Semana Santa en Guadalajara
Es ya abril, mediado abril, pero aún sopla en las sierras el relente que pone la carne de gallina. Es el tiempo en que parece el cielo más nublado, más triste, llorón casi. Es la Semana Santa, un espacio del calendario en el que -colmados los corazones de los devotos con el recuerdo de la Pasión de Cristo- muchas gentes en muchos lugares ponen todo su entusiasmo y su piedad en la manifestación pública de su Fe. La Semana Santa ha llegado a Guadalajara, y aunque muchos están repartidos por playas y jardines, otros se afanan en las callejas empinadas de sus pueblos por revivir las tradiciones que sus antepasados pusieron como bandera de una firme voluntad trascendente.
Guadalajara ciudad va mejorando año tras año el aspecto, la imagen de su Semana Santa. Una Federación de Cofradías y la colaboración encontrada en el Ayuntamiento capitalino, hace que nuevas procesiones, nuevos atavíos y nuevos pasos pongan en la noche del Jueves y Viernes Santo el rigor de la música fúnebre y los silencios pautados de los capuchinos. El recorrido, la familia entera generalmente, de las estaciones a lo largo del Jueves por la tarde y la mañana del Viernes, daba carácter a la ciudad, más animada que de costumbre, hecha toda una vela, un tul, un sagrario blanco.
En los pueblos se ha vivido siempre con mayor intensidad estos días. Son múltiples, casi infinitas, las variedades de celebración. Por recordar algunas, la de Usanos. La procesión del Santo Entierro salía en la noche del Viernes Santo, y durante su recorrido en torno a la iglesia, las ventanas y balcones de todas las casas del recorrido se veían alumbradas por candelas, velas, faroles y candiles de aceite, en los que temblaban sus llamas atónitas y humildes, como si fueran las almas asombradas que se entregaban al rito del misterio, la muerte del Dios. La imagen acostada de Cristo era seguida en Usanos por otra de la Virgen de la Soledad, y esa procesión humilde y sencilla, similar a la de tantos otros pueblos de la Campiña y la Alcarria sigue siendo referente común y habitual de estos días.
En el otro extremo de la provincia, en Fuentelsaz, existe una costumbre en esta época que reconoce un antiquísimo origen: en las ermitas de San Roque y de la Virgen de las Angustias se guardan siete cruces de madera en cada una de ellas; son de madera de sabina, madera incorruptible y recia donde las haya. La costumbre es que el Miércoles de Ceniza, después de la misa, las gentes van a clavar por el campo las referidas cruces, distribuyéndolas junto a los caminos que cruzan el páramo de la Sesma del Campo. De esta forma quedan conectadas las dos ermitas, mediante un auténtico viacrucis, y de esta forma durante toda la Cuaresma, y muy en especial durante la Semana Santa, las gentes de Fuentelsaz pueden hacer las catorce estaciones de la Pasión de Cristo a lo largo del camino de Las Cruces, que es como vulgarmente se le conoce. En las tardes de los domingos de la Cuaresma, se solían hacer apuestas entre la juventud, para ver quien era capaz de hacer el Vía Crucis entero con varias cruces encima, en plan penitencia. El Viernes Santo, por fin, el pueblo todo se unía en una procesión por este recorrido, mientras los campos, fríos aún, ateridos como pocos, en la altura de Fuentelsaz se sobrecogen ante tal manifestación.
Entre las más curiosas costumbres de la Cuaresma alcarreña, pueden contarse las Ramas de Robledillo. Largos siglos tiene la tradición en este pueblo campiñero de reunirse las mozas y elegir a las Ramas que sustituirán a las que lo fueron el año anterior. Las Ramas no son otra cosa que las tres mozas que durante la Cuaresma, y muy especialmente el Domingo de Ramos, desempeñan unas funciones consistentes en ir por todo el pueblo pidiendo donativos para cera y velas que depués se usarán consumiéndose ante el monumento de Jueves Santo y en todos los actos de esta Semana tan religiosa. El Domingo de Ramos, las Ramas confeccionan una especie de gran escudo de forma ovalada, a base de cintas, medallas, cruces, abalorios, relicarios y miniaturas, poniendo sobre su extremo superior tres ramitas de olivo. Además se adornan dos espadas o floretes con lazos y cascabeles en sus empuñaduras. Armadas con estos tres símbolos, las Ramas de Robledillo se dirigen a la iglesia y allí los depositan ante el altar mayor, en el transcurso de la misa. Ataviadas con falda y chaquetilla negra, blusa blanca con encajes en el pecho, cuello y puños, mantilla de encaje negra en la cabeza, medias blancas y zapato negro, las Ramas de Robledillo son toda una institución en el pueblo y uno de los más sencillos y hermosos manifiestos del folclore religioso de Guadalajara.
Sin demasiada tradición, pues no a más de veinte años se remonta, en Hiendelaencina, (el pueblo de las minas de plata), el Viernes Santo se celebra la Pasión Viviente. Consiste esta vistosa celebración en una representación comunitaria al aire libre, en la que intervienen una buena parte de los vecinos del pueblo, todos ellos vestidos con trajes de la época de la Pasión de Cristo, auxiliados incluso por alguna decoración ambiental, especialmente inspirada en los palacios de Poncio Pilato y el Sanedrín, que se montan en dos de los extremos de la Plaza Mayor; en su centro, junto a la fuente, se instala un olivo entre unas matas de romero y unas grandes piedras, figurando así el Monte de los Olivos. Cuando por la calle del Comercio aparece Jesús montado en una borriquilla, rodeado y seguido del pueblo que le aclama con palmas y ramos, mientras algunos extienden sus mantos por el suelo a su paso, puede decirse que comienza la representación, y a partir de ese momento se sucederán las escenas, muy medidas y bien ambientadas, de la Pasión Completa de Jesucristo. Así, pues, a la entrada en Jerusalén seguirán la oración del huerto, el Prendimiento, el juicio ante los jerarcas judíos y romanos, cruzando la plaza los actores de palacio en palacio, acabando en la condena y flagelación, y en la imposición del manto y de la corona de espinas. El tránsito por la calle de la Amargura, con sus caídas con la cruz a cuestas, mas las escenas de la Verónica y el Cirineo, se representan con gran patetismo por la calle del Cementerio y el Camino de la Dehesa, al final del cual, y sobre un pequeño montículo, se desarrolla con gran realismo la escena de la Crucifixión de Jesús entre los dos ladrones, mientras suena el llanto de las tres Marías y los soldados, distraidos, se juegan sus vestidos a los dados. Finalmente, se llega al trance de la muerte, que la representan con tal verismo que parece cierta, pues los efectos especiales preparados al efecto la hacen acompañarse de ruidos de truenos y disparos de flash simulando relámpagos. El espectáculo es realmente emocionante, sobre todo teniendo en cuenta que se desarrolla la Pasión Viviente al aire libre, enmarcada siempre por el paisaje de montañas bravías, muy a menudo aún nevadas, a las que preside el Santo Alto Rey muy cercano.
Aunque hoy Viernes Santo muchos alcarreños lo pasarán lejos de sus habituales lygares de residencia, en muchos otros anidará aún esa nostalgia y el impulso de participar en la celebración litúrgica de la Iglesia: las procesiones, los pasos, el rezo bajo y el adorno sinfin de costumbres ancestrales, dan a estas celebraciones un aire propio, un nuevo valor a nuestras más puras raíces territoriales.