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septiembre, 1995:

El de los duques del Infantado en Guadalajara, una fiesta de palacio

El patio de los leones en el palacio del Infantado de Guadalajara

 

Días han sido estos pasados de bullicio, de algarabía, de fiesta sin más… y no hubiera sido mala cosa acercarse, aunque solo fuera un rato, junto al más representativo de sus históricos edificios: ese Palacio del Infantado, emblema ya, logotipo obligado de Guadalajara. 

Cuándo y por quién fue hecho

Situado hoy al final de la amplia Avenida del Ejército, el palacio del Infantado simboliza el arte y la historia de Guadalajara, pues a él dedicaron los Mendoza sus mejores caudales, lo más granado de su carga intelectual y humanística, y el más acendrado sentimiento de apego hacia sus tierras alcarreñas. A impulso del segundo duque, don Iñigo López de Mendoza, y derribando las casas que habían sido de su abuelo el marqués de Santillana, las obras se completaron muy rápidamente, y ya en 1483 estaba construida la fachada, poco después el patio, y al terminar el siglo XV lucía el monumento en todo su esplendor de goticismo, de artesonados y riquezas. En 1569, el tataranieto del constructor, don Iñigo López de Mendoza, quinto duque del Infantado, inició una serie de reformas que tendían a parangonar su palacio con el que Felipe II levantaba en Madrid, poniendo para ello ciertos detalles renacentistas, tanto en la fachada (abrió nuevas ventanas, tapó las antiguas, desmochó los pináculos góticos), como en el patio, y decorando los techos de los salones bajos con pinturas al fresco realizadas por los artistas italianos que por entonces vinieron a decorar El Escorial y otras obras reales. Se construyó también entonces el magnífico jardín mitológico situado a mediodía de palacio. 

En siglos posteriores, los Mendoza marcharon a la Corte y su palacio arriacense quedó abandonado. Fue vendido al Ministerio del Ejército, que colocó en él su Colegio para huérfanas de militares, y en 1936 fue bombardeado y destruido. Una completa restauración le ha devuelto en los últimos años su primitivo esplendor habiéndose integrado totalmente al servicio de las actividades culturales de la ciudad. 

El palacio del Infantado fue diseñado y dirigido por Juan Guas, autor primeramente del castillo mendocino del Real de Manzanares, y del monasterio toledano de San Juan de los Reyes, y luego de varias obras en la catedral toledana y de la hospedería real en Guadalupe. Colaboraron con él Egas Cueman y Lorenzo de Trillo. Una larga nómina de artistas mudéjares participaron en los diversos aspectos decorativos de la casona: artesonados, frisos, azulejería, pinturas y rejas. Es su estilo radicalmente hispano, pues aunque parte de la decoración y estructura de balconajes o portadas son de corte gótico de tradición flamenca, otros muchos elementos decorativos, y la disposición de vanos en la fachada, incluso el mismo tema ornamental de las cabezas de clavos, son de herencia morisca, y de lo más exquisito que ha producido el arte mudéjar. Supera uno y otro estilo, y adquiere el marchamo hispánico del estilo mendocino.  

La fachada es un tapiz de piedra

La gran fachada occidental cuadraba en su origen, perfectamente, con el espacio de la gran plaza que le precedía, y estaba calculada para coronarla y presidirla. En esta gran fachada aparece la puerta descentrada, situada al extremo interno del tercio izquierdo, correspondiéndose al interior con un ángulo del patio. Se flanquea de dos gruesas columnas cilíndricas, que apoyan en basas prismáticas cubriéndose su superficie por una fina trama de rombos, entre los cuales aparecen medias esferas, siendo repetición miniaturizada del orden de las cabezas de clavos del resto de la fachada. Sobre esta puerta vemos hoy el gran escudo ducal que pone el sello de la grandeza de un apellido, el de Mendoza, a toda la fachada del palacio. Dos velludos varones sostienen el circular complejo emblemático en que consiste este grande y hermosísimo escudo. Encerrados en conopiales volutas rematadas en breve florón, aparecen veinte distintos escudos (cruces, castillos, leones, frases y encinas en bulliciosa amalgama) que vienen a representar los múltiples estados, títulos y señoríos que desde la antigüedad hasta ese día estuvieron en la casa de Mendoza. En el círculo central, inclinado y rodeado de góticas verduras, el escudo del apellido que, uniendo las armas de Mendoza y de la Vega, dio el aquí ostentado por don Iñigo. Se cubre con una corona ducal, y remata en celada terciada mirando a su derecha en señal de nobleza verdadera, rematando en corona cívica y alada bicha de alas desplegadas y grandes orejas. Dos tolvas de molino le circundan. Este emblema heráldico es todo un compendio del arte del blasón, y expresión soberbia de lo que el lenguaje de los símbolos suponía en el equilibrio social del otoño de la Edad Media. 

