La huella en Sigüenza del Cardenal Mendoza
Al conmemorar este año el Quinto Centenario de la muerte de don Pedro González de Mendoza, el Gran Cardenal de España, y hacerlo desde la ciudad, desde la catedral incluso de Sigüenza, no podemos por menos que traer a la memoria, refrescando datos y hechos que ya todos conocen, el paso de este eclesiástico por la Ciudad Mitrada. Es, quizás, la mejor forma de llevar adelante este memorial: poner ante el conocimiento público su obra, lo más permanente, después del alma, que de cada uno de nosotros queda.
Mendoza fue obispo de Sigüenza durante 27 años. Exactamente desde 1467 hasta el momento de su muerte, el 11 de enero de 1495. La verdad es que no paró mucho por estos lares. Hemos calculado que a lo largo de su prelatura, solamente un total de dos meses pasó don Pedro en la ciudad de Sigüenza. Quizás algo más, por aquello de que no de todas sus visitas quedó constancia. Incluso algunas veces, como en 1487, acudió acompañando a los Reyes Católicos, de cuyo gobierno era jefe y Canciller, toda una jerarquía que le valdría ya entonces, el título de tercer rey de España. El cariño hacia la ciudad de Sigüenza, sin embargo, fue siempre palpable y lo dejó bien demostrado a lo largo de su vida. Una vida, la del Cardenal Mendoza, llena como pocas. Plenamente renacentista, además. Indiscutido jefe de la casa mendocina, él fue quien ofreció a todos sus familiares, desde el duque del Infantado al conde de Tendilla, la posibilidad de acceder a la nueva cultura, proporcionando a unos viajes a Italia, y a otros la visita de ilustres figuras del Renacimiento italiano. De ese modo, y por sus conexiones múltiples con intelectuales y artistas del Estado Vaticano, puede decirse sin temor a dudas que fue don Pedro González de Mendoza el auténtico introductor del Renacimiento en Castilla.
Múltiples obras en el mundo conocido
La tarea constructiva del Cardenal Mendoza fue infatigable. Sabía perfectamente que la construcción de edificios, el adorno de los mismos, la oferta de uso a las gentes de ellos, le pondría en la eterna memoria de los hombres. Máxime cuando en cada uno de esos edificios, y en cada uno de sus rincones ó planos más relevantes, aparecerían las armas de su linaje, acompañadas siempre del timbre de su jerarquía: así es cómo el escudo heráldico del Cardenal Mendoza lo vemos repetirse, casi hasta la obsesión, por bóvedas y frontispicios, hablando hoy todavía la piedra y la pintura de sus hechos, recordándonos su figura.
Sería inacabable el recordar ahora, aunque fuera en simple listado apresurado, las obras que mandó hacer, los edificios que decidió levantar, los adornos que quiso poner a las ciudades en que él tuvo algo qué ver. Ahí están esos colosales edificios del Colegio de la Santa Cruz en Valladolid, acabado de construir en 1492. O el precioso Hospital de la Santa Cruz de Toledo, en cuya portalada aparece don Pedro, orante y magnífico. Por toda Castilla se extendieron sus obras: en Santo Domingo de la Calzada fundí y construyó la capilla de San Pedro. En la catedral del Burgo de Osma, la portada principal de mediodía, la sacristía y el púlpito del Evangelio, muy similar al que en Sigüenza (luego lo veremos) mandó esculpir. En Toledo el hospital dicho, buena parte del palacio arzobispal, y muchas cosas en la catedral, entre ellas la sillería baja del coro con la talla de la guerra de Granada, vista secuencial y casi cinematográficamente por Rodrigo el Alemán. En Alcalá de Henares una gran reforma del palacio de los obispos. En Sevilla, obras en la catedral, en San Francisco y en la iglesia de la Santa Cruz. En Puente del Arzobispo, la capilla mayor de la parroquial de Santa Catalina. En Guadalupe, el primitivo enterramiento de Enrique IV, a quien fue fiel hasta la muerte. En Roma ya, la reedificación completa de la iglesia de la Santa Cruz, y en Jerusalén incluso, la consolidación de la iglesia del Santo Sepulcro, y la erección de otro templo en honor de la Santa Cruz, advocación dilecta del Cardenal por haber nacido el día de su celebración, el 3 de mayo.
