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noviembre, 1994:

El Henares en la Literatura

El río Henares por Fontanar

 

  Apuntes de las palabras pronunciadas por el Autor enn la Inauguración del V Encuentro de Historiadores del Valle del Henares en Guadalajara, en Noviembre de 1994   

 Muchos textos existen que hablan del Henares en la Literatura:   

 José Carlos CANALDA escribió en las Actas del Primer Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, un texto magnífico sobre EL HENARES EN LOS TEXTOS DE LA EDAD MEDIA.   

 El primer escritor musulmán que cita al río es Al Razi, quien dice:   

 En los términos de Alfajar, que ahora llaman de Guadalajara, ciudad muy bue­na y muy provechosa…   

 Otro de ellos es El Edrisi, autor hispano árabe del siglo XII, que habla de la ciudad de Medinat al Faray (Guadalajara):   

 Al occidente de la villa corre un pequeño río que riega los jardines, los huer­tos, los viñedos y los campos, donde se cultiva mucho azafrán que se destina a la exportación.   

 Yehudah ha Leví, un judío español contemporáneo del rey de Castilla Alfonso VI, nos habla así en el año 1091 de Wad al Hiya­ra en un castellano primitivo:   

 Des cuand mieu Cidyelo viénid, ¡tan buona albixara!, com rayo de sol éxid en Wad Al Hayara.   

 Del mismo autor y año es esta endecha, leída en romance actual:   

 ¡Desbordáos en ríos de aceite oh, río de las piedras, en albricias del mecenas que cuida del pueblo de Dios con delicias! ¡Viva el Príncipe! Decid: ¡Amén!   

Y de Alfonso X el Sabio con estos fragmentos de Cantigas, en las que se alude a la riqueza de las riberas del Henares, en caza, en fauna, en flora y en riqueza:   

 Esto foi en o rio    

que chamar soen Fenares,
í el Rey caçar fora,
et un seu falcon foi matar en él
huna garça muit’en desden.   

Y dice el escritor que el río iba fuerte, crecido, violento, y temieron perder a la garza que cayó en él:   

 Os caes non podian acorrer, ca o río corría de poder, por que ouveran a garç’a perder.   

 En el RENACIMIENTO   

  José Carlos CANALDA analiza en su trabajo «EL HENARES EN LA LITERATURA DEL RENACIMIENTO» publicado en ANNALES COMPLUTENSES de 1992   

El portugués GASPAR BARREIROS en su «Corografía de algunos lugares» dice del Henares y Alcalá:   

 Alcalá es una villa de buena comarca de pan, vino y ganado en mucho abastecimiento, cercada de muros, por junto de los cuales pasa el río Henares, de donde ella tiene el nombre. Fue llamada antiguamente Complutum, de cuyo nombre hacen mención Plinio Y Tolomeo. Mas el sitio que ahora tiene Alcalá tenía Compluto en aquel tiempo más allá del río, donde ahora se hallan vestigios anti­guos…   

 Nace este río a veinte leguas de esta villa poco más o menos, junto a las tierras de Atienza, y se mete en otro que tiene por nombre Jarama, a una legua de la venta de Viveros, que está tres leguas atrás de Alcalá, por cuya venta pasa este de Jarama y se mete en el Tajo.   

 Y este Gaspar Barreiros dice de Guadalajara:   

 Guadalajara es ciudad de la diócesis de Toledo, porque no es episcopal. Está asentada en un otero no muy alto, sobre el rfo Hena­res. Quisieron algunos derivar este nombre de la lengua árabe, inter­pretando Guadalajara, rfo de piedras.   

 *****   

 Pedro de Medina, publicó en Sevilla, en 1548, su «Libro de Grandezas y cosas memorables de España», obra en la que el autor describe a su manera las distintas regiones españolas. En el folio 89 habla Pedro de Medina De la villa de Alcalá de Henares, de su nombre y de la notable Universídad que en ella es, donde se describe al Henares de esta manera:   

 …El río Henares pasa muy cerca de esta villa, en distancia tan conveniente que ni sus avenidas o crecientes pueden infestar sus muros, ni su lejura cansa a los que a él van. Es río muy apacible y deleitoso de ver. Lleva agua todo el año en buena cantidad; sus riberas son adornadas de árboles, especialmente sauces muy altos y muy puestos en orden, que ponen a los estudiantes mucho contento y recreación.   

 ********   

 También describe el Henares Alvar Gómez de Castro, en un opúsculo que se editó en Alcalá, por Brocar, en 1560. Lo titula «El recebimiento, que la Universidad de Alcalá de Henares hizo a los Reyes nuestros señores, quando vinieron de Guadalajara tres días después de su feliclssimo casamiento», donde describe los arcos, la cartelas y motes que la ciudad puso por las calles para recibir a Felipe II e Isabel de Valois, tras casarse en Guadalajara:   

  … Por este orden se puso toda la Uniuersidad en el parque con mucho concierto y muy hermosa vista, y agradable a todos los que la mirauan. Mas antes que sus Magestades llegassen al parque, un tiro de vallesta apartado dél, estaua en medio el camino un stylobato, o pedestal muy grande, de diez y seys pies en largo, y diez en alto, sobre el qual estaua tendida una fgura de un viejo de extremada grandeza, que era el rio Henares, de donde el lugar toma el sobre­nombre. Estaua recostado con el codo yzquierdo sobre una grande urna, de do se derramauan sus aguas, y la mano derecha tenla leuantada, dando con ella a los Reyes una corona de flores…   

 También de Alvar Gómez de Castro, y precisamente la más conoeida de sus obras, es la titulada De las hazañas de Francisco Jiménez de Cisneros, cuya primera edición en latín vio la luz en Alcalá en el año 1569. En esta obra, Gómez de Castro hace alusión a Guadalajara, lo cual no es de extrañar, sabiendo que largas temporadas vivió en ella, en el palacio del Infantado, protegido del cuarto duque en su Corte literaria, en su «Atenas Alcarreña»:    

 Y si alguno desea contemplar la serenidad de aquellas colinas, la saludable influencia de los astros, el riego del rfo Henares que hace aquel suelo más limpio y más ameno que la comarca de Alcalá se verá de inmediato obligado a exclamar, como AIfonso Fonseca, arzo­bispo de Toledo que admirado solía repetir con frecuencia que era tal el misterio de la naturaleza, que en tan corto espacio de lugar, existiera tan gran diferencia de tierras, que le parecía que había la distancia no de cuatro leguas, como se dice, sino de cuatrocientas. Tan diferentes son en uno y otro lugar las disposiciones del cielo y del suelo.   

 *******   

 El poeta murciano Diego Ramírez Pagán dedica un verso a Francisco de Figueroa, y en su primer cuarteto dice del Henares:    

Tyrsi gloria y honor desta ribera
sol que en otro emispherio resplandeces
si desde ay a la cumbre que mereces
como de ingenio el ala más ligera.   

* * * *   

 En 1587 publica Bernardo González de Bobadilla su novela «Primera parte de las ninphas y pastores del Henares», que ambienta en las orillas del río.   

 Recibe con aplauso Henares sancto
el verso mas illustre que ha salido
de vn alto ingenio, do el saber se esmalta.   

Y en su prólogo González de Bobadilla explica por qué escoge este paisaje:   

… Al qve me preguntare la causa que me mouio a querer en este mi pobre librillo tomar por blanco y principal intento, el procurar dezir algo de lo mucho que ay en la discreta gente que tiene su morada en las partes que riega Henares, rio apazible y poco en escripturas celebrado, por la falta de conoscimiento de escriptores.   

Y en los inicios de la novela aparecen estas frases propias, características, de la novela pastoril:   

… En las vmbrosas riberas que el apazible Henares con mansas y claras olas fertiliza, andaua el pastor Florino mas cuydadoso de alimentar el fuego que en su coraçón se criaua, que de apacentar su ganado por las viciosas y regaladas yeruas de los floridos prados.   

 Y aún hay más. Un largo escrito de fray Gabriel de la Mata en que refiere la «Vida y muerte y milagros de San Diego de Alcalá en octava rima…», y donde entre otros muchos versos dedicados a nuestro río, se estrena con esa advocación de   

 Quando con claros matices
la sacra y rosada aurora
a las riberas de Henares
pule, exmalta, pinta y dora.   

Para acabar con este verso de evidente exageración:   

Entre los cisnes del famoso Henares
es mucho si de humilde te preciares.   

En la LITERATURA de TODOS los TIEMPOS   

 José SERRANO BELINCHON   

acaba de ver publicado un magnífico libro   

Guadalajara en la literatura   

 Allí nos dice los más famosos textos en los que Guadalajara surge del vocerío de la literatura mundial.   

También el Henares surge de ese vocerío, de mil formas:   

Del «Cantar de Mío Cid»   

…Allá vaya Alvar Albárez e Alvar Salvadorez sin falla,  
e Galín Garciaz, una fardida lança,  
cavalleros buenos que acompañen a Minaya.  
Aosadas corred, que por miedo non dexedes nanda.  
Fita ayuso e por Guadalfajara,  
fasta Alcalá lleguen las algaras,  
e bien acojan todas las ganançias,  
que por miedo de los moros non dexen nada.  
E yo con los çiento aquí fincaré en la çaga,  
terné yo Castejón donde abremos grand enpara.  
Si cuenta vos fore alguna algara,  
fazedme mandado muy privado a la çaga;  
D’aqueste acorro fablará toda España…   

 * * *     

Se trasnscribe luego un manojo de versos sacados de la Vida de Santo Domingo de Silos, escrita por GONZALO de BERCEO en donde se recoge uno de los milagros atribuídos al santo taumaturgo y que tuvo lugar en esta tierra nuestra, por las vegas del Henares, donde son protagonistas los caballeros de Hita frente a los de Guadalajara: Guerras del Medievo, donde todos son enemigos de todos:   

Fita es un castiello fuert e apoderado,  
infito e agudo, en fondón bien poblado,  
el buen rey don Alfonso la tenié a mandado,  
el que fue de Toledo, si non so trascortado.   

Ribera de Henar dend a poca jornada,  
yaze Guadalfajara, villa muy destemprada
estonz de moros era, mas bien assegurada  
ca del rey don alfonso era enseñorada.   

  

A él servié la Villa e todas sus aldeas,   

la su mano besavan, dél prendien halareas,   

alli los menazava meter en ferropeas,   

si revolver quisiessen con cristianos peleas.   

    

Cavalleros de Fita de mala conoscencia,   

nin temieron al Rey, nin dieron reverencia,   

Sobre Guadalfajara fizieron atenencia;   

ovieron end algunos en cabo repintencia.   

    

Sobre Guadalfajara ficieron trasnochada,   

ante que amanesciesse echáronles celada.   