En la línea superior de la fachada, mostrando esa predilección de la arquitectura hispánica, ‑heredera de la árabe en tantas cosas‑, de decorar prolijamente ciertas áreas de una fachada, aparece como un corrido alfiz la galería de ventanales y garitones que pronuncian su grito gótico‑mudéjar más elocuente. Consiste en una serie de ventanales que alternan con garitas salientes, con múltiples columnillas y capiteles, antepechos y tracerías góticas, apoyado todo ello en amplia faja de mocárabes, repartiéndose por el conjunto los escudos de Mendoza y Luna. 

El resto de la fachada, toda ella construida con dorado sillar de Tamajón, se cubre con ornamentación de cabezas de clavos dispuestas en peculiar distribución en una ideal red de rombos. 

El patio de los Leones

El patio del palacio del Infantado se le conoce por «patio de los Leones». Su forma es cuadrilátera, y se compone de doble arquería superpuesta, formada de arcos conopiales mixtilíneos, muy del gusto de Juan Guas, en la galería baja, y el mismo tipo, pero con un par de entrantes laterales que le complican y quiebran aún más, en la arcada superior. Sobresalen florones y picos de su fino intradós, y una faja de bolas los circunda. Las columnas que sostienen la arquería inferior son de orden dórico, sin ninguna decoración, y notablemente achaparradas para la que sería su altura lógica con respecto a la contextura total del patio. Fueron puestas por el quinto duque en 1571, previo el levantamiento del suelo, y es de presumir que en un principio fueron idénticas a las de la galería alta, ‑ magníficos pilares bocelados de fuste helicoidal surcado de cintas y hojarascas, con un collarín al promedio, y capitel de hechura prismática, muy decorado de tema vegetal, en el remate. 

Sobre la galería baja, en los muros de los arcos, aparecen parejas de leones tenantes del emblema de don Iñigo López de Mendoza, segundo duque del Infantado y constructor de este palacio: una tolva de molino de las que, al igual que los leones, es difícil ver dos idénticas. Sobre cada columna se alza un escudo, alternando el del apellido Mendoza con el de Luna. Todos se rematan con la correspondiente corona ducal, también variable en cuanto a su ornamentación, y una celada terciada, unas veces a derechas y otras a izquierda, que tiene por lambrequines unas largas hojas de cardo, y como apoyo de los leones y bichas aladas, que llevan por cimera, se interponen sendas coronas cívicas. A lo largo de la rosca de los arcos aparece tallada una fina y larguísima cartela, hoy ya mutilada, en la que se inscribe una frase en caracteres góticos que anotó Quadrado en el siglo pasado, y en éste completó Layna y aun Azcárate introdujo alguna sustancial corrección. Dice así: El yllustre señor don yñigo lopes de mendoça duque segundo del ynfantazgo, marques de santillana, conde del rreal e saldaña, señor de Mendoça y de la Vega, mando fa (ser esta) portada (año del nascimiento de nro salvador ihu xpo de MCCCCL) XXXIII años… seyendo esta edificada por sus antecesores con grandes gastos e de sumptuoso edeficio, se (pu)so toda por el suelo y por acrescentar la gloria de sus proxenitores y la suya propia la mandó edeficar otra vez para más onrrar la grandeza (de su linaje) año myll e quatrocientos e ochenta y tres años. Illustris dominus S. Enecus Lopesius Mendoza dux secundus del Infantado, marchio Sanctiliane, comes Regalis et Saldanie, dominus de Mendoza et de la Vega hoc palatium a… progenitoribus quondam magna erecum impensa sed…al solum usque ferme… ad ilustrandam mejorum suorum… am et suam magnitudinem post… dandam pulcherrima et sumptuosa mole, arte miroscultorisEsta casa fizieron iuan guas e maestre e gascoman e otros muchos maestros… Vanitas vanitatum et omnia vanitas.  

El paramento de la galería superior presenta parejas de alados grifos enfrentados y encadenados. La galería superior se cierra con un antepecho calado de riquísima viveza, en el que se superponen rimeros de hojas y lustrosos florones sobre un entramado geométrico de arquillos lobulados, rematando en faja de bolas. 

Lo que fue jardín con laberinto y estanques

La galería del jardín, que construyó hacia 1496 Lorenzo de Trillo, se abre sobre el flanco de poniente del palacio, y consta de doble serie de arquerías, con columnas prismáticas de moldurados capiteles, decorando sus paramentos con hiladas de arquitos lobulados superpuestos que viene a ser un desarrollo aplanado de los mocárabes utilizados en la fachada. Los antiguos jardines, primeramente moriscos y luego renacentistas, construidos delante de esta galería, al poniente del palacio, han sido recientemente adecentados, aunque sin el planteamiento de una restauración de lo que fueron en siglos pasados. 

El interior y estancias del palacio del Infantado han perdido en gran parte su antiguo esplendor. Nada queda de la primitiva escalera y de los artesonados mudéjares, los mejores del mundo, sin duda alguna, destruidos en la Guerra Civil de 1936‑39, sólo nos han llegado fotografías fragmentarias y escasísimos restos. 