En la tierra de Guadalajara fueron también numerosas las obras por él patrocinadas. No ya los castillos (el de Jadraque, el de Pioz, ambos de siluetas italianizantes) o los monasterios (el de Sopetrán, junto a Hita, o el de San Francisco en Guadalajara) sino sus propias casas, puestas frente a la iglesia de Santa María, en las que murió y a las que todos cuantos las vieron en siglos pasados alabaron como verdadera maravilla del novedoso estilo renacentista. En Sigüenza, finalmente, el Cardenal Mendoza patrocinó una serie muy amplia de obras y construcciones que marcaron, también con gloria y con buen gusto, su paso por esta ciudad. Vamos a verlas con mayor detenimiento.
Obras cardenalicias en la ciudad de Sigüenza
Siempre se ha recordado al Cardenal Mendoza como uno de los impulsores del urbanismo renacentista en la ciudad de Sigüenza. Aunque él no la llegó a ver nunca, cierto es que la actual Plaza Mayor se debe a su idea de crear un amplio espacio abierto ante la catedral para celebrar el mercado que entonces suponía para el burgo una auténtica fuente de riqueza. La incomodidad de celebrarlo en la parte alta de la ciudad, en la actual plazuela de la Cárcel, llevó a don Pedro, aconsejado por quienes más de continuo vivían en Sigüenza, a crear un amplio espacio ante los muros meridionales del templo mayor. Para ello hubo de derribarse un gran fragmento de muralla que contenía a la catedral por el sur. Así quedó abierto un gran espacio al que se accedía por la puerta de la Cañadilla, y que propiciaba la instalación cómoda, en un llano amplio de los puestos de mercaderes y los tenderetes de tratantes. Dispuso el Cardenal incluso que se construyeran, flanqueando ese espacio, las casas de todos los canónigos y beneficiados de la catedral, en unos edificios dignos entonces (lo son hoy todavía) de auténticos magnates. Años adelante se levantaría rematando ese espacio, frente por frente de la catedral, el edificio del Ayuntamiento. Esto era lo que el Cardenal Mendoza proponía en documento de 1494, escrito poco antes de sentirse enfermo y tener que irse a Guadalajara donde moriría: derribar la cerca que estaba entre la dicha nuestra yglesia y ciudad, para que se fiziese plaza delante de ella.
Obras del Cardenal en la catedral
Era esa una forma clara de propiciar al pueblo seguntino, y sobre todo al foráneo que acudía al mercado, el paso a la catedral, su admiración por las obras artísticas en ella contenidas y, sobre todo, el fomento de su religiosidad y el respeto hacia la clase eclesiástica, que seguía siendo entonces dueña y señora de la ciudad y su comarca.
En la catedral, emblema máximo del poder señorial y evidencia de la gloria de Dios tallada en las formas de la piedra, fue donde don Pedro González de Mendoza desarrolló sus mejores impulsos de ayuda y beneficio hacia el pueblo seguntino. Quiso dejar su huella en obras que tendían a dos objetivos: de una parte, arreglos importantes de elementos ya construidos pero muy deteriorados con el paso del tiempo. De otras, magnificar el aspecto del edificio con elevación de nuevas bóvedas, mejores luces y, sobre todo, oferta de nuevas formas embellecedoras del conjunto: arreglos y obra nueva fueron los dos modos de colaborar en la secular construcción de nuestro templo.
Lo primero que inició el Cardenal fue la reparación de las bóvedas de las naves laterales, que a lo largo de todo el siglo XV habían sufrido importantes daños en sus plementerías. En el último tercio del siglo XV el Cardenal costeó sus reparos, y dejó como memoria de ello su escudo tallado y policromado en las claves de las mismas. Una forma, repito, de firmar con rúbrica de eterna constancia.