Ellos eran seguros, non se temien de nada:   

fizieronles grand daño en essa cavalgada.   

    

* * * *   

    

El VIAJE DE ESPAÑA que hace el valenciano Antonio Ponz, nos dice cómo ve a Guadalajara y su valle del Henares, en 1769:   

    

Sin meterme ahora en si Guadalajara se llamó Carraca o Arrica, como dice Morales, o de otro modo; ni en quién fué su fundador, sobre cuyo punto me parece que es más de reír que de creer lo que refiere Méndez Silva en su Población de Espa­ña, me acomodo, mientras que algún inteligente del árabe no me desenga­ñe, a que Guadalajara quiere decir «río pedregoso», aunque yo no vi en él muchas piedras cuando le pasé antes de entrar en la ciudad; pero en otros parajes del mismo río no distantes dicen que las hay. Lo que vi fué un gran puente roto por el medio; y preguntan­do cuándo había sucedido la ruina, y en qué consistía el no reedificarse, me respondieron que desde el año 1757 estaba así; que desde entonces se trataba de la restauración, para la cual habían contribuido los pueblos hasta de treinta leguas en contorno; añadiendo que con aque­llos caudales y con los que hasta ahora habían pagado los pasajeros para pasar por el puente de barcas, se podría haber hecho uno nuevo, aunque hubiera sido de mármol.   

    

* * * * *    

    

Amado Nervo, poeta mejicano, estrella del Modernismo de finales del siglo XIX en el país azteca, dedicó a Guadalajara unas horas en la primavera del año 1913. Tal vez quiso conocer sobre el propio terreno la cuna de tantos hombres influyentes, na­cidos aquí, y que serían después personajes clave en la formación del nuevo Méjico posterior al Descubrimiento.   

Dice así Amado Nervo:   

    

De la estación, la carretera bordeada de olmos, nos conduce, ondulante y en suave ascenso a la ciudad, que está allá arriba, en eminente sitio, como casi todos estos viejos burgos castella­nos.   

¡Qué sereno! ¡Qué majestuoso! ¡Qué hospitalario es este olvido secular enverdecido por las primeras savias primavera­les! Se dijera que en su quietud acogedora impera algo así como un santo designio armonioso…   

Hay troncos que deben medir dos metros de circunfe­rencia. Yérguense derechos, poderosos, con no sé qué de monacal en el aspecto, y a breve distancia de la base, brotan ya ternuras de retoños, de una deliciosa lozanía, que las cabras que pasan cascabeleando hacen inútiles esfuerzos por pillar.   

Este olmedo nos vuelve simpático desde luego el sitio. Para que el encanto sea mayor, el Henares, que lamió ya el caserío de la antigua Compluto, patria de Cervantes, aquí corre límpido, luciendo sus cristales de un verde profundo, en el fondo da un cauce que recuerda el del Tajo, aunque en éste no hay bravas rocas, sino taludes de la tierra roja, que con facilidad se desmoronan. De ahí tal vez el nombre de la ciu­dad, nombre árabe de una bella eufonía: Guad-al-Hijara (valle de tierra caliente, de tierra que se desmorona, si esta tra­ducción no disgusta a mis señores los etimologizantes).   

Después de precipitarse rápido y rizado bajo los amplios ojos de un puente que creíamos hecho de maciza y compacta piedra de Ontoria, el Henares mueve, merced a un caz, un molino, y va a fertilizar un valle riente y amable que no tiene ninguna esquivez castellana.   

    

* * * * *   

    

Don José Ortega y Gasset, en El Espectador, nos refiere sus impresiones de las frías y yermas tierras donde nace el Henares:   

    

…Es una alborada limpia sobre los tonos rosa y cárdeno del poblado de Sigüenza. Quedan en el cielo unos restos de luna que pronto el sol reabsorberá. Es este morir de la luna en pleno día una escena de superior romanticismo. Nunca más tierna la apariencia del dulce astro meditabundo. Es una manchita de leche sobre el haz terso del cielo, una de esas fresas blancas que traen de nacimiento algunas muchachas en su pecho.   

La mula torda sobre que hago camino alarga sus brazos sobre el polvo calcáreo de la carretera. Delante va cargada de vianda otra mula castaña, de orejas lacias y el andar mohino, una pobre mula maltraída, más vieja que un Padre de la Igle­sia. Sobre ella, vestido de pardo y tocado con la gorra de piel de conejo, acomodado en las enormes aguaderas, entre sombrillas y bastones y tres pies fotográficos que dan a la bestia el aspecto de roto bergantín, navega Rodrigálvarez. Rodrigálvarez es un hombre que parece arrancado del poema de quien voy siguiendo las trazas.    

Minaya Albar Fáñez, que Çorita mandó, 
Martín Antolínez, el burgalés de pro, 
Nuño Gustioz, que so criado fo, 
Martín Muñoz, el que mandó a Mont Mayor, 
Albar Albarez e Albar Salvadórez…     

Sin embargo, Rodrigálvarez es un vaquero de Sigüenza que se ha prestado a conducirme por los senderos de esta tierra. Dicen que nadie como él conoce los caminos. Ya veremos.   

Entre chopos y olmos sigue la carretera el curso del Henares -un hilo imperceptible de agua que corre por un caz. A ambos lados unas pobres huertas lo ocultan con sus mimbreras.   

Estas salidas, muy de mañana, por los campos fuertes tienen un dejo de voluptuosidad erótica. Nos parece que somos los primeros en hendir a nuestro paso el aire puesto sobre el paisaje, y este mismo parece que se abre a nosotros con el poco de resistencia necesario para que nos percatemos de que somos los que rompemos esta vía hacia su corazón.   

Al volver atrás la mirada por ver el trecho que llevamos andando, Sigüenza, la viejísima ciudad episcopal, aparece rampando por una ancha ladera, a poca distancia del talud que cierra por el lado frontero el valle. En lo más alto el casti­llo lleno de heridas, con sus paredones blancos y unas torre­cillas cuadradas, cubiertas con un airoso casquete. En el centro del caserío se incorpora la catedral, del siglo XII.   

* * * *    

Finalmente, Pío Baroja, en un artículo que publicó en el periódico «El Imparcial» de Madrid, a principios de siglo, nos describe una de las ciudades más emblemáticas del Valle del Henares, Sigüenza. Así nos lo cuenta:   

… El pueblo apareció a lo lejos con su caserío agrupado en la falda de una colina, con las cuadradas y negruzcas torres de su rectoral y sus tejados roñosos, del color de la sangre coagulada.   

Subimos de la estación hacia el pueblo. Era día de mercado. En una calle en cuesta y en otra que desembocaba en la plaza se amontonaba la gente: tipos de castellanos de capa parda, sombrero ancho, medias de lana o abarcas, otros con el traje clásico de los aragoneses: el calzón abierto en los extremos, la faja y el pañuelo de color en la cabeza. Allí se vendían objetos de hierro, allí pucheros en fila interminable; en un lado, pintadas mantas y alforjas de abigarrados colores; en otro pañuelos y telas.   

Salimos de casa a callejear por el pueblo silencioso.   

En las aceras de las calles toman el sol viejas y niños. Las casas son graves, unas con escudo de piedra sobre el portal, otras más nuevas tienen casi todas las ventanas cerradas, algunas flores en los alféizares; los portales son mudos y sombríos. En varios sitios se ven casas desplomadas, hundidas, que se han abandonado sin pensar, indudablemente, en edificarlas de nuevo.   

… Cansados de recorrer el pueblo, nos sentamos en un paseo con árboles, triste, desierto, con el suelo alfombrado por hojas amarillentas y plateadas. Un arroyo con color de limo que corre cerca murmura en la soledad. El cielo está puro, limpio, transparente, con algunas estrías blancas y purpúreas. A lo lejos, por entre las ramas desnudas de los árboles, se oculta el sol. Va echando sus últimos resplandores anaranjados sobre los cerros próximos, desnudos y rojizos.    

* * * *     

Finalmente, de la obra de José Antonio OCHAITA   

«VALLE del HENARES: conjunción de huertos y castillos» son estas frases     

El Valle del Henares    

Pero la gollería estaba en el valle, al borde del río o del riacho que brindaba blanduras de yerba reciente para reposo de la nuca, y en la otoñada, hojas de álamo blanco o de chopo verde   vueltas oro unas y otras  , para mullidura del cuerpo que llega a lo absorto por el conforto.   

  … Nos decidimos por el Henares, en honor de su longura, que anda setenta y cinco kilómetros por nuestra tierra, y que es como el calabrote de oro que enlazara las cruces epís­copas de Sigüenza y Alcalá…; como la borlonadura de un «capelo» que se hace nudos en las fisuras de Cutamilla y se desfleca, luego, a sus an­chas, por las anchas vegadas de Yunquera al igual que sobre nivelada cre­dencia donde cada junco podría ser hendidura de gubia hecha por Martín de Vandoma, el que tanto primor dio al medio punto de puente tendido en Sigüenza sobre su Sacristía grande, primor renaciente donde bogan cabe­zas de Profetas, que podrían ser Neptunos por lo fluvial de su barba, y mancebos delfines por su ágil escorzo que, de fino, se escapa a la codicia del ojo como pudiera hacerlo un fuliginoso y adiestrado pez…   

 …iDe dónde hasta dónde alonga su figura? iQué riscos le enjutan como cuello de hidalgo, y qué llanadas lo anchean como riñonada de Arcipreste? iQué riachuelos afluyen a su cíngulo prieto de unidad? iQué villas bajan a mojar sus calcaños en el agua henariega que lleva en su arrastre todo el polvo de nuestro esqueleto? iQué torreones vigías lo asustan y le ponen la linfa sombría con un verde oscuro de leyenda? iQué murallones lo ovillan a su piel y lo hacen foso insalvable, que sólo vadean las fechas, niñas traviesas de la Historia, que hacen trampolín de todo el aire? iQué huertos lo enraman? iQué cementerios lo emudecen? iQué claustros mo­nacales le convierten en capa pluvial de sus horas canónicas? iQué hu­manidad lo vive y qué humanidad lo muere?   

Por qué el río, y con el río el valle, capta todo eso… Para ambos baila el álamo en el soto…; hace la luna carantoñas sobre la veleta y la estrella rafaguea por sentirse chispa en el agua y agnus en la yerba…; para ellos se afila la reja del arado y el garfio del anzuelo…; para ellos el castillo y el claustro…; la dama que baja a coger margaritas y el clerigón que se allega a hechir el acetre…; para ellos la ciudad que tiene puente con joroba romana y, al otro sesgo, costanillas que bajan a lo mullido del hortal…; para ellos todo, porque río y valle sintetizan la vida de la vida y la muerte de la muerte en ese agua que afluye y ese poso soleado que queda, y que no son otra cosa más que el devenir de lo eterno sobre la fugacidad de los hombres que anhelan eternizarse.   

