Románico y Renacimiento por las orillas del Henares
Como colofón al quinto Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, como acto cultural verdaderamente nutritivo del espíritu, gozoso a los ojos, y fragoso de amistades, el próximo domingo día 24 se hará una excursión de todos los congresistas (y de quien quiera añadirse al grupo, sin problemas) a dos de los puntos más emblemáticos de la expresión artística de la tierra alcarreña, la de la orilla izquierda del Henares: a Lupiana (muestra primera del Renacimiento filipino) y a Valdeavellano (lugar luminoso donde la primera arquitectura románica tuvo su expresión).
Imágenes de una orilla
La orilla, en este otoño manso y prolongado, se ha llenado de alamedas y choperas doradas, espléndidas. Por el Cañal, frente a las terreras de Cervantes, y más allá, junto al arroyo que viene de la Ermita yunquerana de La Granja, o en la salida del Aliendre, entre evocaciones romanas, y bajo los muros de alarde del cerrote jadraqueño, en las umbrías de Jirueque, entre los riscos de Cutamilla, y al fin bajo las rojas piedras de la catedral seguntina… no se puede parar de evocar esta orilla del Henares, que en estos días se hace más densa en la palabra de los investigadores e historiadores reunidos en Guadalajara.
Ayer jueves por la tarde se inauguró el Encuentro, ya el quinto, con masiva asistencia. Un políptico denso de versos de Pedro Lahorascala que regaló a los asistentes la Editorial AACHE de Guadalajara, pone en los ojos la luminosidad henariana: en la portada, una acuarela de Raúl Santos nos da silenciosa la arboleda, ocres y azules como perdidos, un rumor de hojas que caen entre el verjurado fino de la cartulina que desgrana poemas. Dentro, la imagen fosforescente de un campo teñido de amapolas, haciendo puerta a un óleo en el que Barbatona, como en lo alto la cruz y la Virgen, cuajada de gentes, reza y canta.
Lupiana el domingo
La clausura de este Encuentro único, rotundo y multitudinario será el domingo. Después de que hoy y mañana los investigadores (hay decenas de nombres importantes, profesores de la Universidad Complutense, y de la de Madrid, incluso gentes venidas de Francia, y de Italia) expongan sus hallazgos, y nos cuenten nuevas cosas del Henares, el domingo se hará un viaje a Lupiana. Al monasterio de los jerónimos, donde (hoy el silencio, ayer el rumor de las plegarias armónicas) se fraguó en buena medida la Hispania de los dos hemisferios: Fray Alonso de Oropesa mandando hacer los nuevos «corredores», Felipe II visitando a la Comunidad, los escritos de fray Luís de Orche rompiendo moldes, y las lecciones de fray Pedro de Córdoba chocando contra los muros de la capitular sala.
En Lupiana, los congresistas y quienes quieran en la ocasión acompañarlos se encontrarán con la huella rotunda del mejor Renacimiento castellano. La mano, la escuadra, y la gubia de Alonso de Covarrubias vibran en cada panda del claustro, en sus capiteles cuajados de cabezas de carneros, en sus medallones donde el león de San Jerónimo y los cofres misteriosos de los iniciáticos misterios se conjugan. Mientras, la fuente desgrana un susurro tímido… ¿qué día de mayo añora? ¿De quién la mirada prendida en su cristal?
Después serán el templo herreriano, que se hundió a principios de este siglo y hoy es un jardín estrecho y melancólico, con el alto presbiterio todavía cubierto de pinturas manieristas, y entre los muros forrados de hiedras asomando la altísima torre almenada. Más allá, frente a la portada solemne de la iglesia, el jardín, la avenida de entrada, en la que los copudos y viejos álamos dan un siseo de misterio a la mañana. En cualquier caso, una visita que para muchos será novedosa, y que siempre es, -por muchas veces que se haya ido a Lupiana- un espectáculo y un temblor. Todos, al final, se preguntarán lo mismo: ¿Cómo es posible que esta maravilla del arte español, a cinco minutos de Guadalajara, sea tan poco conocida? La contestación es fácil. Tiene que ver con políticos, Consejeros de Turismo, delegados, etc. Un grupo de gentes que no tiene todavía establecida su escala de valores.
