Con el patrimonio a cuestas: El caso de Atienza

viernes, 30 diciembre 1994 0 Por Herrera Casado

 

En estos días concluye un año que, más que nunca, ha sido movido en cuanto a polémicas y problemas nacidos de esos elementos silenciosos, enormes y queridos (a veces) que son los monumentos que conforman nuestro Patrimonio Histórico-Artístico. La razón última de esas polémicas, de esos apasionamientos, de esas preocupaciones generales, es el amor que tenemos a cuanto sea espejo de nuestro pasado, raíz cierta de nosotros mismos. De ahí que cualquier alteración que sobre ese polimorfo patrimonio se produzca, a la fuerza genera preocupación, protestas y rápidas medidas para defenderlo.

Datos para el recuerdo

Lució con toda su fuerza el tema de la iglesia de la Piedad, mal hallada por un arquitecto restaurador que se fue sin dejar las señas, y que en esta ciudad de Guadalajara no dejó sino rostros atónitos y espíritus contrariados. La restauración que a lo largo del año se hizo, por parte de la Delegación Provincial de Cultura de la Junta de Comunidades del famoso sepulcro de doña Brianda de Mendoza, fue la guinda con la que se saldó, de momento, este asunto.

Surgió, como venida del cielo, la puerta de Bejanque, desvestida de yesos y formas domésticas: un monumento ganado, por el tesón de nuestro Ayuntamiento, para el pueblo todo de la vieja Arriaca. Y una página más que añadir a las guías que tratan sobre Guadalajara. Con un acontecimiento de tal magnitud cada año, esto era Jauja en poco tiempo.

Por la provincia se abrieron grietas aquí y allá: mientras la iglesia de Hueva se desmoronaba desde el tejado, varios castillos se hundían o salía a la luz (porque las noticias de estos silenciosos personajes siempre llegan con retraso y con sordina) que años antes tal torre se había desmoronado -léase Embid- o tal otra se había restaurado -Zafra y Santiuste de Corduente, por no ir más lejos-.

Pastrana vivió una revolución auténtica a costa de este asunto del patrimonio. Exageradas las posturas hasta el esperpento, magnificado el asunto por una prensa, al final resultó todo tan simple como se esperaba: cada uno va en este país a donde quiere, pero hay elementos (lo dicen las leyes) que son inamovibles y forman parte, para siempre, del lugar donde se gestaron: el acuerdo de las partes hizo al fin que joyas, retablos, imágenes y casullas quedaran en Pastrana, donde los Eboli quisieron que nacieran y permanecieran.

En Guadalajara se iniciaba, al parecer con entusiasmo titánico, la restauración definitiva y total de la concatedral de Santa María. Que durará lo que dure, pero que se hará bien. En buenas manos está, al menos, el proyecto. Y lo de Lucena, coleando… porque a eso no se atreve nadie a meterle el diente. ¡Con lo fácil que es! Pero en fin: atentos a lo que se dirá de este variopinto y queridísimo patrimonio en los meses próximos, máxime teniendo en cuenta la proximidad de unas elecciones. Todo serán mimos y arrullos, seguro. Algunos de nuestros monumentos ya los han empezado a recibir, y se han alzado hasta con su vestido nuevo (ahí el muerto y renacido palacio de los Guzmán, en la calle del doctor Creus), que entronca lo más entrañable de nuestra historia con el dinamismo de la vida moderna. Y otros oirán su canción de cuna (ojalá no termine en canto de sirena) como si acabaran de nacer. Bejanque será ese ejemplo.

Atienza, el mejor ejemplo

Pero si hay un lugar donde el patrimonio venga recibiendo mejor trato, a pesar de su escasa población, y con el lógico aval del progresivo visiteo de turistas, ese es Atienza. La villa serrana con mejor perfil de cuantas pueblan nuestro territorio. La más alta insignia de medievalismo, de tradición, de evocadores rincones entre cuesta y cuesta. No es lugar este para dar de nuevo pábulo a la grandeza de Atienza. Un libro nuevo se publicó, como cada año, sobre la villa. Si el pasado fue la magnífica guía de Serrano Belinchón sobre la villa castillera, este ha sido el libro concienzudo y elegante de Gismero Velasco sobre la Caballada, un alarde de buen gusto por parte de la Colección Boira de Ibercaja que lo ha puesto en las manos de los interesados.