Lo que sí se ha conservado, y hoy lucen esplendorosos tras meticulosa restauración, son algunas colecciones de pinturas de las salas bajas que artistas italianos decoraron a fines del siglo XVI por encargo del quinto duque. Se pueden contemplar hoy la salita de Cronos; la gran Sala de Batallas, representando múltiples y movidas escenas de la historia militar de los Mendoza; la sala de Atalanta, en la que aparecen cinco escenas de la leyenda que protagoniza esta diosa junto a Hipómenes. 

Las pinturas de todas estas salas son debidas al pincel del florentino Rómulo Cincinato que trabajó también en El Pardo, el Alcázar real madrileño y El Escorial. La visita de este palacio se completa hoy día con el recorrido por las diversas salas del Museo Provincial de Bellas Artes. La casa de los Mendoza, cuajada de su recuerdo, está todavía viva y en ella late la historia y el ser completo de Guadalajara.

Las fotografías alcarreñas de Francisco Goñi

 

Hace no más de diez años, una de las viejas casas de la calle Olmillos de nuestra ciudad iba a ser derruida para ser levantada otra nueva sobre su solar. El propietario, Félix Ortego (Pali para los amigos), subió hasta el desván a ver si había algo que merecía la pena rescatar, o bien dejaba que todo el polvo y trastaje que suele haber en los desvanes caía al mismo tiempo que la casa. Se encontró un arcón lleno de cajitas de cartón, y en cada una de ellas diez placas fotográficas de cristal. Había montañas de cajitas, centenares de placas. Miró algunas al trasluz, y vio que, en negativo, presentaban escenas en las que aparecía con insistencia el mismo personaje. Era el Rey Alfonso XIII de España, retratado en todas las posturas, en todos los actos, en todas las ciudades y rincones a donde había llegado durante su reinado. Era todo un tesoro gráfico que se le venía a las manos. Pali Ortego, gran fotógrafo, primer presidente que fue de la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, recibió ese día la más grande alegría de su vida. Corrió a comentarlo a sus amigos fotógrafos, y entre todos sacaron el arcón, los negativos de cristal, y se pusieron a clasificarlos y hacer listas de los temas en ellos contenidos.

Francisco Goñi, fotógrafo del Rey

Las fotos resultaron estar hechas por Goñi. Por Francisco Goñi. La investigación para saber quién fue ese señor devino ardua y lenta. Los miembros de la Agrupación Fotográfica de Guadalajara, con Santiago Bernal a la cabeza, iniciaron el rastreo, entre los negativos, para tratar de identificar al autor. Solo encontraron que una de las placas presentaba la imagen de una sepultura en la que ponía «Familia Goñi». Y en algunas otras, en las que aparecía un joven de atusado bigotazo, con pose de cantante de tangos o disfrazado de moro nazarita, se hacía referencia a un tal Paco. Resultó encontrarse (esto lo encontró mi buen amigo José Antonio Sánchez Mariño) en una vieja enciclopedia militar el dato de que Francisco Goñi había sido cadete de Artillería en Segovia. Y se suponía que este señor habría vivido en Guadalajara a lo largo de la primera mitad del siglo XX. Nada más. Años después apareció un sobrino suyo, un tal don Francisco Gilsanz Goñi, que actualmente vive en Santander y durante muchos años fue secretario del Ayuntamiento de El Burgo de Osma, que ha ido revelando los más datos de la identidad de este hombre enigmático, y de cuya obra se salvó, por verdadera casualidad, una parte importantísima de la memoria de España y de Guadalajara de los primeros años de nuestro siglo.

Francisco Goñi Jover nació en Madrid, en 1873, en la casa de la calle Arenal donde vivían sus padres. Gente acomodada, en ocasiones visitaba su domicilio de Madrid el tenor navarro Gayarre, que acompañado del señor Goñi padre al piano cantaba y hacía que en la acera se arremolinara el personal a escucharle. Intentó el joven Goñi hacerse militar, pero su precaria salud le hizo retirarse. Se presentó a unas oposiciones al ministerio de Hacienda, hacia 1920, ganando una plaza en el Catastro de Guadalajara. Y aquí se vino a vivir. Permaneció soltero, y ganó plaza además de juerguista y hombre alegre. Se aficionó a las fotografías, se compró una voluminosa máquina y se lanzó a hacer, sobre todo en Madrid, fotografías por todos lados, trabando amistad con los artistas punteros de la época (Alfonso, el padre, y Campúa). No sabemos cómo, pero el caso es que se hizo muy amigo del Rey Alfonso XIII, y este le nombró fotógrafo oficial del Príncipe de Asturias. En realidad Goñi fotografiaba a la familia real continuamente, en grupos, en excursiones, en actos oficiales, conduciendo coches por los caminos de Guadarrama, patinando en pistas de hielo, e inaugurando barcos, líneas de tranvías, Ferias internacionales, incluso participando en guerras, como las diversas batallas desarrolladas en el Rif cercano a Melilla hacia 1923.