Valdeavellano sobre el Ungría
Paralelo al Henares corre el Tajuña. Camino del Océano, ofreciendo sus aguas al Tajo. Al Tajuña le entrega su tributo el río Ungría, que después de nacer junto a Fuentes de la Alcarria, horada los cerros y los cubre de olivares, dejando en lo alto de su orilla a Valdeavellano, un lugar donde no puede el curioso de las viejas piedras dejar de asomarse algún día. El domingo será la ocasión para, junto a los congresistas del Valle, contemplar su silueta de pueblo noble, su plaza ancha regida de gloriosa picota, su fuente imperial, y, sobre todo, su templo parroquial, de origen románico, en el que no se sabe qué admirar más, si su planta decidida, su alta espadaña occidental, su galería porticada al mediodía, su semicircular ábside de encantadora simpleza, o su portada de grandes arcos semicirculares, casi catedralicia, que encoge el ánimo a quien sin saber qué va a encontrar, se pone delante.
Dentro, en el templo restaurado y limpio, surgen también las sorpresas. Bóvedas y enterramientos, blasones de los Labastida junto a la pila medieval decorada con volutas inacabables. Hoy añade el templo de Valdeavellano un aliciente más para ser visitado: las pinturas románico-góticas encontradas sobre una de las vigas maestras de su coro.
Para quien quiera tener una rápida noción de lo que suponen estas que sin exageración podemos calificar como las más antiguas muestras pictóricas artísticas en Guadalajara (siglo XIII aproximadamente) podemos decir que sobre una superficie que mide aproximadamente dos metros y medio de larga por unos sesenta centímetros de alta, aparecen diversas figuras que fascinan por la fuerza de su temática, de su colorido y de la viveza con que están representadas. Forman el conjunto una serie de elementos vegetales, animales y antropomorfos. Los roleos vegetales que se ven en esta pintura son de pura tradición románica, con volutas continuas y formaciones de grandes hojas que surgen de tallos.
El elemento animal es fantástico, y representa un largo dragón que muestra dos patas, un enorme cabeza de aspecto canino, unas cortas alas y una cola que acaba en seis cabezas pequeñas de dragoncitos, en recuerdo de las siete cabezas del dragón del Apocalipsis. Este animal fantástico se está comiendo a un ser humano, del que solo se ven el cuerpo y las piernas, pues la cabeza y brazos los ha engullido ya el dragón.
Finalmente, los elementos antropomorfos son ocho personajes en posturas y actividades varias: uno es caballero armado con escudo y lanza sobre caballo a la carrera; cuatro son figuras que tocan instrumentos musicales, de los cuales tres son de cuerda y uno de viento (laúdes y flauta, respectivamente); otros dos personajes, al parecer femeninos, abren sus brazos y ofrecen en sus manos unos bultos que podrían ser (de acuerdo con un ritual de danza medieval) ramos de flores, o posiblemente crótalos, completando con ellos el grupo de músicos; finalmente, otro personaje es un contorsionista, y aparece en forzada postura doblando su cuerpo en hiperextensión sobre la charnela lumbar. Toda una fiesta del Medievo, sonando sobre las vigas de Valdeavellano.
Y de vuelta a Guadalajara
Cualquier día es bueno para salir al campo, coger carreteras y derrotarlas con el coche. Todo está cerca: solo queda echarle ganas. Pero la oferta de hoy es simple, y cercana. Lupiana y Valdeavellano, dos enclaves que este domingo, por la mañana, se llenarán del rumor de visitantes de lujo, de gentes que aprecian cada voluta, cada recodo, cada destello. En ambos sitios, en el claustro jerónimo, y en la galería pétrea de Valdeavellano, el viajero se parará un momento, entre el bullicio, y dejará que otros rumores le envuelvan el corazón. Volverá a vivir tardes de lluvia, mañanas de sol, crónicas de una edad sin límites.