El río Henares cubre, en Guadalajara, todos los expedientes. No es el más ancho; no es el más hondo; no es el más limpio; no es el de más rumor ni el de mayor silencio, pero tiene la primacía que enorgullece a la yugular sobre el cuello de una estatua. Más frio, el Jarama; más vege­tal, el Tajuña; más hondo, el Tajo; más límpido, el Guadiela; ¡pero el Hena­res, más Henares, que es lo que importa a nuestro sentir. Y en cuanto al valle, verdad igual pudiera decirse: ni el más hondo; ni el más ancho; ni el de más abundancia; ni el de más sosiego; ni el de más nemorosa belleza! Pero es el Valle del Henares y con ello es bastante para subir a una categoría más metafísica que física; más emblemática que sustan­cial; más psiquisomática que geopolítica, porque es un valle con alma y cuerpo; con eso que hace a los lugares y a las cosas mucho más codicia­deros que lo que son, por lo que significan; porque en la pura ecuación ontológica nacieron y se resolvieron para ser exponentes de Dios allí donde necesitaba Dios la exponencia, que se vuelve preferencia, en torno a la pluralidad de una tierra que viene a singularizarse por aquello que podría parecernos menos singular.   

Y nada como el Valle del Henares para singularizar, ontológicamente, la tierra romano amudejarada que suena mejor cuando la llamamos con su son de voz antigua: ¡Guadalfajara!   

 También habla José Antonio OCHAITA del Arcipreste en su libro   

VALLE del HENARES…   

El arcipreste universal   

 Nuestro artista supremo, Juan Ruiz, que naciese o no en estos predios, arciprestase o no en Hita, de estos lugares y nuestro es por la razón uni­versal del «Libro del Buen Amor». Toledo dará, luego, otro gran genio artístico literario, Rojas, el de ..La Celestina… y vendrá más tarde a com­pletar el trébol un manco alcalaíno, por nombre Don Miguel, que batirá al aire de la Mancha el yelmo de Mambrino con que se toca su Don Quijote. ¡Los tres genes engendradores de la insuperable «picaresca» hispana, que nace cronológicamente en el valle del Henares, al voleo de sayas doñegui­les de Trotaconventos, madre y maestra de todas las sabidurías arcanas que ccnducen al amor y a su despeñadero, que a otras sendas no lleva la «picaresca» sino a las del disimulo del gran fracaso del alma individual y colectiva, que encuentra, en el envés de cada deleite, lo acídulo del agui­jón desengañado.   

—¡Ay, si las aves pudiesen bien saber y comprender  
que se les preparan lazos, non las podrían coger;  
cuando perciben el lazo, ya las llevan a vender,  
mueren por escaso cebo, sin poderse defender…»   

  Juan Ruiz brilla en nuestro cielo como un astro poliédrico que en cada cara tuviese el destello de uno de los grupos que integran la geo-política henariega.   

 Y matiza OCHAITA qué sea esto de la Geo-política henariega.   

La Aristocracia, en su aristocracia;
la Hidalguía, en su hidalguía;
la Gleba, en su deleitable aspereza;
la Iglesia, en sus loores;
la Picardía, en sus coplas;
la «Yoglaría», en sus decires;
la Pasión, en sus desasosiegos;
la Alegría, en sus botargas…;    

todo, en fin, lo que suponen río y valle, en la foscura y en la frescura de sus estrofas, que son río y valle abiertos hacia los hortales romano moriscos de la salacidad y la melancolía, con­junción de esta Castilla la Nueva, donde cada fortaleza vigila un espejo de agua y una alcatifa de huerto, propicios al «buen amor» que esconde su dentellada entre la yerba de su risa…   

 Es interesante poder añadir que José Cornide hizo un Viaje al Henares muy poco conocido hoy en día:   

 José Cornide es un intelectual gallego e ilustrado de la segunda mitad del siglo XVIII, que realiza en 1795 un viaje que él titula: Viaje executado en el mes de Septiembre de 95 desde Madrid a Sigüenza por la Alcarria para determinar la posición Geográfica de la Celtiberia. Se trata de un bloque de noticias de carácter artístico, urbanístico, etnográfico, geográfico, antropológico, económico etc…, siendo varios de los comentarios muy curiosos y significativos habida cuenta de que se trata de referencias de la vida de la zona del Henares/Alcarria a finales del siglo XVIII.   

Se encuentra este texto en manuscrito en la Real Academia de la Historia, y a este Encuentro hace aportación y análisis del mismo la investigadora Margarita Vallejo.   

El viaje de José de Cornide tiene una semana de duración, entre el 23 y el 29 de Septiembre de 1795, iniciándose las anotaciones en Alcalá y concluyendo en Santorcaz.   

Me parece especialmente interesante destacar el texto que escribe en su manuscrito, referente al día 27 de Septiembre. Sale de Sigüenza y realiza el siguiente itinerario: Baides, Mandayona, Bujalaro, Jadraque, Miralrío, Casas de San Galindo, Padilla. Y dice de él: «… Como mi objeto era ver si en Hita que está una legua más adelante de Padilla hallaba vestigios de la antigua Caesada, de que habla Antonino en su Itinerario, colocándola a 16 millas de Arriaca (Guadalajara) fuy observando el terreno pero ni el menor vestigio he descubierto en Hita. Pueblo situado a la falda de un empinado cerro en que estubo un castillo, de que sólo existen los cimientos assi como tal qual trozo de la muralla de la villa que también fue fortificada… No obstante como a una legua al N.O. de Hita, vi un cerro llamado la Muela de Alarilla por un lugar de este nombre muy parecido al de San Juan del Viso en Alcalá (adonde estubo Complutum) hasta en caer sobre el Henares. Como este cerro sólo dista quatro leguas de Guadalajara puede ser muy bien ál adonde estubo Caesata, y assi se compondría el que este pueblo hubiese estado cerca de Espinosa de Henares pues cae un poco más adelante. En este caso el camino podría muy bien venir por Hita, y haberse este lugar llamado assi por alguna Petra fixa o columna miliaria puesta allí. De Ita subiría el camino a la mesa o llano por junto a Padilla, y creo seguiría por Gajanejos a Algora o cerca y desde allí por la Pelegrina e Hijosa a la antigua Segoncia situada en el cerro inmediato. Es preciso encargar al Dr. Morales que está en Jadraque que pase a reconocer este cerro, pues si en el se descubren murallas y otros vestigios no quedará duda en que será Caesata».   

 Finalmente, reproduzco el “GLOSARIO” que yo escribí en NUEVA ALCARRIA unos días antes del inicio del Quinto Encuentro…   

 El Henares, un río de agua e historia   

 Otra vez, la quinta ya, que se encuentran los historiadores de las orillas del Henares y hablan de lo que este río dió, rió y fraguó en cientos de años de correr el mismo lecho. Los próximos días que van del 21 al 24 de Noviembre se celebrará en Guadalajara el quinto Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Y puedo decir, con íntima satisfacción, que fue este un invento surgido de un grupo de amigos, entre los que por fortuna pude contarme y aún hoy sigue adelante. Como una cita bianual entre quienes estudian los pretéritos siglos de la comarca, pero también como un bocinazo de atención a cuantos creen en la unidad de las tierras que baña este río.   

No es este el momento de volver a recordar cómo el Henares fue la ruta inicial de Castilla, uno de los caminos que se abrieron generosos al pasar de los hombres y mujeres de remotísimas generaciones. Los iberos, los celtíberos, los lusones y los vacceos, tantas y tantas tribus a las que podemos llamar bisabueletes, seguidas de romanos, de visigodos, de árabes y teutones, de francos y africanos… mil razas se dieron la mano aquí, en las orillas ahora doradas y gloriosas del Henares. Lope de Vega le vió y escribió rimados versos para su presencia huidiza. Cervantes también lo conoció y por los caminos que le circundan viajaron, en mulas y carrozas, los reyes más sabios y los más pánfilos, los pintores portentosos y los santos más nuestros. No es este, insisto, el lugar para cantarle. Ya lo hicieron muchos, lo harán muchos más, y todos, mientras el hálito nos quede en el pecho para poder gozar del dolorido sentir que nadie puede arrebatarnos, diremos que es este un lugar ideal para nacer, para vivir, para morir incluso, junto a su orilla.   

 Un programa denso y atractivo   

 El jueves 21 de Noviembre comenzará el Encuentro, que esta vez se celebra en Guadalajara, en la entrañable Sala de Lecturas del Centro Educacional «Príncipe Felipe» del paseo de las Cruces. Allí, a las ocho, reunidos a buen seguro cientos y cientos de amigos del Henares, dará una primera conferencia, magistral como todas las suyas, el profesor doctor Guillermo de Gortázar, con un título que, más o menos, viene a ser así: iqué han hecho, qué han significado los Figueroa, en el Valle del Henares durante los últimos doscientos años? Un tema para el asombro, para la polémica incluso: una ocasión irrepetible para saber de cómo el Conde de Romanones, y luego sus descendientes, se hicieron con la posesión de grandes superficies y de las mejores tierras del Henares, usando con ello de su poder tácito durante décadas. Un vino español, y algunas sorpresas que determinada Editorial alcarreñista va a proporcionar a los asistentes, completarán esta sesión inaugural a la que se espera asistan no solamente las autoridades locales de Guadalajara, Alcalá y Sigüenza, sino de otros muchos pueblos del Henares que en estos Encuentros tendrán ocasión de plantearse, entre amigos, perspectivas y rumbos para una tierra que los tiene en potencia más que ninguna otra.   

 Muchos escritores, muchas noticias nuevas   

 Los días 22 y 23, viernes y sábado respectivamente, van a dedicarse a la presentación, por sus respectivos autores, de numerosas comunicaciones, muchas de ellas inéditas investigaciones, descubrimientos arqueológicos, hallazgos de documentos, nuevos artistas, fiestas curiosas recuperadas… todo ello dentro de un orden que el programa elaborado ofrece, y que viene a ser, en esencia, el siguiente: el viernes por la mañana se ofrecerán 7 comunicaciones de arqueología, entre las que destacan una revisión del campamento romano de Anguita, la presentación de la Casa de Hippolytus en Alcalá (un Colegio juvenil en época romana) y los hallazgos en torno al arco de la Puerta de Bejanque.   