Vivía Goñi en una casa de la Calle Mayor, y al parecer era bastante distinguido en el trato de señoras, atento siempre con todos cuantos se relacionaba, bastante querido en nuestra ciudad. Colaboraba con sus fotografías en las punteras Revistas gráficas de la época (el «Blanco y Negro», «La Esfera», «Nuevo Mundo» y «Mundo Gráfico»), así como en Guadalajara era muy amigo de los redactores del «Flores y Abejas», que en junio de 1920 comentaban que Goñi y Antonio Velasco hicieron varias fotos del conjunto de los cofrades «apostólicos» de la procesión del Corpus. He visto esa fotografía, y es realmente impresionante.

En 1936, tras el Alzamiento de Franco, Francisco Goñi fue encarcelado en la Prisión Provincial de Guadalajara junto a cientos de alcarreños más. Ignoramos los cargos, aunque a la mayoría los encarcelaron sin ellos. El 6 de diciembre de 1936, en el asalto a la Cárcel por grupos izquierdistas, Goñi murió fusilado junto a 300 alcarreños más. Su sobrino dice que se imagina que le fusilarían en la cama, porque con 63 años que contaba entonces, estaba casi impedido, y apenas si podía andar. Quizás su íntima amistad con el Rey, durante muchos años, le valió la pena de muerte.

¿Cómo llegaron todos sus negativos sobre placas de cristal, a la buhardilla de la casa de la calle Olmillos? Todo un misterio que será muy difícil resolver. Aparecieron, de todos modos, otras placas de Goñi en otras casas de Guadalajara, durante estos últimos años, lo que ha permitido que la Agrupación Fotográfica de Guadalajara tenga en estos momentos guardada una de las más impresionantes colecciones fotográficas de la historia de España.

Una exposición subyugante

Con las fotografías más directamente relacionadas con Guadalajara, la Agrupación ha hecho una exposición que estos días de Ferias está exponiendo al público en su sede del Ateneo Municipal. Tuve la fortuna de pasar una tarde, hace unos meses, en el laboratorio de la Agrupación, junto a Mario Bernal Cacho y Juan Carlos Cobos Pérez, que se han encargado, con su perfecta técnica reveladora, de hacer las copias de las más curiosas fotografías que Francisco Goñi hizo a Guadalajara, a sus monumentos, a sus gentes, y al propio Rey cuando en varias ocasiones vino hasta aquí, hasta su querida Academia y Servicio de Aerostación (Globos, para los amigos). Son pocas, pero perfectas, un goce total el mirarlas, el revivir los latidos de aquellos días ya tan lejanos. Saber que tras ellas hay una vida, un misterio además, y que en cualquier caso (porque hay que mantener siempre abierta la capacidad de asombro) sobre el papel permanece vivo el instante, las gentes, sus risas, el sonar de los motores, el murmullo del viento…

Junto a estas líneas pongo algunas fotografías que me han prestado los amigos de la Agrupación. Una es el retrato de Goñi, aquí vestido de militar, aunque él no lo era. He visto algunas otras en la colección en las que aparece autorretratado con trajes orientales. Todo un tipo con los pies grandes.

Las otras son aspectos de la vida en nuestra provincia, en los años veinte del siglo: el gran grupo que posa en el Patio de los Leones del palacio del Infantado está centrado por el Jefe del Gobierno y de la Junta Militar, el general Miguel Primo de Rivera. A sus costados se sumaron todos los «politiquillos de Guadalajara» como los llama Goñi en el apunte a lápiz que pone sobre la placa. Muchos de ellos serían simples curiosos, (digo yo), porque no creo que en 1924 hubiera tantos «politiquillos» como los que ahí aparecen. No los hay ni hoy, que tenemos una población cuatro veces mayor…

La otra fotografía es de Sigüenza. Goñi viajó por toda la provincia, y nos dejó algunas placas realmente sorprendentes de pueblos, monumentos y escenas vívidas que sorprenden. En esta vieja estampa de Sigüenza aparece en primer término el viaducto de los Arcos, sobre el barranco de Medina, y la catedral al fondo, que todavía muestra su torre del Santísimo enhiesta y la ausencia del cimborrio sobre el crucero, añadido que le puso Labrada en la restauración tras las Guerra. Hay muchas más imágenes de la provincia, merecedoras todas ellas de otra exposición antológica.

En cualquier caso, creo que este es el momento de recordar figura tan curiosa y excepcional como este Goñi, que a pesar de haber vivido tan intensamente la Guadalajara de los felices veinte (y de morir en ella en el ecuador de la década de los terribles treinta), apenas dejó rastro ni memoria entre nuestras gentes. Sus fotografías, a través de las placas cristalinas milagrosamente recuperadas por la Agrupación Fotográfica, pueden ahora verse y gozarse en exposición que ha de mantenerse abierta hasta el próximo domingo. Quizás lo mejor, culturalmente hablando, de las Ferias de este año.

