En el Quinto Centenario de su muerte. Las postrimerías del Cardenal Mendoza
Está ya muy cerca, apenas a dos meses vista, la celebración que debiera centrar el universo cultural alcarreñista del próximo año. Será, concretamente el día 11 de enero de 1995 cuando se cumplirán con exactitud los cinco siglos de la muerte de don Pedro González de Mendoza, el que fuera Gran Cardenal de España, Canciller supremo del gobierno de los Reyes Católicos, y por sus contemporáneos denominado entonces el tercer Rey de España. De esa figura excelsa en los anales históricos de Castilla, nacido en nuestra ciudad en 1428, y muerto también en ella sesenta y seis años después, se han dicho siempre muchas cosas, casi siempre benignas y laudatorias, aunque (y yo he sido uno de los que con más insistencia he actuado de «abogado del diablo» en el pretendido ensalzamiento a la gloria de este sujeto) tuvo también sus vetas oscuras.
Pero fueron mucho más grandes las luminosas. Y la presencia de Pedro González de Mendoza es tan ancha en la historia de Guadalajara, y en los Anales todos de Castilla, y aún de la expansión de España al otro lado del Atlántico, que a la fuerza hay que dedicar con entusiasmo algunas horas, algunas jornadas del próximo año, a la ceremonia de su evocación y su ensalzamiento.
La enfermedad del Cardenal
Si la conmemoración se centra en algo, es en su muerte. Acaecida, antes lo he dicho, el 11 de enero de 1495, en su palacio de Guadalajara, el que tenía frente a la iglesia mayor de Santa María. Vendrá después el análisis de su vida, de su obra, de su faceta política, de su aspecto literario, de su empuje artístico, de su perenne enamoramiento… Pero hoy quiero recordar precisamente sus últimos días. El año aquel (el 1494) en que ya enfermo, sabiéndose herido por el dardo lento de la muerte, se retiró a su casa, y allí recibió varias veces la benévola visita de Isabel y Fernando, de todos sus deudos, los Mendoza, y del pueblo entero de Guadalajara, que le adoraba. A sus 66 años, sin ser todavía un viejo, pues hasta el momento mismo en que se sintió enfermo había colaborado con una eficacia asombrosa en el gobierno del país, llegando (era enero de 1492) a batallar en la guerra de Granada, y penetrar (eso dicen las Crónicas) el primero en la Alhambra granadina poniendo en lo alto de su torre mayor el pendón de Castilla y de la iglesia toledana.
¿Cuál fue la enfermedad del Cardenal Mendoza? Una Apostema en los Riñones. Esa es toda la descripción que nos da Hernando Pecha. La evolución fue muy concreta: unos 14 meses tardó en morir desde que tuvo los primeros síntomas. El diagnóstico de los físicos medievales se fundamentó en que el Cardenal orinaba feo, posiblemente con sangre y algo de pus. Dolores intensos y progresivos en las fosas renales, y por algún otro cronista sabemos que tenía continuamente fiebre. Son muy pocos elementos para diagnosticar, pero es muy posible que se tratara de un hipernefroma, de algún tipo de cáncer de riñón que le llevó a la tumba en poco tiempo. La lucidez con que afrontó su enfermedad le hace aún más grande a nuestros ojos. Valga para ello la descripción que de esta enfermedad, últimos meses y muerte final del Cardenal Mendoza nos hace Hernando Pecha en su «Historia de Guadalajara». Es todo un suculento cronicón que nos retrata, aunque sea en sesgo final, al personaje.
