, 25 pies de ancho y 5 pies y medio de grosor en sus paredes. La puerta de ingreso, en el muro de poniente, presenta sencillas molduras, arco semicircular y un par de medallones en las enjutas, con toscas representaciones talladas de San Pedro y San Pablo. El interior, de tres naves, ofrece de interés su magnitud, su elegancia, la belleza de las yeserías de su bóveda central. El templo actual es obra de a partir de 1581, pues fue en ese momento cuando el Arzobispo de Toledo ordenó la construcción de la torre y la capilla mayor. Sería Hernando del Pozo, un conocido arquitecto de esa época, quien diera las trazas, realizara el proyecto completo de la edificación. Se conocen las condiciones completas de la edificación, que Mejía Asensio publica en este libro recién aparecido. Además, nos ofrece una amplia secuencia de las obras que a lo largo de los siglos se han realizado en esta iglesia, de la que muy recientemente hemos visto una restauración perfecta y completa. Hernando del Pozo y Pedro de los Ríos fueron sus primeros artífices, pero luego serían muchos otros arquitectos y maestros de obras quienes se encargaran de hacer y completar este hermoso ejemplar de arquitectura que señorea con su alto chapitel las llanuras paniegas de junto al Henares.
Los moriscos de Cabanillas
Entre los muchos detalles curiosos de la historia de Cabanillas que Ángel Mejía Asensio anota en su monumental obra sobre esta localidad, está el de los moriscos, de los que al parecer hubo abundante colonia. Desde 1571 se localizan individuos de esta etnia, y al menos hasta 1610 hubo asentados bastantes en esta villa, procedentes todos del reino de Granada, cuando la victoria del ejército de Felipe II sobre las amotinadas gentes de las Alpujarras llevó a una política de apresamientos y dispersión social por el resto de la Península. Desde la guerra hasta su expulsión definitiva de España por Felipe IV en 1610, hubo en Cabanillas gentes moriscas. De los 36 que correspondieron venir aquí en la distribución inicial, sólo llegaron vivos 20 desde las sierras granadinas, debido a lo penoso de su traslado. Y de ellos, en 1571, sólo quedaban ya 16. Procedían de Paterna la mayoría, un lugar del marquesado de Cenete en el norte de la Sierra Nevada. Sus hijos fueron entregados como esclavos a miembros de la nobleza, especialmente a los Mendoza. El autor de este libro sobre Cabanillas analiza el caso de los moriscos de la villa con todo detenimiento, casi personalizadamente, con la historia de cada uno de ellos. Interesante de verdad.
Valbueno
Nada olvida estudiar Mejía en el entorno de Cabanillas. Una de estas cosas que analiza con cierto detenimiento es el enclave de Valbueno, escondido entre las lomas a poniente del pueblo. Nos refiere cómo fue propiedad de los monjes jerónimos de San Bartolomé de Lupiana, y luego se vendió a don Tomás de Yriberri y Goyeneche, un navarro al que dieron los monarcas el título de marqués de Valbueno. Un pequeño enclave casi feudal escondido entre los carrascales de la Campiña, que aún continúa en ese aislamiento dulce y tibio donde suenan las abejas y los borregos, los carneros, los morruecos y ovejas de fina lana leonesa pastan (hoy igual que hace varios siglos) entre los verdes faldones de las colinas.
Una interesante historia, en definitiva, bien escrita y estructurada, puesta en un libro de apariencia sencilla, excesivamente espartana, pero que con las fotos que a trechos aparecen mostrando antiguas escenas del lugar, tipos ancestrales y vistas modernas, nos alegra la vista y nos anima a leerlo, como acabamos de hacerlo, de punta a cabo y de un sólo tirón.