La Virgen de la Antigua, la regia patrona

La Virgen de la Antigua, patrona de la ciudad de Guadalajara, en su procesión anual del 8 de septiembre

 

Tuve ayer jueves el inmenso honor de ser vocero del amor de Guadalajara por la Virgen. María. Siempre envidié, secretamente, a quienes podían alzar su voz, ante el silencio respetuoso de las de los demás alcarreños, para proclamar la veneración que Guadalajara siente por su Virgen de la Antigua. Ayer quedé tranquilo. La mía, la más humilde de todas, sirvió para gritar un pregón le fraternal unión, de amistad y ciudadanía reflexiva, con el recurso de un motivo doble: la fiesta patronal en grito amoroso hacia la Antigua Señora, y las Fiestas (antaño Ferias) que durante una semana lo vuelven todo del revés, como un carnaval de verano agónico, hacen que lo alto se venga abajo, y lo bajo se eleve sobre tejados y conveniencias. 

Hoy es llegado ese día grande, este ocho de septiembre en el que Guadalajara, desde hace siglos, se vuelca a las calles para mirar entre asombrada y llorosa, la grandeza de la imagen virginal de María. Nuestra tierra no es bullanguera ni airosa, sino, como todos los castellanos, severa y contenida. La emoción nos corre por la caña de los huesos, aprieta el esófago y se asoma, acaso, a la conjuntiva de los ojos, que se abrillanta con una lágrima contenida, pero no es de la que en ocasiones así estalla en canciones o en aplausos. No es por ello menos emotivo el paso de la Virgen por la carrera, por la calle mayor, por la cuesta del Reloj cuajada de masas en piña. 

Algo de historia

Sin pretender agotar un tema, ni entrar en profundidades investigativas que no hacen al caso, hoy quisiera sumarme a esta fiesta dando algunas noticias, deshilvanadas, pero curiosas todas, y por supuesto útiles para la comprensión global de lo que la Patrona representa en nuestra historia, de esta Virgen de la Antigua que ya casi nos parece ver recorriendo, rodeada de cientos de niñas ataviadas de alcarreñas, las calles de la ciudad. 

La tradición dice de su antigüedad. De ella le deriva el nombre, que a tantos sorprende. Cuentan que cuando Alvar Fáñez de Minaya, aquella noche de San Juan del año 1085 en que reconquistó a los árabes la Wad‑al‑Hayara de junto al Henares, lo primero que hizo fue subir la cuesta y llegarse hasta el barrio de los mozárabes, donde en la iglesia de Santo Tomé, que les acogía, veneró la imagen antiquísima de la Virgen. Otros dicen que fue el mismo guerrero quien descubrió, oculta entre las piedras de la muralla, la talla en madera de María. Supone esta conseja que la devoción por la Virgen se mantuvo incluso en la época de dominación árabe. Quizás sea demasiado decir. Pero lo cierto es que, aunque mínimamente, toda la época bajomedieval, ya cristiana, mantuvo la Fe de las gentes arriacenses por su Virgen, colocada siempre en el altar de una capilla de la parroquia de Santo Tomé. La tradición, envuelta en ampulosas palabras típicas de la retórica finisecular, y que hoy nos asustan por los grandilocuentes, nos la da entera este fragmento de la petición que en 1883 hizo el Cabildo de Curas de Guadalajara en solicitud del título canónico de Patrona de la Ciudad para la Virgen de la Antigua. No me resisto a pasarlo por alto. Dice así: 

«Dominada esta ciudad por el yugo agareno, sus moradores conservaron la Iglesia de Santo Tomé, como único consuelo en su terrible aflicción, y al librarse de aquel en 24 de junio de 1085 por las huestes de D. Alonso el VI, capitaneadas por el célebre y esforzado Caballero Alvarfáñez de Minaya, los historiadores aseguran, que al penetrar en esta ciudad, fue su primer acto ir a prosternarse ante aquella Santa Imagen, que los cristianos guardaban como rico Tesoro en la ya mencionada iglesia. Este hecho y otros más que han visto escritos los suscribentes, prueban que si bien esta ciudad no había declarado por actos oficiales como a su Patrona a la Imagen de Nuestra Señora de la Antigua, sin embargo, tenía puestos en ella su corazón y su esperanza para el socorro de sus necesidades, como así lo experimentó en los años de 1589, 1593, 1609, 1641, 1648, 1676 y 1683, en que la falta de lluvias esterilizaba sus campos, y la peste diezmaba sus moradores, y que en 1725 desapareció la plaga de langosta que talaba los campos y frutos de la tierra … » 

Patrona de la ciudad

Tras tan razonadas expresiones de solicitud, la Virgen de la Antigua fue declarada Patrona de la Ciudad de Guadalajara el 8 de septiembre de 1884. Hace ya ciento y once años de aquello. 

