Tendilla alcanza los seiscientos años como villa
Se extiende Tendilla junto a las orillas del arroyo del Pra, en uno de los más hondos y encantadores valles de la Alcarria. Todos la conocen, porque alguna vez han pasado ‑y paseado, seguro‑ su calle mayor soportalada, única en su estilo en toda la provincia. Llega hoy Tendilla a estas páginas, como tantas veces antes, no por su cúmulo de monumentos, su aspecto rural y armónico, lo agradable de sus paisajes y de sus gentes, no. Viene por un motivo histórico que la hará estar, durante todo este año, de fiesta y conmemoración: viene porque hace ahora exactamente 600 años que fue declarada villa y eximida de la jurisdicción de Guadalajara que ,hasta entonces, y desde su fundación, había estado.
Una historia resumida
Sobre Tendilla se ha escrito poco hasta ahora. Quizás la mejor descripción de su historia y su patrimonio artístico que se había realizado es lo que escribiera a comienzos de este siglo don Juan Catalina García López, cronista provincial de Guadalajara, quien publicó las «Relaciones Topográficas» de la provincia de Guadalajara, añadidas de unos «Aumentos» en los que se vertían noticias y documentos de gran valor. Esas «Relaciones Topográficas» de la villa de Tendilla fueron inicialmente redactadas por un hijo del pueblo, don Juan Fernández de Sebastián Fernández, en el siglo XVI, y hasta ahora el escrito más concienzudo y animado que sobre la villa existía.
Después aparecieron estudios, parciales y referidos sobre todo a la familia de los condes tendillanos, rama principalísima de los Mendoza de Guadalajara. Así, don Gaspar Ibáñez de Segovia, en el siglo XVIII, y en manuscrito que se conserva en la Real Academia de la Historia, dejó escritas abundantes páginas sobre don Iñigo López de Mendoza, el primer gran Conde de Tendilla, y sus hechos hazañosos. O los modernos escritos de don Francisco Layna Serrano, José Cepeda Adán, Mª Teresa Fernández Madrid o nosotros mismos, en los que se han ido dando nuevas visiones de aspectos parciales de la villa.
El origen medieval
Aunque los datos documentales más antiguos que hacen alusión a Tendilla son de finales del siglo XIV, debemos suponer que su origen se remonta al menos a los inicios del siglo XII. Fue entonces, tras la reconquista de la mayor parte del territorio alcarreño y la cuenca del Tajo por parte del rey castellano Alfonso VI, que se inició la época denominada de la «repoblación» en la que multitud de gentes del norte, tanto cántabros y vascones como castellanos de las merindades y de la orilla derecha del Duero viajaron al sur y se asentaron en estos lugares totalmente desiertos, en los que los reyes castellanos estimulaban el asentamiento con beneficios forales muy suculentos.
Tendilla formó parte desde un inicio del gran Común de Villa y Tierra de Guadalajara, estando enclavada en su sexmo de la Alcarria, formando grupo con otros sesenta pueblos que colaboraban con sus impuestos al mantenimiento de las murallas de la gran ciudad, y el cuidado de los puentes que hasta ella conducían, a cambio de recibir protección de sus autoridades y ejército en caso de guerra, y de poder utilizar los pastos de sus dehesas comunales, utilizar las leñas de sus montes, y tener asegurado un mercado numeroso al poder llevar sin impuestos los productos de la tierra a vender en el amplio espacio delantero de la gran «Puerta del Mercado» guadalajareña.
Tendilla fue uno de los primeros lugares de la Alcarria en obtener el título y preeminencia de Villa con capacidad para administrar justicia, por parte de un juez y alcaldes, a sus habitantes. Ese es el motivo de la alegría y el ejercicio de memoria que ahora empieza. El título de villazgo para Tendilla lo concedió en 1395 el Rey de Castilla don Enrique III, quien pocos meses después separó a Tendilla del Común de Tierra de Guadalajara y la entregó en señorío personal a don Diego Hurtado de Mendoza, Almirante de Castilla, y ya por entonces uno de los más influyentes personajes de la Corte. Este señorío comprendía el caserío, los moradores, los términos, así como la jurisdicción, el cobro de las rentas, el uso de los montes y de las aguas, etc. Con este nombramiento, no se hacía más que reconocer de derecho una situación que posiblemente llevaba ya mucho tiempo manifestándose de hecho. El auge y la independencia económica de Tendilla, unido al hecho de estar enclavada en lugar relativamente lejano de la capital (¡tiempos aquellos en que las distancias se medían andando, porque no había otra forma…!) fueron los que hicieron adquirir a este lugar un «status» que terminaría con el reconocimiento real de Villa independiente. Ocurría, vuelvo a recordarlo, en 1395, hace ahora exactamente 600 años.
Aunque las desmembraciones de aldeas eran llevadas muy a mal por parte de las ciudades que tal padecían, en el caso de Guadalajara y Tendilla no sucedió tal. En ese mismo año, el Concejo arriacense declaró que tras el paso dado los de Tendilla no deberían volver a poder usar los pastos del Común, ni a cortar leña de los montes del mismo, ni a meter vino para venta en el mercado y ciudad de Guadalajara, pero que por el cariño que sentían hacia don Diego Hurtado y la amistad hacia los vecinos de Tendilla, se les exceptuaba totalmente de esas normas. Es así como los Mendoza, la poderosa familia originaria de Álava que asentó a mediados del siglo XIV en Guadalajara y su tierra, entraban a gobernar en forma de señorío jurisdiccional la villa y término de Tendilla. Así lo harían durante largos siglos, casi durante toda su historia conocida, pues solamente en 1812, tras la proclamación de la primera Constitución liberal en las Cortes de Cádiz, al compás de la abolición de los señoríos, pasaría a ser gobernada por sus propios moradores, constituidos, ya en Ayuntamiento constitucional, modo en el que hoy se mantiene.
No se hace difícil, a la vista de estos hechos, aplicarle a Tendilla el calificativo de villa antañona y con raigambre histórica muy cierta. Seis siglos de evolución, de costumbrismo propio, de personajes que aparecen y desaparecen como en un guiñol de cintas y escudos heráldicos, de torres que se alzan y murallas que caen, de avenidas que destruyen y soles que maduran, son muchos siglos para que pasen desapercibidos. En este año que ahora comienza, crucial en muchos sentidos para la villa, hará crisis sin duda ese lento caminar de seis centurias. Pero será para bien, estoy seguro. Será para que sus gentes tomen conciencia de su serena antigüedad, y opten por los modos que han de revitalizar a este antiguo burgo de la Alcarria. El turismo, la gastronomía, quizás las pequeñas industrias artesanas… todo ello, añadido de su monumentalidad y encanto, y ahora de este detalle de vejez digna y cargada de legajos, puede ser materia con la que fabricar un magnífico «combinado» al que no le falten aficionados ningún día del año.