El viernes por la tarde serán comunicaciones de Historia, con referencias a temas tan curiosos como la fundación de la Orden de Caballería de la Banda en Guadalajara, el recuerdo biográfico de doña Mencía de Mendoza, una entusiasta erasmista, y de Juan Páez de Castro, el sabio historiador de Quer que preparó la gran Crónica de España para Felipe II. Sin olvidar, por ejemplo, referencias a la Casa Ducal del Infantado como patrona de la naciente Universidad de Alcalá (un trabajo del infatigable investigador González Navarro, al que siempre es un placer oir y aprender de él). O con temas relativos a la contemporánea historia de Guadalajara, como el desarrollo de la Asociación Internacional de Trabajadores (la Primera Internacional) en nuestro provincia, y los sucesos de julio de 1936 considerados como «una sublevación abortada».    

El sábado por la mañana será protagonista el arte. Un total de 16 conferencias están programadas en ese espacio: se hablarán de las iglesias de la cabecera del Henares, de plateros madrileños en torno a Jadraque, de lápidas y escudos, de la biografía de Rubiales, un gran escultor barroco nacido en Palazuelos, de la evolución urbana de la plaza de San Esteban, del palacio de los Dávalos, de Juan Guas y, como siempre magistral, Muñoz Jiménez ofrecerá sus más recientes investigaciones en torno a los canteros renacentistas y el estudio inédito del Ayuntamiento mendocino de Tamajón.   

Finalmente, la tarde del sábado estará dedicada a once comunicaciones sobre etnografía y folclore, destacando algunos asuntos sobre hagiografía de Santa Librada y de los Santos Niños Justo y Pastor; habrá descripciones inéditas de las fiestas solemnes del barroco en Alcalá: entradas reales, el Corpus, la jornada en honor de Santa María de Jesús. No faltarán las referencias a los relatos de viajeros por el Henares: en esta ocasión se presentan dos nuevos textos, uno de Pedro Muñoz Seca relativo a Guadalajara, y otro de Córnide de Folgueria sobre el Valle todo. En fin, temas de toponimia, como los nombres vascos de la tierra de Guadalajara, servirán de colofón a esta maratoniana reunión en la que están previstas nada menos que ¡54! conferencias sobre temas de lo más variado. Apasionante sin duda.    

 Lectura final   

La lectura final de este acontecimiento está, creo yo, más allá de los datos concretos del programa relatado. Está en lo que pretende, y va logrando, de formar un espíritu de auténtica unidad, de compromiso y unión entre cuantos hacen, con dinamismo, la historia de hoy investigando en la historia del ayer. La conclusión siempre es fácil. La hemos hecho en cada convocatoria, y se vuelve, ella misma, a reflejar en las palabras, en los comentarios, en las crónicas: el Valle del Henares forma una unidad geográfica e histórica a la que, por pura lógica, hay que reivindicar una unidad política. Esa unidad hará al Valle no sólo más hermoso (que ya es difícil) sino más fuerte, más rico, y con mejores perspectivas para todos sus habitantes. ¿Hay alguien que -político con fuerza y con visión de futuro- se lance a ese reto? Un Valle del Henares único, y unido.

El Henares, un camino de culturas y agriculturas

 

Otra vez nos llega el clarinetazo del Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, para hurgarnos en la conciencia esa pendiente asignatura que es la de analizar con rigor y honradez la distribución territorial del espacio geográfico en el que vivimos. Desde hace ya cuatro convocatorias, cada dos años se celebra (alternan Guadalajara y Alcalá como sedes) los Encuentros de Historiadores del Valle del Henares, en la intención de reunir a cuantos escritores, investigadores y estudiosos del devenir pretérito de nuestra tierra quieren exponer sus trabajos y contribuir con su presencia a un llamamiento que se hace en cada una de estas ocasiones: el de considerar como único y coherente el espacio geográfico del Valle del Henares, desde Horna donde nace hasta Mejorada donde desagua en Jarama. Y considerarlo único como entidad histórica (desde hace siglos, muchos) y como entidad humana y económica (sin discusión alguna, en Guadalajara somos más «hermanos» de los alcalaínos, que de las gentes de Tomelloso, de Puertollano ó de Cuenca, por poner ejemplos, alguno muy cercano, de la Región autonómica en la que estamos incluídos). Considerarlo, en fin, como único en su aspecto administrativo, es algo que hoy se escapa de nuestras posibilidades: se dividió el valle, cuando la Constitución y después, en dos mitades, y así ha quedado. Pero creo que es, debe ser, debería seguir siendo hasta que se consiga, una aspiración legítima, el unir ambos pedazos de Henares en uno sólo, y así historia, humanidad y administración permanecer únicos y unidos, como siempre lo fueron.

Comunicaciones científicas

En este IV Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, que tendrá lugar (se inauguró ayer jueves a las 8 de la tarde, en el antiguo Colegio de Teólogos de la Madre de Dios, hoy sede del Colegio de Abogados) en la ciudad de Alcalá de Henares, y se clausurará el próximo domingo en el transcurso de una comida de confraternización en el Casino «Círculo de Contribuyentes», después de hacer una visita a la Alcalá conventual, se leerán casi un centenar de comunicaciones científicas relacionadas con la arqueología, la historia medieval y moderna, la archivística, el arte y el costumbrismo de la cuenca del Henares.

La inauguración se hizo ayer, y corrió a cargo del catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Alcalá (la auténtica Universidad Complutense, que ese es otro tema que hay que reivindicar, aunque parezca importarle tan poco a las autoridades y órganos de gobierno actuales de la auténtica Universidad del Henares) don Santiago Aguadé Nieto, quien disertó ampliamente sobre el nacimiento de esta Universidad fundada por Cisneros y puesta en medio de este amplio valle en el que, entonces, se conjuntaban factores indudables de desarrollo, tanto poblacional como económico y cultural.

Las comunicaciones que hoy están leyendo y mañana continuarán haciéndolo, en el Salón de Actos del referido Colegio de Abogados de Alcalá, ofrecen este año un denso programa de novedades. Unas relativas a Alcalá, otras a Guadalajara, y algunas a Sigüenza. Hay una especialmente interesante y de suma actualidad para nosotros: la que presenta Miguel Ángel Trujillo en torno a una fotografía inédita y unos documentos sobre el torreón de Bejanque con el intento de la Comisión de Monumentos de Guadalajara que en 1884 intentó su deterioro y derribo. Noventa años ha estado aprisionada esta puerta de Bejanque, que al final ha salido a luz nuevamente. Especialmente interesante es la comunicación del profesor José Miguel Muñoz Jiménez, uno de los mejores estudiosos del arte en nuestra provincia, que hablará sobre «Eremitismo y ermitas rupestres en la cuenca del Henares durante el Siglo de Oro», y de garantizada profundidad y seriedad será la intervención del experto en arte Pedro José Lavado Paradinas sobre «Iconografía artística en el Museo Diocesano de Sigüenza».

Una historia común en el Henares

La historia ha sido explícita en rasgos aunados sobre las tierras del Henares. Después de ser asiento de una «Vía Augusta» por donde la cultura romana dejó sus huellas, durante varios siglos, este «río que nos une» sirvió de frontera de Al‑andalus en su marca Media, frente al reino castellano. Los califas cordobeses, y luego los reyes de taifas toledanos pusieron en esta frontera sus defensas en forma de castillos, que aun en mejor o peor estado los vemos desde la fortaleza de Alcalá, pasando por el alcázar de Guadalajara, hasta los castillos de Hita, de Jadraque y Sigüenza, sin olvidar la multitud de torres de defensa y vigilancia que escoltaban los pasos y vados del valle.

Y aún en historia aparecen rasgos comunes, regidos de los mismos personajes: los Mendoza serían unos, con sus posesiones a lo largo del curso del agua, en sus orillas, desde las alturas de Espinosa hasta el final del río en Mejorada. Sus fundaciones, sus patrocinios de obras de arte, de instituciones culturales, así lo prueban. La Universidad Complutense, hoy revitalizada en Alcalá, estuvo a punto de tener su sede primera en Guadalajara, ó por lo menos los duques del Infantado así lo intentaron. El Cardenal Ximénez de Cisneros, su fundador real, vivió siempre en este valle, pues desde su puesto de vicario en Sigüenza, al de arzobispo toledano fundador de la Universidad, pasando por su estancia en el monasterio franciscano de La Salceda junto a Tendilla, las aguas oscuras y susurrantes del Henares acompañaron su densa biografía.

El costumbrismo, en fin, nos muestra también que las fiestas, los decires, las canciones, los bailes y en general los modos de enfrentarse a la vida las gentes de este entorno, son absolutamente similares desde Horna a Mejorada. Y ello es lógico, pues a todas las razones apuntadas anteriormente se unen las geográficas y económicas, quizás las más fuertes. Una cuenca única, bastante cerrada en sus límites, propicia el crecimiento de una sociedad muy compacta. Ello nos lleva de nuevo a la consideración inicial sobre el presente y muy especialmente sobre el futuro de este valle del Henares. Y es la evidencia de esa partición administrativa actual realmente absurda. El hecho de que poblaciones como Alcalá y Guadalajara, vecinas y en todo comunes, estén inscritas en dos Comunidades autónomas diferentes, es una prueba más de lo mal planteada que estuvo la partición de España, hace muy escasas fechas, en Comunidades Autónomas que solo se rigieron por las premisas previas de unas provincias ya constituidas. Ojalá un día voces como la nuestra se dejen (simplemente se dejen) oír.

De momento, invito a mis lectores a que en este fin de semana hagan un esfuerzo y se acerquen por Alcalá de Henares a participar, -al menos para escuchar y compartir estos temas- en el IV Encuentro de Historiadores del Valle del Henares. Es en estos acontecimientos, en estas reuniones de expertos y estudiosos, de gentes que bien demuestran estar en el día a día del trabajo cultural y científico, donde se fraguan los cimientos de una cultura autóctona, de un saber sobre nosotros mismos, sin esperar a que vengan otros a contarnos los caminos por los que debemos ir. El nuestro está bien claro, no necesita inventos: es el Henares, -valle arriba, valle abajo- por donde caminaron los romanos, los árabes, las huestes castellanas, los juglares y los cancioneros, los Mendoza y sus amigos europeos, y hasta el ferrocarril… un valle que une mucho más que separa. Estos días, en Alcalá se ensancha.

El linaje de los Arce y Sosa en la ciudad de Sigüenza: notas sobre organización y transmisión de las armerías

En este trabajo se estudian los modos de transmisión de los nombres y apellidos, así como los emblemas heráldicos personales y familiares, en la baja Edad Media castellana, en el contexto particularizado de una sola familia, concretamente la de los Arce y Sosa, habitantes de Sigüenza y el valle del Henares durante la segunda mitad del siglo XV y primera del XVI. Para ello se trabaja sobre un material consistente en 17 escudos de armas, la mayoría de ellos distribuidos por la capilla mortuoria de esta familia en la catedral de Sigüenza, y sobre el testamento y codicilos de los fundadores del grupo, Fernando de Arce y Catalina Vázquez de Sosa. Tras hacer un análisis individualizado de cada escudo de armas, y de ofrecer un amplio cuadro genealógico‑heráldico de los miembros de esta familia, se ofrecen las conclusiones que describen con nitidez las formas de nominar a los individuos del grupo, y los modos diversos, normales y/o excepcionales, deformar sus escudos de armas.  