La devoción por esta imagen es, sin embargo, mucho más antigua. Dejando ahora aparte la tradición, y buscando los documentos escritos, únicos por los que podemos hablar los historiadores, recordaremos que quizás la fecha más antigua registrada en tomo a la Patrona es la de 1505, época en la que una vecina de la ciudad, Isabel de Tejada, hacía fundación de una misa semanal en honor de la Virgen de la Antigua. Durante el siglo XVI sabemos que ya se veneraba con regularidad y por muchas gentes a la Virgen bajo esta advocación, e incluso entre la aristocracia arriacense nuestra Madre tenía una preferencia evidente. Así, cuando en 1586 estuvo muy enfermo D. Rodrigo de Mendoza, marido de la sexta duquesa del Infantado Doña Ana de Mendoza, esta iba a menudo a orar «ante la Virgen de la Antigua, en la Parrochia de Sancto Thome». 

A mediados del siglo XVI, una encumbrada familia de Guadalajara construyó nueva capilla para la Virgen en la referida Parroquia. Era con nombre de la Ascensión que se abría el nuevo espacio sagrado, y fueron el licenciado Luís Alvarez Jiménez y su mujer Isabel de Zúñiga y Valdés, que vivían en un palacio con dos torres en la plaza del Ayuntamiento, quienes mandaron hacer esta edificación, poniendo en lo alto sus escudos nobiliarios, que aun hoy se ven policromados. Se comenzó a levantar la capilla en 1576, y sus hijos prosiguieron la obra. 

Pero también entre el pueblo llano de Guadalajara fue siempre muy fuerte la devoción a María de la Antigua. He visto en un testamento conservado en el Archivo Histórico Provincial, suscrito por una humilde mujer arriacense, mediado el siglo XVI, que dejaba «una saya entera de terciopelo leonado guarnecida de raso para la imaxen de nra, señora del antigua… ». En la capilla mayor del templo, sobre el arco triunfal de traza apuntada, lucía hasta el siglo pasado una leyenda escrita en caracteres góticos que decía que aquella capilla mayor había sido sufragada por Pero Ximénez. Y aun sabemos que, desde el siglo XVI, serían otras familias de alto copete, corno los Páez, los Orozco, los Barnuevo, etc., quienes darían limosnas y harían fundaciones en la parroquia de Santo Tomé en favor de la capilla e imagen de Nuestra Señora la Virgen de la Antigua. El pueblo, con su callado pero fervoroso aplauso, llenó durante siglos la mansión sagrada con cientos de ex‑votos que, hasta el siglo pasado, llenaban las paredes de la capilla. 

La devoción por la Virgen de la Antigua no es cosa solamente de Guadalajara. En otras partes de España también existe. Así, en Sevilla, porque el alcarreño Diego Hurtado de Mendoza, hijo del duque del Infantado, a la sazón ocupando la silla arzobispal de Hispalis, y ostentando el Cardenalato, levantó en la catedral sevillana una capilla en honor de la Virgen de la Antigua, y pidió ser en ella enterrado. También en Valladolid hay una iglesia dedicada a nuestra Virgen, y en Sevilla aún una pintura mural muy antigua, celebrada ya en las historias del Rey D. Fernando, conquistador de la ciudad. También hay devoción en Orduña (Vizcaya), en Madrid, en Brihuega y en El Casar. Es, en definitiva, un canto universal que hacia la Virgen tiende, y en esta «antigua» advocación se concentra en algunos lugares. 

Sirven, estas líneas para rememorar leyendas y datos históricos Pero sobre todo quieren servir para convocar, igual que yo mismo hacía ayer tarde en la gran Plaza Mayor de nuestra ciudad, toda la vitalidad de nuestra Guadalajara, todo el clamor amoroso de sus gentes, hacia esta imagen que representa a la Madre de Dios, que es de todos pero sobre todo nuestra en esta advocación de la Antigua. En las calles hoy de nuevo, asombrados ante la belleza de su rostro, la luminosidad de su carroza, el brillo de su manto, hoy nos veremos.

La huella del Cardenal Mendoza en Sigüenza

La silla principal del coro de la catedral de Sigüenza, encargada por el Cardenal Mendoza con sus armas talladas y coloreadas

 

Hace solamente un par de días, el pasado miércoles 30 de agosto, en la tibia nocturnidad de la propia catedral seguntina, e invitado por la Asociación Cultural «El Doncel» de Amigos de Sigüenza, tuve la oportunidad de dar una conferencia que trató de evocar el recuerdo de aquel gran alcarreño del que ahora se cumplen cinco siglos de su muerte, y de convocar bajo los muros pétreos de la basílica del Henares a cuantos llevan en sus inquietudes prendido el ansia de saber más y mejor sobre los personajes que conformaron la historia de la tierra en que vive. Este personaje, todos lo habéis adivinado, don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España (Guadalajara, 1428‑Guadalajara, 1495). Las naves oscuras, el abierto claustro, la solemne elegancia de la Sacristía de las Cabezas: todo allí habla de don Pedro, y su magnanimidad y grandeza resuena como un eco. 