Siguió después el ensanche y embellecimiento de la cabecera del templo, la parte más noble de una iglesia, el lugar más sagrado de una catedral. Hacia 1488 debieron concluir las obras de elevación de la altura del presbiterio, dejándolo tal como hoy vemos. Dado que previamente se había levantado la altura de la parte recta del presbiterio, quedaba muy achatada la parte de su cerramiento. El Cardenal Mendoza mandó levantar la altura de sus muros y construir nueva cubierta. El objetivo era tanto armonizar el aspecto de esta fundamental dependencia catedralicia, como el de colocar un gran retablo, al estilo de lo que entonces se hacía, que cubriera por completo el muro del fondo del presbiterio. Es curioso comprobar cómo, a pesar de los impulsos renacentistas de don Pedro González, en este caso el estilo de la obra fue totalmente gótico, con objeto de armonizar con lo ya construido. no se atrevió a tanto como en Toledo, donde mandó poner en el presbiterio su enterramiento, y hacerlo con un estilo plenamente italianizante, renaciente al máximo.
En Sigüenza mandó don Pedro ser respetuoso con el entorno. Y así se levantó el muro, dejando la planta poligonal, ocupando su parte media con una serie de arquerías ciegas de simplísima estructura, prácticamente románica, en el mismo estilo de lo ya existente. El tercer cuerpo fue ocupado por ventanales que rematan en arco apuntado los cinco centrales, y semicircular los laterales.Estos vanos son muy altos y se colocan decididamente entre los plementos de la bóveda, adornándose de molduras y algunas formas vegetales, incluso hojas de parra, en sus capiteles. Al exterior del templo, este alzado se sujetó poniendo unos airosos contrafuertes entre los vanos, que no llegan a darle imagen de pesadez sino, por el contrario, de levedad y sentido airoso. Sobre los ventanales, se puso una imposta corrida en la que aparecen cabezas talladas de monstruos, agrupadas de tres en tres, separadas por metopas de decoración vegetal. En el interior del templo, en la parte alta de este nuevo muro elevado, el Cardenal mandó pintar una larga inscripción que diera fe de su intervención en este arreglo. Tal como esta: Por mandado del Reverendísimo e Ilustre Sr. D. Pedro González de Mendoza, Cardenal de España, Arzobispo de Toledo e Obispo de Sigüenza, Primado de las Españas, Canciller Mayor de Castilla… se reedificó e enlosó de nuevo esta Capilla e se pusieron las vidrieras e la reja e se fizo de nuevo el Sagrario e Retablo, todo con las ayudas de su señoría Reverendísima. Año 1488, obrero D. Fernando de la Coca. El obrero no era sino el canónigo encargado de administrar los caudales destinados a las obras catedralicias: Fernando de Coca fue un paniaguado del Cardenal, que alcanzó luego mejores puestos y se enterró definitivamente en la iglesia de San Pedro de Ciudad Real, en un enterramiento que talló (fuera quien fuese, que aún no lo sabemos) el mismo artista escultor que hizo el de don Martín Vázquez de Arce en nuestra catedral.
Del retablo que según esta inscripción consta mandó poner el Cardenal, nada queda. Cuando Pérez Villamil escribió su obra sobre la catedral a fines del siglo XIX, aún quedaban algunas tablas desmontadas en la Sala Capitular, y otras cuantas habían servido para formar el retablo de la iglesia de San Nicolás de Atienza, ya también desaparecida.
Las obras que hicieron tan bella la cabecera de la catedral seguntina costaron 66.281 maravedises y medio, sacados de las arcas personales del Cardenal Mendoza. En ellas participaron numerosos canteros y obreros de la piedra, técnicos magníficos de la arquitectura, venidos de las tierras norteñas de Santander y Vizcaya. Algunos nombres nos han quedado: Juan y Fernando de las Quejigas, Coterón, Pedro de Sierra, Juan de Cercadillo, Juan de la Gurueña, y, sobre todo, el de quien posiblemente fuera el maestro de todos, el arquitecto director: el maestro Dionis (Donys cantero se le llama en algunos documentos) quien también consta había participado en esos años en las obras del palacio o casas principales del Cardenal en la plaza de Santa María de Guadalajara.