Material y métodos

En el contexto general de nuestros estudios sobre heráldica en la provincia de Guadalajara, nos llamó la atención la abundancia de manifestaciones y documentos armeros que en los primeros años del siglo XVI se concentran en Sigüenza, relativos a la familia de los Arce y Sosa. Sobre la variedad de sus escudos, puestos en fachadas y enterramientos, y muy especialmente sobre los peculiares modos de organización y transmisión de sus armerías, hacemos a continuación algunas breves consideraciones.  

El más conocido de los miembros de esta familia es, sin duda, don Martín Vázquez de Arce, «el Doncel», debido a lo singular de su enterramiento en la catedral de Sigüenza, y a la leyenda que siempre ha rodeado a su figura. El más importante de sus miembros, sin embargo, fué su hermano, don Fernando Vázquez de Arce, obispo de Canarias, notable humanista que dirigió, por su preeminencia intelectual y su fortuna, la organización de la familia, haciendo de cabeza visible de la misma durante el primer cuarto del siglo XVI, y ejerciendo de responsable en el tema de la organización y transmisión de las armerías familiares, tema que ocupa nuestra comunicación.  

El material histórico con el que trabajamos es tanto arqueológico como documental. El primero está compuesto por un conjunto de 17 escudos de armas pertenecientes a diversos miembros de esta familia, 14 de ellos localizados en la catedral de Sigüenza 1 y 3 más en la portada de su palacio seguntino. El material documental se centra en el testamento y codicilos de don Fernando de Arce y su mujer doña Catalina Vázquez de Sosa, padres del Doncel, conservados en la catedral seguntina 2.  

El método seguido para nuestro estudio ha consistido en la búsqueda e identificación de todos los escudos referidos, asignando cada uno de ellos a un personaje ó linaje. La descripción de los referidos emblemas heráldicos, y su comparación mutua, ha llevado a detectar una serie de anomalías en lo que sería la composición y transmisión lógica de los símbolos, que finalmente han sido explicadas por las disposiciones encontradas en el testamento y codicitos referidos, redactados por los padres del Doncel, pero modificados significativamente por su hermano, el obispo de Canarias, quien, por otra parte, no hace sido seguir una costumbre muy difundida en su época.  

Para una mejor comprensión de estas notas, hemos acudido a la expresión gráfica de los escudos heráldicos, que presentamos de forma individualizada tomados de diversos enterramientos, y conjunta como elaboración de un cuadro genealógico‑heráldico de la familia Arce‑Sosa.  

La familia de Arce y Sosa

La familia de los Arce y Sosa fué una de las pocas agrupaciones de hidalgos existentes en la ciudad de Sigüenza a lo largo de la Baja Edad Medía y principios de la moderna. Diversos estudios históricos y sociológicos han venido a poner de relieve la escasez y poca importancia de la nobleza de sangre en la ciudad de Sigüenza y su territorio durante los largos siglos en que fué señorío de los obispos 3. Aunque el duque de Medinaceli siguió poseyendo tierras en dicho territorio, que había pertenecido originariamente, durante los años inmediatamente posteriores a la reconquista de la zona, al Común de Villa y Tierra de Medinaceli, ningún otro noble con título poseyó bienes raíces ni, mucho menos, ostentó señorío sobre el territorio episcopal. Algunos hidalgos y gentes acaudaladas, caballeros ciudadanos y comerciantes burgueses, consiguieron a lo largo de la baja Edad Media hacerse con la propiedad de tierras en derredor de Sigüenza, y de «casas mayores» en el interior de la propia ciudad. Tras las primeras desamortizaciones de bienes eclesiásticos llevadas a cabo por Carlos I y su hijo Felipe II, algunos grupos familiares, generalmente ligados a importantes miembros del Cabildo, consiguieron hacerse con la Propiedad y aun el señorío jurisdiccional de Pequeñas aldeas del territorio seguntino: tal es el caso de los Mora, señores de Ures y Valdealmendras desde 1550 aproximadamente. Tan sólo este grupo, el de los Mora, Torres y Gamboa, ligados a los La Cerda de Medinaceli, y el de los Arce y Sosa que centran nuestro estudio, consiguieron colocar sus panteones familiares en sendas capillas de la catedral. 

De procedencia desconocida, el grupo Arce y Sosa no llegó a contar con señorío propio. Eran hidalgos con propiedades rústicas y urbanas en Sigüenza y Guadalajara. Para sobrevivir medianamente tuvieron que entrar en el círculo cortesano de los Mendoza, apareciendo en funciones administrativas (don Fernando de Arce fué secretario del segundo duque del Infantado, don Iñigo López de Mendoza), militares (Martín Vázquez de Arce, el Doncel, formó en el ejército de dicho segundo duque, yendo con él a la guerra de Granada, y pereciendo en ella) ó eclesiásticas (Fernando Vázquez, que llegaría a obispo de Canarias, fué canónigo y prior del Cabildo en Osma, la diócesis que previamente había administrado el Cardenal Mendoza) 4.  

La estructura familiar de los Arce y Sosa, tal como podemos colegir de los datos arqueológicos y documentales que manejamos, sería la siguiente: tomando por eje y creadores del linaje Arce y Sosa a los padres del Doncel, don Fernando de Arce y doña Catalina Vázquez de Sosa, encontramos que por parte de esta, vivieron en Sigüenza, a mediados del siglo XV, sus padres, don Martín Vázquez de Sosa y doña Sancha Vázquez. Este hidalgo pertenecía al linaje de Sosa, de procedencia portuguesa. Así lo proclama, no solamente su apelativo, sino el dato heráldico del principal cuartel de su escudo, que muestra las cinco quinas de Portugal. De su madre hereda las fajas de Vázquez, y con ellas compone el escudo, que lleva, partido, en su cuartel derecho y principal las armas de Sosa, herencia paterna, y en el izquierdo ó secundario las de Vázquez, de herencia materna. Sin embargo, vemos que su nombre es Martín Vázquez de Sosa. Esta es la norma habitual en la Castilla del siglo XV: el linaje materno se antepone al paterno. En realidad se articula al nombre propio, al que confiere modulación, y detrás figura el linaje paterno, normalmente precedido de la partícula «de», con lo que adquiere el relieve propio del legítimo linaje.  

La esposa de don Martín Vázquez de Sosa se denominaba Sancha Vázquez en su sepultura. Las armas que aparecen talladas en su enterramiento (hechas bien entrado el siglo XVI a instancias de su nieto Fernando Vázquez de Arce) no se corresponden con el linaje de Vázquez. Serían, pues, de su padre, cuyo apellido no nos ha llegado. Se trata de una escueta banda, que en el siglo XV es emblema de varios linajes, entre ellos los de Sandoval ó Mendoza. El Vázquez de esta señora puede ser por su madre (lo cual haría primos a los esposos) o bien fué tomado del linaje del marido, por desconocer su nieto, cincuenta años después de muerta la señora, el auténtico linaje al que pertenecía. O incluso por ser plebeya.  

De este primer matrimonio nació doña Catalina Vázquez de Sosa. Funciona de modo similar que con su padre el mecanismo de transmisión de linaje, apellidos y armerías. El Vázquez es de su madre y por lo tanto sigue directamente al nombre. Y el Sosa precedido de la partícula «de» se encarga de señalar el linaje paterno. Los emblemas heráldicos, que aparecen en el enterramiento central de la capilla de San Juan y Santa Catalina donde están los padres del Doncel, aparecen separados los de doña Catalina: de una lado el paterno de Sosa y de otro el materno de Vázquez.  

En cuanto al padre del Doncel, esposo de la doña Catalina Vázquez de Sosa que acabamos de ver, es el primer sujeto del linaje de Arce que aparece en nuestro estudio. Sus antecesores debían ser de la tierra seguntina o medinense. El hecho de formar su escudo de armas con cinco flores de lis de oro sobre campo azul nos hace sospechar una cierta clientela, incluso secular, respecto a los La Cerda, señores de Medinaceli. El nombre de este individuo, en todos los documentos y elementos arqueológicos, es el de Fernando de Arce. Perteneciente al referido linaje de los Arce, sorprende que utilice directamente como primer apellido el del linaje paterno. En su enterramiento vemos los escudos de sus progenitores: destacado, las flores de lis de los Arce. Y a un costado, el materno formado por un ajedrezado que sabemos de gules y oro. Sin duda, perteneciente a Cisneros, a cuyo linaje pertenecería su madre. A través del mecanismo habitual de nominaciones personales en la baja Edad Media, el padre del Doncel debería llamarse Fernando Cisneros de Arce. Por razones que desconocemos, eliminó el apelativo materno. Sus armas, sin embargo, no se perderían del todo.  

Los restos mortales de todos los personajes que estudiamos y nos sirven para elaborar estas notas sobre organización y transmisión de armerías, se encuentran reunidos en la capilla de San Juan y Santa Catalina, situada al extremo del brazo meridional del transepto de la catedral de Sigüenza. Ocupa el lugar del primitivo ábside más meridional de la cabecera del templo, convertido luego en capilla de Santo Tomás Cantuariense, y propiedad de los La Cerda desde el siglo XIV. En 1491 la adquirió Fernando de Arce para enterramiento de toda su familia. Aunque fué en realidad su hijo Fernando Vázquez de Arce, obispo de Canarias, quien dirigió su construcción, su ornamentación y dispuso la colocación de los sepulcros. Así, en la fachada de la capilla, obra magnífica en estilo renacentista, diseñada por Francisco de Baeza en 1530, aparecen una serie de escudos policromados que sirven para completar nuestro estudio. Y a propósito del fundador, del padre del Doncel, podemos decir que en la referida portada surge, centrando el arco, un emblema ajeno en todo a los linajes familiares, pero que no es difícil de interpretar. Se trata de un escudo de gules, que ofrece una cruz florenzada de oro, cargada en su centro y puntas de cinco veneras de plata. Aun con los esmaltes un tanto alterados, este emblema pertenece claramente a la orden militar de Santiago, a la que perteneció el hidalgo con el título de Comendador de Montijo. A los lados de este emblema militar, aparecen perfectamente esmaltados los escudos de Arce (a la derecha) y de Sosa (a la izquierda), propios del matrimonio fundador.  