El urbanismo seguntino. La Plaza Mayor.

Aunque don Pedro González de Mendoza nació y murió en Guadalajara, y allí construyó su gran palacio y mantuvo los lazos familiares más estrechos con sus padres, sus hermanos y gran cantidad de sobrinería, a Sigüenza dedicó buena parte de sus querencias, dado que también durante 27 años, los más productivos de su vida (1467‑1495) fue obispo de su diócesis. Siempre se ha recordado al Cardenal Mendoza como uno de los impulsores del urbanismo renacentista en la ciudad de Sigüenza. Aunque él no la llegó a ver nunca, cierto es que la actual Plaza Mayor se debe a su idea de crear un amplio espacio abierto ante la catedral para celebrar el mercado que entonces suponía para el burgo una auténtica fuente de riqueza. La incomodidad de celebrarlo en la parte alta de la ciudad, en la actual plazuela de la Cárcel, llevó a don Pedro, aconsejado por quienes más de continuo vivían en Sigüenza, a propiciar la creación de un amplio espacio ante los muros meridionales del templo mayor. Para ello se derribó un gran fragmento de muralla que contenía a la catedral por el sur. Así quedó abierto un espacio enorme al que se accedía por la puerta de la Cañadilla, y que propiciaba la instalación cómoda, en un llano amplio de los puestos de mercaderes y los tenderetes de tratantes. También dispuso el Cardenal que se construyeran, flanqueando ese espacio, las casas de todos los canónigos y beneficiados de la catedral, en unos edificios dignos de auténticos magnates. Años adelante se levantada rematando ese espacio, frente por frente de la catedral, el edificio del Ayuntamiento. Esto era lo que el Cardenal Mendoza proponía en documento de, 1494, escrito poco antes de sentirse enfermo y tener que irse a Guadalajara donde moriría: derribar la cerca que estaba entre la dicha nuestra yglesia y ciudad, para que se flziese plaza delante de ella. 

Obras en la catedral Bóvedas de las naves.

Era esa una forma clara de propiciar al pueblo seguntino, y sobre todo al foráneo que acudía al mercado, el paso a la catedral, su admiración por las obras artísticas en ella contenidas y, sobre todo, el fomento de su religiosidad y el respeto hacia la clase eclesiástica, que seguía siendo entonces dueña y señora de la ciudad y su comarca. 

En la catedral, emblema máximo del poder señorial y evidencia de la gloria de Dios tallada en las formas de la piedra, fue donde don Pedro González de Mendoza desarrolló sus mejores impulsos de ayuda y beneficio hacia el pueblo seguntino. Quiso dejar su huella en obras que tendían a dos objetivos: de una parte, arreglos importantes de elementos ya construidos pero muy deteriorados con el paso del tiempo. De otras, magnificar el aspecto del edificio con elevación de nuevas bóvedas, mejores luces y, sobre todo, oferta de nuevas formas embellecedoras del conjunto: arreglos y obra nueva fueron los dos modos de colaborar en la secular construcción de este templo. 

Lo primero que inició el Cardenal fue la reparación de las bóvedas de las naves laterales, que a lo largo de todo el siglo XV habían sufrido importantes daños en sus plementerías. En el último tercio del siglo XV el Cardenal costeó sus reparos, y dejó como memoria de ello su escudo tallado y policromado en las claves de las mismas. Una forma, repito, de firmar con rúbrica de eterna constancia. 

Ampliación de la Capilla Mayor.

Siguió después el ensanche y embellecimiento de la cabecera del templo, la parte más noble de una iglesia, el lugar más sagrado de una catedral. Hacia 1488 debieron concluir las obras de elevación de la altura del presbiterio, dejándolo tal como hoy vemos. Dado que previamente se había levantado la altura de la parte recta del presbiterio, quedaba muy achatada la parte de su cerramiento. El Cardenal Mendoza mandó levantar la altura de sus muros y construir nueva cubierta. El objetivo era tanto armonizar el aspecto de esta fundamental dependencia catedralicia, como el de colocar un gran retablo, al estilo de lo que entonces se hacía, que cubriera por completo el muro del fondo del presbiterio. Es curioso comprobar cómo, a pesar de los impulsos renacentistas de don Pedro González, en este caso el estilo de la obra fue totalmente gótico, con objeto de armonizar con lo ya construido. No se atrevió a tanto como en Toledo, donde mandó poner en el presbiterio su enterramiento, y hacerlo con un estilo plenamente italianizante, renaciente al máximo. 