Una nueva restauración se completó, la de Santa María del Val, que a pesar de su lejanía de la villa, allá en medio de huertas, a las puertas mismas del erial, se alza limpia, recompuesta, con sus techumbres reintegradas, su retablo brillante y, sobre todo, los individuos tiernos y plásticos de su arquivolta externa, que desde hace ocho siglo vienen poniendo estupor en quien los mira, a fuerza de doblar las espaldas. La restauración que dirigió Pilar Hierro fue realmente cuidadosa.

Un nuevo museo se inició, también. Y se anuncia como el auténtico aldabonazo que puede (si se orienta bien la información y la propaganda) darle a Atienza la orientación definitiva como centro de peregrinaciones científicas y curiosas. En San Bartolomé (que se restauró hace un par de años, aunque ya tiene algunos pavimentos que tiemblan) está siendo colocado el nuevo Museo de Paleontología, con unos fondos que pueden calificarse, sin temor ninguno a equivocación, a pesar de ser lego en la materia, como los mejores de España. Superior a todo lo que pueda verse en los más encopetados museos nacionales. Un regalo de un coleccionista apasionado a la villa de Atienza, ha supuesto que allá puedan admirarse los ejemplares más espectaculares de fósiles que hay hoy en España y, posiblemente, en Europa entera. El tesón, la paciencia, y la sabiduría de su párroco, don Agustín González, harán que en poco tiempo este nuevo Museo Paleontológico sea una realidad, a la que las instancias públicas deberán de ayudar y hacer resonar como se merece.

Y una nueva idea se ha lanzado, esta vez por parte de su Ayuntamiento. El antiguo Hospital de Santa Ana, un edificio magnífico, muy bien conservado, del siglo XVIII, es donado con el alquiler simbólico de una peseta al año, a cualquier persona, empresa ó institución que se comprometa a restaurarlo y, sobre todo, a darle una utilidad pública: a darle vida, en suma, y por lo tanto a dársela a Atienza. Esta idea no merece sino un fuerte aplauso. Así se estimula el desarrollo. Y así se trata (la realidad luego es muy diferente) de dar vida a lo que la va perdiendo. El Hospital de Santa Ana es fundación y obra del siglo XVIII. En 1745, doña Ana Hernando, natural de Atienza, y cerera de Su Majestad, residente y muy introdu­cida en la Corte, con grandes riquezas, dejó dispuesto erigir un hospital para los enfermos pobres de su pueblo. Se construyó entre 1749 y 1753. Fue administrado por el Ayunta­miento y la parroquia, y en este siglo estuvieron a su cargo unas religiosas de la Divina Pastora, que lo convirtieron y utilizaron como escuela‑hogar, y finalmente fue abandonado. La propiedad sigue siendo, por tanto, del Ayuntamiento y la Parroquia, que sacan ahora esta convocatoria de uso público.

Se trata de un gran edificio de planta cuadrada. En su fachada, aparece portada tallada en piedra con sencillas mol­duras, y sobre el balcón central, bajo el alero, un gran meda­llón en que se ve a Santa Ana enseñando a leer a la Virgen María niña. El centro del edificio está ocupado por un pequeño y bello patio de columnas de piedra, muy severo de líneas. En la capilla que tiene, estuvo desde su fundación una magnífica talla del Cristo del Perdón, obra de Luis Salvador Carmona, quien la talló hacia 1753, y que ahora se ha llevado a la parroquia de San Juan, donde se venera en un altar de la cabecera de la nave de la Epístola. En cualquier caso, un hermoso edificio que merece la atención de quien tenga iniciativas (y dinero) para transformar aquello en una hostería, una residencia, un centro de encuentros, o un museo de algo grande y sugerente. Atienza, una vez más, no sólo medieval y aterida: una punta de lanza en el deseo de revitalizar nuestra tierra. Una buena idea para el año que comienza.