Otra de las grandes obras entregadas por el Cardenal Mendoza a la catedral seguntina es el coro: Un prodigio de dibujo y de talla, y donde se cumple a maravilla el precepto estético de juntar a la más asombrosa variedad la unidad más perfecta, en palabras de don Manuel Pérez Villamil cuando lo describe y estudia en su gran obra sobre la catedral. La sillería del coro seguntino, puesta en la nave central y frente al presbiterio ó capilla mayor, dejando entre ambas el tránsito del crucero, está construida de oscuro nogal adornada de una riquísima decoración geométrica en los respaldares de sus sillas altas. Algunas plantas y hojas de cardos aparecen en las sillas próximas a la presidencial. Por encima de esta sillería, que es doble (nivel bajo y nivel alto), corre un doselete formado por arcos florenzados, con dos arquerías lobuladas en cuyo centro aparece, a nivel de cada una de las sillas, el escudo policromado del Cardenal Mendoza. El más grande y hermoso de todos es el que se ve tallado y policromado, tenido de dos ángeles, en el respaldo de la gran silla episcopal, que se alza en el centro de la panda del fondo. Grandiosa y florida, pocas habrá tan hermosas en los coros españoles. También aparecen tallados en ella las figuras de dos ancianos, posiblemente patriarcas, quizás apóstoles, que conversan sosegadamente entre sí. Numerosos escudos aparecen en las sillas bajas, y en diversos espacios del coro. Son, de una parte, emblemas del propio Cardenal constructor, elementos de sus apellidos y títulos (las hojas de Figueroa, las cruces de Jerusalén) y de otra los de su ayudante y amigo, el canónigo obrero Fernando de Coca, y de otros obispos que posteriormente ampliaron este coro (Fadrique de Portugal, Juan Manuel, Lorenzo Suárez de Figueroa y Córdoba).
Este coro se construyó a partir de 1488, cuando acabaron las obras del presbiterio y tras ser visitada la catedral en 1487 por los Reyes Católicos acompañados del Cardenal. Posiblemente al ver templo tan magnífico empequeñecido con un espacio poco adecuado a los canónigos en los muros del presbiterio, los Reyes indicaron a su Obispo que le pusiera coro central. Y que lo hiciera como ellos mandaron hacer en Miraflores y en Santo Tomás de Avila. Muy decorado al estilo mudéjar. Puestas manos a la obra en ese año, para 1491 debía estar ya acabado, pues entonces consta en las Actas Capitulares que los canónigos mandaron visitarlo y valorarlo, y quizás el 8 de diciembre de 1491 fue inaugurado, pues en esos días se trasladaron a él los grandes libros de coro con sus correspondientes cadenas. Artistas que trabajaron esta maravilla serían Francisco de Coca (posiblemente familiar del canónigo obrero), el maestro Gaspar, Alfonso González, el maestro Chirino y Diego López. En la silla episcopal pondría la mano, sin duda, Rodrigo el Alemán (Rodrigo Duque le llama Pérez Villamil), tanto porque consta que viajaba a Sigüenza en esos años, como por el estilo de las figuras en ella talladas: los ancianos que conversan en su panel principal, contrastan en su actitud dialogante con la escena que aparece en la pacencia de la silla: dos individuos mal encarados, vulgares y malvados que dirimen sus diferencias a palo limpio. Ese contraste tan ejemplar, y el realismo de las tallas, son expresión del genio del escultor Rodrigo, sin duda.
Finalmente, nos queda mencionar la última gran obra mandada realizar por el Cardenal Mendoza para la catedral seguntina. Se trata del púlpito o predicatorio de la epístola. En la confluencia del transepto con la capilla mayor se encuentra esta magnífica obra del último gótico: el púlpito tallado en alabastro que fue regalado a la catedral por su obispo y cardenal don Pedro González de Mendoza. Fue el encargado de realizarlo el conocido tallista Rodrigo el Alemán, a quien se propuso hacerlo en madera. Pero en última instancia no fue él quien lo realizó, sino un desconocido artista, de elevada técnica, e inscrito claramente en la ya reconocida escuela de escultura gótica que en los finales del siglo XV produjo Sigüenza. Quedó terminado en 1495 y, por desgracia, el Cardenal comitente no llegó nunca a verlo.