En Sigüenza mandó don Pedro ser respetuoso con el entorno. Y así se levantó el muro, dejando la planta poligonal, ocupando su parte media con una serie de arquerías ciegas de simplísima estructura, prácticamente románica, en el mismo estilo de lo ya existente. El tercer cuerpo fue ocupado por ventanales que rematan en arco apuntado los cinco centrales, y semicircular los laterales. Estos vanos son muy altos y se colocan decididamente entre los elementos de la bóveda, adornándose de molduras y algunas formas vegetales, incluso hojas de parra, en sus capiteles. Al exterior del templo, este alzado se sujetó poniendo unos airosos contrafuertes entre los vanos, que no llegan a darle imagen de pesadez sino, por el contrario, de levedad y sentido airoso. Sobre los ventanales, se puso una imposta corrida en la que aparecen cabezas talladas de monstruos, agrupadas de tres en tres, separadas por metopas de decoración vegetal. En el interior del templo, en la parte alta de este nuevo muro elevado, el Cardenal mandó pintar una larga inscripción que diera fe de su intervención en este arreglo. Tal como esta: Por mandado del Reverendísimo e Ilustre Sr. D. Pedro González de Mendoza, Cardenal de España, Arzobispo de Toledo e Obispo de Sigüenza, Primado de las Españas, Canciller Mayor de Castilla… se reedificó e enlosó de nuevo esta Capilla e se pusieron las vidrieras e la reja e se fizo de nuevo el Sagrario e Retablo, todo con las ayudas de su señoría Reverendísima. Año 1488, obrero D. Fernando de la Coca. El obrero no era sino el canónigo encargado de administrar los caudales destinados a las obras catedralicias: Fernando de Coca fue un paniaguado del Cardenal, que alcanzó luego mejores puestos y se enterró definitivamente en la iglesia de San Pedro de Ciudad Real, en un enterramiento que talló (fuera quien fuese, que aún no lo sabemos) el mismo artista escultor que hizo el de don Martín Vázquez de Arce en la catedral seguntina. 

Las obras que hicieron tan bella la cabecera de la catedral seguntina costaron 66.281 maravedises y medio, sacados de las arcas personales del Cardenal Mendoza. En ellas participaron numerosos canteros y obreros de la piedra, técnicos magníficos de la arquitectura, venidos de las tierras norteñas de Santander y Vizcaya. Algunos nombres nos han quedado: Juan y Fernando de las Quejigas, Coterón, Pedro de Sierra, Juan de Cercadillo, Juan de la Gurueña, y, sobre todo, el de quien posiblemente fuera el maestro de todos, el arquitecto director: el maestro Dionis. 

El coro catedralicio

Otra de las grandes obras entregadas por el Cardenal Mendoza a la catedral seguntina es el prodigio de dibujo y de talla, y donde le a maravilla el precepto estético de juntar a la más asombrosa variedad la unidad más perfecta, en palabras de don Manuel Pérez Villamil cuando lo describe y estudia en su gran obra sobre la catedral. La sillería del coro seguntino está construida de oscuro nogal y se adorna con una riquísima decoración geométrica en los respaldares de sus sillas altas. El más grande y hermoso de todos los escudos cardenalicios que se ven en esta obra es el que se ve tallado y policromado, tenido de dos ángeles, en el respaldo de la gran silla episcopal, que se alza en el centro de la panda del fondo. Grandiosa y florida, pocas habrá tan hermosas en los coros españoles. También aparecen tallados en ella las figuras de dos ancianos, posiblemente patriarcas, quizás apóstoles, que conversan sosegadamente entre sí. Este coro se construyó a partir de 1488, cuando acabaron las obras del presbiterio y tras ser visitada la catedral en 1487 por los Reyes Católicos acompañados del Cardenal. Posiblemente al ver templo tan magnífico empequeñecido con un espacio poco adecuado a los canónigos en los muros del presbiterio, los Reyes indicaron a su Obispo que le pusiera coro central. Y que lo hiciera como ellos mandaron hacer en Miraflores y en Santo Tomás de Ávila. Muy decorado al estilo mudéjar. En 1491 debía estar ya acabado, pues entonces consta en las Actas Capitulares que los canónigos mandaron visitarlo y valorarlo, y quizás el 8 de diciembre de 1491 fue inaugurado, pues en esos días se trasladaron a él los grandes libros de coro con sus correspondientes cadenas. Artistas que trabajaron esta maravilla fueron Francisco de Coca, el maestro Gaspar, Alfonso González, el maestro Chirino y Diego López. En la silla episcopal pondría la mano, sin duda, Rodrigo el Alemán, tanto porque consta que viajaba a Sigüenza en esos años, como por el estilo de las figuras en ella talladas: ancianos dialogantes en el respaldo y dos villanos peleando en la paciencia. 

De la otra gran obra patrocinada por don Pedro González en la catedral seguntina, el púlpito de la epístola, y que completa y corona el legado artístico de este individuo en la Sigüenza sacra, nada decirnos aquí, pues ya lo glosé semanas atrás en esta sección. Quede sin embargo en la mente de todos cuantos decidan darse un paseo por las estancias catedralicias, y al sonar de estos recuerdos, evocar la figura que nos ocupa.