La huella del Cardenal Mendoza en Sigüenza

viernes, 1 septiembre 1995 0 Por Herrera Casado

La silla principal del coro de la catedral de Sigüenza, encargada por el Cardenal Mendoza con sus armas talladas y coloreadas

 

Hace solamente un par de días, el pasado miércoles 30 de agosto, en la tibia nocturnidad de la propia catedral seguntina, e invitado por la Asociación Cultural «El Doncel» de Amigos de Sigüenza, tuve la oportunidad de dar una conferencia que trató de evocar el recuerdo de aquel gran alcarreño del que ahora se cumplen cinco siglos de su muerte, y de convocar bajo los muros pétreos de la basílica del Henares a cuantos llevan en sus inquietudes prendido el ansia de saber más y mejor sobre los personajes que conformaron la historia de la tierra en que vive. Este personaje, todos lo habéis adivinado, don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España (Guadalajara, 1428‑Guadalajara, 1495). Las naves oscuras, el abierto claustro, la solemne elegancia de la Sacristía de las Cabezas: todo allí habla de don Pedro, y su magnanimidad y grandeza resuena como un eco. 

El urbanismo seguntino. La Plaza Mayor.

Aunque don Pedro González de Mendoza nació y murió en Guadalajara, y allí construyó su gran palacio y mantuvo los lazos familiares más estrechos con sus padres, sus hermanos y gran cantidad de sobrinería, a Sigüenza dedicó buena parte de sus querencias, dado que también durante 27 años, los más productivos de su vida (1467‑1495) fue obispo de su diócesis. Siempre se ha recordado al Cardenal Mendoza como uno de los impulsores del urbanismo renacentista en la ciudad de Sigüenza. Aunque él no la llegó a ver nunca, cierto es que la actual Plaza Mayor se debe a su idea de crear un amplio espacio abierto ante la catedral para celebrar el mercado que entonces suponía para el burgo una auténtica fuente de riqueza. La incomodidad de celebrarlo en la parte alta de la ciudad, en la actual plazuela de la Cárcel, llevó a don Pedro, aconsejado por quienes más de continuo vivían en Sigüenza, a propiciar la creación de un amplio espacio ante los muros meridionales del templo mayor. Para ello se derribó un gran fragmento de muralla que contenía a la catedral por el sur. Así quedó abierto un espacio enorme al que se accedía por la puerta de la Cañadilla, y que propiciaba la instalación cómoda, en un llano amplio de los puestos de mercaderes y los tenderetes de tratantes. También dispuso el Cardenal que se construyeran, flanqueando ese espacio, las casas de todos los canónigos y beneficiados de la catedral, en unos edificios dignos de auténticos magnates. Años adelante se levantada rematando ese espacio, frente por frente de la catedral, el edificio del Ayuntamiento. Esto era lo que el Cardenal Mendoza proponía en documento de, 1494, escrito poco antes de sentirse enfermo y tener que irse a Guadalajara donde moriría: derribar la cerca que estaba entre la dicha nuestra yglesia y ciudad, para que se flziese plaza delante de ella. 

Obras en la catedral Bóvedas de las naves.

Era esa una forma clara de propiciar al pueblo seguntino, y sobre todo al foráneo que acudía al mercado, el paso a la catedral, su admiración por las obras artísticas en ella contenidas y, sobre todo, el fomento de su religiosidad y el respeto hacia la clase eclesiástica, que seguía siendo entonces dueña y señora de la ciudad y su comarca. 

En la catedral, emblema máximo del poder señorial y evidencia de la gloria de Dios tallada en las formas de la piedra, fue donde don Pedro González de Mendoza desarrolló sus mejores impulsos de ayuda y beneficio hacia el pueblo seguntino. Quiso dejar su huella en obras que tendían a dos objetivos: de una parte, arreglos importantes de elementos ya construidos pero muy deteriorados con el paso del tiempo. De otras, magnificar el aspecto del edificio con elevación de nuevas bóvedas, mejores luces y, sobre todo, oferta de nuevas formas embellecedoras del conjunto: arreglos y obra nueva fueron los dos modos de colaborar en la secular construcción de este templo. 

Lo primero que inició el Cardenal fue la reparación de las bóvedas de las naves laterales, que a lo largo de todo el siglo XV habían sufrido importantes daños en sus plementerías. En el último tercio del siglo XV el Cardenal costeó sus reparos, y dejó como memoria de ello su escudo tallado y policromado en las claves de las mismas. Una forma, repito, de firmar con rúbrica de eterna constancia. 

Ampliación de la Capilla Mayor.

Siguió después el ensanche y embellecimiento de la cabecera del templo, la parte más noble de una iglesia, el lugar más sagrado de una catedral. Hacia 1488 debieron concluir las obras de elevación de la altura del presbiterio, dejándolo tal como hoy vemos. Dado que previamente se había levantado la altura de la parte recta del presbiterio, quedaba muy achatada la parte de su cerramiento. El Cardenal Mendoza mandó levantar la altura de sus muros y construir nueva cubierta. El objetivo era tanto armonizar el aspecto de esta fundamental dependencia catedralicia, como el de colocar un gran retablo, al estilo de lo que entonces se hacía, que cubriera por completo el muro del fondo del presbiterio. Es curioso comprobar cómo, a pesar de los impulsos renacentistas de don Pedro González, en este caso el estilo de la obra fue totalmente gótico, con objeto de armonizar con lo ya construido. No se atrevió a tanto como en Toledo, donde mandó poner en el presbiterio su enterramiento, y hacerlo con un estilo plenamente italianizante, renaciente al máximo. 