Lamina 1

  

Y pasamos a estudiar los emblemas heráldicos de los hijos del matrimonio fundador. Fueron éstos dos varones y una hembra. El primero, dedicado a las armas, se educó en la corte de los Mendoza de Guadalajara, y muy joven alcanzó a ser caballero de la Orden de Santiago. Teniendo solamente 25 años, en el mes de julio de 1486, fué muerto por los moros en la Vega de Granada, en una acción militar del ejército del segundo duque del Infantado, en el que militaba. Su padre, que le acompañaba, recogió el cuerpo, y años después fué trasladado a Sigüenza y enterrado en la capilla adquirida para esta función. Su enterramiento, y especialmente la estatua que lo cubre y representa al mozo, es de lo mejor de la escultura occidental. Se le conoce como «el Doncel de Sigüenza».  

En su frontal, entre adornos vegetales, aparece el escudo de este joven, llamado Martín Vázquez de Arce. Es curioso observar que aunque los linajes de este sujeto son de Sosa (por su madre) y de Arce (por su padre) y que por lo tanto serían esos, y en ese orden, los apellidos que debería llevar, no es así, y toma como apéndice de su nombre el que era primer apellido de su madre por el linaje de su abuela. Lo mismo harán sus hermanos, que añaden el Vázquez como modulación del nombre, y ponen el linaje paterno como auténtico apellido.  

En cuanto al escudo de Martín Vázquez de Arce, este se organiza de una forma clara y lógica, aunque diferente del de sus hermanos. Se trata de un escudo de embocadura alemana, cuartelado, que en el primero y cuarto cuarteles ofrece las armas de Arce, el linaje principal por paterno. En el segundo ofrece las armas de Sosa, el linaje materno, y en el tercero las tres fajas de Vázquez. Pero no olvida el linaje materno de su padre, el Cisneros, y lo coloca, curiosamente, como bordura de todo el escudo. Hay que hacer constar que no fué el propio interesado, don Martín Vázquez de Arce, quien diseñó así sus armas, sino que estas fueron colocadas al hacer el sepulcro, años después de su muerte, y que sería su hermano Femando, diseñador del sentido humanista del monumento, quien las dictara. 0 aun su padre, que vivía. Vemos en ellas, en cualquier caso, un orden lógico y jerárquico: primero y cuarto, linaje paterno; segundo, primer linaje de la madre, y tercero, segundo linaje de la madre. Por bordura, el segundo linaje del padre.  

El segundo de los hijos del matrimonio fundador, también varón, fué Femando Vázquez de Arce. Dedicado a la Iglesia, fué hombre de estudios, luego canónigo en Sigüenza y en Osma, y finalmente fué nombrado obispo de Canarias. Murió en 1522, siendo enterrado también en esta capilla, en un sepulcro ya netamente renacentista, con forma de retablo, apareciendo su cuerpo yacente, revestido de sus mejores galas eclesiásticas sobre la urna que contiene sus restos. Además de una densa decoración plateresca, aparece en el frontal del enterramiento una pareja de sus escudos de armas, tenidas de ángeles. En este tema de los tenantes, en cuyo profundo sentido no vamos a entrar ahora, vemos la diferencia que esta familia establece para sus miembros. Y así, mientras al Doncel, como militar y civil, se lo sujetan dos pajes vestidos a la alemana, al obispo se lo tienen sendos ángeles. Y a los padres, figuras de jóvenes revestidos de túnicas, mientras que a los abuelos son «putti» desnudos y arrodillados.  

Don Fernando Vázquez de Arce, diseñador de los sepulcros de esta capilla, y aun inspirador de la organización de sus armerías, además de ser quien dispuso las herencias y reparto de los bienes de sus miembros, organiza sus armas de la siguiente manera: en escudo de tipo español, cuartelado, en el primero pone las armas de Arce; en el segundo, las de Sosa; en el tercero las de Cisneros y en el cuarto las de Vázquez. Aunque son, como vernos, diferentes de las de su hermano, el sentido de su disposición es el mismo, quizás más claro: va primero el primer linaje de su padre, segundo el primer linaje de su madre; tercero el segundo linaje de su padre; y cuarto el segundo linaje de su madre. Este escudo lo vemos en otros lugares de la capilla, especialmente policromado, y siempre timbrado con el capelo episcopal, en las columnas laterales de la portada de la capilla.  

Lamina 2

  

Finalmente, la hija tercera del matrimonio fundador es una hembra, doña Mencía Vázquez de Arce, cuyo escudo de armas no nos ha llegado, aunque le suponemos igual que el de su hermano Fernando. A partir de aquí, veremos el proceso de transmisión de apellidos y armerías en los sucesores del linaje de Arce y Sosa, determinado no sólo por la lógica de la sucesión, sino por los imperativos arbitrarios de unas disposiciones testamentarias hechas para salvaguardar la cohesión e importancia de un mayorazgo y unos bienes raíces. Los datos que reseñamos a continuación proceden de los documentos mencionados al comienzo de este trabajo, gracias a los cuales conocemos los enlaces de los miembros de esta familia, y la forma en que se estableció su sucesión, sus herencias e incluso el modo de transmitir linaje y armerías.  

Y así vemos que don Martín Vázquez de Arce, «el Doncel», tuvo una hija, llamada Ana, que debía ser muy pequeña cuando él murió, y que debía ser ilegítima pues para nada se menciona a la madre, ni en parte alguna se especifica su nombre y menos aún su linaje‑5. La heredera de don Martín, que según el testamento de los fundadores de la capilla se convierte en primera beneficiaria de los bienes familiares, es denominada Ana de Arce unas veces, Ana Vázquez de Arce otras y aun Ana de Arce de Sosa. En cualquier caso, es claro que sólo recibe apellidos y linaje del padre. Su escudo, que no conocemos, sería similar al del padre: un cuartelado de Arce, Sosa, Vázquez y Arce con bordura de Cisneros. Esta joven se casó con Pedro de Mendoza. Y según la imposición testamentaria de su tío el obispo de Canarias, debía de disfrutar los bienes del mayorazgo sin dividirlos ni venderlos; debería dejárselos, enteros, a un hijo (ó hija si no tuviera varones), al que quisiere, pero siempre varón si lo hubiere. Y si falleciera doña Ana sin hacer testamento, heredaría los bienes el hijo varón segundo, el cual, en todo caso, además de los bienes recibiría los apellidos de Arce y Sosa, y, por supuesto, las armas correspondientes a esos linajes.  

El eclesiástico don Fernando Vázquez de Arce, prior de Osma y obispo de Canarias, no tuvo descendencia de ningún tipo. Al menos, en la documentación que manejamos no consta haberla tenido. El es, atentamente entregado a su familia, quien se preocupa de todos, de que tanto sus padres, como hermanos, como sobrinos, vivan dignamente y reciban saneados, y aun mejorados con su fortuna, los bienes propios del linaje. El cuida de colocar los sepulcros de todos en la capilla de San Juan y Santa Catalina, y aun se encarga de terminarla y adornarla como corresponde a la familia de hidalgos que con su cuidado se estabiliza y consolida.  

La tercera de los hermanos, doña Mencía Vázquez de Arce, se casa con un individuo perteneciente a linajuda casta de hidalgos tradicionalmente asentados en el ducado de Medinaceli. Es concretamente don Diego Bravo de Lagunas, que tiene con su familia solar conocido en Berlanga de Duero, en cuya colegiata se reúnen algunos interesantes enterramientos de sus miembros, todos ellos marcados con los emblemas heráldicos de su apellido principal, un castillo de tres torres. Que doña Mencía Vázquez de Arce usó las armas de su linaje, ya perfectamente consolidado, de Arce y Sosa, no hay duda, aunque tampoco tenemos constancia arqueológica de ellas. De su matrimonio con Diego Bravo de Lagunas tuvo varios hijos. El mayor se llamó Femando de Arce, y debía recibir el mayorazgo, apellidos y armas del linaje de Arce y Sosa en caso de que no tuviera herederos doña Ana. Darle ese nombre era predisponerle para recibir el mayorazgo. Sin embargo, vemos en este testamento que sus hermanos reciben otros variados apellidos. El que le sigue es Juan de Ortega. Va luego Diego Bravo de Sosa, y aún después Luís Bravo, el más pequeño. En ese orden deberían heredar el mayorazgo de los Arce, si los hermanos mayores murieran sin descendencia. Y, confirmando la curiosa forma de transmisión de linajes y armerías, el obispo de Canarias dispone que en el caso de darse las circunstancias de heredar el mayorazgo alguno de éstos, automáticamente deberá cambiarse el apellido, y adoptar el de Arce y Sosa, y utilizar sus armas, obligándose a residir en Sigüenza, se supone que en las casas mayores de la familia, o, al menos, visitando frecuentemente la capilla de San Juan y Santa Catalina de la catedral seguntina.  

Era ésa la condición para poder disfrutar de los bienes y rentas del mayorazgo. Así vemos que una de las hijas de este matrimonio, enterrada en el pavimento de la capilla de San Juan y Santa Catalina, es doña Catalina de Arce y Bravo, hija de los referidos señores. El orden de apellidos es el habitual, poniendo delante el Arce de su madre, y como principal el Bravo de su padre. En el enterramiento, una sencilla lauda de suelo con su figura tallada en bajorrelieve, junto a la cabecera pone sin embargo el emblema del linaje materno a la derecha y la del paterno a la izquierda. Esta señora presenta las mismas armas que usó su tío el obispo de Canarias, aunque con ligera variación. Usa un escudo español, cuartelado. En el primer cuartel, las armas de Arce; en el segundo, las de Sosa; en el tercero, las de Cisneros y en cuarto, las de Vázquez, pero estas a su vez borduradas con el jaquelado de Cisneros.  

En la misma capilla, y también en una lauda sepulcral en su suelo, aparecen las armas de un hijo de esta señora, doña Catalina de Arce y Bravo, casada con un individuo del grupo de los letrados seguntinos del siglo XVI. Este hijo hereda los apellidos del padre, y se denomina Pedro Díaz de Caravantes, pero sin embargo usa las armas cuarteladas del linaje de su madre, siguiendo fielmente los dictados testamentarios de sus bisabuelos.  

Consideramos finalmente los tres escudos que aparecen en la fachada del palacio seguntino de los Arce, conocida popularmente como «casa del Doncel» ó palacio de los Bedmar. En tomo al arco semicircular y baquetonado de su ingreso aparecen los emblemas de los linajes fundadores. Están distribuidos en un orden lógico y habitual en la armería castellana, aunque presentando alguna variación curiosa de reseñar. En la enjuta derecha, las cinco flores de lis del linaje de Arce, del esposo. En la enjuta izquierda, el escudo partido de Sosa y Vázquez por los linajes de la esposa. Y en la clave del arco, el lugar de honor, un escudo cuartelado en el que, como hacía el Doncel en su sepulcro, aparecen las armas de los Arce repetidas en el primero y cuarto cuarteles, y las de Sosa y Vázquez repartidas por el segundo y tercero, con la curiosidad de que las de Sosa eliminan las quinas de Portugal y dejan solamente los luneles, incluso mutilados.  