La muerte del Cardenal
Desde Toledo se vino el cardenal a morir a esta ciudad, donde nació, que traya la muerte delante de los ojos, como hijo de su padre, que tanto meditó en ella, diziendo con Job, «in nidulo memoria». Moriré en el nido donde me parió mi madre; nací para morir, y quiero que la cuna y lugar de mi nacimiento, que fue Guadalaxara, sea sepulcro en mi muerte = Aquí le dió una grave enfermedad, de una Apostema sobre los Riñones. Estava con los Reyes Cathólicos a esta sazón en Arévalo, tuvieron aviso que el Cardenal estava muy malo, y al punto vinieron aquí a Guadalaxara a solo visitarle, consolarle y honrrarle; y se detuvieron muchos días attendiendo a la salud de el enfermo, como cosa que les importava tanto; cada día entravan muchas vezes en su aposento, y le communicavan todos sus negogios =
Estimó en mucho el Cardenal tan singular favor de los Reyes, y se lo agradeçió con grande affecto, pidió liçencia a la Reyna para suplicarle se sirviese de que la dexase por Albazea, porque tenía por çierto que moriría de aquella enfermedad; diósela, y con élla otorgó su testamento en presençia de la Reyna, víspera de Sanct Juan año de mill y quatrozienos y noventa y quatro, con auctoridad y facultad Apostólica, para disponer de su hazienda. Mandóse enterrar en la sancta iglesia de Toledo, en el lugar que avía señalado en el choro mayor, al lado derecho de el evangelio. Encomendó a la Reyna sus criados, y sus memorias, y en especial a su secretario Juan de Morales = Dexó por su universal heredero al Hospital de Sancta Cruz, que mandó labrar en Toledo =
Detuvieronse muchos días los Reyes con el enfermo, y viendo que la enfermedad iba a la larga, y tenían neçesidad de acudir al Govierno de sus Reynos, se despidieron de el Cardenal, y le dixeron que no se iban para no bolver, ni se despedían para no verle más; que si moría de esta dolencia, que querían hallarse a su cabezera a la hora de su muerte. Con este intento para lo que sucçediese, quisieron los Reyes estar cerca de Guadalaxara, y se entretuvieron en Madrid, y en Alcalá para acudir al Cardenal al tiempo de la mayor necçessidad =
Viendo el Cardenal que se moría, otorgado su testamento con la autoridad y solemnidad, que el derecho pide, ordenó las cosas de su Alma, compuso sus deudas, satisfizo a todos sus acreedores, mandó pagar los salarios y raçiones de sus criados, ajustó quentas con todo género de personas, a quien era deudor; ordenó las obras pías y memorias que fundó; confesóse muy despacio para morir; gastó en esto y en disponer todas las cosas de su Alma un año entero, a gran satisfac9ion suya, sin dar oydos a otro negocio alguno, que no tocase al descargo de su conçiençia. Dixo muchas vezes, graçias a dios, que me hallo en disposiçion, que no devo nada a nadie, ni llevo querella de hombre a la otra vida, que pueda hazerme contradiçión = Dios y yo a solas lo avemos de aver, yo soy pecador, y él misericordioso, a solas nos avendremos. Apretóle la enfermedad, dieron cuenta a los Reyes, que por momentos despachavan correos, para saber de la salud de el Cardenal; y al punto se partieron y vinieron a esta çiudad. Consolose extraordinariamente el enfermo con la Real presençia de tan Cathólicos Reyes = Domingo onze de henero, casi al amanecer, el año de mill y quatrozientos y noventa y Qinco, apareció en el ayre sobre el aposento de el Cardenal, una cruz muy blanca y de extraordinaria grandeza; dixeronselo al punto, y mandó que le dixesen Missa de la Cruz, de quien era devotíssimo, agradeziendo a dios, y dándole infinitas graçias, que ya que se dignó, que naçiese en esta çiudad día de la cruz, viniese a morir en ella con cruz, embiada del çielo. En esta missa reçivió el sanctíssimo Sacramento por Viático, poco después la extremaunçión. Tomando un cruçifixo en la mano, començó a hazer dulces coloquios con Christo crucificado, dixeronle la recomendaçión de el Alma, el la encomendó en las manos de el eterno Padre, con fervorosa devoçión, y partió de esta vida temporal a la eterna, dexándonos prendas seguras de su salvagión =
La Cruz estava a vista de el Pueblo todo el tiempo que duró la Missa, la communión sacramental, la extremaunçión y la Recomendaçión de el Alma, hasta que espiró el Cardenal, por espacio de más de dos horas. Murió el Cardenal en esta çiudad en sus casas principales que él labró enfrente de la Parrochia de Sancta María, donde dura oy una señal de la cruz milagrosa en el patio, formada de yerva y aunque la arrancan naçe otra y por espacio de çiento y quarenta y siete años, no se ha podido borrar ni deshazer = (oy día se ve este milagro, estando las losas del patio secas por las junturas, en una parte dél está la hierva verde en forma de cruz).
[…] Herrera Casado, Antonio. 11 de noviembre de 1994. “En el Quinto Centenario de su muerte. Las postr… […]