En Sigüenza mandó don Pedro ser respetuoso con el entorno. Y así se levantó el muro, dejando la planta poligonal, ocupando su parte media con una serie de arquerías ciegas de simplísima estructura, prácticamente románica, en el mismo estilo de lo ya existente. El tercer cuerpo fue ocupado por ventanales que rematan en arco apuntado los cinco centrales, y semicircular los laterales. Estos vanos son muy altos y se colocan decididamente entre los elementos de la bóveda, adornándose de molduras y algunas formas vegetales, incluso hojas de parra, en sus capiteles. Al exterior del templo, este alzado se sujetó poniendo unos airosos contrafuertes entre los vanos, que no llegan a darle imagen de pesadez sino, por el contrario, de levedad y sentido airoso. Sobre los ventanales, se puso una imposta corrida en la que aparecen cabezas talladas de monstruos, agrupadas de tres en tres, separadas por metopas de decoración vegetal. En el interior del templo, en la parte alta de este nuevo muro elevado, el Cardenal mandó pintar una larga inscripción que diera fe de su intervención en este arreglo. Tal como esta: Por mandado del Reverendísimo e Ilustre Sr. D. Pedro González de Mendoza, Cardenal de España, Arzobispo de Toledo e Obispo de Sigüenza, Primado de las Españas, Canciller Mayor de Castilla… se reedificó e enlosó de nuevo esta Capilla e se pusieron las vidrieras e la reja e se fizo de nuevo el Sagrario e Retablo, todo con las ayudas de su señoría Reverendísima. Año 1488, obrero D. Fernando de la Coca. El obrero no era sino el canónigo encargado de administrar los caudales destinados a las obras catedralicias: Fernando de Coca fue un paniaguado del Cardenal, que alcanzó luego mejores puestos y se enterró definitivamente en la iglesia de San Pedro de Ciudad Real, en un enterramiento que talló (fuera quien fuese, que aún no lo sabemos) el mismo artista escultor que hizo el de don Martín Vázquez de Arce en la catedral seguntina. 

Las obras que hicieron tan bella la cabecera de la catedral seguntina costaron 66.281 maravedises y medio, sacados de las arcas personales del Cardenal Mendoza. En ellas participaron numerosos canteros y obreros de la piedra, técnicos magníficos de la arquitectura, venidos de las tierras norteñas de Santander y Vizcaya. Algunos nombres nos han quedado: Juan y Fernando de las Quejigas, Coterón, Pedro de Sierra, Juan de Cercadillo, Juan de la Gurueña, y, sobre todo, el de quien posiblemente fuera el maestro de todos, el arquitecto director: el maestro Dionis. 

El coro catedralicio

Otra de las grandes obras entregadas por el Cardenal Mendoza a la catedral seguntina es el prodigio de dibujo y de talla, y donde le a maravilla el precepto estético de juntar a la más asombrosa variedad la unidad más perfecta, en palabras de don Manuel Pérez Villamil cuando lo describe y estudia en su gran obra sobre la catedral. La sillería del coro seguntino está construida de oscuro nogal y se adorna con una riquísima decoración geométrica en los respaldares de sus sillas altas. El más grande y hermoso de todos los escudos cardenalicios que se ven en esta obra es el que se ve tallado y policromado, tenido de dos ángeles, en el respaldo de la gran silla episcopal, que se alza en el centro de la panda del fondo. Grandiosa y florida, pocas habrá tan hermosas en los coros españoles. También aparecen tallados en ella las figuras de dos ancianos, posiblemente patriarcas, quizás apóstoles, que conversan sosegadamente entre sí. Este coro se construyó a partir de 1488, cuando acabaron las obras del presbiterio y tras ser visitada la catedral en 1487 por los Reyes Católicos acompañados del Cardenal. Posiblemente al ver templo tan magnífico empequeñecido con un espacio poco adecuado a los canónigos en los muros del presbiterio, los Reyes indicaron a su Obispo que le pusiera coro central. Y que lo hiciera como ellos mandaron hacer en Miraflores y en Santo Tomás de Ávila. Muy decorado al estilo mudéjar. En 1491 debía estar ya acabado, pues entonces consta en las Actas Capitulares que los canónigos mandaron visitarlo y valorarlo, y quizás el 8 de diciembre de 1491 fue inaugurado, pues en esos días se trasladaron a él los grandes libros de coro con sus correspondientes cadenas. Artistas que trabajaron esta maravilla fueron Francisco de Coca, el maestro Gaspar, Alfonso González, el maestro Chirino y Diego López. En la silla episcopal pondría la mano, sin duda, Rodrigo el Alemán, tanto porque consta que viajaba a Sigüenza en esos años, como por el estilo de las figuras en ella talladas: ancianos dialogantes en el respaldo y dos villanos peleando en la paciencia. 

De la otra gran obra patrocinada por don Pedro González en la catedral seguntina, el púlpito de la epístola, y que completa y corona el legado artístico de este individuo en la Sigüenza sacra, nada decirnos aquí, pues ya lo glosé semanas atrás en esta sección. Quede sin embargo en la mente de todos cuantos decidan darse un paseo por las estancias catedralicias, y al sonar de estos recuerdos, evocar la figura que nos ocupa.