Lamina 3

  

Discusión y resultados

A través de la objetiva descripción de los materiales utilizados en nuestro estudio, hemos podido ver la variedad de individuos que, en el plazo de un siglo (3 generaciones o poco más) forman el eje de una familia de hidalgos seguntinos que ramifican sus propiedades e intereses a lo largo del valle del río Henares y aun los extienden hacia el ducado de Medinaceli. De este linaje de Arce y Sosa, consolidado tras el matrimonio de don Fernando de Arce y Catalina Vázquez de Sosa, surgen individuos que utilizan nombres y escudos de armas condicionados en su composición no sólo por las habituales normas nominativas y heráldicas de la baja Edad Media castellana, sino por la fuerza de cláusulas testamentarias que persiguen el mantenimiento de apelativos y armas fuera de sus normales cauces.  

Aunque puede aducirse que el análisis de una sola familia no da razón para elaborar enunciados definitivos sobre este aspecto, sí es cierto que el comportamiento de una fracción específica de la sociedad permite enunciar nociones y bases de ese funcionamiento. De ahí que los datos examinados en este trabajo nos permitan, de un lado, comprender las formas de transmisión de nombres y apellidos en las clases nobles de la baja Edad Media castellana, y de otro apreciar la dinámica de uso y transmisión de los emblemas heráldicos personales y familiares. El hecho de considerar más en profundidad la organización de la sociedad familiar y las relaciones entre sus miembros, está aún por hacer, pero su inexistencia tampoco invalida nuestro trabajo.  

En cualquier caso, los resultados son evidentemente positivos, y aunque sobre este tema debe aún profundizarse y examinar otros ejemplos individuales, el análisis de los aspectos nominativos y heráldicos del linaje seguntino de los Arce y Sosa, dentro del contexto de una realidad histórica en el espacio geográfico del valle del río Henares, nos permite llegar a las siguientes  

Conclusiones

En el espacio temporal de la baja Edad Media y comienzos del Renacimiento (segunda mitad del siglo XV y primera del XVI) y en el espacial del valle del Henares, existen unos usos específicos de nominaciones personales, de uso de emblemas heráldicos y de transmisión familiar de esas nominaciones y emblemas.  

El nombre se toma de algún santo o santa al que la familia tiene devoción, o que por tradición se usa en la familia. Generalmente, son nombres que utilizaron algunos ancestros concretos que alcanzaron un prestigio social o familiar muy determinado. Detrás del nombre se coloca, como modulación del mismo, el apellido de la madre, aunque esto no es sistemático, y en ocasiones se prescinde de su uso. Así, vemos cómo la mujer de don Fernando de Arce es Catalina Vázquez de Sosa, hija de una Sancha Vázquez y de un Martín Vázquez de Sosa. Sus hijos son luego Martín Vázquez de Arce (el Doncel), Fernando Vázquez de Arce (el obispo de Canarias) y Mencía Vázquez de Arce, aunque en ocasiones al segundo se le denomina solamente Fernando de Arce, como su padre. La hija del Doncel don Martín Vázquez de Arce, recibe solo los apellidos del linaje del padre, y se llama Ana de Arce y de Sosa, ignorando por completo el apellido de la madre. De forma excepcional, pero no rara, este orden se modifica, y en obediencia a disposiciones sucesorias y condiciones para gozar alguna herencia, algún miembro de una familia puede prescindir del orden normal de sus apellidos, y adoptar como de linaje los de abuelos o tíos matemos.  

El uso de las armerías es claro. Pueden adoptarse los siguientes usos: a) se usa como propio el escudo del linaje paterno. b) pueden usarse juntos los escudos de los linajes paternos del padre y de la madre. c) puede adoptarse un escudo único, partido, poniendo en el cuartel derecho, siempre principal, el linaje del padre, y en el izquierdo el de la madre. d) puede cuartelarse el escudo y poner en el primero de los cuarteles, en alto a la derecha, las armas del linaje paterno del padre; en el segundo cuartel, las armas del linaje paterno de la madre; en el tercero, las del linaje materno del padre, y en el cuarto, abajo y a la izquierda, las del linaje materno de la madre. e) sin embargo, pueden adoptarse muchas otras variantes en el orden y organización de las armerías, que dan riqueza a este aspecto de la heráldica bajomedieval castellana. Como ejemplo, el orden que utiliza Martín Vázquez de Arce, el Doncel, en la organización de su escudo, poniendo en el primero y cuarto cuarteles las armas de su linaje paterno, en el segundo las del linaje paterno de su madre, en el tercero las del linaje materno de su madre, y poniendo como bordura de todo el escudo las armas del linaje materno de su padre. f) finalmente, y también como excepción condicionada al cumplimiento de mandas e imposiciones testamentarias, vemos que en ocasiones un individuo hereda completas las armas de una abuela materna, como es el caso de Pedro Díaz de Caravantes usando el escudo cuartelado de su abuela Mencía Vázquez de Arce, mostrando en él los emblemas de los linajes de Arce, Sosa, Cisneros y Vázquez. En cualquier caso, y siguiendo la regla general de la armería castellana, las armas de los linajes se distribuyen por los cuarteles en un orden de jerarquía habitual, que va desde el derecho del jefe al izquierdo de la punta, utilizando en ocasiones la bordura para colocar algunas armas consideradas como secundarias.  

Lamina 4

  

Notas

 1 ver sus fichas detalladas en HERRERA CASADO, A.: Heráldica seguntina: I ‑ La Catedral de Sigüenza, colección «Archivo Heráldico de Guadalajara», nº 5, Ediciones AACHE, Guadalajara, 1990, pp. 26‑39 y 74‑75
2 lo publica y comenta FEDERICO FERNANDEZ, Aurelio de: Documentos del Archivo catedralicio de Sigüenza referentes a D. Martín Vázquez de Arce (el Doncel) y a su familia, en Revista «Wad‑al­Hayara», 6 (1979): 97‑118
3 BLAZQUEZ GARBAJOSA, A.: El Señorío Episcopal de Sigüenza, Colección Alfoz, nº 1, Edita Institución «Marqués de Santillana», Guadalajara, 1988; MINGUELLA Y ARNEDO, Fr. T.: Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus Obispos», 3 tomos, Madrid, 1910; ORTIZ GARCIA, A. y cols.: Las clases privilegiadas en el siglo XVIII en Sigüenza: el estamento nobiliario, en Revista «Anales Seguntinos», 5 (1988): 235‑247.
4 Ver a este respecto nuestros estudios sobre la pertenencia de los Arce y Sosa al entorno social de los Mendoza de Guadalajara en los trabajos Un Mendoza más: Martín Vázquez de Arce, en «Glosario Alcarreño II Sigüenza y su comarca», Guadalajara, 1976, pp. 95‑98; Una imagen de Escipión (lectura iconológica del enterramiento de Martín Vázquez de Arce en la Catedral de Sigüenza., en Revista «Anales Seguntinos», 4(1987): 43‑56; Martín Vázquez de Arce, el Doncel, 500 años después, Guadalajara, 1986
5 En el documento que estudiamos se dice ser doña Ana fija legítima del dicho Martín Vázquez.

Bosques en el otoño:Del Santo Alto Rey

 

Se va alzando el otoño desde el centro de la tierra. Como una voz apagada, como un latido triste, se cuela por las raíces de los árboles y se levanta hasta ‑su coronamiento, palideciendo a las hojas, sangrándolas, dejándolas al fin en un tiriteo sin retorno. A los prados les da sin embargo vigor y verde risa. Al cielo le entrega su espejo y se pone gris, se harta de aguas y de nieblas. El otoño se ha alzado por las sierras de Guadalajara, y en las laderas del Santo Alto Rey ha puesto su mejor retablo. Hasta allí (camino de Humanes, de Cogolludo, de Hiendelaencina arriba) ha subido el viajero. Siguiendo las aguas del Bornoba, frías y transparentes, cantarinas a trechos. Hasta Gascueña primero, y al fin hasta Prádena.

En la vertiente sur del gran cerro mágico, coronado siempre, corno atalaya soberbia, por la ermita del Santo Alto Rey, de par en par sus puertas, hoy envarado por dos sangrientas lanzas blancas y rojas (dos antenas que sirven para repetir y propagar las televisivas imágenes de algunos zurullos contando chistes) se alza la belleza simple y doméstica de los bosques y las hondonadas, de los jarales y prados en los que brilla la capa fina del agua que destila la altura, más blanca aún cuando corre sobre las pizarras, los gneis o los cuarzos soleados.

A quien le guste pasear en silencio por bosques de leyenda, en Guadalajara tiene una buena oportunidad. Mejor que nunca ahora en el otoño. Las vertientes sur y norte del Santo Alto Rey, al norte de la provincia, ofrecen en toda su pureza los vestigios de antiguas riquezas vegetales. Hace muchos siglos, esa montaña se hallaba completamente cubierta de inmensos bosques de roble pirenaico (Quercus pyrenaicus) ó roble melojo, de mediana alzada, no excesiva corpulencia, pero de gran frondosidad. En la cara septentrional hubo quizás bosques de hayas (hoy no queda ningún ejemplar, por más que he buscado no se encuentra ni uno, aparte de los escasos individuos de las hondonadas umbrías de Tejera Negra) y alisos, de arces, álamos y abedules. Pero desde la Edad Media, y especialmente en los años finales del siglo pasado, cuando la comarca aumentó espectacularmente de población al arrullo de las recién explotadas minas de plata de Hiendelaencina, se ha venido produciendo la continuada tala de árboles con objeto de convertirlos, tras con ellos montar piras gigantescas, en carbón vegetal. De esas «matanzas», arborícolas de buena prueba incluso el nombre de uno de los pueblos de la vertiente meridional de la montaña: Bustares expresa con claridad cómo en ese territorio se produjeron de asiento estas facturas depredadoras de la masa vegetal. Un «bustar» es un lugar donde se hace carbón quemando en lenta combustión masas enormes de leña. El roble era la mejor materia prima para esta industria. Y con tal meticulosidad y entusiasmo se llevó adelante el «bustareo» que apenas si quedaron algunas mínimas manchas en las que hoy puede el viajero rememorar cómo fuera el paisaje de aquellos entornos.