Se trata de una bellísima obra de arte que ha despertado siempre admiración y diversas interpretaciones a su significado. Rizados en cardinas y hojarasca sus capiteles sustentadores, los cinco tableros que constituyen sus límites rebosan gracia gótica en todos sus detalles. Los de los lados presentan sendos escudos cardenalicios de Mendoza, y en los centrales aparecen tres figuras. El central muestra una dulce Virgen María que sustenta en sus brazos, y algo apoyado en su cadera izquierda, un Niño Jesús que juguetea con el manto de su madre. La Virgen apoya sus pies sobre un objeto que es sin duda, una barca o nao medieval. A su derecha, una mujer con corona muestra un libro abierto, y en su mano derecha aprieta el resto de un palo, sin duda más largo, hoy quebrado y desaparecido. A la izquierda de la Virgen, un joven con gran capote sobre la armadura de guerrero, se toca con sencillo bonete de la época. A sus pies, por él pisoteado, un dragón se retuerce.
Pérez Villamil dio a estas figuras una interpretación romántica y fantasiosa: en el centro veía una representación o alegoría del descubrimiento de América, simbolizado por la nao Santa María y presidida por la Virgen. A su derecha, una reina sabia: Isabel de Castilla, patrocinadora de la gesta transoceánica, y su izquierda, el rey Fernando, quien en esos años aplastaba al enemigo moro. Era un monumento, el primero, al Descubrimiento de América. Pero el significado de estas tres figuras es, sin embargo, más sencillo y directamente ligado a la biografía del donante del púlpito. El Cardenal don Pedro González de Mendoza, hijo del primer marqués de Santillana, fue un hombre de una gran inteligencia y de un indomable espíritu de superación, en el que también cabía la ambición. Acumuló cargos y prebendas en gran número, reteniendo varios obispados y, al fin, el arzobispado de Toledo. Fue obispo de Sigüenza desde 1467 a 1495, fecha de su muerte. Tuvo cabida cerca de los Papas, y así consiguió nada menos que tres títulos cardenalicios: fue el primero el de Santa María in Dominica, recibido el 7 de marzo de 1473, y a poco, el Rey Enrique IV de Castilla, que le había nombrado recientemente su Canciller Mayor, ordenó que le fuera dado el nombre de Cardenal de España. Más tarde, Mendoza recibió otro título cardenalicio: el de Santa Cruz, advocación a la que era devotísimo, por haber nacido un 3 de mayo (1428), celebración de la Santa Cruz. Gozó además del título de Cardenal de San Jorge.
Son estos nombramientos los que don Pedro González de Mendoza manda representar en el púlpito que regala a su catedral de Sigüenza. La figura del panel central es Santa María. El hecho de apoyarse en una nao, o pequeña navecilla, deriva de que la iglesia romana sede de este título, la de Santa María in Dominica, presidía la llamada plaza de la navicella o navecilla, de ahí esta curiosa identificación. La figura de la derecha no es otra que Santa Elena, reina y llevando en su mano derecha una cruz, hoy rota y desaparecida en esta imagen del púlpito seguntino. Finalmente, la figura de la izquierda en el púlpito seguntino es la de San Jorge, caballero armado que mata a un dragón. Son, pues, los tres títulos cardenalicios que don Pedro González de Mendoza obtuvo a lo largo de su triunfante carrera eclesiástica.
La interpretación, por otra parte, no es difícil, teniendo en cuenta que estos mismos temas se ven, idénticamente distribuidos, aunque mejor tratados escultóricamente, en el púlpito gótico de la catedral de Burgo de Osma (Soria) de cuya diócesis fue el Mendoza administrador, entre los años 1478 y 1483, y donde quiso también dejar su recuerdo en esta forma.
Además de todo ello, el Cardenal Mendoza, cuyo quinto centenario celebramos este año de 1995, dejó en Sigüenza un recuerdo pleno de admiración y solemnidad. Su nombre, glorioso entonces y magnificado después por biógrafos y herederos, ha quedado prendido en cada piedra, en cada rayo de luz, en todos los ecos que por naves y capillas de nuestra seguntina catedral resuenan.
El Cardenal Mendoza con los reyes Católico entraron al día siguiente de la conquista de Málaga, el 19 de agosto de 1487, con solemne procesión y acompañada de toda su corte y asistieron a una misa solemne. En este tiempo no se halló en Málaga ningún cristiano vecino, y si 500 cristianos cautivos, a quienes los Reyes mandaron dar vestidos y dinero, cuanto bastase para poner-se en sus tierras. Dieron el título de San Luis Confesor a la Mezquita menor que hoy vemos en la fortaleza de Gibralfaro y la mayor en la nueva de Sta. María de la Encarnación.