Merece la pena subir hasta Gascueña, y desde allí adentrarse en los bosquecillos de roble, que ahora tienen sus hojas lobuladas de múltiples colores, entre pardo, gris ó rojizo; sus troncos cubiertos de líquenes secos, y sus raíces nutriendo una variada exposición de hongos que se alzan (pardos, amarillos y violáceos) entre las hojas o junto a los musgos de las piedras. El mejor de esos bosques es el que se encuentra a media ladera en la parte central de la vertiente sur del monte Alto Rey. Hay que andar una media hora desde Gascueña, entre las jaras, pero es realmente un mundo de ensueño penetrar en él. Hay otro, muy pequeño, encima de este pueblo, y otro hermosísimo encima de Prádena. Para los que no quieran ir tan lejos, pueden disfrutar de un paseo (por favor, que tu única huella sea la caricia de tu mirada) por el robledal de La Toba, que está en un vallejo al norte de este pueblo, camino ya de Congostrina: en su vertiente norte (la umbría) están los robles, y en la meridional (la que ilumina el sol más tiempo) las encinas. Un hábitat inmaculado, y rico de formas y colores.

Los grandes espacios que quedaron desarbolados por efecto de tan terribles cortas en siglos pasados, se cubrieron de un arbusto simple, muy oloroso: la jara, que se extiende por espacios casi infinitos. La hay de dos tipos, la pringosa, con hojas estrechas, siempre verde-grisáceas, pegajosas por el aceite que excretan, pero finamente perfumadas, y la estepa, más seca, que crece en las alturas mayores. En las umbrías se cubre el suelo por la gayuba, que se arrastra verde y poderosa por los taludes más empinados, y el brezo se alza fino y elegante entre las manchas de bosques más altos. Hay, finalmente, pero es difícil llegar a ellos, porque están muy altos y aislados (a partir de los 1.500 metros) algunos bosques de pino negro en el término de Robledo Corpes, en la orilla izquierda del más alto Bornoba.                            

La cumbre del Alto Rey tiene ya nieve, especialmente en su espalda del norte. Las vertientes cuajadas de roble, los Jarales y los herbazales empapados le dan el contrapunto feliz y colorista a la altura  gris y pelada. No hay que llevar anotado ningún nombre, referencia ninguna de monumentos o personajes. Viajar ahora al Alto Rey, pasear por sus empinadas laderas, mirar simplemente la lejanía que hacia el sur, hacia el Henares, siempre es luminosa y brillante, es quizás el mejor ejercicio para un día de asueto, de silencio, de encuentro con uno mismo y con la Naturaleza Una oferta que no debes desaprovechar, amigo lector.

En el Quinto Centenario de su muerte. Las postrimerías del Cardenal Mendoza

 

Está ya muy cerca, apenas a dos meses vista, la celebración que debiera centrar el universo cultural alcarreñista del próximo año. Será, concretamente el día 11 de enero de 1995 cuando se cumplirán con exactitud los cinco siglos de la muerte de don Pedro González de Mendoza, el que fuera Gran Cardenal de España, Canciller supremo del gobierno de los Reyes Católicos, y por sus contemporáneos denominado entonces el tercer Rey de España. De esa figura excelsa en los anales históricos de Castilla, nacido en nuestra ciudad en 1428, y muerto también en ella sesenta y seis años después, se han dicho siempre muchas cosas, casi siempre benignas y laudatorias, aunque (y yo he sido uno de los que con más insistencia he actuado de «abogado del diablo» en el pretendido ensalzamiento a la gloria de este sujeto) tuvo también sus vetas oscuras.

Pero fueron mucho más grandes las luminosas. Y la presencia de Pedro González de Mendoza es tan ancha en la historia de Guadalajara, y en los Anales todos de Castilla, y aún de la expansión de España al otro lado del Atlántico, que a la fuerza hay que dedicar con entusiasmo algunas horas, algunas jornadas del próximo año, a la ceremonia de su evocación y su ensalzamiento.

La enfermedad del Cardenal

Si la conmemoración se centra en algo, es en su muerte. Acaecida, antes lo he dicho, el 11 de enero de 1495, en su palacio de Guadalajara, el que tenía frente a la iglesia mayor de Santa María. Vendrá después el análisis de su vida, de su obra, de su faceta política, de su aspecto literario, de su empuje artístico, de su perenne enamoramiento… Pero hoy quiero recordar precisamente sus últimos días. El año aquel (el 1494) en que ya enfermo, sabiéndose herido por el dardo lento de la muerte, se retiró a su casa, y allí recibió varias veces la benévola visita de Isabel y Fernando, de todos sus deudos, los Mendoza, y del pueblo entero de Guadalajara, que le adoraba. A sus 66 años, sin ser todavía un viejo, pues hasta el momento mismo en que se sintió enfermo había colaborado con una eficacia asombrosa en el gobierno del país, llegando (era enero de 1492) a batallar en la guerra de Granada, y penetrar (eso dicen las Crónicas) el primero en la Alhambra granadina poniendo en lo alto de su torre mayor el pendón de Castilla y de la iglesia toledana.

¿Cuál fue la enfermedad del Cardenal Mendoza? Una Apostema en los Riñones. Esa es toda la descripción que nos da Hernando Pecha. La evolución fue muy concreta: unos 14 meses tardó en morir desde que tuvo los primeros síntomas. El diagnóstico de los físicos medievales se fundamentó en que el Cardenal orinaba feo, posiblemente con sangre y algo de pus. Dolores intensos y progresivos en las fosas renales, y por algún otro cronista sabemos que tenía continuamente fiebre. Son muy pocos elementos para diagnosticar, pero es muy posible que se tratara de un hipernefroma, de algún tipo de cáncer de riñón que le llevó a la tumba en poco tiempo. La lucidez con que afrontó su enfermedad le hace aún más grande a nuestros ojos. Valga para ello la descripción que de esta enfermedad, últimos meses y muerte final del Cardenal Mendoza nos hace Hernando Pecha en su «Historia de Guadalajara». Es todo un suculento cronicón que nos retrata, aunque sea en sesgo final, al personaje.

La muerte del Cardenal

Desde Toledo se vino el cardenal a morir a esta ciudad, donde nació, que traya la muerte delante de los ojos, como hijo de su padre, que tanto meditó en ella, diziendo con Job, «in nidulo memoria». Moriré en el nido donde me parió mi madre; nací para morir, y quiero que la cuna y lugar de mi nacimiento, que fue Guadalaxara, sea sepulcro en mi muerte = Aquí le dió una grave enfermedad, de una Apostema sobre los Riñones. Estava con los Reyes Cathólicos a esta sazón en Arévalo, tuvieron aviso que el Cardenal estava muy malo, y al punto vinieron aquí a Guadalaxara a solo visitarle, consolarle y honrrarle; y se detuvieron muchos días attendiendo a la salud de el enfermo, como cosa que les importava tanto; cada día entravan muchas vezes en su aposento, y le communicavan todos sus negogios =

Estimó en mucho el Cardenal tan singular favor de los Reyes, y se lo agradeçió con grande affecto, pidió liçencia a la Reyna para suplicarle se sirviese de que la dexase por Albazea, porque tenía por çierto que moriría de aquella enfermedad; diósela, y con élla otorgó su testamento en presençia de la Reyna, víspera de Sanct Juan año de mill y quatrozienos y noventa y quatro, con auctoridad y facultad Apostólica, para disponer de su hazienda. Mandóse enterrar en la sancta iglesia de Toledo, en el lugar que avía señalado en el choro mayor, al lado derecho de el evangelio. Encomendó a la Reyna sus criados, y sus memorias, y en especial a su secretario Juan de Morales = Dexó por su universal heredero al Hospital de Sancta Cruz, que mandó labrar en Toledo =

Detuvieronse muchos días los Reyes con el enfermo, y viendo que la enfermedad iba a la larga, y tenían neçesidad de acudir al Govierno de sus Reynos, se despidieron de el Cardenal, y le dixeron que no se iban para no bolver, ni se despedían para no verle más; que si moría de esta dolencia, que querían hallarse a su cabezera a la hora de su muerte. Con este intento para lo que sucçediese, quisieron los Reyes estar cerca de Guadalaxara, y se entretuvieron en Madrid, y en Alcalá para acudir al Cardenal al tiempo de la mayor necçessidad =

Viendo el Cardenal que se moría, otorgado su testamento con la autoridad y solemnidad, que el derecho pide, ordenó las cosas de su Alma, compuso sus deudas, satisfizo a todos sus acreedores, mandó pagar los salarios y raçiones de sus criados, ajustó quentas con todo género de personas, a quien era deudor; ordenó las obras pías y memorias que fundó; confesóse muy despacio para morir; gastó en esto y en disponer todas las cosas de su Alma un año entero, a gran satisfac9ion suya, sin dar oydos a otro negocio alguno, que no tocase al descargo de su conçiençia. Dixo muchas vezes, graçias a dios, que me hallo en disposiçion, que no devo nada a nadie, ni llevo querella de hombre a la otra vida, que pueda hazerme contradiçión = Dios y yo a solas lo avemos de aver, yo soy pecador, y él misericordioso, a solas nos avendremos. Apretóle la enfermedad, dieron cuenta a los Reyes, que por momentos despachavan correos, para saber de la salud de el Cardenal; y al punto se partieron y vinieron a esta çiudad. Consolose extraordinariamente el enfermo con la Real presençia de tan Cathólicos Reyes = Domingo onze de henero, casi al amanecer, el año de mill y quatrozientos y noventa y Qinco, apareció en el ayre sobre el aposento de el Cardenal, una cruz muy blanca y de extraordinaria grandeza; dixeronselo al punto, y mandó que le dixesen Missa de la Cruz, de quien era devotíssimo, agradeziendo a dios, y dándole infinitas graçias, que ya que se dignó, que naçiese en esta çiudad día de la cruz, viniese a morir en ella con cruz, embiada del çielo. En esta missa reçivió el sanctíssimo Sacramento por Viático, poco después la extremaunçión. Tomando un cruçifixo en la mano, començó a hazer dulces coloquios con Christo crucificado, dixeronle la recomendaçión de el Alma, el la encomendó en las manos de el eterno Padre, con fervorosa devoçión, y partió de esta vida temporal a la eterna, dexándonos prendas seguras de su salvagión =

La Cruz estava a vista de el Pueblo todo el tiempo que duró la Missa, la communión sacramental, la extremaunçión y la Recomendaçión de el Alma, hasta que espiró el Cardenal, por espacio de más de dos horas. Murió el Cardenal en esta çiudad en sus casas principales que él labró enfrente de la Parrochia de Sancta María, donde dura oy una señal de la cruz milagrosa en el patio, formada de yerva y aunque la arrancan naçe otra y por espacio de çiento y quarenta y siete años, no se ha podido borrar ni deshazer = (oy día se ve este milagro, estando las losas del patio secas por las junturas, en una parte dél está la hierva verde en forma de cruz).